– Sé a qué te refieres.
Bajamos por una escalera mecánica que parecía no acabar nunca. Miré atrás. Ninguna señal del hombre de las gafas.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Terese.
– Volvemos al hotel. Comenzarás a mirar lo que encontramos en casa de Karen. Piensa en el código del ópalo, a ver dónde te lleva. Esperanza te enviará por mail lo que encuentre. Algo le ocurrió a Rick hace poco; algo que le hizo cambiar su vida y buscarte. Lo mejor que podemos hacer ahora mismo es intentar descubrir quién lo mató, por qué y en qué estaba trabajando en los últimos meses. Por lo tanto, necesitas revisar sus cosas, ver qué salta a la vista.
– ¿Qué piensas de nuestra conversación con Karen? -preguntó Terese.
– Vosotras dos estabais muy unidas, ¿no?
– Sí, mucho.
– Entonces te lo diré cortésmente: no creo que Karen fuese del todo sincera. ¿Y tú?
– Antes de hoy hubiese dicho que le confiaría mi vida -contestó Terese-. Pero tienes razón. Está mintiendo en algo.
– ¿Se te ocurre qué puede ser?
– No.
– Volvamos atrás y probemos otra cosa. Dime todo lo que recuerdas del accidente.
– ¿Crees que oculto algo?
– Por supuesto que no. Pero ahora que sabes todo esto, me pregunto si hay alguna cosa de aquella noche que pueda parecerte diferente.
– No, nada. -Miró a través de la ventanilla, pero solo estaba la oscuridad del túnel-. He pasado la última década intentando olvidar aquella noche.
– Lo comprendo.
– No, no lo comprendes. He vuelto a repasar aquella noche en mi cabeza cada día durante los últimos diez años.
No dije nada.
– He mirado aquella noche desde todos los ángulos. Lo he pensado todo, he pensado en todos los «si hubiese»: si hubiese conducido más lento, si hubiese tomado una ruta diferente, si la hubiese dejado en casa, si no hubiese tenido tanta ambición, todo. No hay nada más que recordar.
Nos bajamos del vagón y caminamos hacia la salida.
Cuando entramos en el vestíbulo, vibró mi móvil. Win me había enviado el siguiente mensaje:
LLEVA A TERESE AL ÁTICO. LUEGO VE A LA HABITACIÓN 118. SOLO.
Dos segundos más tarde, Win añadió:
POR FAVOR, EVITA RESPONDER CON COMENTARIO INGENIOSO Y HOMÓFOBO REFERENTE A «SOLO».
Win era la única persona que conocía con una verborrea superior en los textos que en persona. Llevé a Terese al ático. Había un portátil con conexión a Internet. Se lo señalé.
– Quizás puedas investigar a esa entidad, Salvar a los Ángeles.
– ¿Adónde vas? -preguntó.
– Abajo. Win quiere hablar conmigo.
– ¿No puedo ir?
– Dijo que solo.
– No me gusta mucho la idea -señaló Terese.
– Tampoco a mí, pero me resulta más conveniente no preguntar.
– ¿Hasta qué punto llega su locura?
– Win es cuerdo. Solo que en exceso racional. Ve las cosas en blanco y negro. -Luego añadí-: Tiende a ser de esos para los que el fin justifica los medios.
– Sus medios pueden ser bastante expeditivos -afirmó ella.
– Sí.
– Lo recuerdo de cuando te ayudé a encontrar a aquel donante.
No dije nada.
– Win no estará intentando evitar herir mis sentimientos, ¿verdad?
– Win y preocuparse por los sentimientos de una mujer. -Imité con las manos el oscilar de una balanza-. No creo que eso sea posible.
– Será mejor que vayas.
– Sí.
– ¿Me dirás qué pasa?
– Lo más probable es que no. Si Win no quiere contarte una cosa es por tu bien. Tienes que confiar en él.
Terese asintió y se levantó.
– Voy a ducharme y después me pondré con internet.
– Vale.
Fue hacia el dormitorio. Yo hacia la puerta que daba al pasillo.
– ¿Myron?
Me volví hacia ella. Me miraba. Era hermosa, vulnerable, fuerte y estaba allí como si se estuviese preparando para recibir un golpe, y yo quería ponerme delante y protegerla.
– ¿Qué? -pregunté.
– Yo te quiero -dijo Terese.
Lo dijo así. Mirándome de lleno, hermosa, vulnerable y fuerte. Algo en mi pecho se remontó y echó a volar. Me quedé allí, inmóvil, sin poder articular palabra.
– Sé que no podría ser peor el momento y no quiero que interfiera en lo que estamos haciendo ahora. Pero sea como sea, si Miriam está viva o resulta la peor de las bromas pesadas, quiero que lo sepas: te quiero. Cuando esto se acabe, sea cual sea el resultado, quiero más que nada que tú y yo lo intentemos.
Abrí y cerré la boca; la abrí de nuevo.
– Estoy más o menos saliendo con alguien.
– Lo sé. Sé que el momento es fatal. Pero no pasa nada. Si tú la quieres, entonces ya está. Si no, aquí estoy.
Terese no esperó una respuesta. Se volvió, abrió la puerta del dormitorio y desapareció en el interior.
Entré tambaleándome en el ascensor.
¿Cómo decía aquella canción de Snow Patrol de hace un par de años? Aquellas tres palabras dicen tanto… pero no son suficientes.
Una mierda. Eran suficientes.
Pensé en Ali en Arizona. Pensé en Terese de pie allí diciéndome que me quería. Era probable que Terese estuviese en lo cierto; la mejor respuesta era no permitir que interfiriese. Pero estaba allí. Y me carcomía.
Las cortinas estaban echadas en la habitación 118.
Iba a encender las luces, pero entonces me lo pensé mejor. Win estaba sentado en una butaca. Escuché el tintinear del hielo en lo que fuese que estaba bebiendo. El alcohol nunca parecía afectar a Win, aunque era muy temprano.
Me senté delante de él. Habíamos sido amigos durante mucho tiempo. Nos conocimos como estudiantes en la Universidad de Duke. Recuerdo haber visto su foto en el libro de nuevos estudiantes el primer día que llegué al campus. El pie de la foto lo citaba como Windsor Horne Lockwood III de alguna escuela muy pretenciosa del Main Line de Filadelfia. Tenía la cabellera perfecta y la expresión altiva. Mi padre y yo acabábamos de subir todas mis maletas hasta mi habitación del cuarto piso. Típico de mi padre. Me llevó a Carolina del Norte desde Nueva Jersey, sin quejarse ni una vez, insistiendo en cargar las cosas más pesadas él mismo, nos sentamos para descansar un poco y yo comencé a pasar las páginas del libro, le señalé la foto de Win y dije:
«Eh, papá, mira a este tipo. Apuesto a que no lo veré nunca en los cuatro años».
Estaba equivocado.
Durante mucho tiempo sentí que Win era indestructible. Había matado a muchos, pero a nadie que no pareciese merecerlo, y sí, sé lo inquietante que resulta. Pero la edad tiene su propia manera de ganar terreno en todos nosotros. Aquello que parece excéntrico e inquietante cuando tienes los veinte o treinta se convierte en algo más cercano a lo patético a los cuarenta.
– Será difícil conseguir el permiso para exhumar el cuerpo -comenzó Win-. No tenemos ningún motivo para la petición.
– ¿Qué pasa con los resultados de la prueba de ADN?
– Las autoridades francesas se niegan a entregar los resultados. También intenté la ruta más directa: un soborno.
– ¿Nadie dispuesto a aceptarlo?
– Todavía no. Lo habrá, pero llevará algún tiempo, cosa que al parecer no tenemos.
Pensé.
– ¿Tienes alguna sugerencia?
– Sí.
– Te escucho.
– Sobornamos a los sepultureros. Lo hacemos nosotros mismos esta noche al amparo de la oscuridad. Solo necesitamos una pequeña muestra. La enviamos a nuestro laboratorio, comparamos el ADN con el de Terese -levantó la copa- y ya está.
– Macabro -dije.
– Y efectivo.
– ¿Crees que tiene algún sentido?
– ¿Qué quieres decir?
– Sabemos cuál será el resultado.
– Dímelo.
– Escuché el tono en la voz de Berleand. Habló de prematuro e inconcluyente, pero ambos lo sabemos. Vi a aquella muchacha en el vídeo de vigilancia. Vale, no su rostro y desde lejos. Pero tiene el andar de su madre, si sabes a lo que me refiero.
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