Pero, volviendo al almuerzo en el cuartel general del FBI, por las meditaciones de Koenig, me daba cuenta de que no estaba seguro de que la BAT se encontrase en buena posición para proseguir o resolver el caso.
– Si Jalil es capturado en Europa -dijo-, dos o tres países querrán hacerse cargo de él antes de que lo apresemos nosotros, a menos que el gobierno de Estados Unidos pueda persuadir a un país amigo de que debe ser extraditado aquí por lo que viene a ser un crimen de asesinato en masa.
Aunque parte de estas cuestiones legales se exponían, al parecer, en deferencia hacia mí, yo ya estaba al tanto de casi todas ellas. He sido policía durante casi veinte años, he enseñado durante cinco en el John Jay y he vivido con un abogado durante casi dos. De hecho, ésa fue la única vez en mi vida que yo conseguí joder a un abogado, pues siempre había sido al revés.
El caso es que la mayor preocupación de Koenig era que habíamos dejado la pelota en la línea de meta y estábamos a punto de ser enviados a las duchas. En realidad, ésa era también mi mayor preocupación.
Para empeorar las cosas, un miembro de nuestro equipo, de nombre Ted Nash, estaba a punto de ser devuelto al equipo en que había comenzado. Y ese equipo tenía más probabilidades de ganar esta clase de juego. Cruzó por mi mente una imagen del jefe de policía Pan de Borona pero ahora tenía la cara de Ted Nash y estaba señalando a un Asad Jalil metido entre rejas y diciéndome: «Mira, Corey. Lo cogí. Permíteme decirte cómo lo hice. Estaba yo en un café de la rué St. Germaine… eso está en París, Corey, hablando con un agente…» Y entonces sacaba la pistola y me lo cargaba.
De hecho, Ted estaba parloteando, y puse la oreja.
– Mañana me voy a París para hablar con la gente de nuestra embajada -decía-. Es una buena idea empezar por donde empezó la cosa y seguir a partir de ahí. -Continuó hablando.
Me pregunté si podría rebanarle la tráquea con el tenedor.
Kate y Jack charlaron un rato sobre jurisdicción, extradición, acusaciones federales y estatales y esas cosas. Paparruchas de abogados. Luego Kate se dirigió a mí.
– Estoy segura de que pasa lo mismo con la policía. Los agentes que empiezan el caso continúan trabajando en él hasta el final, lo cual mantiene intacta la cadena de prueba y hace menos vulnerable el testimonio de los agentes a la acción de la defensa.
Y todo así. Quiero decir que ni siquiera habíamos cogido aún a ese cabrón y ya estaban dando el caso por zanjado. Eso es lo que pasa cuando los abogados se hacen polis. Ésa es la mierda que tenía que soportar cuando trataba con ayudantes e investigadores del fiscal del distrito. El país se está hundiendo en legalismos que supongo que están muy bien cuando tratas con el tipo medio de criminal americano. Quiero decir que hay que estar atento a la Constitución y asegurarse de que nadie se descarría. Pero alguien debería inventar una clase diferente de tribunal con reglas diferentes para alguien como Asad Jalil. El tío no paga impuestos, salvo quizá los indirectos.
Cuando terminó la hora del almuerzo, el señor Koenig nos dijo:
– Todos ustedes han hecho un trabajo excelente esta mañana. Sé que esto no es agradable pero estamos aquí para ayudar y ser útiles. Me siento muy orgulloso de los tres.
Sentí que se me revolvía el atún en el estómago. Pero Kate parecía complacida. A Ted le traía sin cuidado, lo que significaba que por fin teníamos algo en común.
Asad Jalil regresó a la carretera de circunvalación y para las diez y cuarto ya circulaba en dirección sur por la interestatal 95, alejándose de la ciudad de Washington. Sabía que no había más peajes en las carreteras y puentes que debía recorrer hasta su punto de destino.
Mientras conducía rebuscó en la funda de almohada y extrajo el dinero suelto que había encontrado en el dormitorio del general, el dinero de su cartera y el del bolso de su mujer, que había cogido en el vestíbulo. En total, había cerca de doscientos dólares. De la recepción del motel había cogido 440 dólares pero parte de ellos eran suyos. La cartera de Gamal Yabbar contenía menos de cien. Hizo un rápido cálculo mental y obtuvo un total de unos 1100 dólares. Sería suficiente para los próximos días.
Al acercarse a un puente que cruzaba un pequeño río, paró el coche en el estrecho arcén y encendió el intermitente. Bajó rápidamente del coche, llevando la funda de almohada, atada a la manera de una bolsa, que contenía la pistola del general y los objetos de valor de su casa. Se acercó a la barandilla del puente, miró a ambos lados, luego miró al río para asegurarse de que no había ninguna embarcación debajo y tiró la bolsa por encima de la barandilla.
Subió de nuevo al coche y continuó. Le habría gustado conservar algunos recuerdos de su visita, especialmente el anillo del general y las fotos de sus hijos. Pero, por su experiencia en Europa, sabía que necesitaba sobrevivir a un posible registro superficial. No tenía intención de permitirlo pero podría ocurrir, y debía estar preparado por si sucedía.
Se desvió por la primera salida que vio, y al bajar la rampa aparecieron ante él tres estaciones de servicio. Fue a la llamada Exxon y se dirigió a la fila de surtidores con el letrero de «Autoservicio». Aquello no era diferente de Europa, le dijeron, y podía utilizar la tarjeta de crédito que llevaba, pero no quería dejar rastro tan al principio de su misión, así que decidió pagar en metálico.
Terminó de repostar y se dirigió luego a una cabina de cristal, donde entregó dos billetes de veinte dólares a través de la pequeña abertura. El empleado lo miró fugazmente, y Jalil pensó que la rápida mirada no era amistosa. El hombre depositó el cambio en el mostrador y anunció el total, al tiempo que se volvía. Asad cogió el cambio y regresó a su coche.
Condujo de nuevo a la interestatal y continuó en dirección sur.
Sabía que aquello era el estado de Virginia, y observó que los árboles eran más frondosos que en Nueva York o en Nueva Jersey. Su termómetro digital exterior señalaba 76 grados Fahrenheit. Pulsó un botón que había en la consola, y la pantalla mostró una temperatura de 25 grados Celsius. Era una temperatura agradable, pensó, pero había demasiada humedad.
Continuó avanzando, manteniendo la misma velocidad con que discurría allí el tráfico, por encima de los 120 kilómetros por hora, mucho más que al norte de Washington y quince kilómetros por hora más que la velocidad máxima permitida. Uno de sus oficiales instructores en Trípoli, Boris, el agente del KGB ruso que había vivido cinco años en Estados Unidos, le había dicho:
– La policía del sur suele parar a los vehículos que llevan placas de matrícula del norte. Especialmente de Nueva York.
Jalil había preguntado por qué, y Boris le había respondido:
– Hubo una gran guerra civil entre el Norte y el Sur, en la que el Sur fue derrotado. Sienten mucha animosidad por eso.
– ¿Cuándo fue esa guerra civil? -había preguntado.
– Hace más de cien años. -Boris le explicó brevemente la guerra y añadió-: Los estadounidenses perdonan en diez años a sus enemigos extranjeros pero entre ellos no se perdonan tan rápidamente. Pero si te mantienes en la carretera interestatal, mejor. Es una ruta muy frecuentada por gente del norte, que suelen ir a Florida de vacaciones. Tu automóvil no llamará la atención.
El ruso le informó, además:
– Muchos habitantes de Nueva York son judíos, y la policía del sur tal vez pare a un coche de Nueva York por esa razón. -Y había añadido, con una carcajada-: Si te paran, diles que a ti tampoco te gustan los judíos.
Jalil reflexionó acerca de todo aquello. Habían intentado quitarle importancia a su paso por el sur pero, evidentemente, sabían de esa zona menos que del territorio comprendido entre Nueva York y Washington. Evidentemente también, aquél era un lugar que podía causarle problemas. Pensó en el empleado de la gasolinera, pensó en sus placas de matrícula de Nueva York y pensó igualmente en su aspecto. Boris también le había dicho:
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