– Tu turno -dijo-. Ten cuidado.
Me aferré al borde, metí las piernas en el conducto de aire y caí al suelo. Rápidamente miré alrededor.
El cuarto de máquinas estaba atiborrado de equipos inmensos y ruidosos y casi totalmente a oscuras, iluminado sólo por el resplandor distante de los reflectores del techo. Había todo tipo de aparatos de climatización: bombas de calefacción, ventiladores centrífugos, enfriadores y compresores y otros equipos de acondicionamiento y filtraje del aire.
Ahí estábamos, aún enganchados a las cuerdas dobles, que colgaban a través de la rejilla de ventilación. Enseguida nos desabrochamos los arneses y nos soltamos.
Ahora los arneses colgaban en el aire. Obviamente, no podíamos dejarlos allá afuera, pero los habíamos enganchado al cabrestante eléctrico del tejado. Seth sacó un pequeño mando a distancia, como los que abren los parkings, y oprimió el botón. Oímos un zumbido, un chirrido a lo lejos, y el arnés y las cuerdas comenzaron a ascender en el aire, arrastrados por el cabrestante.
– Espero que podamos devolverlas a su sitio cuando las necesitemos -dijo Seth, pero con el intenso ruido de fondo que había en la habitación, apenas si podía oírlo.
No pude evitar pensar que todo aquello era poco más que un juego para Seth. Si lo cogían, no era grave. No tendría problema. Era yo el que estaba arriesgando el cuello.
Enseguida tiramos de la rejilla para que desde afuera pareciera estar en su lugar. Usé un segmento del kermantle para atarla a un tubo vertical y mantenerla firme.
La habitación había quedado nuevamente a oscuras, así que saqué mi Mag-Lite y la encendí. Caminé hacia la puerta de acero -parecía muy pesada- y probé a abrirla.
La puerta se abrió. Yo sabía que, por regla general, las puertas de los cuartos de máquinas no se cerraban nunca desde dentro para evitar que alguien quedara atrapado, pero fue un alivio confirmar que podríamos salir de allí.
Mientras tanto, Seth sacó un par de walkie-talkies Motorola, me pasó uno y luego sacó de su funda una radio compacta de onda corta, un aparato policial capaz de captar trescientos canales.
– ¿Recuerdas la frecuencia de seguridad? Era algo alrededor de los 400 UHF, ¿no es cierto?
Me saqué del bolsillo de la camisa mi pequeño cuaderno de espiral y le di a Seth el número de la frecuencia. Él comenzó a buscarla, y yo desdoblé el mapa de la planta y estudié la ruta a seguir.
En este momento estaba aun más nervioso que mientras bajaba por el costado del edificio. Teníamos un plan bastante sólido, pero había demasiadas cosas que podían salir mal.
Para empezar, podría haber gente, incluso a estas horas. Aurora era el proyecto prioritario de Trion, y la fecha límite para entregarlo era en un par de días. Los ingenieros trabajaban a horas raras. A las cinco de la madrugada, lo más probable era que no hubiera nadie, pero uno nunca sabía. Mejor dejarse puesto el uniforme de limpiaventanas y cargar el cubo y la escobilla: la gente de limpieza era prácticamente invisible. Era poco probable que alguien me detuviera para preguntarme qué hacía allí.
Pero estaba la posibilidad horripilante de que alguien me reconociera. Trion tenía decenas de miles de empleados, y yo había conocido hasta ahora a unos cincuenta, de manera que las probabilidades de no ver a nadie conocido estaban a mi favor, por lo menos a las cinco de la madrugada. Pero aun así… Así que me había traído un casco amarillo, aunque los limpia-ventanas nunca los usan, metí la cabeza en él y luego me puse un par de gafas de seguridad.
Una vez hubiera salido de aquel cuarto oscuro y estrecho, tendría que caminar unos cien metros o más por un corredor atestado de cámaras de seguridad que me seguirían durante todo el camino. Claro, había un par de guardias en el centro de mando en el sótano, pero tenían que mirar docenas de monitores constantemente, y probablemente también estaban viendo la tele y bebiendo café y hablando de sus cosas. No me pareció que nadie fuera a fijarse demasiado en mí.
Hasta que llegara al Centro de Alta Seguridad C, donde la seguridad era definitivamente más estricta.
– La tengo -dijo Seth, mirando fijamente la lectura digital de la radio de la policía-. Acabo de oír «seguridad de Trion» y Trion no sé qué más.
– Vale -dije-. Sigue escuchando y avísame si hay algo que deba saber.
– ¿Cuánto crees que tardarás?
Retuve el aliento.
– Podrían ser diez minutos, podría ser media hora. Depende de cómo vayan las cosas. -Ten cuidado, Cas.
Asentí.
– Espera. Mira, aquí tienes -había encontrado un cubo de limpieza amarillo y con ruedas en un rincón y lo empujó hacia mí-. Llévate esto.
– Buena idea -dije. Miré un instante a mi viejo amigo y quise decirle algo como «deséame suerte», pero decidí que eso sonaba demasiado a nervios y además era cursi. Le mostré las manos con los pulgares alzados, como si en realidad estuviera tranquilo-. Nos vemos en un rato -le dije.
– No te olvides de encender tu aparatito -dijo, señalando mi walkie-talkie.
Negué con la cabeza, como sorprendido de ser tan olvidadizo, y sonreí.
Abrí la puerta lentamente. No vi venir a nadie. Salí al pasillo y cerré la puerta tras de mí.
A menos de veinte metros de allí había una cámara de seguridad, montada en lo alto de la pared, junto al techo. Su pequeña luz roja parpadeaba.
Wyatt me había dicho que yo era un buen actor, y ahora sí que tendría que demostrarlo. Debía parecer despreocupado, un poco aburrido pero atareado, y sobre todo nada nervioso. Eso requeriría una buena actuación.
«Sigue mirando el Canal del Tiempo o lo que estén transmitiendo en este momento -ordené telepáticamente a quienquiera que estuviera en el centro de mando-. Bébete el café, cómete las rosquillas. Habla de baloncesto o de fútbol. No te fijes en el hombre que hay en la pantalla.»
Mis botas de trabajo crujían suavemente mientras caminaba por el corredor alfombrado empujando el cubo de limpieza. No había nadie alrededor. Qué alivio.
«No -pensé-, de hecho sería mejor que hubiera otra gente caminando por aquí. Así dejarías de ser el centro de atención.»
Sí, podía ser. Acéptalo como venga, pensé. Simplemente espera que nadie te pregunte adónde vas.
Doblé la esquina y entré en una amplia área de cubículos. Todo estaba a oscuras, excepto por unas pocas luces de emergencia.
Mientras avanzaba, empujando el cubo, por un pasillo del centro de la sala, noté que había todavía más cámaras de seguridad. Los letreros de los cubículos, los pósteres raros y para nada graciosos, todo indicaba que allí trabajaban ingenieros. Sobre el estante de uno de los cubículos había una muñeca Quiéreme, Lucille, que me miraba con malevolencia.
«Sólo estoy haciendo mi trabajo», me recordé.
Al otro lado de esta zona abierta, según el mapa, había un corto pasillo que llevaba directamente al área cerrada de la planta. El letrero en la pared (Centro de alta seguridad C. Sólo personal autorizado, y una flecha) me lo confirmaba. Ya casi estaba allí.
Todo marchaba sin problemas, mucho mejor de lo que había esperado. Por supuesto, alrededor de la entrada de centro de alta seguridad había cámaras y detectores de movimiento.
Pero si mi llamada de unas horas antes había funcionado, ya habrían desconectado los detectores de movimiento.
Claro que no podía estar seguro. En unos segundos, cuando estuviera más cerca, podría confirmarlo.
Lo más seguro era que las cámaras estuvieran encendidas, pero para eso tenía un plan.
De repente un sonido brusco me sacudió, una vibración aguda de mi walkie-talkie.
– Dios mío -dije con el corazón acelerado.
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