Laura Lippman - Lo que los muertos saben

Здесь есть возможность читать онлайн «Laura Lippman - Lo que los muertos saben» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Lo que los muertos saben: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Lo que los muertos saben»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Hay preguntas que sólo los muertos podrían responder…
En 1975, dos hermanas, de once y quince años, desaparecieron en un centro comercial. Nunca fueron encontradas, y cientos de preguntas quedaron sin respuesta: ¿cómo pudieron secuestrar a dos niñas?, ¿quién o qué consiguió atraerlas fuera del centro sin dejar rastro? Treinta años después, una extraña mujer que se ha visto envuelta en un accidente de tráfico asegura ser una de las niñas. Pero su confesión y las posteriores evasivas con que responde a los investigadores sólo profundizan el misterio. ¿Dónde ha estado todos estos años?

Lo que los muertos saben — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Lo que los muertos saben», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

De modo que esa tarde terminó yendo a la tienda de pantalones. El profesor de música de Sunny, el señor Pincharelli, estaba tocando el órgano en la tienda de música cuando Heather pasó por delante. Sunny había estado un poco enamorada de él, Heather lo había leído en el diario de su hermana. Pero la última vez que estuvieron juntas en el centro comercial, al pasar por la tienda de música Sunny aceleró el paso, como si le avergonzara la actitud del profesor. Heather le vio esa tarde tocando de pie Desfile de Pascua, haciéndolo de manera muy enérgica, rodeado de una pequeña muchedumbre. Tenía la cara perlada de sudor, y había manchas alrededor de las axilas en su camisa blanca de manga corta. A Heather le parecía imposible enamorarse de un hombre así. Si hubiera sido su profesor de música, se habría burlado de él sin parar. Pero la gente que se había parado a escucharle daba la sensación de estar divirtiéndose y de sentir por él una gran admiración, de modo que Heather se vio arrastrada por esos sentimientos y se sentó al borde de una fuente cercana, a escuchar. Estaba preguntándose por el significado de una frase de la letra de esa canción cuando notó que alguien la cogía del codo.

– Eh, se suponía que tenías que estar…

Era una voz iracunda, que no gritaba, pero que se oía por encima de la música, tanto que los que estaban cerca se volvieron a mirar. El hombre le soltó enseguida el brazo y murmuró: «Da igual», y desapareció entre la multitud de paseantes. Heather le miró mientras se alejaba. Estaba contenta de no haber sido la niña que ese hombre andaba buscando. Una niña que iba a pasarlo mal, seguro.

Después de Desfile de Pascua el profesor Pincharelli comenzó a tocar Superstar, la canción de los Carpenters, no la de Jesucristo. La semana anterior, precisamente, Sunny le había dado a Heather todos sus álbumes de los Carpenters, diciendo que eran demasiado blandos para ella. Probablemente valiera la pena tratar de imitar los gustos de Sunny en una sola cosa, la música, y si ella creía que los Carpenters eran demasiado blandos, Heather no tenía intención de convertirse en su admiradora. Tenía cinco dólares, recordó, suficiente como para comprarse un álbum y que le quedara todavía algo de dinero. Tal vez no fuera mala idea ir finalmente a Harmony Hut y comprarse algo de… Jethro Tull. Un tío que hacía música guay. Y si resultaba que Sunny rondaba por la tienda de discos… «éste es un país libre», le diría.

TERCERA PARTE . Jueves

Capítulo 11

– La cuestión -dijo Infante a Lenhardt- es que no parece una Penelope.

– ¿Y qué aspecto tendría una Penelope? -dijo el sargento, mordiendo el anzuelo.

– No sé. Rubia, con un casco rosa.

– ¿Cóoomo? El sargento alargó infinitamente la palabra.

– Quiero decir como en aquellos dibujos animados de hace años, esos en los que había una carrera de coches y te hacían creer que el resultado era incierto, ¿lo recuerdas? La guapa se llamaba Penelope Pit Stop. Pero no ganaba casi nunca.

– Eso es un nombre griego, ¿no? Bueno, disculparás que no esté tan puesto como tú en esas historias de Hanna Barbera, pero me suena que hay una famosa leyenda acerca de una tal Penelope, algo que tenía que ver con tejer y con un perro.

– ¿Tejer un jersey para un perro?

– No exactamente. Hablo de una historia de hace unos mil años, ignorante.

Apenas veinticuatro horas atrás, cuando Infante estaba todavía en la lista de los malos polis, la misma conversación habría sido ligeramente distinta: las palabras tal vez hubieran sido las mismas, pero habrían sido pronunciadas en un tono bastante menos amistoso. Lenhardt habría dicho las mismas necedades, pero habría insultado a Infante con muy mala intención, se habría cebado en su incultura, habría replicado a sus palabras con frases hirientes. Sin embargo, Infante volvía a ser uno de los polis buenos. La noche anterior se había quedado trabajando dos horas más de la cuenta, esa mañana había aparecido temprano y despierto pese a haber tenido que pasar por el depósito de bienes confiscados antes de llegar a la comisaría, y hacía solo un momento, trabajando en su ordenador, había conseguido localizar los datos del permiso de conducir que Penelope Jackson había obtenido en Carolina del Norte y que la policía del vecino estado les enviara por fax una copia de la foto de esa mujer.

Lenhardt trató de analizar la imagen, algo borrosa por haber sido ampliada en una fotocopiadora.

– ¿Es ella?

– Podría serlo. Teóricamente, sí podría. La edad, treinta y ocho años, no parece imposible, aunque nuestra dama esté diciendo que es algo mayor, cosa bastante rara hoy en día, por cierto. Tanto el color del pelo como el de los ojos son muy parecidos. En la foto lleva el cabello largo y en la vida real se lo ha cortado bastante. Y la mujer del hospital está bastante más flaca que la de la foto.

– Las mujeres se cortan el pelo muy a menudo -dijo Lenhardt, como lamentando esa circunstancia, en un tono de voz que parecía entristecido-. Y son muchas las que adelgazan bastante cuando cumplen los cuarenta, o eso me dicen. -La esposa del sargento estaba muy buena, aunque algo sobrada de kilos-. Pero me da la sensación de que no es la misma cara. La mujer de la foto tiene una expresión áspera y taimada. Y en cambio la de la mujer del hospital me parece más suave. Estoy seguro de que está mintiendo…

– Seguro. -Los policías sabían que la gente les mentía siempre.

– Pero no sé en qué me miente ni por qué. Si no es Heather Bethany, si es Penelope Jackson o cualquier otra persona, ¿cómo se le ocurrió mencionar un caso que quedó enterrado hace treinta años en el momento en que la detenían? ¿Y cómo es que encaja más o menos con la descripción?

Infante encontró en su ordenador otra ficha, esta vez perteneciente a una base de datos de todo el país en la que estaban registrados los niños desaparecidos. De hecho, no tenía ni idea de cómo se entraba en esos sitios, pero bastó una llamada de teléfono a Nancy Porter, su ex compañera de trabajo, para encontrar el modo. Y en la ficha estaban las dos niñas, Heather y Sunny, a los once y catorce años, y la última foto que les habían sacado en la escuela. Debajo de las fotos había sendos dibujos en los que alguien había tratado de mostrar cómo podían ser sus caras en la actualidad.

– ¿Se le parece? -dijo Lenhardt poniendo el dedo en la pantalla donde estaba la foto de Heather, y dejando la huella de su índice en el cristal, justo encima de la nariz de la niña.

– Bueno… Quizá. Sí y no.

– ¿Has ido alguna vez a una reunión de ex alumnos de instituto?

– Qué va. No me molan esos rollos. Además, yo estudié lejos de aquí, en Long Island, y ya no tengo ningún conocido ni amigo por allí.

– Hace unos años fui al treinta aniversario de mi promoción del instituto. La gente envejece de formas muy diversas. Algunos, la verdad, tenían la misma cara de siempre, sólo que con más años encima. Pero en otros casos era justo lo contrario. Hombres y mujeres por igual, en el rostro les notas que ya han arrojado la toalla. ¿Me entiendes, no? Lo han intentado muchas veces, y ahora ya han perdido la esperanza. Tías que habían sido animadoras del equipo de baloncesto y que ahora pesaban cien kilos; tíos que eran capitanes del equipo de rugby y ahora estaban medio calvos y con montones de caspa. Son muchos los que no se parecen en absoluto a lo que fueron.

– Seguro que te gustó eso de ir a una de esas reuniones acompañado de una esposa a la que le llevas quince años…

Lenhardt enarcó las cejas fingiendo sorpresa, como si jamás se le hubiese ocurrido que su mujer estaba buena. Por supuesto, Infante sabía que su jefe se moría por conseguir que la gente le lanzara miradas de envidia.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Lo que los muertos saben»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Lo que los muertos saben» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Lo que los muertos saben»

Обсуждение, отзывы о книге «Lo que los muertos saben» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x