Lo último que se encontraba en esta compilación, de por sí extraña, sobre los años de universidad de harald en Múnich era la primera página de su tesina para la licenciatura en Historia. A juzgar por el título, versaba sobre las persecuciones de brujas en Alemania, sobre todo de la ejecución de niños sospechosos de brujería. Þóra sintió un escalofrío. Naturalmente, conocía las quemas de brujas por las clases de Historia de sus años de bachillerato, pero no recordaba que nunca se hubiera mencionado a los niños en ese contexto. Sería difícil que le hubiese pasado desapercibido, aunque en aquella época la historia la aburría terriblemente. No había más que aquella primera página de la tesina, y Þóra se concedió la esperanza de que la conclusión de la tesis fuera que no habían quemado a ningún niño. Sin embargo, en su interior sabía que no era así. Empezó a leer el capítulo sobre la Universidad de Islandia. Aquí figuraba una carta de la universidad en la que comunicaban a Harald que había sido aprobada su participación en el programa de maestría en Historia, y se le daba la bienvenida al centro en el semestre del otoño de 2004. A continuación se encontraba una fotocopia de las calificaciones en las asignaturas que había cursado Harald. Þóra vio por la fecha de la fotocopia que las calificaciones habían llegado después de su muerte. Probablemente las había recogido Matthew. Aunque Harald no había podido cursar demasiadas asignaturas en el año aproximado que llevaba estudiando allí, todas las calificaciones eran muy altas, como sucedía con las anteriores. Þóra imaginó que debía de habérsele autorizado a realizar los exámenes en inglés, pues suponía que no conocería el islandés. Calculó que le faltaban diez créditos, aparte de la tesis del máster.
Venía a continuación una página con una lista de cinco nombres. Eran todos islandeses y detrás de cada uno estaba anotada la especialidad y lo que podía ser el año de nacimiento. No había más, y Þóra supuso que aquellos serían amigos de Harald, pues casi todos tenían la misma edad que él. Los nombres eran: Marta Mist Eyjólfsdóttir, Estudios de la mujer, n. 1981; Brjánn Karlsson, Historia, n. 1981; Halldór Kristinsson, Medicina, n. 1982; Andri Þórsson, Química, n. 1979, y Bríet Einarsdóttir, Historia, n. 1983. Þóra pasó las páginas con la esperanza de que hubiese mas datos sobre aquellos jóvenes, pero no era así, pues inmediatamente después venía una fotocopia del campus de la universidad y sus principales edificios. Habían trazado unos círculos en la Facultad de Historia y la Fundación Árni Magnússon, además del edificio principal. Más tarde vería por qué había incluido Matthew todo aquello en la carpeta, como si ella no conociese su propia universidad. Venía a continuación otra fotocopia de la página web de la universidad; Þóra pasó por alto el texto, que estaba en inglés y hablaba de la Facultad de Historia. Luego había otra página parecida sobre el acceso de estudiantes extranjeros. De todo aquello no se podía sacar nada.
La última sección de este capítulo era la fotocopia de un correo electrónico, enviado desde la dirección hguntlieb@hi.is, que evidentemente era la de Harald en la universidad. El correo estaba dirigido a su padre, fechado poco después de empezar los estudios en la primavera de 2004. Al leer el correo, le llamó la atención lo poco personal que era el mensaje, en comparación con lo que puede esperarse en la carta de un hijo a su padre. En un lenguaje muy conciso, la carta hablaba de lo contento que estaba Harald en Islandia, que acababa de mudarse a un piso de lo más decente, etcétera. Al final del correo, Harald decía que había encontrado a un profesor para supervisar su tesis de maestría, el catedrático Þorbjörn Ólafsson. La tesis, de acuerdo con el correo, versaría sobre la comparación de las quemas de brujas en Islandia y Alemania, partiendo del hecho de que la mayor parte de los condenados en Islandia fueron hombres, a diferencia de lo sucedido en Alemania, donde la mayoría la formaban mujeres. La carta concluía con un saludo de despedida y Þóra sintió que algo le saltaba en el pecho al ver una posdata debajo del nombre de Harald; decía: «Si te interesa seguir en contacto, aquí tienes mi correo electrónico». No demostraba excesivo cariño. Quizá la baja en el ejército tuviera algo que ver con aquella relación tan poco íntima. Su padre, al menos a juzgar por las fotografías, no parecía excesivamente comprensivo y debía de estar molesto con un hijo incapaz de cumplir las expectativas depositadas en él.
En la página siguiente había una breve respuesta de su padre, también fotocopia de un correo electrónico. Decía: «Querido Harald, espero que no te dediques a ese tema de tesis. Es malo y nada adecuado para formar el carácter. Sé sensato con el dinero. Saludos», y debajo aparecía la firma de correo con el nombre completo del padre, su cargo y su dirección. Así que eso era, pensó Þóra, ¡qué seco! Ni una palabra de que se alegrara de haber recibido noticias de su hijo, ni de que lo echase de menos en absoluto, ni siquiera había firmado con «papá» o algo semejante. Resultaba evidente que la relación era fría, si no gélida. Þóra no sabía si padre e hijo habían vuelto a comunicarse por email; al menos, en la carpeta no había ninguno más.
Al final se encontraba la fotocopia de un documento de la universidad con la relación de asociaciones de estudiantes y los títulos de los periódicos editados por los alumnos de diversos departamentos. Þóra repasó la lista pero no vio nada de especial interés, hasta que hacia el final de la lista leyó: «Malleus Maleficarum: asociación de interesados en historia y etnografía». Þóra levantó los ojos de los papeles. Era el mismo nombre que aparecía en el acta fundacional incluida en el capítulo sobre los estudios universitarios de Harald en Munich. Þóra volvió atrás para asegurarse, y así era. Vio que debajo del nombre de la asociación en la lista islandesa habían escrito con lápiz: «errichtet 2004», fundada en 2004. Era después del comienzo de los estudios de Harald en la Universidad de Islandia. ¿A lo mejor el promotor de aquella asociación había sido él? No era nada improbable, a menos que aquel «Malleus Maleficarum» fuera alguna cosa especialmente emblemática para la historia y la etnografía. Claro que no tenía ni idea de lo que podía significar: Þóra no sabía nada de latín. Pasó al capítulo quinto, el de las cuentas bancarias.
Consistía en una abultada colección de extractos de una cuenta bancaria extranjera. Harald Guntlieb aparecía como titular, y movía unas cantidades exorbitantes, aunque al final del último extracto el saldo se había reducido mucho. Habían marcado en color rosa con un rotulador los movimientos cuando se trataba de grandes reintegros y en color amarillo los ingresos grandes. Þóra vio rápidamente que lo marcado en amarillo era siempre la misma cantidad, y que entraba a principios de cada mes. Se trataba de una auténtica fortuna, más de lo que ganaba Þóra en seis meses… cuando había mucho trabajo. Debía de tratarse de transferencias de la suma que, según dijo Matthew, había heredado Harald de su abuelo. Era probable que el pago de la herencia estuviera estipulado de forma que Harald recibiera regularmente una cantidad, en lugar de entregárselo toda a la vez. Esta manera de hacer las cosas era bastante habitual cuando el heredero era joven, y sólo hasta que alcanzaba una determinada edad. El límite de edad dependía de la fiabilidad del cliente. A Harald Guntlieb no le debían de haber considerado demasiado de fiar, pues Þóra calculaba que debía de tener veintisiete años cuando murió… y aún no había llegado al punto de poder hacerse con toda la herencia. Pese a todo, en la cuenta se había ido acumulando una cantidad considerable, y saltaba a la vista que los gastos de alojamiento y manutención de Harald quedaban muy por debajo del disponible de cada mes.
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