Victoria y Myron se miraron. Ella asintió despacio. Myron supuso que eso significaba que era su turno.
– Está mintiendo.
– ¿Qué? -dijo Chad.
Myron se volvió hacia el muchacho.
– Estás mintiendo, Chad, y lo que es peor, la policía se dará cuenta de que mientes.
– ¿Qué está diciendo? -Los ojos del muchacho buscaron los de Victoria-. ¿Quién es este tío?
– Utilizaste tu tarjeta bancaria a las seis horas y dieciocho minutos de la tarde del jueves, en la calle Porter -dijo Myron.
Chad abrió los ojos como platos.
– No fui yo. Fue el hijo de puta que me secuestró. La sacó de mi cartera…
– Tenemos el vídeo, Chad.
El muchacho abrió la boca, sin articular palabra.
– Me obligó -balbuceó…
– He visto la cinta, Chad. Se te ve encantado, incluso sonríes. No ibas solo. También sé que pasaste la noche en el motel de mala muerte que hay junto al banco.
Chad bajó la cabeza.
– ¿Chad? -dijo Victoria. No parecía nada contenta-. Mírame, muchacho.
Chad levantó los ojos lentamente.
– ¿Por qué me mientes? -le preguntó la abogada.
– No tiene nada que ver con lo que ha sucedido, tía Vee.
El rostro de la mujer se mantuvo impasible.
– Empieza a hablar, Chad. Ahora mismo.
El muchacho volvió a bajar la cabeza, contemplando la mano vendada.
– Ocurrió todo tal y como lo he contado, sólo que el hombre no se subió al coche. Llamó a la puerta de mi cuarto en ese motel. Entró con una pistola. Todo lo demás es la pura verdad.
– ¿Cuándo fue eso?
– El viernes por la mañana.
– ¿Y por qué me has mentido, entonces?
– Lo prometí -exclamó-. Quería mantenerla al margen de todo esto.
– ¿A quién? -preguntó Victoria.
Chad Coldren se mostró sorprendido.
– ¿No lo sabes?
– La cinta la tengo yo -aclaró Myron-, todavía no se la he enseñado.
– Tía Vee, tienes que mantenerla al margen. Podría ser fatal para ella.
– Cariño, escúchame con mucha atención. Me parece muy bien que intentes proteger a tu novia, pero ahora no tengo tiempo para eso.
Chad miró a Myron y luego a Victoria.
– Quiero ver a mi madre, por favor.
– Ya la verás, cariño. Muy pronto -dijo ella-. Pero antes tienes que contarme quién es esa chica.
– Le prometí que lo mantendría en secreto.
– Si puedo evitar que su nombre salga a la luz, lo haré.
– No puedo, tía Vee.
– Olvídelo, Victoria -intervino Myron-. Si no nos lo dice, podemos ver la cinta juntos y ponernos directamente en contacto con la chica. Aunque es probable que la policía la encuentre antes. Ellos también tienen una copia de la cinta, y seguro que no se preocuparán tanto por sus sentimientos.
– No lo comprenden -dijo Chad, mirando alternativamente a Victoria Wilson y a Myron-. Se lo prometí. Puede meterse en un lío tremendo.
– Hablaremos con sus padres, si es preciso -señaló Victoria-. Haremos cuanto podamos.
– ¿Con sus padres? -Chad se mostró desconcertado-. No me preocupan sus padres. Ya es mayorcita… -Se le quebró la voz.
– ¿Con quién estabas, Chad?
– Juré no decirlo nunca, tía Vee.
– Muy bien -dijo Myron-, no perdamos más tiempo con esto, Victoria. Dejémoslo en manos de la policía.
– ¡No! -Chad bajó la vista-. Ella no tiene nada que ver con esto, ¿vale? Estábamos juntos. Salió un momento de la habitación y entonces ese hombre me secuestró. No fue culpa suya.
Victoria adelantó su silla.
– ¿Quién es, Chad?
Habló despacio y a regañadientes, pero sus palabras se entendieron con toda claridad.
– Su nombres es Esme Fong -repuso el muchacho a regañadientes-. Trabaja en una empresa llamada Zoom.
Todo comenzaba a cobrar sentido de manera espantosa.
Myron no esperó a que le dieran permiso. Salió del despacho y enfiló el pasillo hecho una furia. Había llegado el momento de enfrentarse con Esme.
Un nuevo guión tomaba forma en la mente de Myron. Esme Fong conoce a Chad Coldren mientras negocia el contrato de Zoom con la madre de éste. Lo seduce. ¿Por qué? Tal vez por mera diversión. En cualquier caso, no tenía importancia.
Chad pasa la noche del miércoles con su amigo Matthew. Entonces, el jueves, se encuentra con Esme para una cita romántica en el Court Manor Inn. Sacan dinero en efectivo en un cajero automático. Lo pasan bien. Y luego las cosas cambian de cariz.
Esme Fong no sólo ha fichado a Linda Coldren, sino que se las ha ingeniado para hacerse con Tad Crispin, el niño prodigio. Tad está jugando maravillosamente bien en su primer Open. Tras el primer recorrido ocupa el segundo puesto de la clasificación. Asombroso. Gran publicidad. Ahora bien, si Tad consiguiera vencer (si lograra salvar la gigantesca ventaja que ostenta el veterano que va en cabeza), la irrupción de Zoom en el negocio del golf tendría una repercusión extraordinaria que supondría millones de dólares.
Millones.
Y Esme tenía al hijo del líder del torneo delante de ella.
Así pues, ¿qué hace la ambiciosa Esme Fong? Contrata a Tito para que secuestre al chico. Nada complicado. Sólo pretende que Jack se desconcentre. Qué pierda la ventaja que ha obtenido. ¿Y qué mejor para ello que secuestrar a su hijo?
Todo parecía encajar.
Myron centró su atención en algunos de los aspectos más desconcertantes del caso. En primer lugar, el hecho de que no exigieran el rescate de inmediato cobraba sentido de repente. Esme Fong no era experta en aquellas lides. No quería recibir un pago, pues eso no haría más que complicar las cosas, así que las primeras llamadas resultan algo extrañas. Se olvida de pedir el rescate. En segundo lugar, Myron recordó la llamada de Tito a propósito de la «zorra china». ¿Cómo se había enterado de que Esme estaba allí? Muy simple: Esme se lo había dicho para que atemorizase a los Coldren y los convenciese así de que estaban vigilándolos.
Sí. Encajaba. Todo había ido de acuerdo con los planes de Esme Fong. Salvo por una cosa.
Jack seguía jugando bien.
Mantuvo una ventaja insuperable a lo largo de todo el recorrido siguiente. El secuestro quizá lo había aturdido un poco, pero había recuperado la calma. Su ventaja seguía siendo enorme. Se imponía una acción más drástica.
Myron entró en el ascensor y bajó hasta el vestíbulo de la planta baja. Se preguntaba cómo habría sucedido. Quizás había sido idea de Tito. Quizá por esa razón Chad había oído dos voces que discutían. En cualquier caso, alguien había decidido hacer algo que garantizara el final del buen juego de Jack.
Cortarle un dedo a Chad.
Le gustara o no (fuese idea suya o de Tito), Esme Fong sacó provecho de ello. Tenía las llaves del coche de Linda. No le resultaría difícil. Sólo tenía que abrir la portezuela y dejar caer el sobre en el asiento. A ella le resultaría de lo mas fácil. No parecería sospechosa. ¿Quién iba a reparar en una atractiva joven que abría un coche con una llave?
El dedo amputado de Chad cumplió su cometido. El juego dé Jack perdió brillantez. Tad Crispin se creció. Era todo cuanto ella podía desear. No obstante, Jack todavía tenía un as en la manga. Se las ingenió para efectuar un gran putt en el hoyo dieciocho, forzando el empate. Aquello fue una pesadilla para Esme. No podía asumir el riesgo de que Tad Crispin perdiera ante Jack, el gran acojonado, en un duelo cuerpo a cuerpo.
Perder suponía el desastre.
Perder les costaría millones. Quizás el hundimiento de toda la campaña.
Todo encajaba, ¡y cómo!
Pensándolo bien, ¿acaso Myron no había oído a Esme expresar este punto de vista a Norm Zuckerman? Una vez atrapada, ¿tan difícil resultaba suponer que había decidido ir un poco más lejos, que había llamado a Jack por teléfono la noche anterior, que lo había citado en el campo, que había insistido en que acudiera solo si quería volver a ver a su hijo con vida?
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