Matthew la miró extrañado, y luego miró su propio reloj de pulsera.
– No cerrarán el comedor a las ocho, ¿verdad?
– Ven -dijo Þóra, moviéndose impaciente-. Me moriré si no me tomo un café. Además, allí habrá algunos huéspedes más con los que podemos hablar. -Se habían levantado tempranísimo, con la esperanza de ver a todos los clientes posibles antes de que se fueran.
– No quiero que te mueras -dijo Matthew, siguiéndola-. Aunque no hayas creído lo del llanto.
– Uuuh -bromeó Þóra con voz cavernosa-. Fantasma… uuuh. -Se rió del agrio gesto de Matthew-. No te pongas así. Estaremos mucho mejor después de desayunar.
En el comedor sólo había tres mesas ocupadas. Un matrimonio mayor, que Þóra no había visto hasta entonces, estaba sentado en una de ellas, en la otra se encontraba Magnús Baldvinsson, el viejo político del que había hablado Jónas, y en la tercera estaba un hombre joven enfrascado en sus pensamientos. Estaba bronceado y parecía una persona acomodada, pero sus ropas juveniles trataban de ocultarlo. Þóra decidió hablar primero con el joven. Le dio un codazo a Matthew y le dijo en voz baja sin que se notara mucho:
– Ése debe de ser, seguramente, el del kayak, Þröstur Laufeyjarson, el que según Jónas bien podría estar relacionado con la muerte de Birna. ¿Ves lo enfadado que está? Vamos a sentarnos a una mesa al lado de la suya. -Se acercaron al mostrador y Þóra colocó algo al azar en su plato. Se sintió molesta de que Matthew pareciera tener intención de tomarse el tiempo necesario para examinar todo lo que había en el bufé, pasando lentamente por delante de los alimentos expuestos. Þóra volvió a darle otro codazo-. Rápido. No puede marcharse antes de que nos sentemos nosotros. -Matthew la miró frustrado, pero sin pensárselo más agarró un yogur. Se dirigieron hacia la mesa que estaba justo al lado de la del piragüista. Þóra le sonrió cuando se estaban sentando-. Buenos días, un tiempo estupendo.
El hombre no la miró, ni pareció darse cuenta de que se estaba dirigiendo a él. Bostezó y tomó un sorbo de zumo de naranja. Þóra volvió a intentarlo.
– Perdona -dijo en voz alta para que no cupiese duda alguna de que dirigía sus palabras a alguien que no era su compañero de mesa-. ¿Sabes si se pueden alquilar barcas por aquí cerca? Estábamos pensando en alquilar una. O un kayak.
El hombre tragó el zumo y miró extrañado a Þóra.
– Perdona, ¿me hablabas a mí? Desgraciadamente, no comprendo el islandés.-Oh. -Þóra se quedó confusa. Evidentemente no se trataba de Þröstur Laufeyjarson. Sonrió para disculparse-. Lo siento, creía que eras otra persona. -Intentó hilar algún otro tema de conversación para no perder a aquel hombre-. ¿Has llegado hace poco?
Él sacudió la cabeza.
– No, llevo aquí un tiempo, aunque con interrupciones, pues he estado viajando.
Þóra fingió interés por sus viajes, intentando parecer natural.
– ¿Y por dónde has estado? Aquí hay mucho que ver.
El hombre pareció alegrarse de tener compañía. Se giró un poco en la silla para ver mejor a Þóra y Matthew.
– Principalmente por Vestfjörður. Trabajo para una revista de viajes que trata de destinos interesantes y cosas similares.
– No parece un trabajo aburrido -comentó Þóra, bebiendo el primer sorbo de café. No recordaba cómo se llamaba aquel hombre, pero tenía que tratarse del fotógrafo que Jónas había reconocido en la lista de clientes.
El joven se rió.
– Bueno, puede resultar cansado, como todo. Soy fotógrafo y mis días se me hacen a veces de lo más largos y difíciles.
Þóra extendió la mano derecha.
– Pero qué torpe soy. Me llamo Þóra. -Señaló a Matthew con una inclinación de cabeza-. Y éste es Matthew, de Alemania.
El joven se levantó un poco para saludar.
– Hola. Yo me llamo Robin. Robin Kohman. De Estados Unidos.
Þóra fingió un auténtico gesto de curiosidad.
– Oye, espera, ¿puede ser que te haya visto con Birna?
Robin se encogió de hombros.
– ¿Con Birna?
– Sí, con Birna, la arquitecta que vivía aquí… -Se le quedó mirando esperanzada.
– Ah sí, Birna, la arquitecta -dijo Robin contento. Pronunció el nombre de forma completamente diferente a como lo había hecho Þóra-. Sí, claro que la conozco, sólo que no entendí el nombre cuando lo dijiste. Soy totalmente incapaz de pronunciarlo bien. Todas esas palabras vuestras suenan igual. -Robin se tomó el último sorbo de zumo y se secó los labios con la servilleta-. Sí, nos conocemos. Me encargó que le hiciera algunas fotos, y me indicó algunos sitios de los alrededores en donde podría encontrar material interesante para mis fotografías.
– ¿Recuerdas cuándo la viste por última vez? -preguntó Matthew. Aún no había tenido ocasión de abrir el yogur.
Robin reflexionó un momento.
– Bueno, hace varios días. ¿Pasa algo?
– No, creo que no -mintió Þóra-. Sólo que queríamos verla. -Vio por el rabillo del ojo que Magnús Baldvinsson se levantaba y salía.
– Si os tropezáis con ella, decidle por favor que aún tengo sus fotos. -Robin se puso en pie.
– Lo haremos, si se da el caso -dijo Matthew con una sonrisa ambigua. Cuando Robin se hubo marchado, levantó el yogur en el aire y lo blandió ante el rostro de Þóra-. ¿Ahora ya puedo ir a buscar algo decente para comer?
* * *
Magnús Baldvinsson iba por el terreno del hotel en busca de un lugar donde hubiese buena cobertura para el móvil. Desde su habitación era imposible intentar conectar, y no quería charlar por el teléfono delante de extraños en el pasillo o el comedor, donde sabía que también era mala la cobertura. Estuvo a punto de caer dos veces a causa de las piedras sueltas. Era difícil tener la mirada puesta a la vez en la pantalla del teléfono y en el suelo. Respiró más aliviado cuando el móvil mostró que había cobertura, y se apresuró a marcar el número de casa. Estaba en el aparcamiento y suponía que enseguida empezaría a aparecer gente. Esperó impaciente mientras sonaban las llamadas. Por fin hubo respuesta.
– Mi querida Fríða. ¿Te he despertado?
– ¿Magnús? ¿Pero qué hora es? -La esposa de Magnús acompañó sus palabras con un sonoro bostezo.
– Son las ocho, más o menos -respondió él, molesto.
– ¿Pasa algo? -preguntó Fríða preocupada. El sueño había desaparecido de su voz.
– No, nada. Sólo quería decirte que voy a quedarme aquí algunos días más. -Magnús vio que se abría la puerta del hotel, y salía un hombre joven en chándal. Respiró tranquilo al ver que se dirigía hacia la playa en vez de al aparcamiento-. Por aquí hay unas personas preguntando por Birna.
– ¿Preguntando? ¿Qué es lo que están preguntando? ¿Han hablado contigo? -Fríða habría seguido bombardeándole a preguntas si Magnús no la hubiera interrumpido. Casi se palpaba la angustia en la voz de la mujer.
– Fríða, estate tranquila. -Respiró hondo e hizo un esfuerzo por no perder el control. A medida que pasaban los años, Fríða se iba haciendo cada vez más débil de los nervios, y no era necesario un crimen para desequilibrarla. Pensándolo bien, la verdad es que había reaccionado increíblemente bien, cuando tuvo que enfrentarse a algo realmente serio-. No sé lo que anda husmeando esa gente, aún no han venido a hablar conmigo. Llamaba solamente para decirte que pienso quedarme un poco más aquí. Si echo a correr, puede resultar de lo más sospechoso. La policía ha venido dos veces y estoy esperando a que vengan a hablar conmigo de un momento a otro. -Suspiró-. Supongo que querrán hablar con todos los que estaban aquí.
Fríða calló un momento y luego volvió a tomar la palabra con voz más suave.
Читать дальше