Se preguntó qué estaría haciendo en aquel momento el teniente Paul Grey. Se preguntó también si aquel hombre sería uno de los que el general Waycliff había telefoneado el día anterior. Jalil no tenía ni idea de si todos los supervivientes se mantenían en contacto pero, según la agenda del general, el 15 de abril se había celebrado una conferencia telefónica múltiple. Y, en cuanto a la frecuencia de su contacto, habiendo hablado hacía solamente dos días, era improbable que volvieran a hablar a menos que alguien los informase de la muerte del general Waycliff. Ciertamente, la señora Waycliff no se lo iba a comunicar. De hecho, pasarían veinticuatro horas antes de que los cuerpos fuesen descubiertos.
Jalil se preguntó también si la muerte de los Waycliff y su sirvienta sería considerada un robo con homicidio. Pensaba que la policía, como todas las policías, lo consideraría un delito común. Pero si intervenían los servicios de inteligencia, éstos tal vez vieran las cosas de otro modo.
En cualquier caso, aunque así fuera, no tenían ninguna razón para pensar primero en Libia. La carrera del general había sido larga y variada, y su destino en el Pentágono suscitaba muchas otras posibilidades en el supuesto de que alguien sospechara que se trataba de un asesinato político.
La principal baza que tenía Jalil era que casi nadie sabía que aquellos aviadores habían participado en la incursión del 15 de abril. No había referencia alguna a ello ni siquiera en sus expedientes personales, como habían descubierto la inteligencia libia y la soviética. De hecho, no había nada más que una lista, y esa lista estaba clasificada como alto secreto. El secreto había protegido a aquellos hombres durante más de una década. Pero ahora ese mismo secreto hacía muy difícil que las autoridades estableciesen una relación entre lo sucedido en Lakenhead, Inglaterra, Washington, D. C, y, pronto, Daytona Beach, Florida.
Pero ellos sí sabían lo que tenían en común, y eso siempre había sido un problema. Jalil sólo podía rogar porque Dios mantuviera a sus enemigos en la ignorancia. Eso, juntamente con el uso de rapidez y engaño, garantizaría que pudiese matarlos a todos, o al menos a la mayoría.
Malik le había dicho:
– Asad, me dicen que tienes un sexto sentido, que puedes presentir el peligro antes de verlo, olerlo u oírlo. ¿Es cierto?
– Creo que tengo ese don -había respondido Jalil.
Le contó lo sucedido la noche de la incursión aérea pero omitiendo la parte referente a Bahira.
– Estaba en una azotea, orando, y antes de que llegara el primer avión sentí la presencia de peligro. Tuve una visión de monstruosas y terribles aves de presa descendiendo por entre el ghabli sobre nuestro país. Corrí a casa para decírselo a mi familia… pero era demasiado tarde.
– Como sabes, el Gran Líder va a orar al desierto y tiene visiones también -le había dicho Malik.
Jalil lo sabía. Sabía que Muammar al-Gadafi había nacido en el desierto en el seno de una familia nómada. Los nacidos en las familias nómadas del desierto eran dos veces benditos, y muchos de ellos poseían poderes de los que carecían quienes habían nacido en los poblados y ciudades de la costa. Jalil era vagamente consciente de que el misticismo de las gentes del desierto era anterior a la llegada del islam, y de que algunos consideraban blasfemas tales creencias. Por esa razón, Asad Jalil, que había nacido en el oasis Kufra -ni en la costa ni en el desierto-, no solía hablar de su sexto sentido.
Pero Malik estaba enterado de ello.
– Cuando sientas el peligro, no es una cobardía huir. Hasta el león huye del peligro. Por eso, Dios le dio más velocidad de la que necesita para cazar a su presa. Debes prestar atención a tus instintos. Si no lo haces, ese sexto sentido tuyo te abandonará. Si alguna vez sientes que has perdido este poder, debes compensarlo con más astucia y más cautela.
Jalil creía entender lo que Malik decía.
Pero entonces Malik dijo bruscamente:
– Puedes morir en América o puedes huir de América. Pero no puedes ser capturado en América. -Jalil no había respondido. Malik continuó-: Sé que eres valiente y que jamás traicionarías a nuestro país, a nuestro Dios o a nuestro Gran Líder, ni aun bajo tortura. Pero si te cogen vivo, ésa será toda la prueba que necesitarán para tomar represalias contra nuestro país. El propio Gran Líder me ha pedido que te diga que debes quitarte la vida si tu captura se hace inminente.
Jalil recordaba haberse sentido sorprendido ante aquellas palabras. No tenía intención de dejarse capturar, y gustosamente se quitaría la vida si lo consideraba necesario.
Pero había contemplado una situación en la que podría ser capturado vivo. Pensaba que aquello sería aceptable, incluso beneficioso para la causa. Entonces podría decir al mundo quién era, cómo había sufrido y qué había hecho para vengar aquella noche infernal. Aquello excitaría a todo el islam, redimiría el honor de su país y humillaría a los americanos.
Pero Malik había rechazado esa posibilidad, y el propio Gran Líder había prohibido esa forma de poner fin a su yihad.
Jalil pensó en ello. Comprendía por qué el Gran Líder no querría provocar otro ataque aéreo americano. Pero, después de todo, ésa era la naturaleza de la venganza de sangre. Era como un círculo, un círculo de sangre y muerte sin fin. Cuanta más sangre, mejor. Cuantos más mártires, más complacido se sentiría Dios y más unido se volvería el islam.
Jalil apartó de su mente esos pensamientos, consciente de que el Gran Líder tenía una estrategia que sólo los pocos elegidos de su entorno podían comprender. Jalil pensaba que quizá algún día fuese admitido en el círculo dirigente pero por el momento serviría como uno de tantos mujaidines, los luchadores islámicos por la libertad.
Jalil apartó sus pensamientos del pasado y los proyectó sobre el futuro. Cayó en un estado lindante con el trance, lo que no era difícil en aquella carretera rectilínea y desprovista de interés. Proyectó su mente a horas y kilómetros de distancia, a aquel lugar llamado Daytona Beach. Visualizó la casa que había visto en las fotografías y el rostro de aquel hombre llamado Paul Grey. Trató de representarse o percibir algún peligro futuro pero no sentía ningún riesgo que lo acechara, ninguna trampa presta a cerrarse sobre él. De hecho, tuvo una visión de Paul Grey corriendo desnudo por el desierto, cegado por el ghabli, mientras un gigantesco y hambriento león lo perseguía, acortando a cada paso la distancia que los separaba.
Asad Jalil sonrió y alabó a Dios.
Después de comer nos dirigimos a una pequeña sala sin ventanas situada en el cuarto piso, donde escuchamos una breve conferencia sobre terrorismo en general y sobre terrorismo de Oriente Medio en particular. Hubo una sesión de diapositivas con mapas, fotos y diagramas de organizaciones terroristas y se nos distribuyó una hoja con una lista de lecturas recomendadas.
Creí que era una broma, pero no lo era.
– ¿Vamos a estar matando el tiempo antes de que suceda algo importante? -le pregunté a nuestro instructor, un tipo llamado Bill, que llevaba un traje azul.
– Esta presentación tenía por objeto reforzar su compromiso y darles una visión global de la red terrorista mundial -me respondió, un tanto desconcertado.
Nos explicó los desafíos a que nos enfrentábamos en el mundo que había seguido a la guerra fría y nos informó de que el terrorismo internacional había llegado para quedarse. Aquello no era exactamente ninguna novedad para mí pero tomé nota en mi cuaderno por si nos ponían un examen más adelante.
A propósito, el FBI está dividido en siete secciones: Derechos Civiles, Drogas, Apoyo a la Investigación, Crimen Organizado, Crimen Violento, Crimen de Guante Blanco y Contraterrorismo, que es una floreciente industria que ni siquiera existía hace veinte años, cuando yo era un poli novato.
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