Sí, aquél era uno de los últimos bastiones del auténtico yuppismo, un lugar donde el hombre tenía total libertad para practicar la religión de la avaricia de los ochenta, la codicia a toda costa, sin pretensiones de estar haciendo lo contrario. No había hipocresía. Las casas de inversión no se dedicaban a ayudar al prójimo. Su objetivo no era ofrecer un servicio a la humanidad ni hacer nada por el bien común. Aquel refugio tenía una meta básica, simple y muy clara: hacer dinero y punto.
Win tenía un despacho muy amplio en un rincón desde el que se veía Park Avenue y la Calle 52. Una vista de lujo para el gestor número uno de la compañía. Myron llamó a la puerta.
– Pase -dijo Win.
Myron se lo encontró sentado en el suelo en la posición del loto, con expresión serena en el rostro y formando un círculo con cada mano mediante la unión del índice y el pulgar. Meditación. Win lo hacía todos los días sin falta. Y normalmente más de una vez.
Sin embargo, al igual que la mayoría de las cosas relacionadas con Win, sus momentos de soledad interior no llegaban a ser convencionales del todo. Por un lado le gustaba mantener los ojos abiertos al meditar mientras la mayoría de la gente los mantenía cerrados. Por otro, no se imaginaba escenas idílicas de cascadas o ciervos en el bosque; Win prefería ver cintas caseras de vídeo, con sí mismo y una interesante variedad de amiguitas emitiendo toda una gama de jadeos pasionales.
– ¿Quieres apagar eso? -dijo Myron poniendo cara de asco.
– Lisa Goldstein -dijo Win señalando una masa de carne contorsionada en la pantalla.
– Encantado de haberla conocido, vamos.
– No estoy seguro de habértela presentado.
– Pues no sabría decírtelo -dijo Myron-. Quiero decir, ni siquiera sé muy bien dónde tiene la cara.
– Una chica encantadora. Judía, por cierto.
– ¿Lisa Goldstein? Estás de broma.
Win sonrió. Descruzó las piernas y se puso en pie de un salto con mucha agilidad. Apagó el televisor, pulsó el botón de «eject» y guardó la cinta en una caja con etiqueta marcada como «L. G.». Luego colocó la caja en la sección «G» del armario de roble que contenía otras muchas cintas.
– ¿Eres consciente de que estás muy trastornado? -dijo Myron.
Win cerró el armario con llave. Qué discreción.
– Todo el mundo necesita una afición.
– Eres un golfista nato y campeón de artes marciales. Eso sí son aficiones. Pero lo otro es un trastorno. Aficiones; trastorno. ¿Ves la diferencia?
– Ahora me das sermones -dijo Win-. Muy amable de tu parte.
Myron no respondió. Llevaban manteniendo conversaciones parecidas desde su primer año en la Universidad de Duke y Myron sabía que no conducían a nada.
El despacho de Win era del todo elitista y claramente perteneciente al típico estilo de la clase blanca protestante anglosajona. Las paredes revestidas de madera estaban decoradas con cuadros de la caza del zorro. Sillas de cuero color burdeos complementaban a la perfección la moqueta color verde bosque oscuro. Un globo terráqueo de época descansaba junto al escritorio de madera de roble que habría podido muy bien usarse como pista de squash. La sensación que daba el conjunto podía resumirse en dos palabras: muchísimo dinero.
– ¿Tienes un momento? -dijo Myron sentándose en una de las sillas de cuero.
– Por supuesto -respondió Win.
Abrió un armario del bar que había detrás de su mesa ydejó ver una pequeña nevera. Sacó un Yoo-Hoo y se lo pasó a Myron. Este agitó la lata siguiendo las instrucciones que rezaban «¡Agítalo! ¡Es genial!», mientras Win se servía un dry martini muy seco.
Myron comenzó contándole la visita de la policía al apartamento de Duane Richwood. Win se mantuvo impasible y sólo se permitió una sonrisa cuando oyó que Dimonte lo había llamado yuppy psicópata. Después Myron le comentó lo del Cadillac azul. Win se recostó contra el respaldo de la silla y juntó las yemas de los dedos. Escuchó toda la historia de Myron sin interrumpir y, cuando éste terminó, se levantó y cogió un putter.
– Así que nuestro amigo el señor Richwood se está callando algo.
– No lo sabemos seguro.
Win enarcó una ceja en señal de escepticismo.
– ¿Y tienes alguna idea de qué relación puede existir entre Duane Richwood y Valerie Simpson? -preguntó Win.
– Pues no. Pero tenía la esperanza de que tal vez tú sí.
– ¿Moi} -Tú la conocías -dijo Myron.
– Sólo era una conocida.
– Pero aun así tienes alguna idea.
– ¿Sobre la posible relación entre Duane y Valerie? No.
– Pues entonces ¿qué?
Win fue paseando hasta un rincón donde había doce pelotas de golf alineadas y empezó a golpearlas suavemente.
– ¿De verdad tienes la intención de seguir con esto? Con el asesinato de Valerie, me refiero.
– Pues sí.
– Pues a lo mejor no es asunto tuyo.
– A lo mejor… -dijo Myron asintiendo con la cabeza.
– O tal vez descubras algo desagradable.
– Cabe dentro de las posibilidades, sí.
Win asintió sin decir nada y examinó la disposición de la moqueta.
– No sería la primera vez -dijo Win.
– No. No sería la primera vez. ¿Puedo contar contigo?
– Nosotros no vamos a poder sacar nada de esto -dijo Win.
– Quizá no -dijo Myron haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.
– Ningún beneficio económico.
– Ninguno en absoluto.
– De hecho nunca hay ningún beneficio económico que sacar de tus cruzadas.
Myron se limitó a esperar.
Win se preparó para golpear otra pelota.
– Deja de poner esa cara -dijo Win-. Puedes contar conmigo.
– Bien. Y ahora dime qué es lo que sabes de este asunto.
– No mucho, en realidad. Es sólo una idea.
– Te escucho.
– Pues bueno, supongo que ya sabrás lo de la crisis nerviosa de Valerie -dijo Win.
– Sí.
– Fue hace seis años. Ella apenas tenía dieciocho. La versión oficial es que no pudo soportar la presión.
– ¿La versión oficial, dices?
– Y tal vez sea la verdad. La presión que debía soportar era realmente impresionante. Podría decirse sin exagerar que su ascenso fue meteórico, pero ni mucho menos tanto como las expectativas que se habían creado en el mundo del tenis alrededor de ella. Su consiguiente declive, por lo menos hasta el momento de sufrir la crisis nerviosa, fue lento y doloroso. Ni mucho menos como el tuyo. Tu caída, si no te importa que use esa palabra, fue mucho más rápida. Como una guillotina. Un día eras el número uno de los Celtics y al siguiente estabas acabado. Fin. Pero, al contrario que Valerie, tú sufriste una desafortunada lesión y por lo tanto no se te pudo criticar. La gente sintió pena por ti. Diste una imagen emotiva. En cambio, la caída de Valerie dio la impresión de ser culpa suya. Se le llamó fracasada y fue ridiculizada, pero aun así no era más que una niña. De cara al público en general, fue la veleidosa mano del destino quien puso fin a la carrera de Myron Bolitar. Sin embargo, en el caso de Valerie Simpson, ella y sólo ella fue la culpable de su desgracia. De cara al público, no tuvo la fortaleza mental necesaria para seguir adelante y, por consiguiente, su caída fue lenta, tortuosa y brutal.
– ¿Y qué relación tiene eso con el asesinato?
– A lo mejor ninguna. Pero siempre he pensado que las circunstancias que rodearon la crisis nerviosa de Valerie fueron un poco inquietantes.
– ¿Por qué?
– Su calidad de juego se había deteriorado, eso está claro. Pero su entrenador, aquel famoso caballero a quien tanto le gusta rodearse de celebridades…
– Pavel Menansi.
– Como se llame. Seguía creyendo que Valerie podía jugar de nuevo y volver a ganar. Siempre lo decía.
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