Myron encontró a Duane sentado en el sillón. Llevaba puestas sus Ray-Ban, como de costumbre, y se acariciaba aquella barba tan corta que tenía con la mano izquierda. Wanda, la novia de Duane, estaba junto a la cocina. Era alta, mediría un metro sesenta más o menos. Podría decirse que era de constitución atlética, sin llegar a ser musculosa, y desde luego una mujer despampanante. Sus pupilas no paraban de mirar a todos lados como si fueran bolas de pinball.
El apartamento no era muy grande. La decoración, la típica de los apartamentos de alquiler de Nueva York, dado que Duane y Wanda se habían mudado allí hacía sólo unas semanas. Además, el contrato se renovaba al cabo del mes, por lo tanto no había motivo para arreglar demasiado el piso. Y con el dinero que Duane estaba a punto de empezar a ganar, muy pronto iban a poder vivir donde quisieran.
– ¿Le has dicho algo? -le preguntó Myron.
– Todavía no -dijo Duane negando con la cabeza.
– ¿Quieres hacerme el favor de explicar qué está pasando aquí?
– No lo sé -comentó Duane negando de nuevo con la cabeza.
En la habitación había otro policía. Un tipo joven. Muy joven. Tan joven que parecía tener alrededor de doce años. Probablemente acababan de ascenderlo a detective. Tenía un bloc de notas en la mano y el bolígrafo a punto para empezar a escribir.
Myron se volvió hacia Roland Dimonte, que tenía las manos en las caderas y emanaba autosuficiencia por todos los poros.
– ¿De qué se trata? -le preguntó Myron.
– Sólo queremos hacerle unas cuantas preguntas a su cliente.
– ¿Sobre qué?
– Sobre el asesinato de Valerie Simpson.
– Yo no sé nada -contestó Duane ante la mirada que le dirigió Myron.
Dimonte se sentó, convirtiendo el hecho en todo un acontecimiento. Igual que en El Rey Lear.
– ¿Entonces no le importará que le hagamos unas preguntas? -dijo Dimonte.
– No -contestó Duane en tono no muy convencido.
– ¿Dónde se encontraba cuando se produjo el disparo?
Duane miró a Myron y éste asintió en silencio.
– Estaba en el estadio.
– ¿Qué hacía allí?
– Jugar al tenis.
– ¿Quién era su rival?
– Eres realmente bueno, Rolly -dijo Myron.
– Cállese la puta boca, señor Bolitar.
– Ivan Restovich -contestó Duane.
– ¿Siguió el partido después del disparo?
– Sí. Al fin y al cabo era un partido decisivo.
– ¿Oyó el disparo?
– Sí.
– ¿Y qué hizo?
– ¿Cómo que qué hice?
– Al oír el disparo.
– Pues nada -dijo Duane encogiéndose de hombros-. Me quedé ahí esperando hasta que el juez de silla nos dijo que siguiéramos jugando.
– ¿No abandonó la cancha en ningún momento?
– No.
El policía joven no paraba de anotarlo todo sin levantar la vista del bloc.
– ¿Y después qué hizo? -preguntó Dimonte.
– ¿Cuándo?
– Después del partido.
– Me hicieron una entrevista.
– ¿Quién le hizo la entrevista?
– Bud Collins y Tim Mayotte.
El policía joven alzó la vista un momento poniendo cara de no haber entendido.
– Mayotte -le dijo Myron-, eme, a, i griega, o, te, te, e.
El policía hizo un gesto afirmativo con la cabeza y anotó el nombre a toda prisa.
– ¿De qué hablaron? -preguntó Roland.
– ¿Cómo?
– En la entrevista. ¿Qué le preguntaron?
Dimonte le lanzó a Myron una mirada desafiante llena de odio y éste le respondió con un gesto afirmativo muy cordial con la cabeza y otro de aprobación con los dedos pulgares al estilo de los pilotos de aviones.
– No pienso repetírselo más, señor Bolitar. Deje de hacerse el gilipollas.
– Sólo estaba admirando tu técnica.
– En menos de un minuto podrá admirarla desde la celda de la cárcel.
– ¡Uy, que me da algo! -contestó Myron con sorna.
Roland Dimonte volvió a lanzarle otra mirada asesina y luego volvió a centrarse en Duane.
– ¿Conocía a Valerie Simpson?
– ¿En persona?
– Sí.
– Pues no -dijo Duane negando con la cabeza.
– Pero habían hablado en alguna ocasión.
– No.
– ¿No la conocía de nada?
– Así es.
– ¿Nunca había tenido ningún tipo de contacto con ella?
– Nunca.
Roland Dimonte se cruzó de piernas dejando descansar una de sus botas sobre la rodilla y se acarició con los dedos la piel de serpiente color blanco y lila. Myron no lograba entender cómo a alguien podía gustarle acariciar aquello, pero Dimonte lo hacía como si fuera su mascota.
– ¿Y usted, señorita?
– Perdón, ¿cómo dice? -comentó Wanda un tanto asustada.
– ¿Conocía usted a Valerie Simpson?
– No -respondió Wanda en un tono apenas audible.
Dimonte volvió a centrarse en Duane.
– ¿Había oído hablar de Valerie Simpson en anteriores ocasiones?
Myron puso los ojos en blanco, pero esta vez consiguió contenerse. No quería pasarse. Dimonte no era tan tonto como parecía. Nadie suele serlo. Estaba intentando que Duane se confiara para lanzarle entonces un revés devastador. La misión de Myron consistía en romperle el ritmo con unas cuantas interrupciones bien colocadas. Pero no demasiadas.
Myron Bolitar, el amante de la cuerda floja.
– Sí, había oído hablar de ella -dijo Duane encogiéndose de hombros.
– ¿En qué términos?
– Había estado en el circuito. Hace un par de años, creo.
– ¿En el circuito de tenis?
– No, en el circuito de los clubes nocturnos -interrumpió Myron-. Solía hacer el número previo al de Anthony Newley en Las Vegas.
Menuda capacidad de contención…
– Señor Bolitar, me está usted empezando a cabrear -dijo Dimonte lanzándole de nuevo su mirada asesina.
– ¿Piensa ir al grano de una vez?
– Yo hago los interrogatorios poco a poco. No me gusta precipitarme.
– Pues deberías hacer lo mismo al comprar calzado -repuso Myron.
A Dimonte se le enrojeció el rostro.
– Señor Richwood, ¿cuánto tiempo lleva en el circuito? -preguntó Dimonte sin dejar de mirar a Myron con un odio cada vez más profundo.
– Seis meses -contestó Duane.
– ¿Y en esos seis meses no había visto nunca a Valerie Simpson?
– Exactamente.
– Muy bien. Ahora veamos si lo he entendido bien. Usted estaba jugando un partido cuando se disparó el arma. Terminó el partido. Le estrechó la mano a su rival. Porque supongo que le estrechó la mano a su rival, ¿no es cierto?
Duane asintió con la cabeza.
– Y entonces concedió la entrevista.
– Eso es.
– ¿Se duchó antes o después de la entrevista?
– De acuerdo, ya es suficiente -dijo Myron llevándose las manos a la cabeza.
– ¿Tiene algún problema, señor Bolitar?
– Pues sí. Las preguntas que le estás haciendo son totalmente estúpidas. Voy a aconsejarle a mi cliente que deje de contestarlas.
– ¿Por qué? ¿Acaso tiene su cliente algo que ocultar?
– Sí, mira Rolly, es que eres demasiado listo para nosotros. Fue Duane quien la mató. Varios millones de personas estaban viéndolo por televisión en el momento del disparo. Y varios miles de personas más estaban viéndolo en directo. Pero no era él quien estaba jugando, era su hermano gemelo, de quien fue separado en el momento de nacer. Eres demasiado listo para nosotros Rolly. Confesaremos.
– No he descartado esa posibilidad -dijo Dimonte.
– ¿Qué posibilidad? -preguntó Myron.
– La de ese «confesaremos» en plural. Tal vez usted tuviera algo que ver. Usted y ese yuppy psicópata amigo suyo.
Se refería a Win. Había muchos policías que conocían a Win. A ninguno de ellos le caía bien. Pero el odio era mutuo.
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