¿Eye-Spy? ¿La tienda de material de espionaje? ¿Qué significaba todo aquello?
– Gracias -dijo Jessica.
– ¿Desea algo más, señora Culver?
– Sí. Mi marido y yo tenemos toda nuestra contabilidad en un ordenador y me temo que se nos ha estropeado. ¿Podría decirme los talones más recientes que se han extendido a partir de nuestra cuenta, por favor?
– Por supuesto. Talón uno diecinueve por valor de doscientos noventa y cinco dólares a Volvo Finance, emitido el veinticinco de mayo -empezó a decir tras otro repiqueteo de teclas.
La cuota del coche.
– Talón uno dieciocho por valor de seiscientos cuarenta y nueve dólares a Inmuebles Getaway, también emitido el veinticinco de mayo -prosiguió la mujer.
– Un momento, ¿ha dicho Inmuebles Getaway?
– Sí, eso es.
– ¿Podría darme la dirección?
– Lo siento pero no disponemos de esa información.
Siguieron revisando el resto de los talones emitidos aquel mes, pero sin descubrir nada más. Jessica le dio las gracias a la mujer y colgó el teléfono.
¿Seiscientos y pico a Inmuebles Getaway? ¿Más de tres mil dólares a Eye-Spy? Cada vez había más cosas que no estaban claras.
De repente, Edward llamó a la puerta y saludó.
– Hola.
– Hola -contestó Jessica.
Edward entró en el despacho de su padre con la cabeza gacha.
– Siento lo del otro día -dijo Edward pestañeando varias veces-. Lo de que me fuera corriendo y eso.
– No pasa nada.
– Es que me pusiste negro con tanta pregunta -dijo Edward.
– Son preguntas que debemos hacernos -repuso Jessica-. Creo que todo está relacionado. Lo que le pasó a Kathy, lo que le pasó a papá y lo que hizo cambiar a Kathy.
Edward se estremeció al oír la palabra «cambiar» y luego negó con la cabeza. En la camiseta del día aparecían Beavis y Butthead.
– Te equivocas -dijo-. Eso no tiene nada que ver con lo que le pasó.
– Tal vez no -repuso Jessica-, pero sólo lo sabré si tú me lo cuentas.
– Es que no me gusta hablar de eso. Me resulta doloroso.
– Soy tu hermana. Puedes confiar en mí.
– Tú y yo nunca hemos hablado mucho -recordó Edward sin rodeos-. No como Kathy y tú.
– O como Kathy y tú -dijo Jessica-, pero yo te quiero igual, a pesar de todo.
– La verdad es que no sé por dónde empezar -confesó Edward al cabo de un rato-. Todo comenzó cuando iba al último curso del instituto. Tú acababas de trasladarte a Washington y yo estaba en Columbia. Vivía fuera de la universidad con mi amigo Matt. ¿Te acuerdas de él?
– Claro. Kathy salió con él durante dos años.
– Casi tres -concretó Edward-. Matt y Kathy parecían de otra época. Estuvieron juntos tres años y él nunca llegó a, bueno, nunca tuvieron relaciones íntimas. O sea, nunca. Y no porque no lo intentara, quiero decir, que Matt era tan mojigato como el que más, pero eso no quiere decir que no intentara irse a la cama con Kathy de vez en cuando, pero Kathy siempre se resistía.
Jessica asintió con la cabeza. Por aquel entonces, Kathy todavía le contaba sus cosas.
– A mamá le gustaba mucho Matt -continuó Edward-. Pensaba que era el mejor. Solía invitarlo a tomar el té como si fuera la madre obsesiva de El zoo de cristal. Era el caballero que se sentaba en el porche de su casa con su hija pequeña. A papá también le gustaba. Todo parecía ir bien. Tenían pensado prometerse pronto y casarse después de que ella se graduara, como en la típica historia de amor. Pero entonces, un día Kathy llamó por teléfono a Matt y lo dejó sin darle más explicaciones.
»Matt se quedó pasmado. Intentó hablar con ella, pero Kathy no quiso verlo. Yo también intenté hablar con ella, pero me mandó a tomar viento. Y luego empecé a oír rumores.
– ¿Qué clase de rumores? -preguntó Jessica cambiando de postura en la silla.
– Pues la clase de rumores que a un hermano no le gusta oír de su hermana -dijo Edward muy despacio.
– Uy…
– Peor que eso. La gente la criticaba constantemente. Decían que alguien había encontrado por fin la llave del cinturón de castidad de la señorita Mojigata y que ahora ya no había forma de cerrarlo otra vez. Una vez hasta me pegué con unos y me dieron una paliza por tratar de defender el honor de Kathy -dijo Edward pronunciando la palabra «honor» como si le repugnara su sonido.
»En casa también cambió. Ya no iba nunca a misa. Llegué a pensar que a mamá le daría un ataque, porque ya sabes cómo se pone ella con esas cosas.
Jessica asintió. Lo sabía muy bien.
– Pero nunca le dijo nada. Kathy comenzó a llegar tarde a casa, a ir a fiestas de la universidad y algunas noches ni siquiera venía a dormir.
– ¿Y mamá no le paró los pies? -preguntó Jessica.
– Es que no podía, Jess. Era increíble. Kathy se había pasado toda la vida sin levantarle la voz y a partir de entonces fue como si Kathy hubiera encontrado kriptonita. Mamá no podía ni tocarla.
– ¿Y qué hay de papá?
– Papá nunca fue tan estricto como mamá, ya lo sabes. Quería ser el colega de todo el mundo y no el malo de la película, pero curiosamente, durante todo aquel tiempo, Kathy se fue uniendo más a papá. Papá estaba emocionado por recibir tantas atenciones y creo que tenía miedo de mostrarse estricto y que ella dejara de hacerle caso.
Típico de su padre.
– ¿Y tú qué hiciste? -preguntó Jessica.
– Pues le planteé la cuestión cara a cara.
– ¿Y qué te dijo?
– Pues nada. Ni lo negó ni lo admitió. Se quedó imperturbable y me sonrió de manera extraña. Me dijo que yo no podía entenderlo porque era un ingenuo. ¡Ingenuo! ¿Tú te crees que Kathy podía llamarle «ingenuo» a alguien?
– Pero nada de eso explica cómo empezó todo, por qué cambió -dijo Jessica tras quedarse pensativa un momento.
Edward fue a decir algo, pero se contuvo. Luego extendió los brazos y los volvió a dejar caer como si le pesaran demasiado.
– Tuvo que ver algo que pasó con mamá -dijo con apenas un hilo de voz.
– ¿Qué?
– No lo sé. Puede que ella lo sepa. Kathy se apartó de ti y de mí, pero seguía queriéndonos. Sin embargo, mamá fue quien se llevó la peor parte.
Jessica se recostó en la silla de su padre, pensando en el comentario de su hermano.
– Ya sabía que Kathy había cambiado mucho estos dos últimos años, pero no tenía ni idea de que… -dijo Jessica en voz cada vez más baja.
– Pero el caso es que se acabó, Jess. Eso es lo que tienes que tener en cuenta.
– ¿Qué se acabó? -preguntó ella.
– Esta fase por la que pasó Kathy. Por eso no creo que tenga nada que ver con su desaparición. Porque cuando desapareció, todo eso ya era agua pasada.
– ¿Qué quieres decir con que ya era agua pasada?
– Pues que volvió a ser como antes. Bueno, no quiero decir que volviera a ir a misa todos los domingos ni que se hiciera la mejor amiga de mamá, pero lo que fuera que la hubiese trastornado había dejado de hacerlo. Volvía a ser la de siempre. Creo que Christian tuvo mucho que ver en eso. La ayudó a retomar el buen camino. La verdad es que dejó de comportarse como una putilla. Y lo mismo pasó con las drogas, la bebida y las fiestas. Y más cosas. Incluso recuperó su sonrisa.
Jessica recordó el expediente escolar de Kathy, las malas notas del último año de instituto y del principio de la universidad. Y después el repentino regreso de las buenas notas en el segundo semestre de su primer año en la universidad, cuando conoció a Christian. Todo encajaba con lo que le acababa de contar Edward.
Entonces, ¿el pasado no tenía nada que ver? ¿Todo aquel periodo de su vida ya era agua pasada, tal y como defendía Edward? Podía ser, pero Jessica lo dudaba mucho. Si de verdad todo eso ya estaba muerto y enterrado, ¿cómo es que había aparecido su foto en una revista pornográfica? Y eso la llevaba a la pregunta clave de todo aquel asunto: ¿Qué es lo que hizo cambiar a Kathy en un principio?
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