Más silencio.
– ¿Qué? -preguntó Myron.
– Denunciar a los chicos que la habían violado. Enfrentarse a su pasado y superarlo. De lo contrario, éste la perseguiría durante el resto de su vida.
– ¿Y usted qué le dijo?
El decano hizo un gesto de dolor al oír la pregunta. Apagó el cigarrillo. Echó un vistazo al último cajón pero no sacó más.
– Le dije que se calmara. -Rió al recordarlo-. Que se calmara. A aquellas alturas la chica estaba tan carente de emoción, tan distante que podría haber estado leyendo el listín telefónico. Y yo voy y le digo que se calme. Por Dios…
– ¿Y qué más?
– Le dije que creía que aún estaba bajo los efectos del shock. Lo pensaba de veras. Le dije que tenía que pensar bien en todo, que tenía que tener en cuenta todas las posibles soluciones y no tomar una decisión que sin duda iba a afectar al resto de su vida sin haberlo meditado antes muy bien. Le dije que pensara lo que supondría revelar todo su pasado a su familia, a sus amigos, a su novio, a ella misma.
– En otras palabras -resumió Myron-, intentó convencerla de que no presentara cargos.
– Tal vez, pero en realidad no le dije lo que estaba pensando. Es decir, un putón verbenero que había estado metida en pornografía y sexo salvaje iba a denunciar que un grupo de estudiantes universitarios la había violado, dos de los cuales, según ella, habían tenido relaciones con ella en el pasado. Quería hacerla pensar en todo eso antes de tomar una decisión precipitada.
– No me vaya de santo, ahora -dijo Myron-. A usted le importaba una mierda. Ella acudió a usted en busca de ayuda y usted pensó en todo menos en ella. No hizo más que pensar en su queridísima institución. Pensó en el escándalo. En el equipo de fútbol que estaba a punto de ganar un torneo nacional. En su carrera, en cómo todo el mundo iba a saber que ella trabajaba para usted, que no le daba reparo irle a ver a su casa por la noche. Se vería involucrado. La gente lo investigaría a fondo y tal vez llegara a descubrir su insólito acuerdo matrimonial.
– ¿Qué le ocurre a mi acuerdo matrimonial? -preguntó el decano poniéndose tenso de repente.
– ¿Le dice algo la frase «una vez cada dos meses»?
– ¿Cómo…? -dijo el decano boquiabierto-. Es usted un joven muy bien informado -añadió ya más sereno, casi sonriendo.
– Omnisciente -le corrigió Myron-, casi divino.
– No pienso hablar de mi matrimonio, pero le mentiría si le dijera que no me pasaron por la cabeza todas esas consideraciones tan egoístas. Sin embargo, también estaba preocupado por Kathy. Un error como aquél…
– Una violación, señor decano. No un error. Kathy fue violada. No cometió ningún «error». No fue víctima de una indiscreción. Una pandilla de jugadores de fútbol se la tiraron en los vestuarios y se la fueron pasando de uno en uno en contra de su voluntad.
– Está usted simplificando las cosas.
– No, fue usted quien simplificó las cosas. Se limitó a poner a Kathy en último lugar.
– Eso no es cierto.
Myron negó con la cabeza. No era momento de hablar de eso.
– ¿Y qué pasó después de darle aquel consejo estelar a Kathy?
– Se quedó mirándome con cara de incredulidad -dijo el decano medio encogiéndose de hombros pero sin conseguirlo-. Como si la hubiera traicionado, cuando lo único que yo pretendía era ayudarla. O tal vez es que entendió mis palabras como acaba de hacerlo usted, no lo sé. Se levantó y me dijo que iba a volver por la mañana para presentar las denuncias. Y luego se marchó. Nunca volví a saber nada más de ella hasta que me llegó esa revista por correo. Y la llamada de teléfono de hace un par de noches.
– ¿Qué llamada de teléfono?
– Hace unos días, por la noche, alguien me llamó. Una voz femenina, tal vez Kathy, tal vez no, me dijo: «Que disfrutes con la revista. Ven a por mí. He sobrevivido».
– ¿«Ven a por mí. He sobrevivido»?
– Algo así, sí.
– ¿Qué quiso decir con eso?
– No tengo ni la más remota idea.
– ¿Qué pensó usted cuando se enteró de la desaparición de Kathy?
– Que había huido. Que al final había decidido que era demasiado. Pensé que volvería cuando estuviera preparada. La policía también lo vio así, hasta que encontraron su ropa interior. Entonces sospecharon de algún acto violento, aunque yo sabía que la ropa interior probablemente se debiera a la violación, así que seguí pensando que había huido.
– ¿No le pasó por la cabeza la posibilidad de que los violadores quisieran impedir que los denunciaran?
– Sí que me pasó por la cabeza, pero esos chicos no serían capaces de…
– Violadores -le corrigió Myron-. Unos «chicos» que violaron en grupo a una chica que no les había hecho ningún daño. ¿No se le ocurrió pensar que podían cometer un asesinato?
– Si la hubiesen querido matar no la habrían dejado marcharse -repuso el decano en tono firme-. Eso fue lo que pensé.
– O sea, que no dijo nada.
– Fue una equivocación -dijo el decano asintiendo con la cabeza-. Ahora me doy cuenta. Esperaba que hubiera huido un par de días para serenarse, pero una semana después me di cuenta de que ya era demasiado tarde para decir nada.
– Escogió vivir con la mentira.
– Sí.
– Era una estudiante, al fin y al cabo. Ella le pidió ayuda en el momento más difícil de toda su vida y usted se la quitó de encima.
– ¿Acaso piensa que no soy consciente de eso? -gritó el decano-. ¿Acaso piensa que eso no me ha estado destrozando por dentro durante este año y medio?
– Sí, claro, usted siempre pensando en el prójimo.
– ¿Qué cojones quiere de mí, señor Bolitar?
– Que dimita. De inmediato -dijo Myron tras levantarse de la silla.
– ¿Y si me niego?
– Entonces yo mismo lo arrastraré hasta que lo haga y será más horrible de lo que pueda usted llegar a imaginarse. Será lo primero que haga mañana a primera hora. Presentar su carta de dimisión.
El señor Gordon alzó la cabeza sosteniéndose la barbilla con los dedos. Pasaron unos instantes y su rostro empezó a suavizarse como bajo los efectos de un masajista. Cerró los ojos y dejó caer los hombros.
– Está bien -dijo asintiendo lentamente con la cabeza-. Gracias.
– Esto no es una penitencia. No se va a salvar tan fácilmente.
– Lo sé.
– Una última cosa: ¿le mencionó Kathy algún nombre?
– ¿Nombre?
– De los violadores.
– No -dijo en tono vacilante.
– Pero tiene alguna idea, ¿no?
– No está basada en nada concreto.
– Cuéntemela.
– Varios días después de su desaparición me di cuenta de que un estudiante estaba derrochando mucho dinero. Un alborotador. Se compró un BMW descapotable que me llamó la atención porque lo hizo pasar por encima del césped del campus destrozando un montón de hierba.
– ¿Quién?
– Un ex jugador de fútbol. Lo echaron del equipo por vender droga. Se llamaba Júnior Horton, pero la gente lo llamaba…
– Horty.
Myron se marchó sin decir una palabra más, tenía prisa por salir del edificio. Hacía un día precioso. Hacía calor pero no humedad y el sol del atardecer iba apagándose poco a poco pero sin llegar a ponerse todavía. El aire olía a césped recién cortado y a cerezos en flor. A Myron le entraron ganas de estirar una manta sobre el césped, echarse sobre ella y ponerse a pensar en Kathy Culver.
Pero no tenía tiempo para eso.
Al abrir la puerta del coche, oyó que el teléfono del Ford Taurus estaba sonando. Era Esperanza.
– No ha habido éxito con Lucy, Adam Culver no fue quien compró las fotos.
Otra teoría que se iba al garete. Pero entonces, cuando ya estaba a punto de poner el automóvil en marcha, oyó la voz de Jake Courter.
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