Yrsa Sigurðardóttir - El Último Ritual

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«No hallarás nunca paz ni consuelo. Arde para siempre…»
Así reza la carta que, escrita con la propia sangre de su hijo Harald, recibe en Alemania Amelia Gotlieb, días después de que la policía islandesa encontrara el cadáver del muchacho en la Facultad de Historia de Reykjavik: un cadáver al que, además, le han sacado los ojos y lleva marcados en su cuerpo extraños signos que dejan a los forenses entre el estupor y el espanto. Descontentos con el trabajo de la policía, y deseosos de que la verdad se descubra de la forma más discreta posible, los padres del difunto contratan entonces los servicios de Þóra, una letrada islandesa a la que ayudará Matthew, el abogado alemán que envía la familia.
Þóra y Matthew inician una investigación que les llevará desde la moderna Reykjavik al extremo noroeste de la isla, una zona inhóspita y salvaje donde, como en tantos otros lugares de Europa, se llevaron a cabo ejecuciones de decenas de personas acusadas de brujería. A los dos abogados no les quedará otro remedio que sumergirse en los restos y documentos de aquel nefasto episodio de la historia de Islandia para encontrar la clave de un asesinato que parece haber sido inspirado en ancestrales rituales.

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Llamaron a la puerta y asomó el rostro de Bragi, el copropietario del bufete.

– ¿Tienes dos minutos?

Þóra asintió con la cabeza y Bragi entró. Estaba ya en los sesenta, grueso y de elevada estatura, uno de esos que no sólo son altos, sino sencillamente grandes. Para Þóra, la mejor forma de describirlo era diciendo que estaba ampliado dos tallas por todas partes, incluyendo dedos, orejas, nariz y todo lo demás. Se incrustó en la silla que había delante de la mesa de Þóra y atrajo hacia sí la carpeta que estaba estudiando.

– ¿Qué tal fue?

– ¿La reunión? Bien a secas, creo -respondió Þóra viendo a Bragi hojear descuidadamente las fotos de familia que había estado mirando ella.

– Este chico tiene una pinta tremendamente triste -dijo Bragi señalando a Harald en una foto-. ¿Es éste el asesinado, quizá?

– Sí -respondió Þóra-. Son unas fotos bastante peculiares.

– Pues no sé. Tendrías que mirar las fotos desde tu recuerdo de la infancia. Yo era un chico de lo más amargado. Desgraciado y, por decirlo en una sola palabra, perdido. Las fotografías de aquella época lo demuestran.

Þóra no respondió. Estaba acostumbrada a oír a Bragi decir toda clase de cosas raras. Eso de que había sido desgraciado y perdido cuando era un chaval no era más que una tremenda exageración, igual que aquello otro de que mientras hacía la carrera de Derecho había tenido que trabajar como guardia nocturno en la báscula del puerto por las noches y en los botes de remos los fines de semana. Sin embargo, aquel hombre le caía estupendamente. Siempre se había portado bien con ella, desde el momento en que la invitó a fundar con él un bufete tres años atrás; ella dijo que sí con agradecimiento. Entonces trabajaba en un bufete de mediano tamaño y se sintió más feliz que nadie de marcharse de allí; por eso no echaba de menos las conversaciones sobre pesca del salmón y corbatas al lado de la máquina de café.

Bragi empujó la carpeta para devolvérsela a Þóra.

– ¿Piensas encargarte de esto?

– Pues sí, me parece que sí -fue la respuesta-. Es un cambio. Siempre es divertido enfrentarse a cosas nuevas.

Bragi dejó escapar un gruñido.

– Todo es relativo, déjame que te lo diga. A mí no me pareció nada emocionante enfrentarme a un cáncer de colon hace ahora un año, aunque se tratara de algo totalmente nuevo para mí.

Þóra no intentó seguir ahondando en esa dirección, y se apresuró a decir:

– Tú sabes a lo que me refiero.

Bragi se puso en pie.

– Sí, sí, claro. Sólo quería advertirte de que no te hagas demasiadas ilusiones. -Fue hacia la puerta pero en el umbral se dio la vuelta y añadió-: ¿Qué, crees que podrás utilizar a Þór en este caso?

Þór era un abogado recién licenciado que llevaba alrededor de medio año trabajando con ellos. Era un tanto raro y poco sociable, pero todo su trabajo era ejemplar, de modo que Þóra no tenía objeción ninguna en que formara equipo con ella, si surgía la necesidad.

– Había pensado utilizarlo más bien para descargarme de otros asuntos y así tener tiempo que dedicar a éste. Tengo mucha tarea que a él no le será difícil terminar.

– Perfecto, haz como mejor te parezca.

Þóra volvió a coger la carpeta y pasó páginas rápidamente por las fotos que quedaban, para ver cómo iba creciendo Harald, cómo iba convirtiéndose en un hombre muy fotogénico, con el rostro claro de su madre. Su padre tenía las cejas de un color más oscuro; uno de esos rostros que no se quedan bien en la memoria. La última página contenía exclusivamente dos fotografías, las dos tomadas al parecer en un estudio de fotógrafo. Una con ocasión del final de estudios, probablemente en la Universidad de Munich, y la otra con ocasión del comienzo o del final del servicio militar, al menos Harald iba vestido con el uniforme del ejército alemán. Þóra no sabía suficiente como para hacerse una idea de a qué arma del ejército había pertenecido. Se dijo que la explicación se encontraría en la sección sobre el servicio militar que aparecía en el índice.

En las páginas siguientes se hallaban fotocopias de las calificaciones de Harald en diversos grados escolares, y saltaba a la vista que el chico había sido un estudiante extraordinario. Siempre obtenía sobresalientes, y Þóra sabía por experiencia propia que en el sistema escolar alemán éstos no se sacaban de la manga precisamente. La última hoja de calificaciones era de la Universidad de Munich, donde Harald se había licenciado en Historia, y era del mismo estilo. La tesina, además, había recibido la máxima calificación. A juzgar por los años, era evidente que Harald se había tomado vacaciones de los estudios antes de matricularse en la universidad. Probablemente tenía algo que ver con el servicio militar. Þóra pensó que era bastante curioso que el joven hubiese decidido entrar en el ejército, habida cuenta de su magnífico expediente académico. Aunque en Alemania el servicio militar era obligatorio, librarse no era difícil. Y ser hijo de unos padres con mucho dinero no habría sido ningún obstáculo precisamente. No les habría resultado demasiado difícil librarle de ese deber.

Þóra hojeó la segunda parte de la carpeta, que se titulaba Servicio militar. Este capítulo no era muy grueso, apenas unas pocas paginas. En la primera había una fotocopia de la hoja de alistamiento de Harald Guntlieb, en el año 1999, en la Bundeswehr, el ejército alemán. Parecía que se había alistado en Das Deutsche Heer, el ejército de tierra. Le extrañó que no hubiese elegido la aviación o la marina. Þóra daba por seguro que con las influencias de su padre habría podido elegir cualquier arma del ejército. En la página siguiente había un recorte de prensa que decía que la unidad de Harald iba a ser enviada a Kosovo, y en la tercera y última estaba su salida del ejército, fechada siete meses después. No se daba explicación alguna, aparte de que estaba escrito, en estilo muy funcionarial, «medizinische Gründe», esto es, razones médicas. En el espacio vacío de la fotocopia alguien había escrito un bonito signo de interrogación. Þóra imaginó que habría sido Matthew; que ella supiera, era él quien había recopilado todo aquello. Para no olvidarse, Þóra escribió una nota recordándose preguntarle más detalles sobre el cese en el ejército. Pasó al capítulo siguiente.

Igual que el capítulo sobre el servicio militar, éste empezaba con la fotocopia de una hoja de matrícula, ahora de la Universidad de Munich. Þóra se dio cuenta de que estaba fechada apenas un mes después de la licencia del ejército. Eso indicaba que Harald había mejorado mucho después de dejar el ejército, si es que había sido una enfermedad el verdadero motivo de su salida del ejército. Después venían algunas páginas con las que Þóra no se aclaraba del todo; una era la fotocopia de la reunión fundacional de una sociedad de estudios históricos denominada Malleus Maleficarum, la segunda incluía una carta de recomendación de un tal profesor Chamiel que alababa a Harald en los términos más encomiásticos, y en algunas había lo que parecían programas de las asignaturas de Historia de los siglos XV, XVI y XVII. Þóra no tenía nada claro qué iba a poder sacar de todo aquello.

Al final de esta parte se encontraba un recorte de un periódico alemán sobre la muerte de unos jóvenes como consecuencia de ciertas actividades sexuales extrañas. Después de leerlo, Þóra pudo comprender que estas actividades consistían en apretar la tráquea con una cuerda mientras se practicaba la masturbación. Aquello debía de tratarse del sexo con asfixia del que había hablado Matthew. Realmente, debía de ser el no va más para alcanzar el orgasmo en quienes tienen dificultades para conseguirlo a consecuencia del consumo frecuente de narcóticos, alcohol o cosas semejantes. En el papel no figuraba nada que pudiera relacionar aquel artículo con Harald, aparte de que uno de los muertos estudiaba en su misma universidad. No se citaba el nombre del estudiante ni había mención del año. Pero alguna conexión tenía que existir, ya que el artículo estaba incluido en la carpeta. Þóra volvió atrás, a la foto de graduación de Harald, que se encontraba al final del primer capítulo. Estudió la foto con detenimiento y lo único que encontró fue que había algo rojo en la parte que sobresalía del cuello de la camisa. Sacó la foto de la bolsa e intentó entender mejor lo que había en ella. La fotografía se hizo un poco más clara cuando la extrajo del plástico, pero no lo bastante para que Þóra pudiera convencerse de que se trataba de una cicatriz. Anotó que debería acordarse también de preguntar a Matthew sobre aquel asunto.

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