Chen se inclinó hacia delante y tocó la cama. Había una tabla de madera a modo de colchón, como leyera en aquellas biografías donde se afirmaba que Mao, siempre ocupado en mejorar el bienestar del pueblo chino, se preocupaba muy poco de su propia comodidad. Chen se preguntó si Mao habría pensado alguna vez en Shang mientras yacía en esa cama.
A continuación, el inspector jefe examinó el cuarto de baño. Además de un retrete convencional, había otro en el suelo, en forma de palangana de porcelana, sobre el que era preciso acuclillarse. Lo habían diseñado especialmente para Mao, que no perdió en la Ciudad Prohibida el hábito que había adquirido cuando era campesino en un pueblo de Hunan.
Se trataba de otro detalle sorprendente, aunque no relevante para a su investigación. Chen aún no había conseguido ver a Mao como a un sospechoso al que debía investigar. En lugar de eso, se encontró en presencia de otro hombre, un hombre misterioso que llevaba años muerto, pero que no era el dios que Chen recordaba de sus años escolares.
El inspector jefe salió al jardín con el sobre grande en la mano. Le parecía sacrílego leer el libro que Ling le había enviado mientras estaba en la habitación de Mao. No obstante, quería leerlo aquí y no en el hotel, mientras contemplaba los aleros inclinados del palacio refulgir entre el follaje, como si el lugar donde lo leyera fuera muy importante.
Se sentó en una losa de piedra, sobre la que tal vez Mao se habría sentado muchas veces. Un kylin de piedra que en otros tiempos escoltara a los emperadores parecía mirarlo fijamente. Mientras encendía un cigarrillo, Chen recordó que Mao también fumaba, más que él. El inspector no tenía el menor deseo de imitar a Mao.
Efectivamente, como había supuesto, el sobre grande contenía las memorias del médico personal de Mao. Había otro sobre en su interior, cerrado y más pequeño, probablemente los poemas de amor que había escrito a Ling tiempo atrás. Chen no iba a leerlos ahora, y abrió el libro por la introducción. El autor afirmaba haber sido el médico personal de Mao durante más de veinte años, razón por la que conocía los detalles más íntimos de su vida.
En lugar de leer desde el principio, Chen saltó al índice del final. Le decepcionó descubrir que no aparecía el nombre de Shang. A continuación se puso a hojear el volumen, tratando de encontrar algún dato relevante.
El libro no se centraba exclusivamente en la vida personal de Mao. El médico también escribió acerca de su propia vida: de cómo el estudiante universitario idealista que era en su juventud pasó a ser un superviviente sofisticado en aquellos años caracterizados por las luchas de poder. Para la mayoría de los lectores, sin embargo, el atractivo del libro radicaba en la descripción de la vida de Mao, un emperador tanto en la Ciudad Prohibida como fuera de ella. El capítulo que ahora leía Chen trataba sobre los lujosos viajes de Mao en su tren especial, donde el presidente se acostó con una joven asistente llamada Fénix de Jade, de unos dieciséis o diecisiete años. Después, la llevó con él al Mar del Sur Central como secretaria personal. Con el tiempo la muchacha acabaría teniendo más poder que los miembros del politburó, porque sólo ella entendía lo que farfullaba Mao después de su ataque de apoplejía. Fénix de Jade era una de las pocas personas en las que el presidente confiaba. Sin embargo, no era más que una de las muchas mujeres «favorecidas» por Mao, quien escogía a sus amantes por todo el país y en cualquier circunstancia, como en los bailes que le organizaban en Shanghai y en otras ciudades.
Mao parecía tener preferencia por las chicas jóvenes y sin educación, no demasiado inteligentes ni sofisticadas; simplemente, cuerpos tibios y tiernos junto a los que pasar las noches más frías. Shang era distinta al tipo de mujer que solía atraer a Mao. Por otra parte, una actriz célebre tenía también sus atractivos. Nada impedía a un emperador acostarse con decenas de concubinas imperiales.
El libro confirmó lo que Chen ya había leído u oído. Al igual que los emperadores, Mao no valoraba a sus mujeres, a las que consideraba meros objetos con los que satisfacer sus necesidades sexuales «divinas».
Un arrendajo pasó volando. Chen creyó vislumbrar un destello de luz de sol en sus alas.
Dejando a un lado las acciones de Mao como dirigente supremo del Partido, lo que le hizo a Shang era inexcusable y no podía pasarse por alto fácilmente, ni siquiera desde la perspectiva de un policía. El inspector jefe Chen estaba demasiado deprimido para seguir pensando en eso durante más tiempo.
Sacó el sobre pequeño, en el que Ling tal vez le había metido una nota.
Para su sorpresa, en lugar de sus poemas encontró una carpeta de papel Manila con la inscripción «Expedientes de la Escuadra Especial del Grupo para la Revolución Cultural del CCPC: Shang».
¿Cómo había obtenido Ling una información tan importante? Debía de haber corrido un riesgo muy grande, como sucediera en otro caso años atrás.
Aunque nadie podía meterse dos veces en el mismo río.
Chen empezó a leer los papeles que había en la carpeta, toda una serie de informes elaborados por la escuadra especial. La mayoría estaban escritos en el «lenguaje revolucionario» de la época, por lo que Chen tuvo que adivinar lo que se ocultaba tras la jerga y los eslóganes políticos.
Según Sima Yun, jefe de la escuadra, sus miembros cumplían órdenes de un «destacado camarada» de Pekín que colaboraba con el Grupo para la Revolución Cultural del CCPC. No debían vacilar en emplear cualquier método para obligar a Shang a entregar un objeto importante, posiblemente relacionado con Mao. No les explicaron, sin embargo, de qué objeto se trataba. Los miembros de la escuadra recurrieron a las palizas y a la tortura. Shang les dijo que, de haberlo sabido, el presidente Mao no habría permitido que la trataran así. Sima le respondió que la señora Mao estaba enterada de lo sucedido, y que si ella lo sabía también lo sabría el propio Mao. Después de aquello, Shang no volvió a mencionar a Mao hasta su suicidio. La escuadra recibió órdenes de regresar a Pekín y sus miembros llevaron consigo todo lo que encontraron, incluyendo varios álbumes de fotos.
El informe confirmaba un par de puntos sobre el caso, que Chen ya había contemplado.
En primer lugar, la escuadra especial no había sido enviada directamente por la señora Mao, sino por otra persona. No se daba ningún nombre, pero el «destacado camarada» no era ella. La esposa de Mao aparecía citada únicamente como «colaboradora».
En segundo lugar, los propios miembros de la escuadra especial no tenían claro qué debían conseguir de Shang. Sólo sabían que los intereses del Partido estaban en juego, y que se trataba de cierto material relacionado con Mao. Por lo que sometieron a Shang a interrogatorios brutales para obligarla a confesar.
Frotándose el puente de la nariz, Chen examinó un informe escrito en una hoja de menor tamaño, posiblemente por otro miembro de la escuadra. Para su asombro, el informe estaba datado en una fecha muy posterior: a finales de 1974.
Al parecer, el material de Mao continuaba preocupando a los altos cargos de Pekín. En 1974, el año en que Tan y Qian fueron capturados cuando trataban de cruzar la frontera, algunos de los miembros originales de la escuadra especial recibieron de nuevo la orden de obtener información por cualquier medio. Los jóvenes amantes fueron sometidos a un interrogatorio brutal. Se sospechaba que intentaban sacar algo del país clandestinamente, pero tampoco aparecía descrito en el informe qué era.
Según la declaración de Tan, intentaban dirigirse a Hong Kong porque no veían ningún futuro en la China continental. Él asumió toda la responsabilidad. Su muerte provocó la interrupción repentina de la investigación, pese a que el comité local había elaborado una lista de conocidos de Tan y de Qian a los que interrogar.
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