– ¿Sabes cuántos eran, o de dónde eran? -preguntó Þóra.
Paddi «Garfio» sacudió la cabeza.
– Ingleses de mierda, creo -respondió-. Vi a dos de ellos pero podía haber más gente a bordo, porque era un yate de buen porte.
– ¿Y a qué hora les viste salir para que no hubiera nadie más que tú? ¿A media noche? -preguntó Þóra.
– No, cariño -dijo Paddi-. Entraron aquí a capear lo peor del temporal, porque el yate no estaba en demasiado buen estado. Si hubiera podido hablar con ellos en islandés, como con todo el mundo, les habría advertido que aquí podíamos encargarnos de las reparaciones esenciales. Pero no hubo forma, de modo que me levanté de madrugada y por la ventana de la cocina vi que el velero estaba zarpando. Aunque fuera estaba oscuro, no cabía duda alguna de que eran ellos, porque el puerto estaba iluminado. Vi que era su yate el que se marchaba. No hay duda de que se fueron.
– ¿Te acuerdas de cómo se llamaba el yate? -preguntó Þóra.
– No, no lo recuerdo -respondió Paddi evitando la mirada de Þóra-. No leo demasiado bien, tengo que confesarlo. No es que haya tenido mucha importancia en los años de mi vida, me va más trabajar con las manos, y además muchas veces es mejor que lo que se aprende en los libros no te complique la vida.
Þóra le sonrió.
– Pero buena memoria sí que tienes -le dijo-. ¿Cómo puedes recordar todo eso, por ejemplo? Tienen que haber salido del puerto muchísimos barcos, ¿qué había de especial en aquel yate en particular?
– Hombre, de especial no tenía mucho, era precioso y eso, pero en nuestro puerto ha habido barcos mejores y más grandes -volvió a mirar al frente, por encima del timón-. Si recuerdo eso con tanta claridad es por lo que sucedió a la mañana siguiente, cuando Tolli se encontró la sangre en el puerto, justo donde había estado amarrado el yate.
Þóra aparentó tranquilidad, pero aquello le hizo sentirse intrigada.
– Calculo que te refieres al fin de semana de antes de la erupción, ¿no? -preguntó Þóra-. He oído hablar de la sangre, pero entre lo que me contaron no había nada de ningún barco en el lugar donde apareció la sangre -prefirió no decirle cuál era su fuente, pues no tenía la menor gana de explicarle que Bella y ella habían estado espiando los documentos de Guðni.
– Eso es porque solo yo sabía que el yate había estado amarrado allí-respondió Paddi-. Cuando me fui estaba allí, sin ninguna duda, pero por algún motivo lo cambiaron de sitio, hasta un lugar algo más aislado. Les vi zarpar pero nunca he podido entender qué les llevó a cambiarlo de sitio. A lo mejor, el mar estaba más agitado en el sitio que les indiqué yo.
– ¿Le hablaste a alguien del yate ese? -preguntó Þóra, extrañada de que esos detalles no figurasen en el informe de Guðni, si bien era perfectamente posible que su secretaria y ella lo hubieran pasado por alto a causa de las prisas.
– No, realmente no -respondió Paddi-. Sin duda lo habría hecho sin problema alguno, pero entonces llegó la erupción y uno tuvo otras cosas a que atender. Nadie me preguntó, de manera que tuve la sensación de que esa información podría ser perjudicial para alguien. Así que decidí esperar a ver, y la naturaleza me resolvió la papeleta. Claro que debo reconocer que cuando encontraron esos cuerpos en casa de Maggi, la cabeza se me ha ido a la sangre del muelle, y tengo la sensación de que no soy el único.
– ¿Te refieres al guarda del puerto que descubrió el charco de sangre? -preguntó Þóra.
– No, ese murió hace muchos años, el pobre viejo -respondió Paddi-. Pensaba, entre otros, en Guðni, el poli, y en toda la gente de la ciudad que bajó a ver aquello con sus propios ojos. Nunca se ve esa cantidad de sangre en un muelle después de un atraque.
Þóra reflexionó un instante y dijo:
– Supongo que sabrás quién era Daði. Se le vio andando por allí esa mañana. ¿Crees que puede haber tenido algo que ver con la sangre?
– Ese cretino -dijo Paddi, sin intentar disimular su opinión sobre aquel hombre-. Puede ser, aunque lo dudo. Daði era un gallina y no le iban las grandes hazañas, y además no creo que fuera capaz de hacerle daño a una mosca. Era una porquería de isleño, y es que su padre no era de ninguna familia de aquí.
– ¿De modo que dijo la verdad cuando contó que no sabía nada sobre la sangre? -preguntó Þóra.
– Yo no he dicho eso. Sin duda sabía más de lo que reconoció -dijo Paddi-. Pero desde luego no era el único al que vieron por ahí. Aunque él fue el único de los que le hablaron a la policía.
– ¿Y eso? -preguntó Þóra extrañada-. ¿Había más gente allí? ¿Y por qué lo mantuvieron en secreto?
– Tendría que dejar claras un par de cosas antes de seguir, para evitar malentendidos -dijo Paddi-. Maggi, el padre de Leifur y Markús, era un tipo estupendo. Era todo un trabajador de la vieja escuela, que no se amilanaba ante nada y que trabajaba como una bestia para los suyos. Se ganó a pulso lo que tenía, y que yo sepa aquí no debe de haber nadie que piense mal de él. Leifur también es un tipo estupendo, pero a Markús solo le conocí de niño y por entonces era de lo mejorcito, bastante reservado y un tanto fresco, pero muy simpático.
– ¿Pero? -preguntó Þóra-. Esas alabanzas siempre van seguidas de algún «pero».
Paddi volvió a sonreírle.
– Pero -dijo sin asomo de burla en la voz- cuando Maggi enfermó y perdió la razón… todos conocen su estado, aunque Leifur intenta mantenerlo en secreto, Leifur se hizo cargo de la dirección de la empresa y la gente está cada vez más preocupada por el futuro. La esposa de Leifur no tiene ningún interés por la empresa y quiere vivir en cualquier sitio antes que en Heimaey. Si se van a vivir fuera, venderán la empresa y los únicos que tienen posibles para comprarla son otros grandes dueños de cuotas de pesca. Y entonces se llevarán las licencias a cualquier sitio con más facilidades para la pesca. Así que, en cierto modo, Leifur tiene la sartén por el mango en la isla, y todos bailan a su alrededor por miedo a molestarle. En realidad hay más personas de las que todos dependemos, pero él es el único que parece casi a punto de marcharse.
– Comprendo -dijo Þóra. Sabía que el temor de los lugareños no carecía de justificación… En una sociedad tan pequeña, hasta el último puesto de trabajo era esencial-. ¿Y tú crees que Leifur se aprovecha de la situación para que no se comenten ciertas cosas? -estaba casi segura de que Magnús era uno de los hombres a los que vieron por el puerto la noche en cuestión.
– No -dijo Paddi-. Estoy seguro de que no hace tal cosa. Leifur es en cierto modo un simple, como yo, y piensa poco en las cosas con las que especulan los demás. Él se limita a ir a lo suyo y le basta con que todo le vaya bien y con no tener mucha oposición a sus proyectos. Pero me temo que si las cosas siguen así, empezará a creerse que es alguien importante -Paddi acercó la embarcación a Heimaey y les señaló la lava reciente; daba una fuerte impresión pensar en el poco tiempo que había pasado desde que salió del volcán-. El problema es que la gente se pondrá a pensar qué será más conveniente para Leifur y su hermano, y qué conviene decir y qué conviene callar. Prácticamente toda la gente de Heimaey dirá única y exclusivamente lo que crea que puede favorecer a los hermanos. Si eso es razonable o no es otro cantar. A lo mejor, callan precisamente lo que sería favorable y parlotean como tontos de cosas que podrían empeorar la situación de los hermanos, sin darse ni cuenta.
– ¿Y tú? -preguntó Þóra-. ¿Tú no formas parte del grupo? Tienes que amar este lugar y querer lo mejor para él.
Paddi chasqueó la lengua.
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