Su carácter irlandés era la única explicación que encontraba para que su hijo se negase a ver el error que había cometido al intentar atacar a los Cadogan. Walter siempre había sido el más pacífico y Wilfred el más rencoroso. Desde niños había sido así; si discutían por alguna razón, Wilfred aguardaba su oportunidad y, cuando nadie lo esperaba, se vengaba de su hermano, normalmente con intereses. Ahora, sin embargo, ese don peculiar suyo de buscar camorra podría ser la razón de que la familia se rompiera y no estaba dispuesta a permitírselo. Ella amaba a sus hijos pero, al igual que todo el mundo, no sentía ninguna simpatía por ellos.
Michael Miles esperó a las puertas del desguace hasta que se hizo de noche. Fumaba el último Dunhill que tenía y lamentó no haber traído otro paquete de su escondite. Mientras aplastaba la brillante colilla, oyó que su amigo se despedía de sus compañeros, así que, dibujando una sonrisa, se preparó para lo que había venido a hacer.
Danny lo reconoció de inmediato y se detuvo. Michael vio la cara de enfado que puso su amigo y dijo:
– ¿Qué pasa? ¿Nos hemos peleado y yo sin enterarme?
Danny suspiró pesadamente.
– Hazme un favor, Mike. Móntate en tu puñetera bici y lárgate.
Era una expresión que habían utilizado toda la vida, móntate en tu bici o súbete a tu coche. Y normalmente era un comentario divertido, no una crítica. Lo más cerca que habían estado de cualquier clase de transporte era cuando robaban alguno para entretenerse por las tardes y, aun así, preferían devolverlo antes de venderlo o desguazarlo. Ambos pensaban que robarle las ruedas a alguien no era un acto demasiado legítimo, pero, de haber tenido la suerte de tener una bicicleta, hubieran comprendido que alguien la cogiese prestada unas cuantas horas. Prestada sí, pero no robada.
Los dos muchachos se miraron entre sí, ninguno de ellos dispuesto a ceder, pero sin saber tampoco cómo enmendar la situación. Desde que los Murray habían hecho acto de presencia en casa de Danny, éste lo había ignorado por completo y eso le dolía.
– Tú eres mi mejor amigo, Danny. Tus problemas son mis problemas.
Michael vio la mirada de enfado que tenía su amigo, pero aún así continuó hablando:
– Lo único que quiero decirte es que no estás solo y estoy seguro de que tú harías lo mismo por mí, colega. ¿No es así?
La pregunta merecía una respuesta.
– Yo no necesitaría hacer eso por ti. A ti jamás te habría ocurrido algo así. Cuando todo esto explote, y lo hará, lamentarás haberte metido por medio, así que usa la cabeza.
Danny miró a su mejor amigo. Al igual que él, tenía el pelo moreno, pero estaba dotado de una desenvoltura y un don especial para sonsacar cualquier cosa que quisiera saber. Al contrario que Danny, no era un luchador nato, ni un antagonista por naturaleza. Por eso, ambos formaban un equipo.
Michael sonrió y eso le hizo cambiar de expresión por completo. Su sonrisa era su mejor arma, aunque no lo supo hasta muchos años después.
– Es posible, Dan, pero hemos sido colegas desde niños y, si me das de lado, me acomplejaré.
Danny se rió sin ganas.
– Entiéndelo, Mike. Tú ya sabes cómo funcionan las cosas.
Danny levantó las manos, haciendo un gesto de súplica.
Michael sonrió de nuevo al saber que, por fin, habían llegado a un entendimiento.
– ¡Que les den por el culo a los Murray! Al fin y al cabo, son sólo medio irlandeses, así que ¿para qué preocuparse?
Los dos se rieron, contentos de haber recuperado su amistad, pero también preocupados por las consecuencias que eso pudiera traer.
– ¿Crees que estará muerto?
Danny suspiró con resignación y evitó responderle a su madre con honestidad. Personalmente, deseaba que el cabrón de su padre estuviese muerto, porque así la deuda desaparecería con él y toda aquella mierda se acabaría de una vez por todas, lira precisamente aquella espera la que le estaba sacando de quicio, la que le estaba provocando tanta ansiedad. Se encontraba en tal estado que hasta recibiría de buen grado la venganza de los Murray con tal de poner fin a aquella situación. Por supuesto, no dijo lo que pensaba, pero le contestó con una cólera contenida y con un tono de voz más elevado de lo normal, acompañado de la usual irritación que siempre le provocaba esa pregunta.
– Por supuesto que no, mamá. Estará escondido en cualquier sitio. Tú ya le conoces y, cuando esté seguro de que las cosas se hayan solucionado, se presentará como si nada hubiese sucedido. Y lo que es peor, tú te encargarás de que nadie le hable del asunto, no vaya a ser que se ofenda, y ni tan siquiera le pedirás explicación alguna.
El tono de disgusto en la voz de Danny no pasó desapercibido para Angélica Cadogan, pero no le pegó un sopapo por el nuevo estatus que había adquirido en la familia. Si no hubiera sido por él, la familia se habría hundido en la miseria, de eso estaba segura; pero que trabajase tanto, le hacía sentirse tan culpable e inútil que a veces no podía evitar sentir un enorme rechazo por él. No era normal que una madre asumiese un papel tan sumiso ante un chico tan joven, un chico al que ella había parido y criado, un muchacho que se había convertido repentinamente en el azote de la familia. En los meses que habían transcurrido desde la desaparición de su marido, Danny no sólo había saldado todas sus deudas domésticas, sino que las había puesto al día. Sin embargo, durante ese proceso se había convertido en un chulo que la cuestionaba en asuntos que eran solamente de su incumbencia, como la limpieza de la casa, su forma de cuidar a los niños o su manera de gastar el dinero que le daba con cierta regularidad. Era demasiado joven y su juventud era precisamente la razón por la que pedía algo a cambio de lo que daba. Su nuevo papel como cabeza de familia era como una obra de teatro. Una obra de teatro terrorífica porque había asumido el papel de lo que él consideraba que debía ser un padre, y como no había tenido ninguno de modelo, eso estaba causando una infinidad de problemas a toda la familia. Era como una caricatura de lo que un padre debería ser, pero Ange no podía contradecirlo porque necesitaba el dinero que aportaba a la casa.
Para ser sinceros, jamás había vivido tan holgadamente. Saber más o menos la cantidad que iba a recibir cada semana para la manutención de la casa había cambiado su forma de proceder, pero la insistencia de su hijo en querer saber en qué había gastado cada penique le estaba empezando a resultar más que irritante. La hacía sentirse incómoda y la sacaba de quicio cuando lo tenía cerca. La hacía sentirse avergonzada de las menudencias en que gastaba el dinero, pero ¿quién no necesita echar un traguito cuando se está tan agobiado de problemas como ella? ¿Quién no necesita tomarse una copa para pasar las noches sin que haya un hombre que te arrope? Ange parecía haber olvidado que Big Dan era un completo inútil que jamás había asumido el papel de padre, salvo para apalearlos, a ella y a sus hijos, dependiendo de lo borracho que estuviera.
Danny suspiró y trató de poner un tono más amistoso en su voz antes de decir razonablemente y con la mayor sinceridad del mundo:
– Si estuviera muerto, nos habríamos enterado, mamá. La bofia ya se habría encargado de informarnos, ¿no crees? No se puede decir que no le conozcan, pues se ha pasado media vida en chirona y lo conocen mejor que nosotros.
Angélica no respondió, ya que la sinceridad de aquellas palabras hizo mella en su terquedad. Se sentó en la mesa de la cocina y, con una tristeza y un tono lastimero que hizo que Danny se sintiera aún peor, dijo:
– Estoy preocupada por él, Danny. Después de todo, es mi marido y tu padre.
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