John Gardner - Scorpius
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Uno de los hombres de Wolkovsky estaba sosteniendo una animada conversación con alguien de Washington, y pudo oír que mencionaba varias veces el nombre del presidente. En el otro aparato, uno de los colegas de Bond hablaba también con rapidez leyendo una larga lista anotada en el libro que antes había visto puesto sobre el mostrador del bar.
Atisbando por encima de su hombro, Bond pudo ver que el agente transmitía sus datos a Londres sin perder la calma, mencionando horarios, objetivos, nombres y, cuando le era posible, las últimas señas de los Humildes involucrados en misiones mortales. Había una lista separada que contenía un centenar de nombres y que estaba encabezada bajo el titulo Avante Carte.
– Tenemos que esperar un poco hasta que Charlie haya terminado de hablar con Washington -le advirtió Wolkovsky.
– ¿Se trata del asunto del Avante Carte? -preguntó Bond-. Por lo que me dijo Scorpius, creo que era algo más que una artimaña con fines monetarios engañosos.
– Afortunadamente, los de la Sección Q ya hablan fijado su atención en ello. -Wolkovsky conocía a la Bella Q desde una perspectiva profesional, y afirmaba que había logrado averiguar los más siniestros secretos relativos a la tarjeta-. Al parecer podían operar con ella en algo mas que en circular dinero por diferentes cuentas. La tarjeta estaba dotada de un micro-chip que le daba acceso al mercado de valores. Habrían podido provocar el pánico en los mercados mundiales. La Avante Carte podía realmente comprar y vender valores. Según se ha averiguado, se trataba de causar una demanda general de libras esterlinas en medio de la campaña electoral. -Al disponer ahora de los nombres y las señas de los propietarios de las tarjetas, la policía pondría todo su esfuerzo en localizar a cuantas de ellas existieran en Inglaterra-. Me parece que lograrán evitar el desastre -afirmó Wolkovsky, encogiéndose de hombros-. Ahora tengo una preocupación más acuciante. Pero hay que esperar hasta que Charlie conozca la reacción de Washington.
Bond hizo una señal de asentimiento y empezó a pasear por el estudio vacío de muebles pero dotado de numerosas estanterías con libros. Pearly le acompañaba.
– ¿Por qué cree usted que Scorpius puso mi vida en peligro ya anteriormente, Pearly ? ¿Qué piensa de aquellos coches? ¿Lo de Hereford?
– A mí me parece que fue accidental, jefe. Se mostraron muy listos al mantenerle bajo vigilancia; al asegurarse de que era usted la persona designada para la tarea. No se imaginaron que se descubriría. -Adoptó un aire un poco compungido-. Lo lamento. Debí haber sido más avispado y no dejarme meter en esto. Fue solo por causa de Ruth y no tenía idea… -Parecía no encontrar las palabras adecuadas-, no tenía idea que la cosa iba a terminar así, con la gente saltando por los aires como bombas humanas. ¡Da asco! Ya fue demasiado cuando hace un par de años ese individuo metió a su amiguita en un avión comercial cargada de explosivos hasta las orejas. Pero esa gente se ha dejado engañar hasta el punto de creer que servían a las generaciones futuras inmolándose a si mismos junto con personas inocentes.
– No fue culpa suya, Pearly . Cualquiera hubiera hecho lo mismo si un hijo o hija suyo estuvieran involucrados en semejante asunto.
Pearlman permaneció silencioso unos momentos moviendo los pies con aire inquieto.
– Creo que debí haber informado de ello a alguien. Me parece que me voy al Salón de los Rezos para ver a Ruth y decirle algunas cosas.
– Hágalo -le animó Bond.
Observó que otras dos personas se habían sentado al escritorio de Scorpius. Se trataba de un colega, John Parkinson, hombre de corta estatura, carácter bullicioso y buen interrogador «creativo». Frente a él vio a Trilby Shrivenham, muy nerviosa y con los ojos enrojecidos.
– Me amenazó con echarme viva al pantano si no me iba con él -estaba explicando-. Le aseguro que cuando me di cuenta de lo que se fraguaba…, lo de las misiones de muerte y todo lo demás, intenté apartarme lo mismo que hizo la pobre Emma Dupré. Pero no puedo recordar gran cosa de ello. Scorpius me había atiborrado ya de droga. Tenía una vaga idea de que pensaba utilizarme en una misión muy especial…, aun cuando no me había casado ni tenía ningún hijo. Porque éste era el único modo de conseguir un nombre y una misión mortales. – Levantó la mirada y al ver a Bond añadió-: Usted me cree, señor Bond, ¿verdad? Nunca pude haberme casado con ese… con ese Satanás de forma humana.
– La creo, Trilby -respondió Bond, posando en ella una mirada firme como de advertencia-. No me dejé convencer porque Vladi la hiciera participar en aquella extraña cena. Nada parecía auténtico. Pero tendrá que convencer a este caballero. -Se volvió hacia Parkinson-. Lo siento, John. Es su tarea. No quiero meterme en lo que no me importa.
– De acuerdo -convino el interrogador, apartando fríamente su atención de Bond.
– James. -Wolkovsky le hacía señas desde la puerta del comedor.
El hombre de la CIA llamado Charlie se encontraba detrás de él. Y los dos parecían como si hubieran recibido malas noticias.
– ¿Es que les ha dicho alguien que el mundo se termina hoy? -preguntó Bond tratando de aliviar un poco la tensión.
– Casi, casi -respondió Wolkovsky con los nervios tensos como cuerdas de piano-. Ahí va la primera muestra.
Entregó un ejemplar del New York Times , sosteniéndolo por la primera página. Los titulares muy destacados proclamaban: «El primer ministro inglés abandona repentinamente la campaña electoral. Se proyecta la visita de un día para conversaciones con el presidente.»
– ¡Cielos! -exclamó Bond por lo bajo. Enseguida les contó lo que Scorpius le había dicho cuando comentó que el nombre del primer ministro no estaba incluido en la lista de los condenados a muerte-. Me explicó que tenía planes especiales para él. -El estómago se le revolvió al comprender el significado verdadero de aquellas palabras-. Lo que dijo exactamente fue: «¡Oh, no, James Bond! No me he olvidado del primer ministro. Desde luego que no. Pero a ese señor le reservo un tratamiento muy especial que no aparece mencionado en este mapa.» -Bond volvió la cabeza hacia el mapa de las islas británicas que titilaban en la pared con todas sus luces encendidas. Uno de sus colegas estaba volviendo a comprobar los objetivos señalados con los puntos de luz y asegurándose de que nada quedaba al azar-. Luego -prosiguió Bond- Scorpius dejó de dar detalles. Me parece que tienen razón. Estaba pensando en el primer ministro y en el presidente…, los dos a la vez.
– Tiene mas razón que un santo -concedió Wolkovsky con los dientes apretados-. Existen indicios de que una campaña aquí, en este país se encontraba en las primeras etapas de su planteamiento.
– Entonces no existe ninguna duda de que hay un propósito letal contra el primer ministro durante su visita. ¿Cuál es el programa de la misma?
– Por el momento eso importa poco.
Charlie, el hombre de Wolkovsky, parecía tan desilusionado como un clérigo que hubiera perdido la fe.
– ¿Por qué? Claro que importa el programa. Debía estar preparado para el primer ministro y para el presidente de ustedes…, los dos a la vez. ¡Dos grandes jefes de gobierno muertos de una sola explosión!
– Eso es exactamente lo que creemos. -Wolkovsky parecía dispuesto a escupir con violencia-. Mas por desgracia nuestro Servicio Secreto, que como saben lleva a cabo la misión de proteger a los personajes importantes, opina de manera distinta. Ni tampoco es así como lo ve su primer ministro.
– ¿Cómo? -preguntó Bond con genuina expresión de incredulidad.
Wolkovsky se encogió de hombros a su manera característica.
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