Harlan Coben - Ni una palabra

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Qué haría un padre por proteger a su hijo? ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar? ¿Le espiaría?¿Llegaría a mantenerle localizado permanente por el GPS de su móvil? Es lo que hacen Tia y Mike Baye, aunque vigilarle así no impedirá que Adam, su hijo de 16 años, desaparezca tras el suicidio de su mejor amigo. Ambos se lanzarán a una agónica búsqueda, mientras van conociendo con espanto que, en el fondo, no saben nada de la vida de su hijo.

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– ¿Y por eso estaba allí anoche?

– Sí.

– ¿Creía que él podía estar allí?

– Sí.

Mike les contó más o menos todo. No tenía motivos para no hacerlo, ya lo había contado a la policía en el hospital y en la comisaría.

– ¿Por qué estaba tan preocupado por él?

– Anoche debíamos ir a un partido de los Rangers.

– ¿El equipo de hockey?

– Sí.

– Perdieron. ¿Lo sabía?

– No.

– Pero fue un buen partido. Con muchas peleas. -LeCrue sonrió de nuevo-. Soy de los pocos negros que siguen el hockey. Antes me gustaba el baloncesto, pero ahora la NBA me aburre. Demasiadas idioteces, no sé si me entiende.

Mike imaginó que se trataba de una técnica de distracción y dijo:

– Mmm…

– Bueno, ¿en vista de que su hijo no aparecía, se fue a buscarlo al Bronx?

– Sí.

– Y le agredieron.

– Sí. -Y añadió-: Ya que me estaban vigilando, ¿por qué no me ayudaron?

Él se encogió de hombros.

– ¿Quién ha dicho que estuviéramos vigilando?

Entonces Scott Duncan levantó la cabeza y añadió:

– ¿Quién dice que no ayudáramos?

Silencio.

– ¿Había estado antes en ese sitio?

– ¿En el Club Jaguar? No.

– ¿Nunca?

– Nunca.

– Sólo para que nos aclaremos: ¿está diciendo que, antes de anoche, nunca había estado en el Club Jaguar?

– Ni siquiera anoche.

– ¿Disculpe?

– No llegué a ir anoche. Me agredieron antes de que pudiera.

– ¿Cómo acabó en aquel callejón?

– Estaba siguiendo a alguien.

– ¿A quién?

– Se llama DJ Huff. Es un compañero de clase de mi hijo.

– ¿Así que nos está diciendo que antes de hoy nunca había estado dentro del Club Jaguar?

Mike intentó contener la exasperación de su voz.

– Así es. Oiga, agente LeCrue, ¿no podríamos acelerar esto? Mi hijo ha desaparecido. Estoy preocupado por él.

– Por supuesto. Sigamos, pues, ¿no le parece? ¿Qué me dice de Rosemary McDevitt, la presidenta y fundadora del Club Jaguar?

– ¿Qué?

– ¿Cuándo fue la primera vez que la vio?

– Hoy.

LeCrue miró a Duncan.

– ¿Tú te lo tragas, Scott?

Scott Duncan levantó la mano, con la palma hacia abajo y la ladeó.

– Ésta tampoco sé si creérmela.

– Escúchenme, por favor -dijo Mike, intentando no ser suplicante-. Tengo que salir de aquí y encontrar a mi hijo.

– ¿No confía en las fuerzas del orden?

– Sí, confío en ellas, pero no creo que mi hijo sea una prioridad.

– Es normal. Permita que le pregunte esto: ¿sabe qué es una fiesta farm? Farm, de farmacia.

Mike reflexionó.

– Me suena, pero no estoy seguro.

– A ver si puedo ayudarle, doctor Baye. Porque usted es doctor en medicina, ¿verdad?

– Sí.

– Entonces me parece bien llamarle doctor. No soporto llamar doctor a cualquier imbécil con un diploma, ya sea licenciado, quiropráctico o el que me vende las lentes de contacto en la óptica. Me entiende, ¿no?

Mike intentó que no se desviara del tema.

– ¿Me ha preguntado por fiestas farm?

– Sí, señor. Y usted tiene prisa y yo aquí, parloteando. Al grano. Usted es médico y, por lo tanto, comprende los costes astronómicos de los fármacos, ¿eh?

– Sí.

– Le explicaré lo que es una fiesta farm. Dicho simplemente: los adolescentes abren los botiquines de sus padres y roban sus medicamentos. Hoy todas las familias tienen algún medicamento en casa: Vicodín, Adderall, Ritalín, Xanaz, Prozac, OxyContín, Percocet, Demerol, Valium, de todo. Vamos, que lo que hacen los chicos es robarlos, juntarse y ponerlos en un cuenco o en una bandeja, mezclados o como sea. Es el plato de chuches. Y se ponen ciegos.

LeCrue paró. Por primera vez cogió una silla, la giró y se sentó a caballo con el respaldo delante. Miró intensamente a Mike. Mike no parpadeó.

Al cabo de un rato, Mike dijo:

– Bueno, ya sé lo que es una fiesta farm.

– Ya lo sabe. En fin, así es como empieza la cosa. Un grupito de chicos se junta y piensa: éstas son drogas legales, no es hierba ni cocaína. A lo mejor el hermano pequeño toma Ritalín porque es hiperactivo. El padre toma OxyContín para aliviar el dolor de una operación de rodilla. Lo que sea. No pueden ser muy malas.

– Entiendo.

– ¿Sí?

– Sí.

– ¿Se da cuenta de lo fácil que es? ¿Tiene algún medicamento con receta en casa?

Mike pensó en su rodilla y en la receta de Percocet y en cómo se había esforzado por no tomar demasiadas. Las guardaba en su botiquín. ¿Se daría cuenta de si faltaban algunas? ¿Y los padres que no entendían nada de fármacos? ¿Se alarmarían por unas pocas pastillas extraviadas?

– Como ha dicho, las hay en todas las casas.

– Sí, y sígame escuchando un momento. Usted sabe lo que valen las pastillas. Sabe que se celebran esas fiestas. Pongamos que usted es emprendedor. ¿Qué hace? Pasa al siguiente nivel. Intenta sacar beneficio. Pongamos que usted pone la casa y se queda con parte de los beneficios. Quizá anima a los chicos a robar más medicinas de los botiquines. Incluso puede conseguir pastillas de sustitución.

– ¿Pastillas de sustitución?

– Claro. Si las píldoras son blancas, puede poner aspirinas genéricas. ¿Quién se va a dar cuenta? Puede conseguir píldoras de azúcar que básicamente parecen iguales a cualquier otra píldora. ¿Lo ve? ¿Quién se daría cuenta? Hay un enorme mercado negro para los medicamentos con receta. Se puede ganar una fortuna. Pero sigamos pensando como un emprendedor. No quiere una fiestecita de nada con ocho chicos. Quiere algo grande. Quiere atraer a cientos de chicos, si no a miles. Como en un club nocturno, digamos.

Mike empezaba a entenderlo.

– Creen que esto es lo que hacen en el Club Jaguar.

De repente Mike recordó que Spencer Hill se había suicidado con medicamentos que había cogido de su casa. Al menos era el rumor que corría. Robó medicinas del botiquín de sus padres para tomar una sobredosis.

LeCrue asintió, y siguió:

– Si realmente fuera emprendedor podría pasar a otro nivel. Todos los fármacos tienen un valor en el mercado negro. Aquella Amoxicilina que no se acabó. O su abuelo tiene Viagra en casa. Nadie está pendiente de ellas, no, ¿doctor?

– Normalmente no.

– Sí, y si faltan algunas le echas la culpa a la farmacia, que te las ha timado, o tú que has olvidado la fecha de compra o quizá te tomaste una de más. Es casi imposible pensar que tu hijo te las ha robado. ¿Se da cuenta de lo bueno que es este negocio?

Mike quería preguntar qué tenía eso que ver con él o con Adam, pero se contuvo.

LeCrue se inclinó y susurró:

– ¿Verdad, doctor?

Mike esperó.

– ¿Sabe cuál sería el siguiente escalón que subiría el emprendedor?

– ¿LeCrue? -Era Duncan.

LeCrue miró hacia atrás.

– ¿Qué pasa, Scott?

– Veo que te gusta esa palabra: emprendedor.

– Me gusta mucho. -Se volvió a mirar a Mike-. ¿Le gusta la palabra, doctor?

– Es fantástica.

LeCrue soltó una risita, como si fueran viejos amigos.

– En fin, un chico emprendedor y listo puede inventarse formas de conseguir más fármacos de su casa. ¿Cómo? Pide la siguiente receta antes de tiempo. Si ambos padres trabajan y tienen servicio de entrega a domicilio, él está en casa antes de que lleguen ellos. Y si el padre pide la nueva receta y se la niegan, bueno, piensa que es un error o que se ha hecho un lío. Ya ve, en cuanto se coge este camino, existen muchas maneras de ganarse un buen dinero. Es casi imposible meter la pata.

La pregunta evidente resonaba en la cabeza de Mike: ¿podría haber hecho Adam algo así?

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