– Quizá no -dijo Þóra-. Pero conocía el asunto. Cualquier otra cosa es inverosímil -respiró hondo y señaló con el dedo lo que les rodeaba en la reducida estancia de la prisión de Litla-Hraun en la que los internos recibían las visitas de sus abogados-. No puedes dejar que la preocupación por tu padre se convierta en una cadena que te aprisione como sucede ahora. Te aconsejo que me dejes hablar con tus padres. A lo mejor tu padre dice algo, nunca se sabe. Los recuerdos más antiguos son los que perduran más tiempo en las personas con Alzheimer. Aunque dentro de unos días estés ya fuera de aquí, este caso seguirá planeando sobre tu cabeza como el nubarrón de una tormenta hasta que todo haya quedado explicado. Si no encuentran al criminal, habrá quienes sigan considerándote a ti el culpable -le dejó un momento para que digiriera sus palabras-. Piénsatelo, te llamaré esta tarde.
Markús levantó los ojos y sonrió.
– Ya solo quedan sesenta y ocho horas aquí.
– ¿Sabías que Alda estaba obsesionada por el sexo? -preguntó Þóra, nada segura de si era muy adecuado expresar así la pregunta-. Su ordenador está repleto de pornografía.
Markús se quedó boquiabierto.
– No, no lo sabía-contestó-. Siempre fue muy moralista. ¿No podía ser por algo relacionado con el trabajo?
– Puede ser -dijo Þóra, aunque no conseguía ver la utilidad que podrían tener aquellas páginas para su trabajo en la clínica de cirugía estética o en el servicio de urgencias. Sacó las fotos que le había proporcionado Dís y se las enseñó a Markús-. ¿Te suena de algo este tatuaje? -preguntó mientras le entregaba la fotocopia.
Markús echó un vistazo a la foto y dijo:
– No. No lo he visto nunca. ¿Quién lleva encima esta atrocidad? -pregunto al devolverle la foto a Þóra.
– A decir verdad, no tengo ni idea -dijo Þóra entregándole a continuación la foto del joven que había aparecido también en la mesa de Alda-. ¿Y a este hombre lo conoces? -no le pasó desapercibida la sorpresa de Markús al ver la foto. Pero no dijo nada, se limitó a negar con la cabeza y devolverle el papel-. ¿No lo has visto nunca? -preguntó Þóra.
– No, a primera vista me recordó a un chico de los viejos tiempos, pero me parece que esta fotografía fue tomada hace poco -dijo Markús-. ¿De quién se trata?
– No tengo ni idea -dijo Þóra-. Esperaba que tú pudieras decírmelo -dejó las fotocopias en su lugar original-. ¿Cuándo volviste a ver a Alda después de la erupción? -preguntó-. Me dijeron que pasó un tiempo en el instituto de Ísafjörður, pero allí nadie sabe de su existencia. ¿Puede ser una confusión?
– No, en absoluto -respondió Markús-. Alda se fue a Ísafjörður y estuvo en el instituto hasta principios de año. Luego cambió de colegio y se trasladó a Reikiavik con el año nuevo. Allí retomamos el contacto, porque yo estaba ya en el instituto de Reikiavik cuando ella llegó -miró al infinito, como si intentara recordar algo-. Eso fue a principios de 1974. Era mi primer año allí, o sea que estaba en el tercer curso.
– ¿En qué curso estaba ella? -preguntó Þóra.
– En el mismo que yo. Teníamos la misma edad y ella había hecho la primera parte del curso en Ísafjörður.
– A mí me contaron que Alda se matriculó en el instituto justo después de la erupción -dijo Þóra-. Que empezó a mediados de invierno y luego subió de curso. Me parece bastante extraño, pero ¿realmente es así?
– Lo que yo oí fue lo siguiente -respondió Markús-: era la mejor alumna de todo el curso, de modo que pudo pasar fácilmente al curso superior.
– Pero ¿no tendría que haber estado entonces en un curso más alto que el tuyo en el instituto de Reikiavik? -preguntó Þóra.
– Hombre, a lo mejor es que no pudo estar allí la primavera posterior a la erupción y no consiguió seguir sus estudios el semestre de otoño -dijo Markús; saltaba a la vista que hablar de aquel tema le parecía una pérdida de tiempo.
– Pasemos a otro asunto -dijo Þóra-. Tengo entendido que la noche del viernes anterior a la erupción hubo un baile en el colegio, y que todos los chicos de tu curso se emborracharon a la vez. ¿Lo recuerdas?
Markús asintió con cara de tonto y respondió:
– Aquella fue la primera vez que bebía, aunque parezca difícil de creer. La mayoría de mis compañeros empezaron con el alcohol ya hacia los trece años -se le veía incómodo, pero continuó-: A mi padre no le sentaba nada bien el alcohol, si se puede decir así. Así que yo decidí no beber nunca en toda mi vida, porque no quería parecerme a él cuando estaba embriagado.
– Una decisión de lo más madura para un chico aún pequeño -dijo Þóra.
– Y no duró mucho -repuso Markús con una sonrisa incómoda-. En la borrachera comunitaria pensaban participar todos, más o menos, y yo no pude escaquearme. De forma que aquella fue mi primer borrachera; fue una noche que tardé mucho en olvidar.
– ¿Recuerdas si fueron a recoger a Alda, o si se fue ella sola a casa? -preguntó Þóra-. ¿Sabes por casualidad si estuvo en el puerto?
Markús la miró extrañado, y dijo:
– Pues no, no fueron a recogerla. Ella no estaba tan borracha, incluso era de los que mejor estaban. En cambio, a mí vino mi padre a buscarme, lo que fue de lo más desagradable. No estaba ni pizca de contento, eso es obvio. Pero si Alda fue al puerto esa noche, de eso no tengo ni idea. Lo dudo mucho. ¿Por qué lo preguntas?
– Es que resulta que esa misma noche sucedió algo en el embarcadero. Por la mañana apareció todo cubierto de sangre, y no está claro si los cadáveres esos tienen algo que ver. Pensé que Alda habría podido toparse con aquello, y que a lo mejor hasta cogió la cabeza entonces.
La expresión de Markús era impenetrable.
– ¿Y la guardó hasta que me pidió a mí que me encargara de la caja, el lunes por la mañana? La erupción fue la víspera del martes, de modo que habría tenido que guardar ella la caja en su casa durante setenta y dos horas.
– ¿Salía algún olor de la caja? -preguntó Þóra, pero Markús se limitó a negar con la cabeza-. ¿Recuerdas si Alda estuvo triste o de alguna forma distinta a lo habitual ese fin de semana y el lunes después del baile? Parece claro que le sucedió algo la noche del baile, y creo que de una u otra forma algo tiene que ver con los cadáveres y con la cabeza -añadió, y luego le explicó lo que había visto en el diario.
– En realidad, ese fin de semana no la vi. Estaba enferma y no salió de casa. Tampoco pudo ir al colegio el lunes, por eso me extrañó que me llamara a casa para pedirme que fuera a verla esa tarde, y que fuera solo. Todo resultaba de lo más misterioso, aunque naturalmente ahora ya lo entiendo, después de saber lo que contenía la caja que me pidió que guardara -dijo Markús-. Esa tarde estaba bastante rara, eso sí. Si quieres saber dónde pasó el fin de semana será mejor que preguntes a otros, porque yo no estuve con ella.
Þóra asintió.
– ¿Y qué me dices de cuando le cortaron el pelo a Alda en el gimnasio? -preguntó-. Seguro que no tiene relación con el caso, pero nunca se sabe.
– Yo me encontraba indispuesto y, afortunadamente, no estuve allí -respondió Markús, con gesto de enfado-. Me habría puesto furioso. Aquello fue una auténtica barbaridad y no ayudó mucho que los profesores fueran incapaces de averiguar quién lo hizo. Ni siquiera pudieron encontrar el pelo.
– ¿De modo que no sabes quién fue? -preguntó Þóra.
– No, desgraciadamente; o afortunadamente. Habría hecho que el culpable lo lamentara.
– ¿Estás seguro de que el autor fue un varón? -preguntó Þóra-. A mí me parece algo que una chica celosa es capaz de hacerle a otra.
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