Laura Lippman - Lo que los muertos saben
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En 1975, dos hermanas, de once y quince años, desaparecieron en un centro comercial. Nunca fueron encontradas, y cientos de preguntas quedaron sin respuesta: ¿cómo pudieron secuestrar a dos niñas?, ¿quién o qué consiguió atraerlas fuera del centro sin dejar rastro? Treinta años después, una extraña mujer que se ha visto envuelta en un accidente de tráfico asegura ser una de las niñas. Pero su confesión y las posteriores evasivas con que responde a los investigadores sólo profundizan el misterio. ¿Dónde ha estado todos estos años?
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Hasta que Willoughby lanzó la bomba:
– Me retiro, Dave. Al final de junio, este año.
– ¿Que vas a retirarte? Pero ¡si eres muy joven! Eres más joven que yo.
– Podemos retirarnos con la pensión entera a los veinte años, y este año cumplo veintidós en el cuerpo. Mi esposa… ya sabes que Evelyn no ha tenido nunca muy buena salud. Hay residencias, ya sabes, donde vives por tu cuenta, en un apartamento independiente, pero si te pones malo te cuidan, en tu propia casa por así decirlo. No hemos llegado todavía a esa fase, pero dentro de cinco años o así… Me gustaría, no sé cómo decirlo, eso que llaman vivir «una vida de calidad» al lado de ella.
– ¿Dejarás de trabajar del todo? Freud decía que el trabajo forma parte esencial del bienestar de las personas.
– Tal vez me preste a realizar alguna actividad como voluntario. En realidad, no necesito… Y tengo montones de cosas que hacer, no estaré desocupado.
Seguramente había estado a punto de decir que no le hacía falta el dinero, pero incluso entonces, después de haber tratado catorce años con Dave, habiendo hablado con él de toda clase de cosas íntimas y terribles, Willoughby seguía siendo reservado. Tal vez estaba tan acostumbrado a callar ante sus colegas en todo lo relativo a los fondos de pensiones de los que disponía, que le costaba hablar de eso con Dave. Una vez, una sola vez, invitó a Dave a ir a una fiesta navideña, seguro que porque sentía pena por él. Y Dave creía que iba a encontrarse con una jarana de policías bebidos o algo así. De hecho, anhelaba que fuese algo parecido, porque no había participado nunca en esa clase de jolgorios. Pero resultó tratarse de una cosa francamente familiar y de vecinos, ¡y menuda familia y menudos vecinos! Era un ambiente tranquilo típico de las familias de Pikesville, la clase de gente segura de sí misma y de su riqueza que Dave había tratado de imitar, y se podía reproducir el ambiente, pero imitar tanto dinero no resultaba en absoluto factible. Pantalones a cuadros escoceses, pasteles de queso, Martini de ginebra, mujeres flaquísimas y hombres de caras sonrojadas, y todos hablando sin alzar la voz, por mucho alcohol fuerte que hubiesen ingerido. Le habría gustado contarle la experiencia a Miriam, si todavía hubiesen hablado de vez en cuando. Pero no era así, la línea de teléfono de Miriam estaba cortada. Lo sabía, porque había tratado de hablar con ella la noche anterior.
– ¿Y qué pasará…? ¿Y quién…? -Se le produjo una súbita afonía y su voz se cortó, estaba francamente agobiado, presa del pánico.
– El caso ya ha sido asignado a otro inspector -dijo Willoughby rápidamente-. Va a llevarlo un inspector joven, muy listo. Y ya me encargaré yo de explicarle muy bien que tú debes ser informado constantemente de todo. Nada va a cambiar.
«El problema es ése.» Dave no pudo evitar que le invadieran las ideas más pesimistas. De repente habría un indicio, y enseguida se evaporaría como el rocío. De vez en cuando, algún chiflado, algún preso deseoso de obtener un trato más amable, diría que sabía algo, y luego se demostraría que todo era mentira. «Nada va a cambiar. La única diferencia será el inspector nuevo, que por mucho que trabaje, por mucho que analice el caso, no habrá estado a mi lado dando todos los pasos desde el primer día.» En ciertos aspectos, aquello era más descorazonador que la ruptura con Miriam, y sin duda mucho más inesperado.
– Pero, seguiremos… ¿Hablaremos de vez en cuando?
– Por supuesto. Siempre que quieras. Qué demontres. Estaré al día de todo, te lo garantizo.
– Bien -dijo Dave.
– Naturalmente, debo actuar con diplomacia. Que el nuevo no crea que ando siguiendo cada uno de sus pasos. Pero éste es un caso que siempre me pertenecerá. Es uno de los dos que más cerca de mi corazón tendré siempre.
– ¿Uno de los dos? -Dave no fue capaz de contenerse. Le escandalizó la sola idea de que Willoughby pudiera haber tenido en su carrera de inspector más de un caso.
– El otro se resolvió -añadió enseguida Wiloughby-. Hace mucho tiempo. Ese caso… se trató de un buen trabajo policial a pesar de que las circunstancias eran complicadas. No puede compararse…
– Sí, ya sé que un caso en el que se hiciera un buen trabajo policial no podría nunca compararse con el mío.
– ¡Por favor!
– Disculpa. Es este día. El hecho de que hoy sea hoy, que sea el aniversario. Catorce años, y nada de nada, ni una buena pista, ningún rastro en los dos últimos años, nada. No sé cómo sobrellevar todo esto, Chet.
«Esto» era… lo era todo: su posición como víctima perpetua de un delito sin contenido, del que sólo se había llegado a saber que había sido cometido. Dave había aprendido a seguir, porque «seguir» significaba solamente andar y andar adelante, arrastrando los pies camino de ninguna parte, siguiendo por pura inercia. Seguir era fácil. Estar era muy difícil, ya no sabía en qué consistía. Por vez primera en muchos años recordó a sus amigos del Quíntuple Camino. Los ritos que había acabado por abandonar porque para él ya no había momentos especiales, ni salidas ni puestas de sol. En el mundo de Alicia en el país de las maravillas, la regla consistía en que había mermelada ayer y habría mermelada mañana, pero jamás había mermelada hoy. En el mundo de Dave, el hoy tampoco existía, sólo el ayer y el mañana.
– No hay nadie que esté preparado para soportar lo que tú has soportado, Dave. Ni siquiera lo estaría ningún policía. Probablemente no debería contártelo, pero la caja con todo el historial de tu caso ha estado en mi casa muy a menudo. Ahora, con mi retiro, tendré que devolverla, pero llevaré todo eso en mis pensamientos, siempre. Te lo prometo. Lo he hecho por ti y por ti seguiré dándole vueltas. No te digo que vaya a hacerlo hoy. Quiero decir toda mi vida, cada uno de los días del resto de mi vida. Incluso cuando me retire de verdad, estaré siempre aquí. No me iré a Florida ni a Arizona, voy a seguir viviendo aquí.
Las palabras del policía sirvieron para aplacarle un poco, al menos superficialmente. Pero Dave llevaba toda la mañana con ganas de pelea, y seguía igual. El caso Steinberg, que había salido a la luz y divulgado por la prensa hacía dieciocho meses, le había vuelto loco, y cuando se dictó la sentencia, hacía apenas una semana, todos esos sentimientos habían vuelto a hervir en su interior. Cada vez que oía hablar de un caso de abusos infantiles o abandono del cuidado de unos niños, Dave perdía la razón. Lisa Steinberg murió apenas dos semanas después de que una niña de Texas, Jessica, se hubiese caído a un pozo, y también este caso enfureció a Dave. «¿Dónde estaban los padres?» Por extraño que pudiera parecer, su experiencia personal hacía que sintiera menos simpatía por quienes vivían experiencias similares. Criticaba a los demás de la misma forma que le habían criticado a él. Adam Walsh, Etan Patz, toda la comunidad de padres sufrientes… No quería saber nada de ninguno de ellos.
Sonaron los tubos de una campana de viento cuando entró en la tienda, que ahora era conocida sencillamente por las siglas: TBG, las iniciales del verso en inglés, «the blue guitar». Al principio quiso incluir las iniciales de todas las palabras, pero eran tantas letras que resultaba impronunciable, y se conformó con esas tres. La sección de ropa de vestir ocupaba ahora tanto espacio como la de artesanía. La tienda había evolucionado hacia la idea que al principio le había sugerido Miriam, con artículos mucho más normales y accesibles para todo el mundo. Y era así como se había acabado convirtiendo en una súper exitosa tienda de moda. Un hecho que él odiaba.
– Hola, jefe -dijo Pepper, la encargada.
Era una joven animosa que llevaba trece pequeños aritos en la oreja izquierda, y el pelo al cero en la parte de atrás de la cabeza, pero por delante tan largo que se le metía en los ojos. Estaba etiquetando artículos. Pepper actuaba en la tienda como si fuese la propietaria, y Dave no entendía cómo era posible que siendo tan joven demostrara tanto sentido de la responsabilidad. Tenía una gran habilidad para desviar la atención lejos de los conflictos, una gran capacidad para no dejar las cosas al desnudo. Y Dave compartía esa misma actitud, pero sabía muy bien cómo se había desarrollado en él. Pero por mucho que Pepper hubiese podido experimentar el dolor, no podía ni siquiera imaginar que aquella joven saludable y luminosa -pues a pesar del extraño corte de pelo y los aritos de la oreja, tenía un típico rostro fresco y reluciente, tan americano- tuviera en su pasado nada que pudiera merecer el nombre de tragedia. Dave pensó pedirle a Willoughby que analizara a fondo su historial, con el pretexto de que tal vez había tratado de trabajar con él precisamente porque sabía algo relacionado con la desaparición de sus hijas. Pero jamás había utilizado en vano la historia de las niñas, y no iba a empezar en ese momento.
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