Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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– He pensado que podría encontrarle por aquí.

– ¿Qué hay de nuevo, Jake? -preguntó Myron a través de la ventanilla bajada.

– Estamos a punto de pasarle a la prensa el nombre de Nancy Serat.

– Gracias por avisarme -dijo Myron asintiendo.

– Pero no he venido sólo para eso.

A Myron no le gustó nada el tono de aquella frase.

– También tenemos a un sospechoso -prosiguió Jake-. Nos lo hemos llevado para interrogarlo.

– ¿A quién?

– A su cliente -respondió Jake-. Christian Steele.

Capítulo 34

– ¿Qué ha hecho Christian? -inquirió Myron.

– Apenas hacía una semana que Nancy Serat había alquilado esa casa -repuso Jake-. Tal vez uno o dos días antes de irse a Cancún. Ni siquiera había tenido tiempo de deshacer las maletas.

– ¿Y?

– ¿Cómo puede ser que las huellas dactilares de Christian Steele, huellas frescas y claras, estén por toda la casa? En el pomo de la puerta de entrada, en un vaso, en la repisa de la chimenea…

– Vamos, Jake -dijo Myron esforzándose por no revelar lo sorprendido que estaba-. No puede arrestarlo por algo así. La prensa se lo va a comer vivo.

– Como si me importara una mierda.

– No tiene nada contra él.

– Pero estaba en la escena del crimen.

– ¿Y qué? También estaba Jessica. ¿La va a arrestar a ella también?

Jake se desabrochó la chaqueta dejando expandir su barriga. Llevaba un traje marrón, de alrededor del año 1972 después de Cristo. Dicho de otra manera: de solapas. Ese Jake no era ningún esclavo de la moda.

– Muy bien, listillo -dijo Jake-. ¿Me va a contar entonces lo que hacía su cliente en la casa de Nancy Serat?

– Se lo preguntaremos. Hablará con usted. Christian es un buen chico, Jake. No le arruine el futuro por una mera especulación.

– Sí, claro. No querría arruinarle a usted las comisiones que se lleva.

– Eso ha sido un golpe bajo, señor Courter.

– No tengo nada contra usted, señor Bolitar, pero ese chico es su mejor cliente, su pasaporte al éxito. Y no quiere que sea culpable.

Myron se quedó mirándolo sin decir nada.

– Deje el coche aquí -dijo Jake-. Le llevaré en el mío a la comisaría.

La comisaría estaba a menos de dos kilómetros de distancia. Al aparcar el coche, Jake le dijo:

– Ha venido el nuevo fiscal del distrito. Un personajillo llamado Roland.

Oh-oh…

– ¿Cary Roland? -preguntó Myron-. ¿Tiene el pelo rizado?

– ¿Lo conoce?

– Sí-Siempre anda promocionándose a sí mismo -dijo Jake-. Se le pone tiesa cuando se ve a sí mismo por la tele. Casi se corre de gusto al oír el nombre de Christian.

«Como si lo viera», pensó Myron. Cary Roland y él eran viejos conocidos. Aquello no pintaba nada bien.

– ¿Ha hecho público lo de las huellas de Christian?

– Todavía no -dijo Jake-. Cary ha decidido posponerlo hasta las once. Así podrá salir en directo en todas las cadenas.

– Y así tendrá tiempo de sobra para arreglarse la permanente.

– Sí, eso también.

Christian estaba sentado en una salita de como máximo tres por tres. Estaba delante de una mesa de despacho, sin lámparas. No había nadie más.

– ¿Dónde está Roland? -preguntó Myron.

– Detrás del espejo.

Un espejo espía, incluso en una comisaría cutre como aquélla. Myron entró en la salita, se miró en el espejo, se ajustó la corbata y se contuvo para no hacer un gesto con el dedo corazón dedicado a Roland. Todo un acto de madurez por su parte.

– ¿Señor Bolitar?

Myron se dio la vuelta y vio a Christian saludándole como si acabara de ver a un familiar entre las gradas.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Myron.

– Estoy bien -respondió Christian-. No entiendo qué hago aquí.

Un agente uniformado entró en la salita con una grabadora. Myron se volvió hacia Jake y le dijo:

– ¿Está bajo arresto?

– Casi se me olvida, señor Bolitar. Usted también es abogado. Me gusta tratar con profesionales.

– ¿Está bajo arresto? -volvió a preguntar Myron.

– Todavía no. Sólo queremos hacerle algunas preguntas.

El agente uniformado se ocupó de los prolegómenos y luego Jake empezó a hablar.

– Soy el sheriff Jake Courter, señor Steele. ¿Se acuerda de mí?

– Sí, señor. Usted es quien se encarga de investigar la desaparición de mi novia.

– Así es. Muy bien, señor Steele, ¿conoce a una mujer llamada Nancy Serat?

– Era la compañera de habitación de Kathy en Reston.

– ¿Sabía que Nancy fue asesinada ayer por la noche?

Christian puso los ojos como platos y se volvió hacia Myron. Éste asintió con la cabeza.

– Dios mío… no…

– ¿Era amigo de Nancy Serat?

– Sí, señor -dijo Christian con voz apagada.

– Señor Steele, ¿podría decirnos dónde estuvo ayer por la noche?

– ¿Ayer por la noche a qué hora? -intervino Myron.

– Desde que se marchó del entrenamiento hasta que se fue a dormir.

Myron vaciló. Aquello era una trampa. Podía intentar desactivarla o podía dejar que Christian se ocupara de ella él solo. En circunstancias normales, Myron no hubiera dudado en intervenir y avisar a su cliente de lo que podría implicar dar una respuesta equivocada, pero en aquel momento Myron se apoyó en el respaldo de la silla y se limitó a observar.

– Si lo que quiere saber es si estuve con Nancy Serat ayer por la noche -dijo Christian poco a poco-, la respuesta es sí.

Myron exhaló un suspiro de alivio. Volvió a mirar al espejo espía y sacó la lengua. Adiós a su porte maduro.

– ¿A qué hora? -preguntó Jake.

– Hacia las nueve.

– ¿Dónde estuvo con ella?

– En su casa.

– ¿La del número ciento dieciocho de Acre Street?

– Sí, señor.

– ¿Cuál fue el motivo de su visita?

– Nancy acababa de volver de un viaje. Me llamó por teléfono y me dijo que tenía que hablar conmigo.

– ¿Le dijo por qué?

– Me dijo que era por algo relacionado con Kathy. No quiso decirme nada más por teléfono.

– ¿Qué pasó cuando llegó usted al número ciento dieciocho de Acre Street?

– Nancy estuvo a punto de echarme a empujones. Dijo que tenía que marcharme de inmediato.

– ¿Le dijo por qué?

– No, señor. Le pregunté a Nancy qué estaba pasando, pero ella insistió. Me prometió que me llamaría al cabo de un par de días y que me lo contaría todo, pero que en aquel momento tenía que irme.

– ¿Qué hizo usted?

– Discutí con ella durante uno o dos minutos. Ella empezó a enfadarse y a decir cosas sin sentido. Al final me cansé y me marché.

– ¿Qué tipo de «cosas» le dijo?

– Algo sobre un reencuentro entre hermanas.

Myron se puso en pie.

– ¿Qué quiere decir con un reencuentro entre hermanas? -preguntó Jake.

– No me acuerdo muy bien. Fue algo como: «Ya es hora de que las hermanas vuelvan a encontrarse». La verdad es que nada de lo que decía tenía mucho sentido, señor.

Jake y Myron se intercambiaron miradas interrogantes.

– ¿Recuerda algo más de lo que le dijo?

– No, señor.

– ¿Después fue directamente hacia su casa?

– Sí, señor.

– ¿A qué hora llegó a casa?

– A las diez y cuarto. Tal vez un poco más tarde.

– ¿Hay alguien que pueda confirmar la hora?

– No creo. Acabo de trasladarme a un apartamento en Englewood. A lo mejor me vio algún vecino, no sé.

– ¿Le importaría esperarse aquí un momento?

Jake le hizo una señal a Myron para indicarle que lo acompañara. Myron asintió, se inclinó hacia Christian y le dijo:

– No digas ni una palabra más hasta que yo vuelva.

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