– ¿Soy sospechoso, detective?
– Sólo estamos charlando amistosamente, señor Bolitar. Eso es todo.
– ¿Sabe a qué hora aproximada se produjo la muerte? -preguntó Myron.
Corbett le dedicó otra de sus cínicas sonrisas.
– Una vez más, no tengo la menor intención de resultar obtuso o grosero -dijo-, pero ahora mismo preferiría concentrarme en usted. -Su voz adquirió un tono más autoritario-. ¿Dónde estuvo anoche?
Myron recordó la reciente llamada de Linda a su teléfono móvil. Sin duda la policía ya la habría interrogado. ¿Les habría contado lo del secuestro? Probablemente no. En cualquier caso, él no era quién para mencionarlo., No sabía cómo estaban las cosas. No podía arriesgarse a decir algo que estuviera fuera de lugar; la seguridad de Chad estaba en juego. Lo mejor sería largarse de allí cuanto antes.
– Me gustaría ver a la señora Coldren.
– ¿Por qué?
– Para asegurarme de que se encuentra bien.
– Muy amable de su parte, señor Bolitar, y muy noble, pero me gustaría que contestara a mi pregunta.
– Antes quiero ver a la señora Coldren.
Corbett entornó los ojos en el más puro estilo policial.
– ¿Se niega a responder a mis preguntas?
– No, pero ahora mismo considero prioritario velar por el bienestar de mi futura cliente.
– ¿Cliente?
– La señora Coldren y yo hemos estado discutiendo la posibilidad de que firme un contrato con MB SportsReps.
– Entiendo -dijo Corbett, frotándose la barbilla-. Eso explicaría el rato que estuvieron juntos en la tienda.
– Contestaré a sus preguntas después, detective. Ahora preferiría comprobar cómo se encuentra la señora Coldren.
– Se encuentra bien, señor Bolitar.
– Me gustaría comprobarlo personalmente.
– ¿No se fía de mí?
– No es eso, pero si voy a ser el agente de la señora Coldren, ante todo tengo que estar a su disposición.
Corbett sacudió la cabeza y enarcó las cejas.
– ¿Qué intenta ocultar, señor Bolitar?
– ¿Puedo irme ya?
– No está arrestado -dijo Corbett-. De hecho -se volvió hacia los dos agentes-, hagan el favor de escoltar al señor Bolitar hasta la residencia de los Coldren. Asegúrense de que nadie lo molesta por el camino.
Myron sonrió.
– Gracias, detective.
– No hay de qué -repuso Corbett, y mientras se alejaba gritó-: Ah, una cosa más. -Definitivamente, aquel hombre había visto demasiados capítulos de Colombo -. Esa llamada que acaba de recibir en el coche patrulla, ¿no sería de la señora Coldren?
Myron no dijo nada.
– No importa. Ya lo comprobaremos. -Corbett imitó el saludo de Colombo -. Que pase un buen día.
Frente a la casa de los Coldren había otros cuatro coches patrulla. Myron caminó hasta la puerta, ya sin la compañía de los agentes, y llamó. Abrió una mujer negra a quien Myron no conocía.
– Bonita gorra -dijo la mujer-. Pase.
La mujer tendría unos cincuenta años y lucía un traje chaqueta de corte impecable. El cutis de color café se veía curtido y ajado. Su expresión era de cansancio y aburrimiento.
– Soy Victoria Wilson -se presentó.
– Myron Bolitar.
– Sí, ya lo sé.
– ¿Hay alguien más en casa?
– Sólo Linda.
– ¿Puedo verla?
Victoria Wilson asintió con parsimonia; Myron tuvo la impresión de que se estaba reprimiendo un bostezo.
– Antes tal vez deberíamos hablar -dijo.
– ¿Es usted de la policía? -preguntó Myron.
– Al contrario -contestó ella-. Soy la abogada de la señora Coldren.
– A eso llamo yo ir deprisa.
– Permítame que vaya directamente al grano -dijo Victoria Wilson en tono monótono, semejante al de las camareras de cafetería cuando cantan los platos del día a última hora de un segundo turno. -La policía cree que la señora Coldren ha asesinado a su marido. También cree que usted está implicado de un modo u otro.
Myron la miró.
– Está de broma, ¿verdad?
– ¿Tengo aspecto de bromista, señor Bolitar? -La mujer hizo una pausa y añadió-: Linda no cuenta con una coartada sólida para la noche de ayer. ¿La tiene usted?
– Pues lo cierto es que no.
– Veamos, voy a contarle lo que la policía ha averiguado hasta ahora -dijo Victoria Wilson con expresión de hastío-. En primer lugar, cuentan con un testigo, un empleado de mantenimiento que vio a Jack Coldren entrar en el Merion hacia la una de la mañana. El mismo testigo también vio a Linda Coldren hacer otro tanto treinta minutos más tarde y abandonar el club poco después; pero Jack Coldren no volvió a salir de allí.
– Eso no significa…
– En segundo lugar -lo interrumpió-, anoche, hacia las dos de la madrugada, la policía recibió aviso de que su coche, señor Bolitar, estaba aparcado en Golf House Road. La policía se pregunta qué hacía usted en un lugar tan extraño a tan extraña hora.
– ¿Cómo sabe todo eso? -preguntó Myron.
– Tengo buenos contactos en la policía -respondió con la misma voz monocorde-. ¿Puedo continuar?
– Por favor.
– En tercer lugar, Jack Coldren había contratado a un abogado especialista en divorcios. De hecho, había iniciado el proceso de recopilar documentos con vistas a presentar una demanda.
– ¿Linda lo sabía?
– No, aunque una de las alegaciones presentadas por el señor Coldren hace referencia a una infidelidad reciente de su esposa.
Myron se llevó las manos al pecho.
– A mí no me mire.
– Señor Bolitar.
– Dígame.
– Sólo estoy exponiendo hechos, y le agradecería que no me interrumpiera. En cuarto lugar, varios testigos aseguran que el sábado, durante el Open, usted y la señora Coldren dieron muestras de ser algo más que amigos.
Myron aguardó. Victoria Wilson permaneció en silencio.
– ¿Eso es todo? -preguntó él.
– No, pero es cuanto necesita saber por ahora.
– Vi a Linda por primera vez el viernes.
– ¿Está en condiciones de demostrarlo?
– Bucky puede atestiguarlo. Él nos presentó.
Victoria Wilson dejó escapar un profundo suspiro.
– El padre de Linda Coldren -dijo-. Un testigo perfecto, de lo más imparcial.
– Vivo en Nueva York.
– Que está a menos de dos horas en Amtrack desde Filadelfia. Siga.
– Tengo novia. Jessica Culver. Vivo con ella.
– Y me dirá que ningún hombre ha engañado jamás a su mujer.
Myron sacudió la cabeza.
– ¿Acaso sugiere…?
– Nada -lo interrumpió la abogada en el mismo tono monocorde-. No sugiero absolutamente nada. Le digo lo que piensa la policía, que Linda mató a Jack. La razón por la que hay tantos agentes rodeando esta casa es que quieren asegurarse de que no nos llevamos nada antes de que hayan expedido la orden de registro. Han dejado más claro que el agua que en esta ocasión no quieren a ningún Kardashian.
Kardashian. Como en el caso de O. J. Simpson. Aquel hombre cambió el léxico jurídico para siempre.
– Pero… -Myron volvió a menear la cabeza-. Esto es ridículo. ¿Dónde está Linda?
– Arriba. He dicho a la policía que se siente demasiado afligida como para hablar con ellos en este momento.
– Linda no debería ser sospechosa de nada. En cuanto le haya contado toda la historia, comprenderá a qué me refiero.
Victoria Wilson contuvo un bostezo.
– Me ha contado toda la historia.
– ¿Hasta lo del…?
– Secuestro -Victoria Wilson acabó la frase por él-. Sí.
– Bueno, ¿ y no cree que esto la exonera?
– No.
Myron se mostró perplejo.
– ¿La policía está al corriente de lo del secuestro?
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