– Buenos días -saludó a la muchacha.
– Hola -respondió la chica, con una cálida sonrisa. Era rubia, con el espeso cabello recogido en una cola que se movía cuando hablaba. Þóra tuvo la sensación de que había en ella algo familiar, pero no fue capaz de recordar de qué podía conocerla-. No estoy segura de que consigamos bajar -añadió la muchacha-. Y desde luego no va a ser fácil subir.
– Por aquí no hay mucho que ver -dijo Þóra-. Si queréis, Matthew puede ayudaros a bajar. -Señaló al alemán con el dedo sin mirarle-. Y luego a volver a subir, claro.
– Sí, mejor -respondió la muchacha, inclinando la cabeza sobre la silla-. ¿Tú qué dices? -preguntó al hombre que iba allí sentado-. ¿Aceptamos su ayuda, o damos la vuelta y ya está? No hay nada que ver. -El joven farfulló algo que Þóra no captó, pero que la muchacha pareció comprender-. Vale, tú mandas. -Miró a Þóra-. Creo que nos damos la vuelta. ¿Me podría ayudar? -Matthew agarró los brazos de la silla y subieron hasta el final de la cuesta.
– No me habría venido mal esa ayudita el jueves pasado -dijo la muchacha sonriendo.
– ¿Estuvisteis aquí el jueves? -preguntó Þóra extrañada-. ¿Por la noche, quizá?
¿Sería posible que la chica y el joven hubiesen sido testigos de algo inusual sin darse cuenta de su importancia? ¿O podía ser que estuvieran involucrados de alguna forma en el asesinato de Birna? Þóra aguardó expectante una respuesta que cuando llegó trajo consigo una decepción.
– No, no estuvimos aquí -replicó la chica, aún un tanto cansada por el esfuerzo-. Pensábamos ir juntos a la reunión espiritista del hotel, pero al final acabé yendo yo sola porque no conseguí hacer pasar la silla por un agujero enorme que habían excavado a través del camino de acceso. Fue un auténtico fastidio, porque aquí no hay muchos sitios a donde ir y a Steini le apetecía mucho. -Miró a Þóra y torció el gesto un poco-. Aunque, en realidad, no se perdió mucho. Fue un rollo espantoso, y el médium me pareció de lo más falso.
Þóra no se atrevió a preguntar si otros médiums no estarían también cortados por idéntico patrón. Volvió la cabeza para mirar la playa y la bahía.
– ¿Estáis de excursión? -preguntó.
– Sólo queríamos ver dónde habían encontrado el cuerpo -explicó la muchacha como si fuera lo más normal del mundo-. Conocíamos a la mujer que murió.
En el fondo de su alma, Þóra respiró aliviada. Ahora no tendría que andar dando rodeos para conseguir llegar hasta Birna.
– Ah, eso -dijo con toda la despreocupación de que fue capaz-. Nosotros hemos venido por el mismo motivo. Queríamos ver el lugar de los hechos con nuestros propios ojos.
La muchacha abrió mucho los ojos.
– ¿Sí? ¿Vosotros también la conocíais?
Þóra sacudió la cabeza.
– No, no es eso. Tenemos cierta relación con ella. Me llamo Þóra.
La muchacha extendió la mano.
– Bertha. -Se dio la vuelta para mirar la playa-. Espantoso -dijo con voz apagada-. En las noticias dijeron que la habían asesinado. -Miró a Þóra-. ¿Por qué iba a querer alguien matarla?
– Bueno, no lo sé -replicó Þóra como quien no sabe nada-. A lo mejor no fue por nada especial que tuviera que ver con ella misma. Puede que sólo tuviera la mala suerte de encontrarse con un psicópata.
– ¿Tú crees? -preguntó Bertha, de cuyo gesto aún no había desaparecido el gesto de temor-. ¿Aquí?
– No, seguro que no -respondió Þóra-. Es absurdo. Pero mejor eso que pensar que es culpa de un fantasma.
– Un fantasma -repitió Bertha con el semblante tenso-. ¿Quizá los marineros? Ésta es precisamente la playa a la que llegaron sus cuerpos. -Se estremeció-. Siempre me ha dado escalofríos este lugar.
Þóra miró extrañada a la muchacha. Había esperado que sonriera o que hiciera alguna mueca irónica al oír sus palabras, no que se tomara con total seriedad lo del fantasma. Era evidente que en esa comarca no había que tomarse a broma las apariciones.
– ¿Tú crees en fantasmas? -preguntó con cautela.
– Sí -respondió Bertha, su rostro dejaba bien claro que lo que decía era cierto-. Esto está maldito. Sin ningún género de dudas. Muchas veces me muero de miedo en la oscuridad.
Þóra no supo qué decir, pero se le pasó fugazmente por la cabeza la idea de que podría servir de testigo si se llegaba a un pleito por las apariciones. Estaban ya casi en lo alto de la cresta cuando Þóra decidió dejarse de fantasmas e ir directamente al grano.
– ¿De qué la conocías?
– Era la arquitecta del hotel. Está en unas tierras que pertenecieron a mi madre, y yo la ayudé un poco. -Miró a Þóra y desplazó luego los ojos hacia la silla de ruedas, que Matthew se esforzaba en empujar cuesta arriba-. Era muy simpática.
Þóra no preguntó más detalles, pero no le resultó fácil imaginar que Birna se hubiera llevado bien con el joven de la silla de ruedas. En cambio, se dio cuenta por fin de por qué le había resultado conocida la muchacha, y es que era igual a su madre Elín, a la que Þóra conoció cuando habían cerrado el contrato de compraventa. De modo que no sería muy práctico utilizarla como testigo contra su propia familia ante un tribunal, y Þóra decidió que no lo haría. Pero no vendría mal recabar de ella algo de información.
– ¿En qué ayudaste a Birna? -preguntó.
– Estaba interesada en la historia del lugar, y ni mi madre ni mi tío Börkur tenían tiempo ni ganas de hablar mucho con ella. Yo le conté lo que sabía y busqué planos antiguos para ella. En realidad no los encontré, pero sí que le pude dar algunas fotos viejas. Estaba encantada con ellas.
– ¿Recuerdas de qué eran? -preguntó Þóra sorprendida. En el sótano había fotos de sobra, y resultaba extraño que a Birna no le hubieran parecido suficientes. A lo mejor los temas eran demasiado repetitivos, la misma pared… distintas personas.
– Bueno, eran sobre todo fotos de la antigua granja, del bisabuelo y la bisabuela. También había en las fotos algunas otras personas que yo no conocía. -La muchacha calló de pronto y miró a Þóra con gesto preocupado-. ¿Me las devolverán? Ni mi madre ni Börkur saben que se las presté.
– Seguro que sí-dijo Þóra-. Díselo a la policía. Tienen que venir por aquí mañana. ¿Vives por aquí cerca?
– No. Tenemos una casa en Stykkishólmur donde me quedo cuando vengo. Intento venir todo lo que puedo. -Miró a Þóra y añadió en voz más baja-: Por Steini. Él no quiere estar en Reikiavik.
Þóra asintió con la cabeza.
– ¿Sois parientes? -preguntó. Estaban a cierta distancia de los otros dos, pero no suficientemente lejos como para que Þóra se atreviera a preguntar qué le había sucedido al joven. Bajo ningún concepto quería que se percatara de la curiosidad que le despertaba su aspecto.
– Sí, somos primos. -Y añadió-: Por parte de padre.
Más adelante, Matthew se detuvo y miró alrededor, con aspecto cansado. Habían llegado a lo más alto de la cresta. Þóra se apresuró a cambiar de tema de conversación, y volvió al hallazgo del cuerpo.
– ¿Tienes alguna idea de quién puede haber matado a Birna? ¿Estaba liada con alguien, o peleada con alguna persona?
La chica sacudió la cabeza.
– No estaba peleada con nadie, creo. Por lo menos, nunca habló de eso. Pero nos vimos varias veces, yo estoy recogiendo las cosas que dejó la familia en la vieja granja de Kreppa, justo ahí al lado, y ella iba bastante por allí. Era muy entretenido charlar con ella. No sé si tiene importancia, pero me dijo que tenía un novio o algo por el estilo.
– ¿Un novio? -preguntó Þóra intrigada-. ¿Sabes algo más sobre él?
Bertha puso gesto de inseguridad y pensó por un momento antes de responder.
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