Harlan Coben - Muerte en el hoyo 18

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Muerte en el hoyo 18: краткое содержание, описание и аннотация

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El golf, precisamente, no es el deporte preferido de Myron Bolitar. Pero ahí está: presenciando entre bostezos el Abierto de Estados Unido. Es el mejor escaparate para un agente deportivo en busca de clientes. Y parece que va a tener suerte: Linda Coldren, número uno en la lista de ganancias en el circuito americano promete contratarle. Antes, sin embargo, tendrá que encontrar a su hijo, que ha desaparecido misteriosamente justo cuando el marido de Linda, Jack, parece que va a tener de nuevo la posibilidad de ganar el torneo. Win, para sorpresa de Bolitar, sin embargo, le va a pedir que no acepte el caso. Myron, por una vez, decide ignorarle y se lanza a la búsqueda de Chad. Muy pronto comprenderá que nunca debió de hacerlo. Descubrirá que un mundo de falsas apariencias, estafas, dolor y muerte, pero, sobre todo, obligará a Win a revivir su pasado, traumas de la infancia que no se olvidan jamás.

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¿Quién iba a ser el principal sospechoso?

Myron Bolitar, agente deportivo de los desgraciados sin remedio.

Maldita sea.

Entonces, ¿qué? No importaba lo que Myron hiciera a aquellas alturas; tanto si llamaba como si no, sospecharían de él. Interrogarían al Fugitivo. Les hablaría de Myron y éste sería señalado como el presunto asesino. Sólo había que detenerse a pensarlo un instante para caer en la cuenta de que se trataba de una ecuación muy simple.

De modo que la pregunta aún seguía en pie. ¿Qué hacer?

No podía preocuparse por las conclusiones que sacase la policía. Tampoco podía preocuparse de sí mismo. Debía centrarse en Chad Coldren. ¿Qué sería lo mejor para él? Era difícil saberlo. La apuesta más segura, por supuesto, consistía en echar tierra al asunto, intentar que su participación pasara inadvertida.

De acuerdo, muy bien, tenía sentido.

De modo que la respuesta era no denunciarlo. Dejar el cadáver donde estaba. Volver a poner el anillo en la hendidura del asiento por si más adelante la policía lo necesitaba como prueba. Bien, aquello parecía un buen plan; suponía la mejor forma de garantizar la seguridad del muchacho así como de satisfacer los deseos de los Coldren.

Entonces, ¿qué hacer con el Fugitivo?

Myron regresó en coche a la casa de éste. Lo encontró en el mismo sitio donde lo había dejado: encima de la cama, atado de pies y manos y amordazado con cinta aislante de color gris. Parecía medio muerto. Myron lo sacudió. El chico reaccionó. Estaba pálido. Myron le arrancó la mordaza.

Al Fugitivo le vinieron unas cuantas arcadas.

– Tengo un hombre fuera -mintió Myron, mientras seguía arrancando cinta-. Si ve que te apartas de esta ventana, te aseguro que lamentarás haber nacido. ¿Me entiendes?

El Fugitivo asintió, temeroso.

Lamentarás haber nacido. Dios mío.

En la casa no había teléfono, de modo que no te nía que preocuparse por eso. Tras unas cuantas severas advertencias más, ligeramente sazonadas con tópicos del tipo «antes de que haya acabado contigo, me rogarás que te mate», dejó al neonazi a solas, temblando como una hoja.

Fuera no había nadie. Myron subió a su coche y se preguntó una vez más qué estarían haciendo los Coldren. ¿Habría llamado ya el secuestrador? ¿Les habría dado instrucciones? ¿Cómo afectaba la muerte de Tito al desarrollo de los acontecimientos? ¿Habría sufrido Chad una nueva mutilación o habría logrado escapar? Quizá se hubiera apoderado del arma y hubiese disparado contra alguien.

Quizás. Aunque no era probable. Más bien, algo había salido mal. Alguien había perdido el control. Alguien se había vuelto loco.

Tenía que prevenir a los Coldren.

Sí, Linda Coldren le había dado instrucciones muy precisas de que se mantuviera al margen, pero lo había hecho antes de que él encontrase un cadáver. ¿Cómo iba a quedarse cruzado de brazos dejándolos a ciegas? Alguien le había cortado un dedo a su hijo. Alguien había asesinado a uno de los secuestradores. Un «simple» secuestro, si es que tal cosa existía, se había salido de madre. La sangre había corrido gratuitamente.

Tenía que avisarles. Tenía que establecer contacto con los Coldren y ponerlos al corriente de todo lo que había descubierto.

Pero ¿cómo?

Enfiló Golf House Road. Era muy tarde, casi las dos de la mañana. No habría nadie despierto. Myron apagó los faros del coche y avanzó despacio y en silencio. Deslizó el coche hasta el pasaje que separaba una casa de otra; si por casualidad alguno de los ocupantes estaba despierto y miraba por la ventana, podría creer que el coche pertenecía a una visita de los vecinos. Se apeó y caminó lentamente hacia la casa de los Coldren.

Ocultándose aquí y allá, Myron se fue aproximando. Sabía, por supuesto, que no era posible que los Coldren estuviesen durmiendo. Jack quizás hubiese hecho un intento simbólico, pero Linda ni siquiera se habría sentado. Sin embargo, dadas las circunstancias aquello no tenía demasiada importancia.

¿Cómo establecería contacto con ellos?

No podía llamar por teléfono. No podía acercarse y golpear la puerta. Y no podía lanzar piedras contra la ventana, como el pretendiente de una mala comedia romántica. Así pues, ¿en qué situación se encontraba?

Perdido.

Avanzó de arbusto en arbusto, acercándose poco a poco hacia la casa de los Coldren, con cuidado de no ser visto. No tenía la menor idea de lo que iba a hacer, pero cuando estuvo lo bastante cerca como para detectar una luz encendida en el estudio se le ocurrió una idea.

Una nota.

Sí, escribiría una nota, contándoles su descubrimiento, advirtiéndoles que anduvieran con sumo cuidado, ofreciendo de nuevo sus servicios. Pero ¿cómo haría llegar la nota hasta la casa? Podría hacer un avión de papel con la nota y mandarla volando. Ah, claro, con las habilidades mecánicas de Myron, sin duda daría resultado. Myron Bolitar, el hermano Wright judío. ¿Qué más? ¿Atar la nota a una piedra, tal vez? ¿Y entonces qué? ¿Romper el cristal de una ventana?

Dio la casualidad que no tuvo que hacer ninguna de esas cosas.

Oyó un ruido a su derecha. Pisadas. En la calle. A las dos de la mañana.

Myron corrió a zambullirse de nuevo tras un arbusto. Las pisadas se acercaban más deprisa. Corría.

Permaneció agachado. Por un instante creyó que el corazón se le saldría de la boca. Las pisadas se oyeron cada vez más fuertes y de súbito se detuvieron. Myron miró a hurtadillas entre las ramas del arbusto. Otros setos le tapaban la visión.

Contuvo el aliento y esperó.

Las pisadas reanudaron su marcha. Más despacio ahora. Sin prisa. Con despreocupación. Como dando un paseo. Myron asomó la cabeza. Nada. Se puso en cuclillas. Se fue irguiendo lentamente, a pesar de las protestas de la rodilla lesionada. Venció al dolor. Sus ojos alcanzaron las hojas altas del arbusto. Myron se asomó y por fin vio quién era.

Linda Coldren.

Llevaba un chándal azul y zapatillas de deporte. ¿Habría salido a correr? No parecía el momento más indicado. Aunque nunca se sabía. Jack golpeaba bolas de golf. Myron lanzaba una pelota naranja contra un aro de metal. Quizás a Linda le gustaba correr de madrugada.

Aunque le parecía bastante improbable.

Se acercaba al final del camino de entrada. Myron tenía que llamar su atención. Levantó una piedra del suelo y la lanzó a ras de tierra hacia ella. Linda se detuvo y miró alrededor en actitud de alerta. Myron arrojó otra piedra. Ella miró hacia el arbusto. Myron le hizo señas con una mano. Dios, cuánta sutileza. Si Linda se había sentido lo bastante segura como para abandonar la casa, si al secuestrador no le había importado que saliera a dar un paseo nocturno, aproximarse a un arbusto tampoco debería ser motivo de alarma. No era una buena argumentación lógica, pero ya empezaba a hacerse tarde.

Si no había salido a correr, ¿qué hacía Linda en la calle a esas horas?

A no ser…

A no ser que hubiera salido a pagar el rescate.

Sin embargo, el fin de semana no había terminado y los bancos aún estaban cerrados. No podía haber reunido cien mil dólares sin ir antes a un banco. Lo había dejado bien claro, ¿no era así?

Linda Coldren se acercó despacio al arbusto.

Cuando estuvo a unos tres metros, Myron asomó la cabeza.

Linda dio un respingo.

– Lárguese de aquí -susurró entre dientes.

Él no perdió el tiempo.

– He encontrado muerto al tipo del teléfono público -le dijo en voz baja-. Dos disparos en la cabeza. El anillo de Chad estaba en su coche. Pero ni rastro del muchacho.

– ¡Lárguese!

– Sólo quería prevenirla. Tenga cuidado. Este juego va en serio.

Linda miró nuevamente alrededor, asintió y se volvió.

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