Myron no había tenido tiempo de cambiarse de ropa. Parecía que hubiese pasado la noche en el fondo del cesto de la ropa sucia.
Otto le esperaba en la última fila del palco del propietario del estadio de los Titans. Larry Hanson estaba sentado junto a él. Otto recibió a Myron con un apretón de su mano huesuda y una amplia sonrisa. Todo amabilidad. Larry le saludó con brevedad con la mano sin mirar a Myron a los ojos. No era de extrañar. Larry Hanson era un tipo duro, una bestia salvaje, incluso, pero siempre trataba de jugar limpio. No le gustaba hacer trampas y no le gustaba lo que hacía Otto. De hecho, parecía como si quisiera que se lo tragara la tierra.
– Por favor, Myron -dijo Otto extendiendo los brazos como si fuera un presentador de concursos televisivos-, siéntate donde quieras.
– Qué buen anfitrión eres, Otto.
– Intento serlo, Myron, gracias por darte cuenta.
– Se llama sarcasmo, Otto, sarcasmo.
Otto mantuvo impertérrito su sonrisa. Llevaba exactamente la misma perilla de siempre, ni un pelo más ni un pelo menos. Myron pensó que seguramente se la recortaba a diario. Se sentaron de cara al campo, en la yarda cincuenta. Cualquier hincha mataría por aquellos asientos. Abajo, en el césped, había jugadores dispersos por todo el campo. Myron vio a Christian caminando hacia el lateral. Llevaba el casco en la mano y la cabeza bien alta. Todavía no sabía lo del asesinato de Nancy Serat -todavía no habían hecho público su nombre-, pero los medios de comunicación no iban a tardar en lanzarse sobre él. Myron no podría protegerlo de todo, pero albergaba la esperanza de que la firma del contrato de Christian pudiera desviar la atención del asesinato.
– Bueno -dijo Otto dando una palmada-, ¿estás listo para firmar?
En el campo, a Christian le estaban presentando una panda de tipos de pelo largo. Myron los reconoció de un vídeo de la MTV. Eran el último descubrimiento de Otto Records, un grupo llamado StillLife. Su música sonaba bien, pero no tenían el talento en bruto de, por ejemplo, Papanicolau.
– Y tanto -dijo Myron-, me muero de ganas.
– Perfecto. Tengo un bolígrafo.
– Pues qué casualidad, yo tengo un contrato.
Myron le dio el contrato a Otto y éste se lo leyó rápidamente. Su boca seguía sonriendo, pero sus cejas adoptaron una expresión de preocupación. Otto le pasó el contrato a Larry Hanson.
– No lo entiendo, Myron. Parece que sea tu última oferta.
– Eres muy perceptivo, Otto.
– Pensaba que habíamos llegado a un acuerdo -dijo Otto.
– Claro, y ahí está.
– Creo que te olvidas de… -hizo una pausa para buscar la palabra adecuada- la repentina devaluación de Christian.
– Dicho así parece que estés hablando de una moneda extranjera.
Otto soltó una carcajada. Le echó una mirada a Larry como diciéndole: «Ríete tú también», pero Larry apenas consiguió esbozar una sonrisa.
– De acuerdo, Myron, lo admito. Hasta cierto punto, todos somos mercancías. Sin embargo, tu cliente tiene un cambio más bajo respecto al dólar estadounidense.
– Gracias por seguir con la metáfora, Otto, pero yo no lo veo así. -Myron observó a Larry-. ¿Cómo ha estado jugando, Larry?
– Bueno, todavía es muy pronto -dijo Larry carraspeando-. No se puede decir nada seguro en tan poco tiempo.
– ¿Pero si tuvieras que ponerle una nota a su rendimiento hasta la fecha?
– Digamos -repuso Larry tras carraspear de nuevo- que Christian no nos ha defraudado.
– Ahí lo tienes -dijo Myron igualando la sonrisa de Otto-. Su valor, en todo caso, ha aumentado tras demostrar lo que sabe hacer en el campo. Ahora ya tienes una buena prueba de su potencial. Por eso no veo la razón para rebajar la cantidad inicial.
Otto se puso en pie asintiendo, se llevó las manos a la espalda y se dirigió al bar.
– ¿Quieres algo de beber, Myron?
– ¿Tenéis Yoo-Hoo?
– No, no tenemos.
– Entonces nada.
Otto se sirvió un 7-Up sin siquiera preguntarle a Larry Hanson si quería algo.
– Tengo que admitir -dijo Otto- que la calidad que ha demostrado Christian hasta el momento ha sido impresionante, pero debo advertirte, Myron, y a ti también, Larry, que hay una gran diferencia entre practicar y jugar un partido de verdad, entre cómo juega un jugador en un scrimtnage y cómo reacciona ante una situación de presión.
Myron y Larry intercambiaron miradas y, sin decir nada, ambos entendieron lo mismo: Otto Burke era un gilipollas pedante.
– Pero déjame decirte también -prosiguió Otto- que nuestro producto depende de algo más que el mero rendimiento en el terreno de juego. Si, por ejemplo, nuestro equipo ganara la Super Bowl pero a la vez se viera involucrado en un escándalo relacionado con el mundo de las drogas o del sexo, el valor intrínseco del producto podría decrecer.
– ¿Podrías hacerme una gráfica? -preguntó Myron-. Es que creo que no lo entiendo.
– Lo que quiero decir es que la fotografía de esa revista guarra hace que Christian valga menos desde nuestro punto de vista -dijo Otto.
– Pero no es una foto suya.
– Es una foto de su novia.
– Ex novia.
– De una novia que desapareció en circunstancias muy extrañas.
– Christian y yo estamos dispuestos a correr el riesgo -dijo Myron-. Es una publicación de poca tirada. Hasta ahora no la ha visto nadie. Y estamos seguros de que nadie la verá.
Otto tomó un sorbo de 7-Up. Parecía estar disfrutándolo, ya que hasta exhaló un «¡aaah!» al final como si estuviera grabando un anuncio.
– Pero los medios de comunicación podrían llegar a enterarse.
– No lo creo -dijo Myron-. He hablado de eso con Christian y los dos pensamos lo mismo.
– Entonces es que los dos sois tontos.
La fachada de Otto se derrumbó y se agrietó un poco.
– Hombre, Otto, eso no ha sido muy amable por tu parte.
La fachada volvió a alzarse como la ventanilla eléctrica de un coche.
– Permíteme que te recuerde nuestra última charla sobre este mismo tema, Myron. A ver si lo entiendes. Se suponía que ibas a aceptar nuestro acuerdo y reducirlo en un tercio. Si no, la foto de la señorita Culver en paños menores llegará a los medios de comunicación y arruinará la carrera promocional de tu cliente.
– Pero él no ha hecho nada, Otto. Sólo es una foto de Kathy Culver.
– Da igual. A las compañías que ofrecen contratos publicitarios no les gusta ni el mínimo atisbo de controversia. Recuérdalo, Myron: en los negocios, la apariencia es mucho más importante que la realidad.
– Apariencia más importante que realidad; tengo que apuntarme eso.
– Fírmalo -dijo Otto sacando su propio contrato-. Ya.
Myron se limitó a sonreírle.
– Fírmalo, Myron, o te arruinaré -insistió Otto.
– No creo, Otto -dijo Myron, y empezó a desabrocharse la camisa.
– ¿Qué narices estás haciendo?
– No te emociones, Otto. No voy a pasar del tercer botón. Lo justo para enseñarte esto -dijo señalando un pequeño micrófono que tenía en el pecho.
– ¿Pero qué co…?
– Es un cable, Otto -le interrumpió Myron-. Va conectado a una grabadora que tengo sujeta en el cinturón. Si quieres enviar la foto a los medios de comunicación, allá tú. Puede que desacredite a Christian o puede que no. Yo, por mi parte, les enviaré esta cinta. Y también te meteré una denuncia de tres pares de cojones por todos los perjuicios que Christian pueda sufrir por tu culpa, además de conseguir que te arresten por extorsión y chantaje -dijo Myron sonriendo-. Siempre he soñado con montar una discográfica. A las tías les encanta, ¿verdad, Otto?
Otto se quedó mirándolo sin inmutarse y dijo:
– ¿Larry?
Читать дальше