Þóra asintió, pensativa. No era ninguna tontería.
* * *
Elín Þórðardóttir colgó el teléfono sin quitar la mano del auricular. Exhaló un profundo suspiro, luego volvió a descolgar y se lo puso en el oído. Con ágiles dedos marcó un número y esperó impaciente la respuesta.
– Börkur-dijo rápidamente-. ¿Qué pasa?
– No lo sé, Elín. No tiene buena pinta. -Börkur estaba enfadado, como siempre que su hermana le llamaba por teléfono-. Ha pasado algo en casa.
– ¿Qué? -preguntó Elín con curiosidad. Tenía que tratarse de Svava, la mujer de Börkur, que no salía de una crisis para entrar en otra, siempre perdiendo los nervios por cualquier nimiedad.
– Nada que quiera discutir contigo -respondió Börkur, más enfadado aún que antes-. ¿Qué querías?
Elín no se dejó intimidar por el tono de frialdad, al que ya estaba más que acostumbrada. En realidad, estaba deseosa de poder agitar un poco la vida de su hermano. Ella siempre se había opuesto a vender las tierras, pero tuvo que acabar cediendo ante su insistencia. Lo peor fue que su madre no se había negado, y todo era de ella, aunque el dinero fuera a parar al bolsillo de los dos hermanos. Börkur había conseguido convencerla con su labia. Pero ahora podría vengarse de la codicia de su hermano.
– Þóra, la abogada del dichoso Jónas, el que compró Kirkjustétt y Kreppa, acaba de llamar. -Disfrutó de la pausa que introdujo, para que él tuviera que pedirle que continuara.
– ¿Y? -preguntó Börkur con malos modos pero intrigado-. ¿Qué quería?
– Ha surgido una pega, hermanito -informó Elín, sonriendo para sí-. Quiere vernos por un defecto oculto que dice que ha encontrado Jónas.
– ¿Qué estupidez es ésa? ¿Un defecto oculto en los terrenos? ¿Esa gente está mal de la cabeza? ¿Qué demonios puede ser? ¿Contaminación del humus?
Elín le dejó desahogarse antes de intervenir.
– No entramos en detalles. Sólo quería que fuéramos a una reunión. A Vesturland, a ser posible.
– ¿A Vesturland? ¡Como si uno no tuviera nada mejor que hacer que echar a correr a Snæfellsnes! -exclamó Börkur, casi gritando-. ¡Tengo mucho que hacer! ¡Muchísimo que hacer!
– Ay, qué fastidio -dijo Elín fingiendo compasión-. Entonces será mejor que vaya yo sola.
Börkur calló por un momento antes de responder.
– No. Yo también iré. ¿Cuándo tenemos que vernos?
– Mañana -respondió Elín-. Quizá lo más fácil sea acercarnos a Stykkishólmur esta noche en vez de viajar mañana por la mañana.
– Ya veré lo que hago. Llámame más tarde, esta noche. Quizá lo haga, si puedo solucionar unos compromisos aquí esta tarde.
– Börkur -dijo Elín-. Una cosa más para acabar. Estoy prácticamente segura de que eso que llaman defecto oculto debe de tener relación con algo extraño. La abogada me sonó realmente rara al teléfono.
– ¿Y eso? -preguntó Börkur.
– Pues nada, rara -respondió Elín-. Debe de haber algo, eso está claro, aunque no sé qué es.
– ¿Piensas que puede tratarse de algo relacionado con el cadáver del que han hablado en las noticias? -preguntó Börkur con una voz repentinamente más suave.
– No, eso ni se me había ocurrido -replicó Elín extrañada. El cambio en la voz de su hermano la pilló desprevenida.
Se despidieron y Elín se quedó sentada junto al teléfono, pensativa. Intentó recordar lo que había visto y oído acerca del hallazgo de aquel cadáver, que había salido en el informativo justo antes del fin de semana. Enarcó las cejas. Había coincidido con un viaje relámpago a Snæfellsnes que Börkur había tenido que hacer para no sé qué tontería. Qué extraño.
– Este tiene que ser el lugar. -Þóra miró a su alrededor, por la playa-. En realidad no hay mucho que sacar de aquí.
Los guijarros brillaban a sus pies. Estaba bajando la marea y las piedras seguían húmedas después de la pleamar. Nada en el majestuoso paisaje dejaba traslucir que allí mismo había sido encontrado un cadáver poco tiempo atrás, y Þóra pensó que no sabía lo que había esperado descubrir allí. ¿Quizá carteles amarillos de advertencia colocados por la policía?
Matthew miró su reloj.
– No, lo único que podemos sacar en claro es que estamos exactamente a treinta y cinco minutos a pie del hotel.
– Pero no hemos caminado deprisa -dijo Þóra-. ¿Cuánto es el mínimo que habríamos podido tardar?
Matthew se encogió de hombros.
– No lo sé. Tal vez podríamos haber llegado en veinticinco minutos. En menos tiempo es difícil, excepto corriendo.
– Así que alguien pudo haber venido aquí desde el hotel, matar a Birna y regresar en menos de una hora -apuntó Þóra pensativa.
Matthew sonrió.
– Sí, pero eso no le deja mucho tiempo al asesino para empezar y terminar el trabajo, porque significaría que habría tenido que venir hasta aquí ex profeso para matar a la mujer, no para una charla que acabara complicándose de mala manera.
– Qué ruido tan espantoso hacen esos pájaros -dijo Þóra, volviéndose hacia el acantilado-. Pobres polluelos. -Contempló la frenética vida de las aves un ratito antes de volverse de nuevo hacia Matthew-. Nadie habría podido oír gritos ni llamadas de auxilio con ese estruendo infernal.
Matthew movió las manos señalando a su alrededor.
– ¿Y quién iba a oír nada? No creo que esta zona sea muy concurrida.
Þóra miró en torno suyo, y ya estaba a punto mostrarse de acuerdo, cuando notó la presencia de dos personas en lo más alto del borde del acantilado.
– Pues… -dijo, señalando con la barbilla en dirección a las dos figuras. Observaron el pausado descenso de la pareja por la pendiente pedregosa. Una mujer joven empujaba una silla de ruedas, pero no se podía distinguir al pasajero, porque una gran capucha ocultaba su cabeza y su rostro. La mujer parecía hacer considerables esfuerzos para hacer avanzar la silla por los cantos sueltos de la ladera-. Ésos deben de ser los jóvenes que mencionó el anciano japonés -dijo Þóra-. Los que vio charlando con Birna. ¿Vamos a hablar un poco con ellos? -Miró a Matthew.
– ¿Y por qué no? -dijo Matthew con una sonrisa-. No será una tontería mayor que otras de esta peculiar investigación tuya. -Se apresuró a añadir-: Pero no me malinterpretes. No me estoy quejando, en absoluto. Todo esto me encanta, aunque no tenga ni la menor idea de adonde nos lleva.
Þóra le dio un codazo.
– ¿De pronto te has vuelto ácrata, ahora de viejo? Vamos. -Se alejaron lentamente cuesta arriba en dirección a la pareja.
Cuando se acercaron, Þóra creyó al principio que tenía algo en el ojo. Era incapaz de enfocar el rostro que asomaba apenas por la capucha. Pero a cada paso iba confirmando más y más que a su vista no le pasaba nada. Su estómago se encogió involuntariamente, y tuvo que luchar contra el deseo de echar a correr para escapar de aquello. Pero ¿qué sucedía realmente con el rostro de la persona de la silla? Se concentró en la chica, que tenía las mejillas coloradas y sonreía. Pero sus ojos volvían una y otra vez, en contra de sus deseos, hacia el rostro bajo la capucha y a la reluciente piel, pálida y tensa, que cubría toda su parte izquierda. Þóra no era capaz de mirar mucho tiempo el desfigurado contorno de los ojos, los escalofriantes restos de nariz y la piel llena de cicatrices y con un aspecto como de plástico, que llegaba desde la barbilla hasta la frente, que era lo que podía verse por debajo de la capucha. Confió en que aquel desgraciado ser humano, que parecía aún joven, no se percatara de la impresión que causaba en quienes le veían, aunque en el fondo de su alma sabía que era una esperanza inútil. Þóra deseó que Matthew soportara mejor que ella aquella inesperada situación, pero no se atrevía a mirarle por miedo a hacer algún gesto que delatara su propio horror. Se obligó a esbozar una sonrisa.
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