– Ha llamado Baldvin.
– ¿Y qué quería? -preguntó Magnús. No podía evitar sentirse henchido de orgullo cada vez que oía el nombre de su nieto. Estaba seguro de que su abuelo había sentido algo parecido cuando él era joven. Para rematar, se parecían como dos gotas de agua, y un periodista había publicado incluso una foto de Magnús joven en una entrevista que le hicieron a Baldvin, para poner de relieve el gran parecido que existía entre los dos. Magnús sonrió para sí, ahora ya sería difícil que alguien los confundiera, él era un viejo y Baldvin un apuesto joven.
– Preguntó por ti. Quería saber cuándo volvías a casa -respondió Fríða-. Creo que tiene intención de ir por ahí.
– ¡No! -exclamó Magnús enfadado-. Bajo ninguna circunstancia debe venir aquí. Eso sólo serviría para empeorar las cosas. Hubiera sido mejor que se hubiera quedado en casa el otro día en vez de pretender echarme una mano.
– Sus intenciones son buenas -respondió la esposa-. Quizá no tenga importancia. Si esa Birna hubiese hablado con alguien, ya lo habrías sabido. Tal vez todo haya muerto con ella. -La mujer suspiró-. ¿No será mejor dejar las cosas como están?
Magnús dejó escapar un débil suspiro.
– De eso no podemos estar seguros, Fríða. He invertido ya demasiado como para detenerme ahora en los últimos metros. Y no digamos Baldvin. Yo seguiré aquí y veré por dónde sopla el viento. En los próximos días, esto se aclarará. No puede ser de otro modo.
– ¿Quieres que vaya yo? ¿Te has llevado medicinas suficientes? -Fríða estaba a punto de perder el control.
– No vengas. De ninguna manera. Y por todos los dioses, deten a Baldvin para que no vuelva a entrometerse. -Magnús respiró hondo-. Mi querida Fríða, la cobertura es muy mala aquí y no creo que consigas contactar conmigo por el móvil. Pero no me llames tampoco al teléfono del hotel. Nunca se sabe quién está escuchando. Yo me encargaré de contactar contigo.
Cortó la conversación. Miró a su alrededor, hacia la bella línea de la costa, y se dio la vuelta para contemplar las montañas al norte. Albergaba la esperanza de sentirse lleno de felicidad y paz, pero no fue así. Una ira de profundas raíces se inflamó de repente en su interior. Con sus intrigas y su infamia, Birna había destruido lo que él más amaba: las tierras de su infancia. Ahora no sentía más que ansiedad. Ya era demasiado viejo para dominar el miedo, y su confianza en sí mismo había desaparecido. Aquello acabaría mal. Para él y para Baldvin. La ira fue diluyéndose, para dejar paso a una enorme tristeza. Quizá Birna había sido la raíz del problema, y su asesinato marcara el principio del fin. Pero si miraba las cosas realmente a fondo, él era el único que tenía la culpa.
Una vez había leído que las sombras de los viejos pecados son infinitas, que uno no puede esconderse de ellas. Debería haberlo pensado bien en su momento.
Desde su asiento tras del mostrador de recepción, Vigdís siguió con la vista a Þóra y Matthew, que caminaban en dirección al despacho de Jónas. Pensó si debía informarles de que Jónas no estaba, pero decidió no hacerlo. Ya se darían cuenta ellos solos. Se volvió hacia la pantalla del ordenador y se puso de nuevo a leer las noticias en la red. En realidad, los artículos que leía tenían poco de noticias propiamente dichas, pero Vigdís hacía mucho que había dejado de interesarse por las cuestiones de Oriente Próximo, la política, las tonterías de la inflación y ese tipo de cosas que ocupaban la mayor parte del tiempo de los periodistas. Esa clase de informaciones eran una especie de círculo vicioso sin fin, mientras que las noticias que leía Vigdís era diáfanas y tenían principio y fin. Siempre estaba claro quién era el malo y quién el bueno, e iban acompañadas de fotografías que resultaba entretenido mirar. Y estaban centradas, sobre todo, en los ricos y famosos. Fue leyendo emocionada una pantalla tras otra y se enteró, sin ningún género de duda, de que Nicole Ritchie y Keira Knightly tenían anorexia. Estudió a fondo la fotografía ampliada de las costillas de las dos, que asomaban por el escote de sus vestidos de noche. Vigdís sacudió la cabeza con gesto entristecido.
– Perdona -se oyó, y aquello la desvió durante un rato de su preocupación por la salud de las jóvenes actrices.
La recepcionista levantó la mirada.
– ¿Sabes algo de Jónas? -preguntó Þóra.
Vigdís cerró la ventana del ordenador para que la pantalla mostrara las reservas.
– Jónas hizo una escapada a la capital. Estará de vuelta por la tarde. -Puso un gesto servicial-. ¿Puedo ayudaros?
Þóra miró a Matthew y luego de nuevo a Vigdís.
– Sólo queríamos saber si estaban aquí algunas personas. Estamos intentando contactar con todos los que pudieran conocer a Birna. El piragüista, por ejemplo.
– ¿Prostur Laufeyjarson? -preguntó Vigdís, que tenía gran facilidad para recordar nombres. Era una aptitud de la que hacía gala en su trabajo en la recepción, y una de las razones por las que Jónas estaba tan satisfecho con ella. Además, Vigdís conocía estupendamente la red informática, así que Jónas ni se planteaba cambiarla de puesto de trabajo.
– Sí, justo -respondió Þóra-. ¿Está ahora en el hotel?
– No, siempre sale muy temprano a entrenar. Y vi el kayak en la playa de abajo ayer por la tarde. Quizá esté remando en esa zona. Si el kayak no está en el pequeño embarcadero, es que está en el mar. Siempre lo deja ahí.
Þóra le tradujo a Matthew lo que había dicho y decidieron bajar a la playa con la esperanza de encontrar a Pröstur. Antes de salir, Þóra se volvió hacia Vigdís.
– ¿Y a Magnús Baldvinsson? ¿Lo has visto?
Vigdís se encogió de hombros.
– No sé adónde ha ido. Hace poco estaba dando vueltas por aquí. No suele ir muy lejos. Sale a pasear, pero nunca pasa fuera más de una hora. Ya es bastante mayor.
– ¿Es viudo? -preguntó Þóra-. Jónas dijo que había venido él solo.
– No, creo que no -respondió Vigdís-. Su esposa le ha llamado varias veces.
– Qué raro que no le acompañara.
– A lo mejor está enferma -señaló Vigdís-. O no puede salir de casa por alguna razón.
– Quizá nos encontremos con él en cualquier sitio, más tarde -dijo Þóra.
Vigdís asintió con un gesto que delataba que sabía más de lo que había dicho.
– Sí, no dejéis de intentarlo.
– ¿Por qué? -preguntó.
– Bueno, por nada. El conocía a Birna -respondió Vigdís. Dejó pasar un momento de silencio antes de añadir-: O creo que la conocía. Por lo menos, al registrarse preguntó expresamente por ella.
– ¿Ah, sí? -preguntó Þóra extrañada. Jónas no había mencionado ninguna relación entre Magnús y Birna-. ¿Sabes de qué se conocían?
Vigdís sacudió la cabeza.
– Ni idea. En realidad, no sé nada de nada. Él preguntó por ella y yo le contesté. Nunca vi que hablaran ni nada por el estilo. Pero él no volvió a preguntar por ella, y ella nunca preguntó por él.
* * *
Þröstur Laufeyjarson colocó el remo de doble pala sobre el kayak y miró el cronómetro que rodeaba su muñeca. Aunque llevaba ya un buen rato de entrenamiento, aún no le apetecía volver. El bote se mecía tranquilamente en el mar mientras él pensaba en cómo mejorar el plan de entrenamiento, que no parecía dar los resultados apetecidos. Respiró hondo y dejó escapar un pesado suspiro. Tenía que reconocer que el entrenamiento no marchaba bien, no conseguía aprovechar al máximo su potencial. El pequeño gimnasio del hotel no tenía mucho que ofrecer y eso hacía difícil mantener la masa corpóral en el nivel óptimo, y mucho menos aumentarla. Þröstur giró los hombros haciendo tres círculos para disolver la tensión y notó que una gota de sudor le bajaba por la espalda, por dentro del traje de neopreno. La idea de una ducha caliente, e incluso un masaje a continuación, fue suficiente para hacerle llevar el kayak tranquilamente hacia la orilla. Aún tenía tiempo. Volvería después del mediodía y lo aprovecharía mejor.
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