Joseph Finder - Paranoia

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Adam Cassidy tiene veintiséis años y odia su empleo miserable en una compañía tecnológica, pero su vida cambia por completo cuando le ofrecen convertirse en espía infiltrado en la Trion Systems, el principal competidor de su empresa. Sus superiores le preparan, le proporcionan información sobre su nueva empresa y, en cuanto empieza a trabajar en ella, se convierte en empleado estrella ascendiendo rápidamente a puestos de gran responsabilidad. Ahora su vida es perfecta: adora su trabajo, conduce un Porsche y tiene una novia que quita el sueño; lo único que tiene que hacer para mantener las cosas como están es traicionar a todos los que le rodean.
«Ha llegado el nuevo Grisham… Paranoia es un thriller magistralmente narrado y tremendamente absorbente» People Magazine

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Y por eso no quería que Alana se enterara jamás de lo que estaba haciendo. Eso me aterrorizaba. Esa idea oscura y terrible resurgía en mi cabeza e interrumpía mi tonta fantasía como uno de esos payasos de resorte que vuelven a levantarse cada vez que uno les da un martillazo en la cabeza.

En la cinta a color de mi fantasía se había deslizado un cuadro en blanco y negro: ahí estaba yo, sentado en el coche en el aparcamiento a oscuras, copiando en un CD los contenidos del portátil, presionando las llaves de Alana contra la cera, copiando su tarjeta de acceso.

Entonces le daba un martillazo al payaso malvado, y ahí estábamos Alana y yo, en el día de nuestra boda. Alana caminaba hacia el altar, hermosa y recatada, acompañada por su padre, un tipo de pelo canoso y mandíbula cuadrada vestido con traje de calle.

La ceremonia la lleva a cabo Jock Goddard como juez civil. Toda la familia de Alana ha venido, su madre se parece a Diane Keaton en El padre de la novia, su hermana no es tan bella como Alana pero es una chica dulce, y todos están encantados -recordad que esto es una fantasía- de que Alana se case conmigo.

Nuestra primera casa, una casa de verdad y no un piso, en algún pueblo arbolado del medio oeste; me imaginaba la casa magnífica en que vive la familia de Steve Martin en El padre de la novia. Después de todo, ambos somos ejecutivos ricos y poderosos. Bajo el umbral la levanto en brazos, sin ningún esfuerzo, y ella se burla de lo cursi y lo tópico que soy, y luego, para inaugurar la casa, nos acostamos en todas las habitaciones, incluyendo el baño y el armario de la ropa blanca. Alquilamos películas y las vemos en la cama mientras comemos comida china en cajas de cartón con palillos de madera, y cada cierto tiempo la miro sin que se dé cuenta y no puedo creer que de verdad esté casado con esta nena increíble.

Los matones de Mecham me habían devuelto mis ordenadores. Afortunadamente, porque iba a necesitarlos.

Metí el CD con toda la información que había copiado del portátil de Alana. Buena parte eran correos electrónicos que se referían al inmenso potencial de marketing de Aurora, a la forma en que Trion estaba preparado para adueñarse del «espacio», como se decía en jerga tecnológica. Hablaban de los inmensos incrementos en velocidad informática que Aurora permitía prever, y de cómo ese chip realmente cambiaría el mundo.

Uno de los documentos más interesantes era la programación de la presentación en público de Aurora. Sería el miércoles, dentro de tres días, en el Centro de Visitantes de las oficinas principales de Trion, un auditorio modernista y descomunal. Los correos electrónicos, las llamadas y los faxes se enviarían a la prensa sólo el día antes. Evidentemente aquello sería un evento público de grandes proporciones. Imprimí el programa.

Pero lo que más me intrigó fue el plano de la planta y los procedimientos de seguridad que todos los miembros del equipo Aurora recibían.

Abrí uno de los cajones de basura del mueble de la cocina. Envueltos en bolsas de basura estaban varios objetos que yo había guardado en bolsas con cierre de plástico. Uno era el CD de Ani DiFranco que había dejado en casa con la esperanza de que Alana lo cogiera, como en efecto sucedió. Otro era la copa que había usado cuando estuvo aquí.

Meacham me había dado un equipo de huellas digitales Sirchie; Contenía pequeñas ampollas de polvo para huellas, celo transparente de levantado de huellas y una brocha de fibra de vidrio. Me puse un par de guantes de látex y cubrí tanto el CD como la copa con un poco del polvo de grafito.

La mejor huella, de lejos, estaba en el CD. La levanté cuidadosamente con un trozo de celo y la puse en un estuche de plástico esterilizado.

Enseguida redacté un correo para Nick Wyatt.

Lo dirigí, por supuesto, a «Arthur».

Lunes por la tarde/Martes por la mañana completaré misión y obtendré muestras. Martes a primera hora entregaré en lugar y hora que usted escoja. Tras completar misión cesará todo contacto.

Quería transmitir el grado preciso de resentimiento. No quería que sospecharan nada.

Pero ¿acaso se presentaría Wyatt en persona?

Supongo que era ésa la pregunta del millón. No era crucial que se presentara, pero yo deseaba que así fuera. No había manera de forzarlo a que estuviera allí; de hecho, insistir demasiado en ello probablemente acabaría por disuadirlo. Pero para este momento ya conocía la psicología de Wyatt lo suficiente como para saber que no confiaría el asunto a nadie más.

Veréis, yo iba a darle a Nick Wyatt exactamente lo que quería.

Iba a darle el prototipo mismo del chip Aurora, que robaría, con la ayuda de Seth, de la quinta planta del ala D.

Tenía que darle el objeto real, el verdadero prototipo del Aurora. Por diversas razones, no podía darle uno falso. Wyatt, como ingeniero que era, sabría inmediatamente si se trataba o no del aparato genuino.

Pero la razón principal era ésta: por razones de seguridad, según lo había averiguado por los correos electrónicos de Camilletti y los archivos de Alana, el prototipo Aurora llevaba una marca de identificación microimpresa, un número de serie y el logo de Trion grabado con láser y visible sólo con microscopio.

Por eso quería que Wyatt estuviera en posesión del chip robado. Del objeto genuino.

Porque tan pronto como Wyatt -o Meacham, si ése era el caso- estuviera en posesión del chip robado, caería en la trampa. Yo lo habría notificado al FBI con la antelación necesaria para que coordinaran un equipo SWAT, pero sin darles nombres ni lugares ni nada hasta el último minuto. Yo controlaría completamente el proceso.

Howard Shapiro, el jefe de Seth, había hecho la llamada por mí. «Olvídese de tratar con el jefe de Departamento de la Fiscalía General», me había dicho. «Para algo tan dudoso como esto, se irá a Washington, y eso tardaría siglos. Olvídelo. Iremos directamente al FBI: son los únicos capaces de jugar con nuestras reglas.»

Sin dar nombres, cerró un trato con el FBI. Si todo salía bien, y yo les entregaba a Nick Wyatt, me darían libertad bajo fianza y nada más.

Pues bien, yo les entregaría a Wyatt. Pero lo haría a mi manera.

Capítulo 83

El lunes, llegué a trabajar a primera hora de la mañana, preguntándome si sería mi último día en Trion.

Por supuesto que si todo salía bien, aquél sería tan sólo un día más, un accidente pasajero en una larga y exitosa carrera.

Pero las posibilidades de que todo saliera bien con este plan increíblemente complejo eran pocas, y yo lo sabía.

El domingo había clonado un par de copias de la tarjeta de acceso de Alana usando los datos que había capturado de su tarjeta y una pequeña máquina que Meacham me había dado llamada ProxProgrammer.

Además había encontrado entre los archivos de Alana un plan de la quinta planta del ala D. Casi la mitad de la planta estaba marcada con sombreado y etiquetada con la leyenda «Centro de Alta Seguridad C».

El Centro de Alta Seguridad C era el lugar donde estaban probando el prototipo.

Desafortunadamente, yo no tenía la menor idea de lo que había dentro del centro de alta seguridad, ni sabía en qué lugar de esa zona se conservaba el prototipo. Después de entrar, tendría que arreglármelas sobre la marcha.

Pasé por casa de mi padre para coger mis guantes de trabajo súper resistentes, los que utilizaba cuando trabajaba limpiando ventanas con Seth. Esperaba encontrarme con Antwoine, pero el hombre debía de haber salido a dar una vuelta. Mientras estaba allí tuve la curiosa sensación de que me estaban observando, pero la deseché y la consideré simple ansiedad.

El resto del domingo me dediqué a investigar en la página web de Trion. Era en verdad sorprendente la cantidad de información disponible para los empleados, desde planos del edificio hasta procedimientos de seguridad, e incluso el inventario de los equipos de seguridad instalados en la quinta planta del ala D. A través de Meacham había conseguido la frecuencia de radio que los guardias de seguridad de Trion usaban para sus radioteléfonos.

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