– Delray tiene que estar un poco más pendiente de ti, Aaron. Se está desmoronando, pero tú no tienes por qué pagar los platos rotos. Eso lo sabe, he hablado con él, pero ¿dónde demonios está? En el garaje siempre me cuentan que «ha salido unos minutos».
Krull dijo que, bueno, eso no lo podía evitar. Su padre hacía lo que quería, imaginaba.
– Sí. Claro. Tu padre lo ha hecho siempre. Ese es el problema.
A Krull no se le ocurrió nada que responder. Desde el otro extremo de la línea le llegó un repentino aumento de sonido, como una radio. O una voz masculina y alguien que respondía. Risas.
– Aaron, cariño… tengo que colgar. No me gusta nada dejarte. Me parece que… bueno, no me gusta en absoluto. Hoy, entre todos los días. «Primer aniversario.» Delray tendría que estar contigo, maldita sea. Ya sé que no eres un niño pequeño, pero tendría que ocuparse más de ti -Viola hizo una pausa. Krull estaba esperando a que colgara. Se sentía molesto y resentido. ¿Para qué le llamaba, si ya se disponía a colgar? ¿Si no le iba a preguntar si tenía hambre, si estaba solo y tal vez quisiera cenar con ella? Le llegó por el teléfono un estrépito de bolos, ¿era eso lo que quería decir aquel ruido? Podía tratarse del Ten Pin en la autopista, junto al B &B Barbeque… Como si se le acabara de ocurrir, Viola dijo-: ¿Aaron? Si estás solo ahí y tienes hambre, podría pasar a recogerte. Estoy con unos amigos después del trabajo, no sería ningún problema. Podríamos tomar pizza, o un asado, ¿qué te parece?
Krull colgó el auricular y cortó la comunicación.
Viola no volvió a llamar.
Aquí en la tierra para querernos los unos a los otros.
Un hermoso secreto que mantendremos tú y yo.
Podría ser tu madre, ¡Zoe nos bendecirá!
Después, en un frenesí de repugnancia, había cerrado con llave la habitación.
El dormitorio de sus padres, con el papel floreado de Zoe, ya desvaído.
La cama en la que habían yacido. Revuelta como el barro de una pocilga.
Y la ropa tristemente glamurosa de Zoe, colgada del armario, los vestidos que no soportaba mirar, y menos aún regalar, como había sugerido la mujer apellidada DeLucca.
Nunca le había hablado a su padre de Jacky DeLucca, que se había presentado buscándolo, pero que se había conformado, en cambio, con Krull.
No quería pensar en ella -la mujer apellidada DeLucca- pero era lo que siempre acababa haciendo. Las cosas que ella le había hecho -la boca, las manos, los muslos de una gordura nacarada, la manera en que hizo que la penetrara tan profundamente, y todavía más- hasta que sus sentidos explotaron y llegaron a un delirante rojo vivo, llegaron a la ceguera.
Podría ser tu madre, Aar-on. Tenemos la edad adecuada.
Aterrado ante la posibilidad de que pudiera aparecer de nuevo por la casa, o por el taller… buscando a Delray Kruller. Pero, en ese caso, lo vería a él.
DeLucca estaba colocada. Algún tipo de anfetas. Su piel ardía. Sus besos eran mordiscos frenéticos. Había puesto los ojos en blanco. El pelo teñido de color remolacha producía un sudor con olor a química. Jadeaba y se agarraba y gemía como una cria tura marina víctima de convulsiones Oh oh ohhhh Dios me ayude te quiero te quiero.
Lo que brotó de Krull, de su pene, una especie de mucosidad caliente. Krull supuso que era su alma.
Semanas después, las manos, el pelo le olían aún a los cabellos de Jacky, teñidos de color remolacha.
Y la espalda acribillada de arañazos. Algunos se le habían infectado y le escocían mucho. Aún tenía la boca desollada, mordida.
Había noches en las que no podía dormir y en las que se masturbaba con violencia, pese a lo irritado de su pene. Y cuando dormía, al soñar con aquella mujer, se despertaba con una explosión en el sexo que le hacía lanzar un grito ahogado, sacudido por un placer intenso y una vergüenza igualmente intensa.
Ohhh ¡Aar-on! Te quiero.
El colchón debajo de las sábanas revueltas de la cama de Krull estaba manchado con las fugas de su esperma. Aquel olor inconfundible. Desesperado, abría de par en par las ventanas de su habitación para que entraran el viento y la lluvia. Pero el olor prevalecía. Los olores.
– Repugnante.
No estaba seguro de si se refería a DeLucca o a él mismo.
Sus antiguos pensamientos morbosos sobre Zoe se veían desplazados por Jacky DeLucca. ¡Qué mal le parecía, maldita sea! Cuando se esforzaba por dormir en su cama pensaba en cambio en lo que habían hecho juntos -lo que aquella mujer le había hecho hacer-, su pene perpetuamente excitado y cada vez más sensible y entonces sentía el deseo sexual como una serpiente gorda y perezosa enroscada en su interior, en la boca del estómago, donde por propia iniciativa y sin que él lo deseara se desenroscaba, violenta como una trampa preparada para los conejos, una trampa donde más te valía tener cuidado para no caer tú mismo.
Ohhh ¡Aar-on! Eres fantástico, te adoro.
El negocio iba mal en el taller de reparaciones, sólo trabajaban uno o dos mecánicos la mayor parte de los días. Krull se ocupaba de los surtidores de combustible, la menos importante de las tarcas. Siempre que un coche pequeño torcía desde Quarry Road en dirección a la gasolinera, Krull se preguntaba si podría ser el Ford Escort de color verde chabacano conducido por Jacky DeLucca. Se imaginaba cómo bajaría el cristal de la ventanilla y lo miraría fingiendo sorpresa, cómo sonreiría pasándose la lengua por los labios carnosos y muy pintados Ohhh ¡Aar-on! Cómo te he echado de menos mientras Krull seguía con cara de palo, sin sonreír.
Fingiendo no reconocerla. Seguro que aquello la asustaba.
Pero Jacky DeLucca, que Krull supiera, nunca regresó a Quarry Road. Como si hubiera renunciado a buscar a Delray Kruller o lo hubiese encontrado de alguna otra manera y Krull fuese a ser el último en enterarse.
Quizás era un alivio que Zoe ya no viviera con ellos. Zoe -al ver salpicaduras de mucosidad endurecida por todas partes y el colchón vergonzosamente manchado- habría cambiado la ropa de la cama de Krull para lavar las sábanas. Zoe habría hecho algún chiste para avergonzarlo ¡En otros tiempos te orinabas en la cama, chico! Eso ya era bastante malo.
Los niños pequeños crecen, habría añadido.
Zoe no le había querido. Ése era el secreto entre ellos.
– Me alegro de que se haya ido. ¡Zorra!
Ya no se tenían que preocupar, ninguno de los dos, por el temor a perderla.
Marzo de 1985
Delray estaba diciendo que había cometido algunos errores en su vida.
Y le pedía a Dios que aquellas equivocaciones no se prolongaran en la siguiente generación, tal como la Biblia nos advierte.
Hacía declaraciones como aquélla aunque no estaba borracho. Su pesada mano caía sobre el hombro de su hijo y Krull se estremecía, pero no se apartaba. Y pensaba: Papá no está borracho. No está borracho en el sentido ordinario de la palabra.
Con aquel estado de ánimo tan sombrío y penitente, Delray podía hablar de su padre y del padre de su padre y de su conexión con la sangre india. La conexión con la nación seneca que, de algún modo, se había ido al traste en el caso de Delray.
– Lo que quieren de ti… es algo así como chuparte la sangre. Ni siquiera son capaces de decir lo que quieren. De lo que se trata es del «blanco» que hay en ti… como el tuétano de los huesos. Les gustaría sorbérselo. Cuando me casé con Zoe, aquello puso el punto final por lo que se refiere a mis parientes de la reserva. Jodió las cosas de una vez por todas. Tenía un primo al que estaba muy unido y que no volvió a dirigirme la palabra. Ahora ya está muerto y eso no se puede remediar.
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