– Tengo que prepararme -dijo Mario-. Estoy ayudando a Karen con los arreglos. Arreglos. Como si fuese una obra coral. Qué palabra más imbécil.
Terese aún parecía atontada, así que intervine.
– ¿Se le ocurre alguna idea de quién pudo haberlo matado?
– ¿Qué pasa, Bolitar, ahora se ha hecho poli?
– Estábamos en París cuando lo mataron.
Se volvió hacia Terese.
– ¿Viste a Rick?
– No tuve la oportunidad.
– Pero, ¿te llamó?
– Sí.
– Maldita sea. -Mario cerró los ojos. Seguía sin invitarnos a pasar, así que más o menos me colé en el umbral y él dio un paso atrás. Esperaba encontrarme una casa de soltero -no estoy seguro del porqué-, pero había juguetes en el suelo. Había biberones vacíos en un mostrador.
– Me casé con Ginny -le dijo a Terese-. ¿La recuerdas?
– Por supuesto. Me alegra saber que eres feliz, Mario.
Él se tomó un respiro para tranquilizarse, evaluar las cosas.
– Tenemos tres hijos. No dejamos de decir que vamos a comprarnos una casa más grande, pero nos gusta este lugar. Además, las casas tienen unos precios de locura en Londres.
No dijimos nada.
– Así que Rick te llamó -le dijo Mario a Terese.
– Sí.
Él sacudió la cabeza.
Yo rompí el silencio.
– ¿Había alguien que quisiese matar a Rick?
– Rick era uno de los mejores reporteros de investigación del mundo. Cabreó a un montón de gente.
– ¿Alguien en particular?
– No. Sigo sin entender qué tiene que ver esto con cualquiera de vosotros dos.
Quería explicárselo, pero no teníamos tiempo.
– ¿Podría hacernos el favor de aguantarnos un poco?
– ¿Por qué, es que va a ser divertido?
– Por favor, Mario -intervino Terese-. Es importante.
– ¿En qué te basas para decir que lo es?
– Tú me conoces. Sabes que si pregunto es importante.
Pensó en ello.
– ¿Mario?
– ¿Qué quieres saber?
– ¿En qué estaba trabajando Rick?
Él desvió la mirada; se mordió el labio inferior.
– Hace unos meses comenzó a investigar una entidad benéfica llamada Salvar a los Ángeles.
– ¿Qué pasa con ellos?
– La verdad es que no estoy seguro. Comenzaron como un grupo evangélico, el típico grupo del derecho a la vida, con manifestaciones delante de las clínicas abortivas, la planificación familiar, la investigación de células madre y todo eso. Pero se disolvieron. Estaba obsesionado por averiguar todo lo que pudiera sobre ellos.
– ¿Qué encontró?
– Poca cosa por lo que vi. La estructura financiera parecía un tanto extraña. No pudimos rastrearla. Básicamente estaban contra el aborto y la investigación de células madre, y a favor de las adopciones. La verdad es que me pareció un grupo bastante sólido. No quiero entrar en la discusión entre pro vida y pro libertad de elección, pero creo que ambos bandos estarían de acuerdo en que la adopción es una alternativa viable. Ésa parece ser la dirección que seguían. En lugar de poner bombas en las clínicas, Salvar a los Ángeles trabajaba para que los embarazos no deseados siguiesen el desarrollo normal y conseguir que se adoptasen a los bebés.
– ¿Rick estaba interesado en ellos?
– Sí.
– ¿Por qué?
– No lo sé.
– ¿Qué lo impulsó a investigarlos?
– Tampoco lo sé a ciencia cierta.
Su voz se apagó.
– Pero tienes una sospecha.
– Comenzó cuando volvió a casa después de la muerte de su padre. -Mario se volvió hacia Terese-. ¿Sabes lo de Sam?
– Karen me lo dijo.
– Suicidio.
– ¿Estaba enfermo?
– Huntington -contestó Mario.
Terese pareció sorprendida.
– ¿Sam tenía el mal de Huntington?
– Sorprendida, ¿no? Lo mantuvo oculto, pero cuando empeoró, no quiso pasar por eso. Tomó el camino fácil.
– Pero… cómo… nunca lo supe.
– Tampoco Rick. Y ya que estamos, tampoco Sam hasta el final.
– ¿Cómo es posible?
– ¿Sabes algo del mal de Huntington? -preguntó Mario.
– Una vez hice un reportaje -respondió ella-. Es algo estrictamente hereditario. Uno de tus padres tiene que tenerlo. Si es así, tienes una posibilidad entre dos de contraerlo.
– Eso es. La teoría es que el padre de Sam, el abuelo de Rick, lo tenía, pero que murió en Normandía antes de que la enfermedad se manifestase. Así que Sam no tenía ni idea.
– ¿Rick se hizo las pruebas? -preguntó Terese.
– No lo sé. Ni siquiera le contó a Karen toda la historia, solo que su padre había descubierto que tenía una enfermedad terminal. Pero de todas maneras, se quedó en Estados Unidos durante un tiempo. Creo que se iba a ocupar de poner en orden las cosas de su padre. Fue entonces cuando se enteró de esa entidad llamada Salvar a los Ángeles.
– ¿Cómo?
– No tengo ni idea.
– Dijiste que estaban contra la investigación de las células madre. ¿Estaba eso relacionado de alguna manera con el Huntington?
– Podría ser, pero Rick me pidió investigar sobre todo las finanzas. Seguir el dinero. Ése siempre es el viejo lema. Rick quería saber todo lo posible al respecto, y qué personas lo dirigían, hasta que me dijo que abandonase la historia.
– ¿Renunció?
– No. Solo quería que yo lo dejase. Él no. Solo yo.
– ¿Sabes por qué?
– No. Apareció por aquí, se llevó todos mis archivos y luego dijo algo muy extraño. -Mario miró primero a Terese y luego a mí-. Dijo: debes tener cuidado, tienes una familia.
Esperamos.
– Así que contesté lo obvio: tú también. Pero no hizo caso. Vi que estaba muy nervioso. Terese, tú sabes cómo era. No lo asustaba nada.
Ella asintió.
– Estaba asustado cuando habló conmigo por teléfono. Así que intenté que me hablase, que se abriese. No quiso. Se marchó a la carrera y no volví a saber nada de él. Nunca. Hasta la llamada de hoy.
– ¿Alguna pista de dónde están esos archivos?
– Por lo general guarda copias en el despacho.
– Podría ser de ayuda si pudiésemos verlos.
Mario la miró.
– Por favor, Mario. Sabes que no te lo pediría si no fuese importante.
Él continuaba enfadado, pero pareció comprender.
– Iré a echar una ojeada mañana por la mañana, ¿vale?
Miré a Terese. No estaba seguro de hasta qué punto debíamos presionar. Ese hombre parecía conocer a Rick Collins mejor que cualquiera. Le tocaba hablar a ella.
– ¿Rick te habló de Miriam últimamente? -preguntó.
Mario alzó la mirada. Se tomó su tiempo; esperé una larga respuesta. Pero todo lo que dijo fue:
– No.
Esperamos a que dijese algo más. No lo hizo.
– Creo -prosiguió Terese- que existe una posibilidad de que Miriam continúe con vida.
Si Mario Contuzzi sabía algo al respecto, el tipo tenía que ser un psicópata. No estoy diciendo que las personas no puedan mentir, fingir y engañar. Lo he visto hacer muchísimas veces por alguno de los grandes. La manera en que los grandes lo hacen es engañándose a sí mismos para creer que la mentira es la verdad o que son los psicópatas más sinceros. Si Mario sospechaba que Miriam estaba viva, tenía que encajar en una de estas dos categorías.
Hizo una cara como si hubiese oído mal. Su voz tenía un tono furioso.
– ¿De qué estás hablando?
Pero decirlo en voz alta había agotado a Terese. Seguí yo. Intenté mantener un tono de cordura mientras le hablaba de las muestras de sangre y el pelo rubio. No le mencioné haberla visto en el vídeo ni nada de eso. Lo dicho era ya bastante difícil de encajar. La mejor manera de presentarlo era con las pruebas científicas -los análisis de ADN- y no a partir de mi intuición basada en verla caminar en un vídeo de una cámara de vigilancia.
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