Se internaron entre la multitud abriéndose paso a empujones. Entre algunos había cundido el pánico sin traba alguna, pero otros ni se habían inmutado. Al fin y al cabo se trataba de Nueva York y, por otro lado, las colas de los puestos de refrescos eran muy largas y a nadie le hacía gracia perder la tanda.
La chica estaba tendida boca abajo delante de un puesto que servía champán Moët a 7,50 dólares la copa. Myron la reconoció de inmediato, incluso antes de agacharse y dar vuelta al cuerpo. Pero cuando le vio la cara, cuando vio aquellos fríos ojos azules devolviéndole la mirada y observándolo con la atención imperturbable de la muerte, se le encogió el corazón. Miró a Win, pero el rostro de éste, como de costumbre, carecía de expresión.
– Pues vaya un regreso al mundo del tenis -dijo Win.
– Tal vez deberías dejar de darle vueltas -dijo Win.
Win tomó la FDR Drive en dirección sur con su Jaguar XJR. Llevaba la radio sintonizada en la WMXV, 105.1 FM, en un espacio dedicado al soft rock. En ese momento se oía a Michael Bolton haciendo una nueva versión de un viejo clásico de los Four Tops. Lamentable. Como ver a Bea Arthur hacer la nueva versión de una película de Marilyn Monroe.
Tal vez «soft rock» significara en realidad «rock de la peor clase».
– ¿Te importa que ponga un casete? -dijo Myron.
– Claro que no.
Win cambió de carril de un volantazo. La manera más suave de definir la forma de conducir de Win sería la de «creativa». Myron, que intentaba no mirar la carretera, insertó el casete de la versión original de How to Succeed in Business Witbout Really Trying. Al igual que Myron, Win tenía una gran colección de musicales de Broadway. En la cinta, Robert Morse cantaba a una chica llamada Rosemary, pero la mente de Myron seguía fija en una chica llamada Valerie Simpson.
Valerie estaba muerta. De un balazo en el pecho. Le habían disparado en la zona de los puestos de comida del United States Tennis Association National Tennis Center durante la primera ronda del Grand Slam estadounidense y, aun así, nadie había visto nada. O, por lo menos, nadie había dicho nada.
– Ya vuelves a poner esa cara -dijo Win.
– ¿Qué cara? -preguntó Myron.
– La cara de «quiero ayudar al mundo» -respondió Win-. No era dienta tuya.
– Pero iba a serlo.
– Cosa muy diferente. Su destino no te concierne.
– Hoy me había llamado tres veces -dijo Myron-. Y al ver que no podía ponerse en contacto conmigo por teléfono, ha venido a las pistas. Y entonces ha sido cuando la han matado.
– Una historia muy triste -dijo Win-, pero no te concierne.
El velocímetro rondaba los ciento treinta.
– Oye, Win.
– Dime.
– Estás yendo por la izquierda, vas en dirección contraria.
Win dio un volantazo, cruzó dos carriles y tomó la salida de la autopista. Minutos más tarde, el Jaguar entraba en el parking Kinney de la Calle 52. Después de aparcar el coche le dieron las llaves a Mario, el encargado. En Manhattan hacía calor. Mucho calor. La acera abrasaba los pies a través de la suela de los zapatos. El humo de los coches se unía a la humedad que pendía del aire como los frutos de un árbol. Respirar suponía todo un esfuerzo. Sudar, en cambio, no. El truco consistía en reducir el sudor al mínimo mientras se caminaba y esperar a que el aire acondicionado secara la ropa sin provocar una neumonía.
Myron y Win fueron en dirección sur por Parle Avenue hacia el rascacielos de Inversiones y Valores Lock-Horne. El edificio entero pertenecía a la familia de Win. El ascensor se detuvo en la planta número doce, Myron salió y Win se quedó dentro. Su despacho de la compañía Lock-Horne estaba dos pisos más arriba.
– Yo la conocía -dijo Win antes de cerrarse las puertas del ascensor.
– ¿A quién?
– A Valerie Simpson. Fui yo quien le dio tu número de teléfono.
– ¿Y por qué no me lo dijiste?
– No tenía ningún motivo para hacerlo.
– ¿Erais amigos íntimos?
– Eso depende de lo que entiendas por amigo íntimo. Ella era de una familia adinerada de Filadelfia, como la mía. Los dos éramos miembros de los mismos clubes privados, de las mismas asociaciones benéficas, todo eso. De niños de vez en cuando nuestras familias veraneaban juntas. Pero llevaba años sin saber nada de ella.
– ¿Y te llamó así, sin más?
– Podría decirse que sí.
– ¿Y qué es lo que tú dirías?
– ¿Es un interrogatorio?
– No. ¿Tienes alguna idea de quién puede haberla asesinado?
– Ya hablaremos luego -dijo Win con total tranquilidad-. Ahora mismo tengo asuntos que atender.
Las puertas del ascensor se cerraron y Myron se quedó allí de pie un momento, como esperando a que las puertas volvieran a abrirse. Después recorrió el rellano y abrió la puerta en la que se leía: «MB Representante Deportivo Inc».
– Madre mía, vas hecho un cromo -dijo Esperanza desde su mesa al verlo entrar.
– ¿Te has enterado de lo de Valerie?
Esperanza hizo un gesto afirmativo con la cabeza. En caso de sentirse culpable por haberse referido a ella como «la reina de hielo» momentos antes del asesinato, no se le notaba.
– Tienes sangre en la chaqueta.
– Ya lo sé.
– Ned Tunwell, de Nike, está en la sala de reuniones.
– Pues supongo que tendré que verlo -dijo Myron-. Deprimiéndome no voy a arreglar nada.
Esperanza se quedó mirándolo, inexpresiva.
– No hace falta que te pongas así -añadió Myron-, estoy bien.
– Estoy conteniendo las lágrimas -dijo ella.
La viva imagen de la compasión.
Cuando Myron abrió la puerta de la sala de reuniones, Ned Tunwell se le tiró encima como un cachorro contento, esbozó una sonrisa de oreja a oreja y le dio una gran palmada en la espalda. Myron pensó que sólo faltaba que le saltara al regazo para lamerle la cara.
Ned Tunwell parecía tener unos treinta y pocos, más o menos como Myron. Todo él estaba siempre de buen talante, como un haré krishna con sobredosis de anfetaminas o como Flipper en medio de un parque acuático. Llevaba chaqueta azul, camisa blanca, pantalones caqui, corbata chillona y, lógicamente, zapatillas de tenis Nike. Tenía el pelo muy rubio y llevaba uno de esos bigotes que parecen la marca que deja la leche.
Al cabo de un rato, Ned consiguió calmarse y sacó una cinta de vídeo.
– ¡Ya verás cuando veas esto! -dijo muy emocionado-. Myron, te va a encantar. Es fantástico.
– Veámoslo entonces.
– En serio, Myron, es fantástico. Absolutamente fantástico. Increíble. Ha quedado mejor de lo que esperaba. Manda al traste todo lo que hicimos con Courier y Agassi. Te va a encantar. Es fantástico. Fantástico de verdad.
La palabra clave estaba clara: fantástico.
Tunwell encendió el televisor y puso la cinta en el reproductor. Myron se sentó e intentó dejar de pensar en el cadáver de Valerie Simpson. Necesitaba concentrarse. Lo que Ned iba a enseñarle, el primer anuncio publicitario de Duane, era crucial. De hecho, aquellos anuncios contribuían más a crear la imagen de un deportista que ninguna otra cosa, ni siquiera lo bien que jugara o cómo lo retrataran los medios de comunicación. Eran los anuncios lo que definía a los deportistas. Todo el mundo conocía a Michael Jordan como Air Jordan. La mayoría de los aficionados no sabrían decir si Larry Johnson había jugado con los Charlotte Hornets pero, en cambio, lo sabían todo sobre la personalidad de su abuela… La campaña adecuada definía. En cambio, una mala campaña podía acabar con la carrera de cualquiera.
– ¿Cuándo va a salir por la televisión?
– Durante los cuartos de final. Vamos a bombardear todas las cadenas a lo bestia.
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