Bien mirado, pensó Bond, Sukie Tempesta estaba demostrando ser una dama insólitamente fría. Dejó la Happi-coat sobre la cama para introducirla en la maleta más tarde y, al ver su cuerpo desnudo reflejado en el alargado espejo, se sintió complacido no por vanidad sino por la evidente buena forma de los tensos músculos de sus muslos y pantorrillas y la curva de sus bíceps.
Se había duchado y afeitado antes de la llegada de Quinn y ahora se vistió mientras elaboraba un plan viable de trabajo con respecto a Sukie. Se puso unos pantalones deportivos, sus mocasines preferidos y una camisa de algodón Sea Island. Para ocultar la ASP, se enfundó en una chaqueta de tejido Alcántara modelo Oscar Jacobson de color gris. Luego, dejó la maleta y dos carteras de documentos junto a la puerta, examinó el arma y bajó a recepción para pagar su propia cuenta y la de Sukie. Tras lo cual, subió a la habitación de la muchacha.
El equipaje de la marca Gucci de Sukie ya estaba pulcramente alineado junto a la puerta que ella abrió en cuanto le oyó llamar con los nudillos. Llevaba puestos de nuevo los vaqueros Calvin Klein, esta vez con una blusa de seda negra que a Bond le pareció de Christian Dior.
Este la empujó suavemente hacia el interior de la estancia y ella no protestó, pero le dijo que ya estaba lista para salir.
– ¿Qué ocurre, James? -preguntó Sukie al ver la severa expresión de su rostro-. Algo muy serio, ¿verdad?
– Lo siento, Sukie. Sí. Muy serio para mi y potencialmente peligroso para ti.
– No lo comprendo.
– Tengo que hacer ciertas cosas que quizá no te gusten. Me han amenazado…
– ¿Amenazado? ¿Cómo?, pero -preguntó la mujer retrocediendo.
– No puedo entrar en detalles ahora, pero sé con toda certeza -y otras personas lo saben también- que tú podrías estar implicada.
– ¿Yo? ¿Implicada en qué, James? ¿En la amenaza que pesa contra ti?
– Es un asunto muy grave, Sukie. Mi vida corre peligro y nos conocimos en unas circunstancias un poco dudosas…
– ¿Sí?, ah, ¿y qué tenía de dudoso todo aquello, exceptuando a aquel par de atracadores?
– Llegué justo en el momento oportuno y te libré de ciertas molestias. Después va y se te avería el coche casualmente cerca de donde yo estoy. Me ofrezco a acompañarte a Roma. Parece una cosa preparada en la que yo soy el blanco.
– Pero yo no…
– No sabes cuánto lo siento, pero…
– ¿No puedes llevarme a Roma? -preguntó Sukie-. Lo comprendo, James. No te preocupes, ya encontraré algún medio. Aunque reconozco que será un pequeño problema…
– Pero si tú vas a venir conmigo, incluso puede que a Roma, aunque un poco más tarde. No me queda otra alternativa. Tengo que llevarte, aunque sea como rehén. Necesito un pequeño seguro. Tú serás mi póliza.
Bond se detuvo para comprobar el efecto de sus palabras y vio con asombro que Sukie esbozaba una sonrisa:
– Bueno, jamás había sido un rehén. Será une nueva experiencia -le dijo. Al ver que Bond la apuntaba con su pistola, añadió:
– ¡Vamos, James! No me vengas con melodramas. No hace falta. De todos modos, estoy de vacaciones. En realidad, no me importa ser tu rehén en caso necesario -se detuvo y le miró fascinada-. Puede incluso que sea emocionante, y a mí las emociones de veras que me encantan.
– Las personas que me persiguen son tan emocionantes como tarántulas, tan peligrosas como escorpiones y tan mortíferas como serpientes de cascabel… Confío en que lo que va a ocurrir no sea demasiado desagradable para ti, Sukie, pero no tengo otra alternativa. Te aseguro que eso no es un juego. Tendrás que hacer todo cuanto yo diga, y hacerlo muy despacio. Lamento tener que pedirte que te des la vuelta con las manos en la cabeza.
Bond buscaba algún arma improvisada y otra más hábilmente escondida. Sukie llevaba un pequeño broche con un camafeo en el cuello de la blusa. La obligó a quitárselo y a arrojarlo delicadamente sobre la cama donde estaba su bolso de bandolera. Después le dijo que se quitara los zapatos.
Bond se quedó con el camafeo; parecía inofensivo, pero sabía que los técnicos podían hacer cosas tremendas con los broches. Llevó a cabo todo el examen con una sola mano mientras con la otra sostenía con firmeza la ASP. Los zapatos y el cinturón eran inofensivos. Bond se disculpó por su indigno comportamiento, pero la ropa y la propia persona de Sukie eran las primeras prioridades. En caso de que la chica no llevara nada sospechoso encima, ya registraría el equipaje más tarde, cuidando de que éste no pudiera ser manipulado hasta que se detuvieran en algún sitio. Vació el bolso sobre la cama. Los habituales artículos femeninos se desparramaron sobre el blanco cobertor acolchado, entre ellos: un talonario de cheques, un diario, diversas tarjetas de crédito, pañuelos de celulosa, un peine, un frasquito de píldoras, varias facturas de la tarjeta Visa, un frasco de perfume Anais Anais de Cacharel, una barra de labios y un estuche de maquillaje dorado.
Bond se quedó con el peine, unos cuantos libritos de cerillas, un equipo de coser del hotel Plaza Athénée, el frasco de perfume, la barra de labios y el estuche de maquillaje. El peine, los libritos de cerillas y el equipo de coser eran armas inmediatamente adaptables para hacer un trabajo a quemarropa. El frasco de perfume, la barra de labios y el estuche de maquillaje se tenían que examinar con más detenimiento. Bond sabía que los frascos de perfume podían contener líquidos letales, que las barras de labios podían ocultar hojas más afiladas que una cuchilla de afeitar, cargas de proyección de distintas clases e incluso jeringas hipodérmicas, y que los estuches de maquillaje en polvo podían ser radios en miniatura o cosas peores.
Sukie estaba más turbada que enfurecida por el hecho de tener que desnudarse. Su piel tenía un suave color café con leche como el que solo se puede conseguir con mucha paciencia, lociones idóneas, un régimen de sol adecuado y un cuerpo desnudo.
Bond examinó los pantalones vaqueros y la blusa, cerciorándose de que no hubiera nada oculto en los forros o las costuras. Finalizado el examen, volvió a disculparse y le dijo a Sukie que se vistiera y luego llamara a recepción. Debería utilizar las palabras textuales que él le indicara, y decir que el equipaje ya estaba listo en su habitación y en la del señor Bond y que deberían trasladarlo directamente al automóvil del segundo.
Sukie hizo lo que él le ordenaba. Tras colgar el teléfono, dijo, sacudiendo la cabeza:
– Haré exactamente lo que me digas, James. Estás visiblemente desesperado y no cabe duda de que eres un profesional. No soy tonta. Tú me gustas. Haré cualquier cosa que sea razonable, pero yo también tengo un problema.
Le tembló ligeramente la voz como si aquella experiencia la hubiera desquiciado.
Bond asintió con la cabeza para darle a entender que podía revelarle su problema.
– Tengo una antigua amiga del colegio en Cannobio, justo en la orilla del lago…
– Sí, conozco Cannobio, un centro italiano de vacaciones de segunda categoría. Bastante pintoresco, turísticamente hablando. No está muy lejos.
– Le dije que la recogeríamos al pasar. Tenía que reunirme Con ella anoche. Nos espera junto a la encantadora iglesia de la orilla del lago, la Madonna della Pietá. Estará allí a partir del mediodía.
– ¿No podríamos darle alguna excusa? ¿Telefonearía?
Sukie sacudió la cabeza.
– Anoche, cuando llegué con el automóvil averiado, telefoneé al hotel donde ella se iba a hospedar. Aún no había llegado. La llamé otra vez después de cenar y estaba esperando allí. Tenían todas las habitaciones ocupadas y ella iba a buscarse otro hotel. Puesto que tú me habías dicho que, a lo mejor, saldríamos un poco tarde, me pareció más oportuno decirle que nos esperara junto a la iglesia de la Madonna della Pietá a partir de las doce del mediodía. No se me ocurrió decirle que me llamara para confirmarlo…
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