– Algo así -dijo Myron.
– Perfecto.
– No quiero que te lances a por ellos sin mi presencia.
– ¿Es que no te fías de mi buen criterio?
– No lo hagas, ¿de acuerdo?
Win se encogió de hombros y preguntó:
– ¿Y cómo ha ido la visita a la finca de los Van Slyke?
– He conocido a Kenneth. Pero no hemos acabado de congeniar del todo.
– Ya me lo imagino.
– ¿Lo conoces? -preguntó Myron.
– Uy, y que lo digas…
– ¿Es tan gilipollas como yo creo?
– De proporciones épicas -comentó Win extendiendo las manos.
– ¿Sabes algo más de él?
– Nada relevante.
– ¿Quieres investigarlo?
– Desde luego que no. ¿Qué más has descubierto?
Myron le contó todos los detalles de la visita a los Van Slyke y a Jake.
– Muy curioso, muy curioso -dijo Win cuando Myron terminó.
– Sí.
– ¿Y cuál es el siguiente paso? -preguntó Win.
– Quiero atacar este asunto desde varios frentes.
– Que son…
– El psiquiatra de Valerie, para empezar.
– Ése te soltará tonterías como lo del secreto profesional -dijo Win descartando la idea con un ademán-. ¿Quién más?
– La madre de Curtis Yeller presenció cómo le disparaban a su hijo. Además es la tía de Errol Swade. Tal vez tenga algo que decir de todo esto.
– ¿Como por ejemplo?
– Tal vez sepa qué fue de Errol.
– ¿Y qué? ¿Crees que te lo va a decir?
– Nunca se sabe.
– O sea, que básicamente tu plan consiste en patalear de impotencia.
– Más o menos. También tendría que hablar con el senador Cross. ¿Crees que podrías concertarme una entrevista?
– Puedo probar -dijo Win-. Pero tampoco vas a sacar nada de él.
– Caray, hoy estás rebosante de optimismo.
– Sólo te digo las cosas como son.
– ¿Has descubierto alguna cosa en el Plaza?
– Pues sí, así es. -Win se recostó en la silla y juntó las yemas de los dedos-. Valerie sólo hizo cuatro llamadas en los últimos tres días. Todas dirigidas a tu despacho.
– Una para concertar una cita y hablar conmigo -dijo Myron-. Y las otras tres el día de su muerte.
– Impresionante -dijo Win emitiendo un leve silbido-. Primero descubres que Kenneth es un gilipollas y ahora esto.
– Sí, a veces tengo miedo de mí mismo. ¿Algo más?
– Uno de los porteros del Plaza recordaba bastante a Valerie -continuó Win-. Y después de darle una propina de veinte dólares, recordó que Valerie salía mucho a dar paseos cortos. El tipo lo encontraba curioso, porque los huéspedes sólo suelen salir de vez en cuando y no cada pocos minutos.
Myron cayó de repente en la cuenta.
– Hacía llamadas desde una cabina.
– Ya he llamado a Lisa -dijo Win asintiendo-, aquella amiga mía que trabaja en la compañía telefónica NYNEX. Por cierto, ahora me debes dos entradas para el Open.
«Genial», pensó Myron.
– ¿Y qué ha descubierto tu amiga?
– El día antes del asesinato de Valerie, se hicieron dos llamadas desde una cabina cerca del cruce entre la Quinta Avenida y la Calle 59 a la residencia del señor Duane Richwood.
Myron sufrió un arranque de desaliento.
– Mierda.
– Pues sí.
– O sea que Valerie no sólo llamó a Duane -dijo Myron-, sino que encima se esforzó todo lo posible para que nadie llegara a saberlo.
– Eso parece.
– Tendrás que hablar con él -dijo Win tras un momento de silencio.
– Lo sé.
– Espérate a que acabe el torneo -añadió Win-. Entre el Open y la gran campaña de Nike. No hay necesidad de distraerlo ahora mismo. Puede esperar.
Myron negó con la cabeza.
– Hablaré con él mañana mismo. Después del partido.
François, el maître de La Reserve, revoloteaba alrededor de su mesa como un buitre esperando la muerte, o peor, como un maître de Nueva York esperando una propina muy generosa. Desde que había descubierto que Myron era íntimo amigo de Windsor Horne Lockwood III, François se había hecho amigo suyo del mismo modo que los perros se hacen amigos de quien les da de comer.
Como entrantes le recomendó el aperitivo de salmón en rodajas finas y el bacaladito especial del chef. Myron aceptó ambas sugerencias y lo mismo hizo el señor Crane, que hasta el momento no había dicho palabra. Luego el señor Crane pidió la sopa de cebolla e hígado, y en ese momento Myron decidió que en las próximas horas no iba a darle ningún beso. Después, Eddie pidió las colas de escargot y langosta. El chico aprendía con mucha rapidez.
– ¿Me permite que le recomiende un vino, señor Bolitar? -dijo François.
– Adelante.
Ochenta y cinco pavos tirados por la borda.
El señor Crane tomó un sorbo y asintió con la cabeza en señal de aprobación. Todavía seguía sin haber sonreído ni una sola vez y sin haber intercambiado apenas ninguna gracia. Por suerte para Myron, Eddie era un buen chico. Listo y educado, era un verdadero placer charlar con él. Pero cada vez que el señor Crane se aclaraba la garganta, como en aquel preciso instante, Eddie se callaba de inmediato.
– Recuerdo cuando usted jugaba al básquet en Duke, señor Bolitar -dijo el señor Crane.
– Por favor, llámeme Myron.
– De acuerdo.
En lugar de devolverle la cortesía, Crane frunció el ceño. Las cejas eran su rasgo más prominente, pues eran increíblemente gruesas, tenían aspecto de enojo constante y no paraban de moverse sobre sus ojos. Parecían dos huroncillos que se le arrastraran por la frente.
– ¿Fue el capitán del equipo de Duke? -preguntó Crane.
– Durante tres años -contestó Myron.
– ¿Y ganó dos campeonatos de la NCAA?
– Los ganó mi equipo, sí.
– Le vi jugar en varias ocasiones. Era bastante bueno.
– Gracias.
Crane se inclinó hacia él mientras sus cejas se volvían aún más pobladas y le dijo:
– Si no recuerdo mal, los Celtics lo eligieron en la primera ronda.
Myron asintió en silencio.
– ¿Cuánto tiempo jugó con ellos? Creo que no fue mucho.
– Me lesioné la rodilla en un partido de la pretemporada de mi primer año.
– ¿Y no volvió a jugar más? -dijo Eddie. Tenía ojos jóvenes y abiertos como platos.
– Nunca más -dijo Myron sin inmutarse.
Aquella era una lección más útil que cualquier conferencia que pudiera llegar a dar. Como el funeral de un compañero de clase que hubiera muerto por conducir bebido.
– ¿Y entonces qué hizo con su vida? -preguntó el señor Crane-. Después de la lesión, quiero decir.
La entrevista personal formaba parte del proceso. Sin embargo, ser ex jugador hacía que esa parte fuera un poco más dura, porque la gente tendía a pensar que eras tonto.
– Estuve haciendo rehabilitación durante mucho tiempo -dijo Myron-. Pensaba que iba a poder sobreponerme a las circunstancias, desafiar a los médicos, volver a jugar. Cuando finalmente fui capaz de enfrentarme a la realidad, comencé la carrera de Derecho.
– ¿Dónde?
– En Harvard.
– Impresionante.
Myron intentó poner cara de modestia y hasta estuvo a punto de pestañear inocentemente.
– ¿Publicó algún artículo sobre temas legales?
– No.
– ¿Hizo algún máster?
– No.
– ¿Qué hizo después de graduarse?
– Me hice agente.
El señor Crane volvió a fruncir el ceño.
– ¿Cuánto tiempo tardó en terminar la carrera?
– Cinco años.
– ¿Por qué tardó tanto?
– Trabajaba a la vez que estudiaba.
– ¿Y qué hacía?
– Trabajaba para el gobierno.
Era una respuesta adecuada a la vez que imprecisa. Esperaba que el señor Crane no quisiera saber más.
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