Cuando alguien te recibe en el vestíbulo de tu lugar de trabajo, o es un honor, o estás en apuros. El señor Roberts no sonreía, y ése fue el primer indicio que tuve de que no nos iban a dar cartas de recomendación.
Entramos en el ascensor, y Roberts utilizó su llave para el piso veintiocho. Subimos en silencio.
El 26 de Federal Plaza es la sede de varias agencias gubernamentales, la mayoría de ellas simples e inocuas devoradoras de impuestos. Pero los pisos desde el 22 hasta el 28 no son inocuos y hay que utilizar una llave para acceder a ellos. A mí me dieron una llave cuando empecé en este trabajo, y el tipo que me la dio me dijo: «Me gustaría tener aquí el detector de huella dactilar de pulgar. Puedes olvidar la llave o perderla pero no puedes olvidar ni perder el pulgar.» La verdad es que sí que puede uno perderlo.
Mi piso de trabajo era el 26, donde tenía un cubículo que compartía con otros policías y ex policías de Nueva York. En el piso 26 había también unos cuantos trajes, que es como los polis llamaban a los del FBI. Lo cual no es una denominación correcta, ya que muchos policías llevan traje y algo así como la tercera parte de los del FBI son mujeres y no lo llevan. Pero hace tiempo que aprendí a no cuestionar nunca la jerga de una organización; en algún lugar de la jerga hay una pista de la actitud mental de la gente que trabaja allí.
El caso es que subimos al último piso, donde moraban los seres celestiales, y fuimos conducidos a un despacho orientado al sureste. La placa de la puerta decía Jack Koenig, conocido por su nombre traducido e invertido de King Jack, o sea, Rey Jack. El verdadero título del señor Koenig era el de agente especial jefe, AEJ para abreviar, y tenía a su cargo toda la Brigada Antiterrorista. Su poder se extendía por los cinco distritos de Nueva York, los condados circundantes de Nueva Jersey y Connecticut, así como la parte norte de Nueva York y los dos condados de Long Island, Nassau y Suffolk. Fue en este último condado, en el extremo este de Long Island, donde me encontré por primera vez con sir Ted y sir George, caballeros andantes por continuar con la metáfora, que resultaron ser unos necios. En cualquier caso, yo no tenía la menor duda de que a King Jack no le gustaba que las cosas fuesen mal en su reino.
Su Alteza tenía un gran despacho con una gran mesa escritorio. Había también un sofá y tres sillones en torno a una me-sita baja. Había estanterías de libros y una arturiana mesa redonda y sillas, pero no había ningún trono.
Su Majestad no estaba en el despacho.
– Pónganse cómodos, apoyen las piernas en la mesita y túmbense en el sofá si quieren -dijo el señor Roberts.
En realidad, el señor Roberts no dijo eso. El señor Roberts dijo: «Esperen aquí», y salió.
Me pregunté si tendría tiempo de ir a mi mesa y consultar mi contrato.
Debo mencionar que, como esto es una Brigada Antiterrorista Conjunta, hay un capitán de policía de Nueva York que comparte el mando con Jack Koenig. El capitán se llama David Stein, un caballero judío licenciado en Derecho y, a los ojos del comisario de policía, hombre con suficiente cerebro para mantenérselas tiesas frente a los supereducados federales. El capitán Stein tiene un trabajo duro pero es untuoso, agudo y lo bastante diplomático como para tener contentos a los federales al tiempo que protege los intereses de los hombres y mujeres de la policía de Nueva York que tiene bajo su mando. Los tipos como yo, que somos agentes contratados ex miembros de la policía neoyorquina, permanecemos en una especie de zona gris, y nadie se ocupa de nuestros intereses, pero tampoco tengo yo los problemas de los agentes de carrera, así que váyase lo uno por lo otro.
De todos modos, por lo que se refiere al capitán Stein, estuvo integrado en una unidad de Inteligencia que trabajó en numerosos casos relacionados con extremistas islámicos, incluido el asesinato del rabino Meir Kahane, y el puesto le va que ni pintado. No es que se tome demasiado a pecho los asuntos judíos, pero, evidentemente, tiene un problema personal con los extremistas islámicos. Por supuesto, la Brigada Antiterrorista cubre todas las organizaciones terroristas, pero no hace falta ser un científico espacial para comprender dónde se centraba el grueso de la atención.
En cualquier caso, me pregunté si esa noche vería al capitán Stein. Esperaba que sí. Necesitábamos otro policía en la habitación.
Kate y Ted pusieron las carteras de Phil y Peter sobre la mesa redonda sin hacer ningún comentario. Yo recordé ocasiones en que tuve que recoger la placa, la pistola y las credenciales de hombres que conocía y llevarlas a comisaría. Es como cuando los antiguos guerreros recogían las espadas y los escudos de sus camaradas caídos en combate y se los llevaban consigo. En este caso, sin embargo, faltaban las armas. Abrí las carteras para cerciorarme de que en su interior no estaban los teléfonos móviles. Resulta turbador cuando suena el teléfono de una persona muerta.
Bueno, pues en cuanto a Jack Koenig, sólo estuve con él una vez, cuando me contrataron, y me pareció bastante inteligente, sosegado y reflexivo. Era un tipo realmente duro e inflexible y tenía una veta sarcástica que yo admiraba mucho. Recordé lo que me dijo a propósito del tiempo que pasé dedicado a la enseñanza en el John Jay: «Los que pueden hacen, los que no pueden enseñan.» A lo que yo repliqué: «Los que han recibido tres balazos trabajando no tienen que explicar su segunda profesión.» Tras unos instantes de gélido silencio, sonrió y dijo: «Bienvenido a la BAT.»
Pese a la sonrisa y a la bienvenida, tuve la impresión de que estaba un poco picado conmigo. Tal vez había olvidado el incidente.
Nos quedamos en el despacho de mullida alfombra azul, y miré a Kate, que parecía un poco preocupada. Volví la vista hacia Nash, que, naturalmente, no llamaba a Jack su agente especial jefe. El señor CÍA tenía sus propios jefes, instalados al otro lado de la calle, en el 290 de Broadway, y yo habría renunciado a un mes de sueldo por verlo sobre la alfombra del 290. Pero eso nunca ocurriría.
Por cierto que parte de la BAT está alojada en el 290 de Broadway, un edificio más nuevo y bonito que Federal Plaza, y se rumorea que la separación de fuerzas no es consecuencia de un problema administrativo de espacio, sino una estrategia deliberada para el supuesto de que alguien decidiera poner a prueba sus conocimientos de química avanzada en uno de los edificios federales. Personalmente, yo creo que se trata de pura chapucería burocrática pero esta clase de organización se presta a suministrar explicaciones que justifican la simple estupidez por razones de alta seguridad.
Si se preguntan ustedes por qué estaban callados Ted, Kate y John, es porque imaginábamos que había micrófonos ocultos en el despacho. Cuando a dos o más personas las dejan solas en el despacho de alguien, deben pensar que están en antena. Probando, uno, dos, tres. No obstante, yo dije, para que constara:
– Bonito despacho. El señor Koenig realmente tiene buen gusto.
Ted y Kate me ignoraron.
Miré mi reloj. Eran casi las siete de la tarde, y sospechaba que al señor Koenig no le hacía ninguna gracia tener que volver al despacho un sábado por la tarde. Tampoco a mí me emocionaba la idea, pero el antiterrorismo es un trabajo que exige dedicación absoluta. Como solíamos decir en Homicidios: «Cuando termina el día de un asesino, empieza el nuestro.»
Me acerqué a la ventana y miré hacia el este. Esa parte del bajo Manhattan se halla atiborrada de tribunales y más al este se alzaba el 1 de Pólice Plaza, mi antiguo cuartel general, donde había recibido buenas visitas y malas visitas. Más allá de Pólice Plaza estaba el puente de Brooklyn, por donde habíamos venido, y que cruzaba sobre el East River, que separaba la isla de Manhattan y Long Island.
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