John Gardner - Scorpius

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James Bond

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Las reflexiones de Bond se eclipsaron al pensar que mientras Harriett fuera lo que aseguraba ser, no existía desacato de ninguna clase, porque los dos estaban practicando aquella ceremonia fingida con el único objeto de salvar sus vidas y no sólo las suyas, sino la de otros que las habrían perdido también en el futuro.

A su lado, Pearly Pearlman murmuro:

– Mire a mi querida, Ruth. ¿Qué diría su abuelita si la viese? Una buena chica judía como ella tomando parte en esta comedia. No está bien. Además, fíjese en el imbécil de su marido. -Hizo una señal indicando a un joven pálido, delgado y barbudo que estaba sentado un par de filas más arriba del pasillo. Cuando Ruth pasó por su lado, el joven levantó hacia ella unas pupilas húmedas-. Hubiera podido casarse con alguien dotado de una profesión más decente. Con un hombre de futuro.

– ¿Se refiere a su yerno el astronauta? -preguntó Bond en un murmullo-. ¿O del que practica esquí acuático?

– ¡Cállese! -le ordenó Pearly con voz quizá un poco estridente.

Al llegar junto a Bond, Harriett hizo entrega de su ramillete a Trilby y sonrió a aquél tras su velo como si fuera el único hombre al que hubiera podido amar o con el que deseara casarse. Quizá fuese así en realidad; pero aquella idea no le preocupó demasiado, por ser secundaria respecto a lo que los deparaba el futuro. A partir de aquel momento debería tener siempre presente una idea fija. «Esto no es real -se dijo-. Ni legal ni nada parecido.»

Nervioso, Scorpius dio unos pasos y empezó su versión particular de lo que creía la ceremonia de una boda.

– Queridos, amados míos; quienes conservamos humildes la mente, el corazón y el cuerpo, nos hemos congregado aquí para unir en matrimonio a estas dos personas. Harriett y James, de acuerdo con nuestra fe y nuestra creencia de que sólo quienes han ingresado en la Sociedad de los Humildes alcanzarán el verdadero paraíso.

Prosiguió así durante media hora en una mezcolanza de frases cristianas, judías y de otras religiones. Los contrayentes tenían las manos unidas por un pañuelo de seda, similar a una estola; el Guardaespaldas Bob , que actuaba como padrino de Harriett, hizo circular una bolsa de terciopelo que contenía cincuenta krugerrands; se intercambiaron los anillos y los novios bebieron tres sorbos de la misma copa de plata, tras de lo cual, Bond aplastó con el pie un vaso de vino colocado debajo de un paño. Esto último, según explicó Scorpius, representaba el aplastamiento de todos quienes se interponían entre los verdaderos Humildes y el camino al paraíso. Pero Bond sabía perfectamente que aquello era un plagio de la ceremonia judía en la que se simboliza la destrucción del Templo y se recuerda a la pareja que el matrimonio debe permanecer bien guardado para evitar que se haga añicos.

Finalmente Scorpius los declaró marido y mujer. El velo de Harriett fue echado hacia atrás y se permitió a Bond besar a la novia.

A continuación tuvo lugar una pequeña fiesta en la amplia antesala donde se congregaron todos los Humildes presentes. Se brindó con champán Pol Roger 71, una de las grandes cosechas, y se intercambiaron felicitaciones seguidas de breves discursos. Harriett miraba a Bond con admiración y él se dio cuenta de que, si bien nunca podría estar realmente enamorado de aquella muchacha, sí se sentía preocupado por ella. Su sentido de la caballerosidad le decía claramente que tenía que hacer todo lo posible para que no sufriera.

Para entonces se había hecho ya tarde; eran casi las dos de la madrugada. Bond estaba convencido de que, aunque quizá pudieran producirse algunas muertes más en Inglaterra, deberían esperar hasta las primeras horas del día siguiente antes de iniciar el plan de fuga que tenía perfectamente trazado en su cerebro. Aquello le proporcionaría alguna claridad a la que poder examinar el terreno por los amplios ventanales que ocupaban casi toda la superficie de los muros exteriores del cuarto de los invitados frente al mar.

Entre una barahúnda de gritos y de bromas de mal gusto, la pareja fue conducida a las habitaciones de los invitados, que encontraron casi excesivamente acicaladas. La destinada a Bond estaba cerrada con llave y su cartera había sido trasladada al salón. Había allí flores, más champán Y bombones de chocolate. Uno de los guardianes dijo que no los despertarían temprano, y por su parte, Scorpius dejó bien claro que no esperaba verlos por lo menos durante dos o tres días.

Bond estaba empezando a sentir cierto cansancio, después de la larga jornada, acrecentado por el cambio de hora. Se excusó y se metió en el baño para lavarse y empezar su rutina nocturna. Su bolsa de aseo había sido vaciada y los diversos objetos estaban colocados sobre una estantería de cristal encima del doble lavabo. Al salir vio que Harriett se hallaba de pie junto a la cama, llevando sólo su breve ropa interior.

– Mira, James -le dijo dirigiéndole su sonrisa más pícara-. No me falta de nada. -Fue señalando cada una de las piezas-. Las hay antiguas, otras modernas, y algunas prestadas, pero todas en azul.

Se acercó a él envolviéndolo con su cuerpo semidesnudo y empujándole hacia la cama. Habría hecho falta ser un santo para resistirse, y Bond era el primero en admitir que la santidad no constituía precisamente su punto fuerte.

A primeras horas de la mañana, metidos bajo las sábanas, donde sus palabras no podían ser recogidas por ningún micrófono, él empezó a hacerle preguntas:

– ¿Dijiste que Scorpius te propuso casarse contigo?

– Me ofreció el matrimonio y una vida de lujo a cambio de que yo le entregara la mía, desde luego. Sabe que soy muy hábil en mi trato con él; pero cuando me hizo la propuesta tuve la impresión de que intentaba demostrarse algo a sí mismo; convencerse de que su poder puede salvar cualquier obstáculo que se ponga en su camino. No pude comprender por qué no me mató sencillamente.

– ¿Y tú le rechazaste?

Ella dejó escapar una breve risita.

– Le dije que se fuera… Bueno, en realidad, empleé unas expresiones bastante vulgares.

– Pero él no te mató. ¿Cómo acabó la cosa?

– Se puso rabioso, empezó a lanzar improperios y juró que me haría sufrir como una condenada. Luego se fue aplacando y añadió que si no me casaba con él procuraría que lo hiciera con cualquier otra persona… Me parece que en aquel momento pensaba en ti, James.

– ¿De veras?

– Afirmó que había decidido realizar una boda. Parecía como obsesionado por esa idea. Está completamente loco, ¿no te habías dado cuenta?

– Sí. Ahora lo veo perfectamente.

– Parecía como si la ceremonia de una boda fuera esencial para sus planes. Estaba llevando a cabo alguna de sus horribles operaciones y…

– Lo sé.

– …y en su demencia parece como si la idea de una boda formara parte de alguna superstición; como si en su paranoia creyera que el plan, o lo que sea, sólo tendría éxito si casaba a alguien. Es decir, si él mismo realizaba la ceremonia.

– Sí -murmuró Bond. Aquello parecía cobrar sentido. Scorpius, el proveedor de tantas muertes, había llegado a creerse las tonterías que predicaba, y ahora, a punto de realizar algo que internacionalmente iba a tener una repercusión horrible, pensaba que era el momento de realizar un sacrificio a su idea de la divinidad.

Como si sus pensamientos se transmitieran a Harriett, ésta comentó:

– Parecía considerar la boda como un sacrificio. Dijo que me concedería un par de días de placer, y que luego de casada, cuando su gran tarea hubiera quedado completa, presenciaría cómo la novia y el novio sufrían las penas reservadas a los condenados. Nos daríamos cuenta de hasta dónde llega su poder en el mundo… Esto es muy importante para su locura. Luego moriríamos lentamente… -Tragó saliva y se contuvo las lágrimas-. Tengo miedo, James. Estoy muy asustada. Nos tiene reservado algo realmente terrorífico. Ese hombre es el demonio en persona.

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