Steve Berry - La Traición Veneciana

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Hay quién mataría por descubrir el secreto del poder de Alejandro Magno.
Copenhague, Ámsterdam, Venecia, Samarcanda; 7 días, el plazo para cambiar el curso de la historia. El mundo se enfrenta a la mayor amenaza biológica de la historia. Una sola mujer posee el arma defi nitiva para erradicar a sus enemigos. Y un solo hombre conoce la clave para desactivarlos y acabar con las grandes pandemias que asolan el planeta. Ambos carecen de moral y a la vez ambos comparten su talón de Aquiles: la ambición sin límite. ¿Podrán detenerlos dos hombres y dos mujeres a quienes sólo mueve el deseo de justicia y equidad? En el año 323 a. C. murió Alejandro Magno, el hombre que había logrado acaparar más poder que ningún otro. En la actualidad, una mujer dominada por su deseo de emular al gran conquistador busca lo que él se llevó a la tumba: el secreto de su poder.

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Se incorporó y observó el claro.

Las cabras, Malone, Vitt y Viktor se habían ido. Uno de los guardias estaba muerto, pero el otro todavía vivía, apoyado contra un árbol, sangrando de una herida que tenía en el hombro.

– ¿Puedes moverte? -le preguntó.

Él asintió, aunque era evidente que estaba sufriendo. Todos los miembros de su Batallón Sagrado eran duros, almas disciplinadas. Zovastina se había asegurado de ello. Su moderna encarnación era de todo menos temerosa, igual que la original, en tiempos de Alejandro.

El guardia hizo un esfuerzo por ponerse en pie, agarrándose el brazo izquierdo con la mano derecha.

– El cuchillo -dijo ella-. Aquí, en el suelo.

Ni el menor gemido de dolor salió de los labios del hombre. La ministra trató de recordar su nombre, pero no podía. Viktor había contratado a cada uno de los miembros del Batallón Sagrado, y ella se había hecho el propósito de no vincularse afectivamente a ellos. Eran objetos, instrumentos para ser usados. Nada más.

El hombre avanzó tambaleándose hacia el cuchillo y logró cogerlo del suelo.

Se acercó a las cuerdas, pero perdió el equilibrio y cayó de rodillas.

– Puedes hacerlo -lo animó ella-. Resiste el dolor. Céntrate en tu deber.

El guardia parecía estar haciendo acopio de todas sus fuerzas. El sudor caía por su frente y Zovastina reparó en que manaba sangre de su herida. Sorprendentemente, no se había desvanecido. Pero la verdad era que ese fornido individuo parecía hallarse en una excelente forma física.

Alzó el cuchillo, jadeó unas pocas veces y cortó las ataduras que asían su muñeca izquierda. Ella agarró la mano temblorosa del hombre, intentando estabilizarla, mientras él le entregaba el cuchillo; luego se liberó a sí misma de la otra atadura.

– Échate. Descansa -dijo.

Oyó cómo se tendía mientras ella rebuscaba entre la hierba. Cerca del otro cuerpo encontró una pistola.

Volvió hacia el guardia herido.

Él había visto su vulnerabilidad, y realmente, por primera vez en mucho tiempo, la ministra se había sentido vulnerable.

El hombre yacía boca arriba, todavía agarrándose el hombro.

Se plantó junto a él. Sus oscuros ojos se posaron en ella y, al verlos, Zovastina se dio cuenta de que él ya sabía lo que iba a ocurrir.

Sonrió al ver su coraje.

Entonces, apuntó con el arma a su cabeza y disparó.

SETENTA Y SEIS

Malone echó un vistazo al áspero terreno que se desplegaba abajo, ante ellos, una mezcla de tierra árida, pastos, onduladas colinas y árboles. Viktor pilotaba el helicóptero, que habían localizado en un hangar a pocos kilómetros del palacio. Conocía el aparato. De fabricación rusa, con dobles motores que propulsaban los rotores principales y de cola. Los soviets lo conocían como «tanque volador». La OTAN lo había apodado Cocodrilo, debido a su color, de camuflaje, y a su inconfundible fuselaje. En suma, un espléndido helicóptero de combate; ése en particular, modificado por un enorme compartimento trasero para cargar un pequeño contingente de tropas. Afortunadamente, habían salido del palacio y de Samarcanda sin ningún problema.

– ¿Dónde aprendió a pilotar? -quiso saber Malone.

– En Bosnia. En Croacia. Eso fue lo que hice en mi servicio militar. Buscar y destruir.

– Un buen lugar para templar los nervios.

– Y para morir.

Malone no podía discutir eso.

– ¿Vamos muy lejos? -preguntó Cassiopeia a través de los auriculares.

Volaban hacia el este, a casi 300 km/h, hacia la cabaña de Ely en el Pamir. Zovastina se liberaría pronto, si no lo había hecho ya, así que Malone preguntó:

– ¿Y si alguien nos sigue?

Viktor señaló al frente.

– Esas montañas nos proporcionarán cobijo. No se puede rastrear nada ahí. Las alcanzaremos dentro de unos instantes, y nos hallamos a pocos minutos de la frontera china. Siempre podemos escapar por allí.

– No te comportes como si no me hubieras oído -dijo Cassiopeia-. ¿Cuánto falta?

Malone había evitado, intencionadamente, responder. Estaba ansiosa. Quería decirle que sabía que estaba enferma, que supiera que le importaba a alguien, que entendía su frustración. Pero sabía más. En vez de eso, dijo:

– Vamos tan de prisa como podemos. -Hizo una pausa-. Pero seguro que es mejor que estar atada a unos árboles.

– Creo que nunca lo olvidaré.

– Pues eso.

– Vale, Cotton. Estoy algo ansiosa, pero tienes que entenderme. Pensaba que Ely estaba muerto. Quería que estuviera vivo, pero sabía, creía… -Se interrumpió-. Y ahora…

Malone se volvió y percibió la excitación en sus ojos, que lo llenaron de tristeza y de energía al mismo tiempo. Se contuvo y finalizó el pensamiento de Cassiopeia:

– Y ahora está con Stephanie y Henrik. Así que cálmate.

Ella iba sentada sola en el compartimento trasero. Malone vio cómo daba unos golpecitos en el hombro a Viktor.

– ¿Sabía que Ely estaba vivo?

Él asintió con la cabeza.

– Le mentí en la lancha, en Venecia, cuando le dije que estaba muerto. Tenía que decir algo. La verdad es que fui yo quien salvó a Ely. Zovastina pensó que alguien podía fijarse en él. Era su consejero y los crímenes políticos son comunes en la Federación. Ella quería que Ely estuviera protegido. Después de que atentaran contra él, lo ocultó. No he tratado con él desde entonces. Aunque yo era el jefe de la guardia, era ella quien estaba al cargo. Así que realmente no sé qué le sucedió. Aprendí a no formular preguntas y a hacer sólo lo que me ordenaban.

Malone reparó en que Viktor usaba un tiempo verbal pasado al referirse a su trabajo.

– Lo matará si lo encuentra.

– Conocía las reglas antes de que todo esto empezara.

Continuaron el vuelo, sin sobresaltos ni incidentes. Malone nunca había volado en un Hind. Su instrumental era impresionante, al igual que su armamento. Misiles teledirigidos, ametralladoras, cañones dobles…

– Cotton -dijo Cassiopeia-, ¿tienes algún modo de comunicarte con Stephanie?

No era una pregunta que quisiera responder en ese momento, pero no tenía elección.

– Sí.

– Dámelo.

Buscó el teléfono de Magellan Billet que Stephanie le había proporcionado en Venecia y marcó el número mientras se quitaba los auriculares. Transcurrieron unos pocos segundos antes de que un zumbido confirmara la conexión y oyera la voz de Stephanie saludándolo.

– Vamos hacia ahí -dijo él.

– Hemos dejado la cabaña -señaló ella-. Nos dirigimos hacia el sur, por una autopista, la M-45, hacia lo que una vez fue el monte Klimax. Ely sabe dónde está. Dice que los nativos lo llaman Arima.

– Cuéntame más.

Malone escuchó y le repitió la información a Viktor, que asintió.

– Sé dónde está.

Hizo virar el helicóptero hacia el sureste y aumentó la velocidad.

– Estamos de camino -le dijo Malone a Stephanie-. Todo tranquilo por aquí.

Vio que Cassiopeia quería el teléfono, pero no pensaba pasárselo, así que negó con la cabeza, esperando que entendiera que ése no era el momento. No obstante, para confortarla, le preguntó a Stephanie:

– ¿Ely está bien?

– Sí, aunque nervioso.

– Sé a lo que te refieres. Llegaremos antes que vosotros. Volveré a llamarte. Podemos hacer un reconocimiento aéreo hasta que lleguéis allí.

– ¿Viktor ha sido de alguna ayuda?

– No estaríamos aquí si no fuera por él.

Colgó el teléfono y le contó a Cassiopeia hacia dónde se dirigía Ely.

De pronto, una alarma resonó en la cabina.

La mirada de Viktor se posó en el radar, que indicaba dos objetivos acercándose desde el oeste.

– Black Sharks -anunció-. Vienen directos hacia nosotros.

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