Había otras posibilidades, pensó Jalil. Quizá el bombero había visto que los agentes federales tenían los pulgares cortados. O quizá la policía había sospechado al interrumpirse el contacto por radio con el bombero.
Jalil no tenía intención de matarlo, pero cuando el hombre intentó abrir la puerta del lavabo no tuvo más remedio que hacerlo. Por lo único que sentía la muerte del bombero era porque con ella dejaba tras de sí otra prueba en un momento crítico de sus planes.
En cualquier caso, la situación cambió rápidamente cuando el hombre del traje subió a bordo, y Jalil tuvo entonces que actuar con más rapidez. Sonrió al recordar que aquel hombre le había dicho que bajara la escalera de caracol, que era lo que ya estaba haciendo. Salir del avión no sólo había sido sencillo, es que se le había ordenado hacerlo.
Subir al furgón de equipajes, que estaba con el motor en marcha, y alejarse en él, había sido más fácil aún. De hecho, había una docena de vehículos desocupados entre los que elegir, tal como le había dicho el Servicio de Inteligencia libio, que tenía un amigo trabajando como mozo de equipajes para la Trans-Continental.
El mapa del aeropuerto utilizado por Jalil procedía de una página web de Internet, y el emplazamiento del lugar llamado Club Conquistador había sido determinado con toda exactitud por Boutros, el hombre que lo había precedido en febrero. La Inteligencia libia le había hecho ensayar a Jalil todo el trayecto desde el área de seguridad hasta el Club Conquistador, y Jalil habría podido recorrerlo a ciegas después de cien ensayos en carreteras simuladas en las cercanías de Trípoli.
Pensó en Boutros, a quien solamente había visto una vez…, no en el hombre mismo, sino en la facilidad con que Boutros había engañado a los americanos en París, en Nueva York y luego en Washington. Los miembros de los servicios de Inteligencia americanos no eran estúpidos pero eran arrogantes, y la arrogancia llevaba al exceso de confianza y, por ende, a la negligencia.
– ¿Conoces el significado de este día? -le preguntó a Yabbar.
– Desde luego. Soy de Trípoli. Era un niño cuando llegaron los bombarderos americanos, malditos sean.
– ¿Sufriste daños personales en el ataque?
– Perdí un tío en Bengasi, un hermano de mi padre. Su muerte me entristece aún ahora.
A Jalil le sorprendía la gran cantidad de libios que habían perdido amigos y parientes en el bombardeo que causó la muerte de menos de cien personas. Hacía tiempo que había asumido el hecho de que todos mentían. Y ahora probablemente estaba en presencia de otro embustero.
Jalil no solía hablar de sus propios sufrimientos a consecuencia del ataque aéreo, y jamás revelaría semejante cosa fuera de Libia. Pero como dentro de muy poco Yabbar ya no supondría ningún riesgo para la seguridad, le dijo:
– Toda mi familia murió en Al Azziziyah.
Yabbar permaneció unos instantes en silencio y luego dijo:
– Lo acompaño en el sentimiento, amigo mío.
– Mi madre, mis dos hermanas, mis dos hermanos.
Silencio de nuevo.
– Sí, sí. Recuerdo. La familia de… -dijo finalmente Yabbar.
– Jalil.
– Sí, sí. Todos sufrieron martirio en Al Azziziyah. -Yabbar volvió la cabeza para mirar a su pasajero-. Que Alá vengue su sufrimiento, señor. Que Dios le dé paz y fortaleza hasta que vea de nuevo a su familia en el Paraíso.
Yabbar continuó, derramando alabanzas, bendiciones y conmiseración sobre Asad Jalil.
Los pensamientos de Jalil tornaron a los momentos anteriores del día y de nuevo al recuerdo del hombre alto del traje y a la mujer con la chaqueta azul que parecía ser su cómplice. Los americanos, como los europeos, hacían que las mujeres pareciesen hombres y que los hombres semejasen mujeres. Aquello era un insulto a Dios y a la creación de Dios. La mujer fue hecha de la costilla de Adán para ser su compañera, no su igual.
En cualquier caso, cuando aquel hombre y aquella mujer subieron a bordo, la situación cambió rápidamente. De hecho, había pensado en no ir al Club Conquistador -el cuartel general secreto de los agentes federales- pero era un objetivo al que no podía resistirse, un manjar que había saboreado mentalmente desde febrero, cuando Boutros informó de su existencia a Malik. Malik había dicho a Jalil: «Éste es un plato tentador que se te ofrece a tu llegada. Pero no te será tan satisfactorio como los platos servidos fríos. Toma tu decisión cuidadosa y sabiamente. Mata sólo lo que puedas comer o lo que no puedas guardar para más adelante.»
Jalil recordaba estas palabras pero había decidido correr el riesgo y matar a los que creían ser sus carceleros.
Consideraba de poca importancia lo sucedido en el avión. El gas venenoso era una forma casi cobarde de matar pero había formado parte del plan. Las bombas que Jalil había hecho estallar en Europa le proporcionaron poca satisfacción, aunque apreciaba el simbolismo de matar a aquellas personas de manera similar a como los cobardes pilotos americanos habían matado a su familia.
El asesinato con un hacha del oficial de aviación norteamericano en Inglaterra le había proporcionado una enorme satisfacción. Todavía recordaba al hombre dirigiéndose a su coche en el oscuro parking, consciente de que había alguien detrás de él. Recordaba que el oficial se volvió hacia él diciendo: «¿Puedo hacer algo por usted?»
Jalil sonrió. «Sí, puede hacer algo por mí, coronel Hambrecht.» Luego, le había dicho: «Al Azziziyah», y nunca olvidaría la expresión de su rostro antes de que él sacara el hacha de debajo de su impermeable y le asestara un golpe que prácticamente le cortó el brazo. Después Jalil se tomó su tiempo, seccionando las extremidades del hombre, las costillas, los genitales y demorando el golpe decisivo al corazón hasta tener la seguridad de que su víctima había sufrido suficiente dolor para que su padecimiento fuese extremo, pero no tanto como para perder el conocimiento. Finalmente dejó caer el hacha sobre el esternón, que se partió en dos mientras la hoja se hundía en el corazón. El coronel aún tenía sangre suficiente para producir un pequeño surtidor, que Jalil esperaba que el hombre pudiera ver y sentir antes de morir.
Jalil cuidó de llevarse la cartera del coronel Hambrecht a fin de que pareciese un atraco, aunque, evidentemente, el asesinato a hachazos no parecía un simple atraco. No obstante, planteaba cuestiones a la policía, que debía clasificar el asesinato como un posible atraco pero probablemente político.
El siguiente pensamiento de Jalil fue para los tres escolares americanos que esperaban en una parada de autobús en Bruselas. Tenían que haber sido cuatro -uno por cada uno de sus hermanos y hermanas- pero aquella mañana sólo había tres. Los acompañaba una mujer, probablemente la madre de uno o dos de ellos. Jalil paró su coche, se apeó, disparó a cada niño en el pecho y en la cabeza, sonrió a la mujer, subió de nuevo al coche y se alejó.
Malik se puso furioso con él por dejar con vida a un testigo que le había visto la cara, pero Jalil estaba seguro de que la mujer no recordaría durante el resto de su vida nada más que a los tres niños agonizando en sus brazos. Así era como había vengado la muerte de su madre.
Pensó por un momento en Malik, su mentor, su maestro, casi su padre. El propio padre de Malik, Numair -la Pantera-, era un héroe de la guerra de independencia contra los italianos. Numair había sido capturado por el ejército italiano y posteriormente ahorcado cuando Malik era sólo un niño. Malik y Jalil estaban unidos por el hecho de que ambos habían perdido a sus padres a manos de los infieles, y ambos habían jurado venganza.
Después de que su padre hubiera muerto ahorcado, Malik -cuyo verdadero nombre se desconocía- había ofrecido a los británicos sus servicios como espía contra los italianos y los alemanes mientras los ejércitos de los tres países se mataban mutuamente a todo lo largo de Libia. Malik había espiado también para los alemanes en contra de los británicos, y su acción combinada de espionaje a los ejércitos de ambos bandos había incrementado el número de muertes. Cuando llegaron los norteamericanos, Malik encontró otro patrono que confiaba en él. Jalil recordó que Malik le había contado una vez cómo en cierta ocasión condujo a una patrulla americana hasta una emboscada alemana y luego regresó a las líneas americanas para revelarles el emplazamiento del grupo alemán.
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