En el silencio que se produjo a continuación, Chen escuchó a Jiao proferir un sonido apagado que duró dos o tres minutos antes de que la muchacha saltara exasperada:
– ¡Qué pino tan magnífico! Partido, sin savia, sin vida.
– Venga -repuso «Mao»-, he trabajado demasiado últimamente. Ya sabes que tengo muchas cosas entre manos.
– Sí, tienes muchas cosas en la cabeza, ya lo sé. Últimamente no eres el mismo.
– No te preocupes. «No importa cuán fuerte soplen los vientos y batan las olas, / estoy tranquilo, como el que pasea por un patio.»
– No lo cites constantemente. Estoy más que harta de todo esto. ¡Esta noche ni siquiera eres tan bueno como el viejo!
– ¿De qué viejo hablas?
– ¿Acaso no hablas de él, actúas como él y te haces pasar por él todo el tiempo?
Chen cayó en la cuenta de que algo estaba fallando en el dormitorio. «Mao» continuaba recitando el poema para excitarse sexualmente y así «dejarse llevar por las nubes y por la lluvia» junto a Jiao, pero no lo conseguía.
– Tomémonos un respiro -propuso «Mao»-. Necesito cerrar los ojos un momento.
– Ya te dije que no te apresuraras -replicó ella.
Otro breve silencio envolvió la habitación.
– Por cierto, ¿has visto a Chen últimamente? -preguntó «Mao» de pronto.
– Me han dicho que acaba de volver a Shanghai, pero no sé dónde ha estado. ¿Por qué?
– Esta tarde intentó hablar conmigo durante el cóctel.
– Tiene contactos en el mundo de los negocios. No te preocupes por él, ya te he dicho que es muy amable.
– Es muy amable contigo, por supuesto.
– Está escribiendo un libro sobre los años treinta, por eso me ha hecho algunas preguntas.
– Y por eso cenaste con él a la luz de las velas la otra noche.
– ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
– Y tú también eres muy amable con él -dijo «Mao» con tono sarcástico-. Es muy diferente a los demás, como tú misma has dicho. Tiene talento, y además puede permitirse invitarte a cenar en un restaurante caro.
– No, eso no es cierto. Sólo es un aspirante a escritor, te lo aseguro.
– No es en absoluto lo que afirma ser. Es alguien que podría tener contactos en las altas esferas. Me ha llegado un soplo acerca de él, y su aparición en el cóctel no fue ninguna coincidencia. Lo descubriré. Este maldito mono no se escapará de la palma de la mano de Buda.
El «mono» al que se refería «Mao» era el personaje de Viaje al Oeste. En el clásico chino, el mono intentaba desafiar el poder de Buda, quien convertía la palma de su mano en las montañas de cinco cumbres y aplastaba al mono bajo tierra. Sin embargo, durante el cóctel Chen no había hablado con ningún hombre que tuviera acento de Hunan.
– ¿Qué vas a hacer respecto a Chen?
– ¿Lo ves? Te preocupa incluso cuando yaces desnuda en mis brazos.
– Tienes unos celos irracionales. Si eso es lo que quieres, dejaré de verlo. Acepté su invitación porque estaba ayudando a Xie. No hay nada entre nosotros.
– Bueno, ahora no hablemos de él.
«Mao» no parecía querer adentrarse en el tema. Fuera quien fuese, se trataba de un hombre posesivo que veía a Chen como una amenaza.
Chen volvió a escuchar el mismo sonido de antes, borboteando en el silencio de la habitación. Esta vez, «Mao» no recitó ningún poema. El inspector jefe sólo oyó su respiración entrecortada y los chirridos del colchón de madera.
Pero «Mao» fracasó de nuevo.
– Hoy estoy demasiado cansado -musitó.
Chen abrió un poco más la puerta corredera del vestidor y pudo vislumbrar, entre la penumbra, las siluetas de dos cuerpos blancos sobre la cama, recostados en sendas almohadas.
– Hoy estás reventado -dijo ella-. Entre tu preocupación por Chen y…
– ¿Qué estás diciendo? -le espetó «Mao», exasperado-. ¿Crees que Chen podría reventarme? ¡Escucha lo que te digo! No va a salir tan bien parado la próxima vez.
– No tengo nada que ver con él. De verdad. Te lo juro por el alma de mi abuela. -Jiao se lo había tomado en serio, fuera lo que fuese lo que «Mao» había querido decir con «la próxima vez»-. Sólo va a casa de Xie porque necesita documentarse para el libro que está escribiendo.
– ¿Por qué demonios no puedes dejar de ir allí? Ni Chen ni Xie son asunto tuyo, joder.
– Voy a clase de pintura por ti. Querías que tuviera estudios y que fuera culta para ser digna de ti.
– Quería que te pulieras un poco, como Shang, para que fueras como ella en todo.
– Pero he aprendido muchas cosas allí. Xie es un hombre muy cultivado.
– Así que realmente te importa Xie. Ya veo…
– ¡Cómo puedes decir eso! -exclamó Jiao.
Un objeto de cristal, quizás un vaso, cayó al suelo y se rompió en mil pedazos.
Tal vez Jiao había tirado la taza que estaba sobre la mesita de noche con un movimiento repentino. En el Romance de los tres reinos, Liu Bei también tira su taza cuando Cao Cao hace un comentario inesperado sobre la ambición secreta de Liu.
– No te muevas -dijo Jiao, bajando de la cama de un salto-. Iré a buscar la escoba y lo recogeré.
En el vestidor, escondido detrás de la puerta, el inspector jefe pudo entrever el cuerpo desnudo de Jiao acercándose sin hacer ruido. Chen calculó que podría salir corriendo en el preciso instante en el que ella abriera la puerta. Jiao, demasiado sorprendida para reaccionar, no lo reconocería en la oscuridad. «Mao», que continuaba tumbado sobre la cama, no conseguiría atraparlo.
Chen metió las manos en la rendija de la puerta sin dejar de escuchar los pasos de Jiao, que se iban aproximando lentamente…
De repente se encendió una luz dentro del vestidor; parecía como si se hubiera activado con el sonido de las pisadas de Jiao al acercarse.
Era una lucecita minúscula, que sólo iluminó tenuemente un círculo en el suelo. Probablemente estaba conectada a un temporizador automático.
Conteniendo la respiración, Chen tensó los músculos y se dispuso a salir corriendo.
Pero la puerta del armario no se abrió.
Para su sorpresa, los pasos comenzaron a alejarse.
A Chen le pareció oír, sudando entre sorprendido y aliviado, que Jiao se dirigía a la cocina.
Al cabo de un minuto la oyó volver, probablemente con la escoba de la cocina.
Fue un auténtico milagro que hubiera ido a buscar la escoba de la cocina en lugar de coger la que guardaba en el vestidor.
«Mao» encendió la lámpara de la mesita de noche después de que Jiao volviera al dormitorio.
Chen alcanzó a ver por fin el cuerpo de Jiao, de un blanco refulgente, y contempló la delicada tensión de su espalda curvada y de sus nalgas cuando la muchacha se agachó para barrer el suelo con una escoba y un recogedor.
No fue más que una visión fugaz. Jiao recogió los trozos de cristal y volvió a la cocina con la escoba y el recogedor.
Al regresar al dormitorio, la muchacha apagó la luz nada más meterse en la cama.
¿Por qué se había molestado en ir, desnuda, hasta la cocina para buscar una escoba cuando guardaba otra en el vestidor? Quizá no quería usar una escoba suave para limpiar el té vertido en el suelo. En Shanghai solían usarse escobas hechas con trozos de bambú en los patios de las casas shikumen o en las cocinas con suelo de cemento. Para un dormitorio, sin embargo, se empleaban escobas fabricadas con juncos de Luhua, u otras de mejor calidad, fabricadas con bonote…
– Primero dijiste que ibas allí por las clases de pintura -siguió diciendo «Mao»-. Pensé que te vendría bien ir, pero cada vez pasas más tiempo en la casa de Xie. Clases, fiestas…, y a veces vas sin ninguna excusa. ¿Por qué?
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