Yrsa Sigurðardóttir - Ceniza

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La violenta erupción de un volcán en Islandia obliga a desalojar una pequeña isla. Las cenizas y la lava sepultan una población. Sus habitantes se ven en la necesidad de iniciar una nueva vida en duras condiciones, y muchos abandonan la isla.
Treinta años después aquel trauma parece superado, pero el proyecto Pompeya del Norte decide desenterrar algunas de las viviendas. En las excavaciones de una de las casas, junto a objetos y utensilios cotidianos, se realiza un hallazgo sorprendente: cuatro cadáveres habían quedado ocultos por las cenizas todo ese tiempo sin que nadie sospechara de su existencia. Una abogada se ve forzada a investigar qué había ocurrido realmente con aquellos cuerpos y cómo habían llegado allí. La evidencia de un antiguo crimen hará aflorar una sórdida historia de violencia que parece no haber finalizado todavía, estremeciendo la aparentemente tranquila vida de un pueblo de pescadores.

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– En realidad ella ha fallecido -dijo Þóra-. Aunque no sé si él estará vivo o muerto. Desde luego, no te llamé para ponerme en contacto con él, sino porque estaba pensando si pudo existir alguna relación especial entre Alda y la tal Valgerður. Lo que me pareció más probable es que fueran parientes, pero a lo mejor se trataba de alguna otra cosa.

– Yo no tenía ni idea de que existiera ninguna relación entre las dos familias -dijo Leifur-. Valgerður no era especialmente amiga de la madre de Alda, si no recuerdo mal, y sus maridos tampoco eran colegas. Esos dos eran tan antipáticos que no puedo imaginarme que ni un loco de atar hubiera buscado su compañía, a menos que fuera por obligación. A Daði le llamaron toda la vida, exclusivamente, Daði el «Malacara»… y no sin motivos. Y a Valgerður la apodaron «Malosmorros» en cuanto apareció por aquí.

– Ya entiendo -dijo Þóra, sin saber qué más preguntar-. Se me había ocurrido que a lo mejor Alda empezó a estudiar enfermería para seguir las huellas de Valgerður, pero ahora ya no me parece tan probable, en vista de lo que me acabas de decir.

– Entre otras cosas, Valgerður era la enfermera de la escuela y dudo que hubiera podido despertar interés por su profesión en uno solo de los alumnos que tenían que acudir a su consulta. Era famosa por negarse a enviar a casa a los alumnos: para que los considerara enfermos tenían que desmayarse en sus narices o vomitar en mitad del pasillo. Si Alda la conocía de entonces, es un tanto absurdo pensar que eso la hubiera decidido a elegir su profesión.

Todo aquello no podía explicar de ninguna forma la causa de la muerte de Alda.

– Pero hay otra cosa más que quizá podrías hacer por mí, se refiere a unos papeles que tengo dificultades en conseguir -dijo Þóra, no demasiado feliz de tener que recurrir a Leifur-. Necesitaría una fotocopia de la lista de objetos que se sacaron de las casas que están excavando.

– ¿Quién tiene esa lista? -preguntó Leifur, que parecía preguntar más por guardar las formas que porque temiera carecer de las suficientes influencias para conseguir el documento.

– El arqueólogo encargado de la excavación se llama Hjörtur Friðriksson -respondió Þóra-. Dijo que iba a ver si podía dármelo, pero no he tenido noticias suyas.

– Yo me encargo -respondió Leifur, y Þóra no tuvo duda alguna de que él sí que lo conseguiría.

Pero cuando se despidió sabía tan poco sobre la relación entre Alda y Valgerður como antes de llamar. Sin embargo, leyó por encima el informe de la autopsia que Dís le había fotocopiado, aunque no entendió prácticamente nada, aparte de que Valgerður había sido ingresada en el hospital de Ísafjörður por una infección estreptocócica aguda y se le habían administrado antibióticos que provocaron una reacción alérgica anafiláctica. Aquello le provocó la muerte durante la noche. Alda no aparecía mencionada por ninguna parte en el texto ni en los márgenes, de manera que era imposible comprobar qué era lo que había despertado su interés por la defunción de aquella mujer.

Hannes volvió a rondarle a Þóra por la cabeza. A lo mejor él era capaz de sacar de aquel papel algo a lo que ella no tenía acceso por sí sola. Estaba claro que tendría que pedirle el favor más pronto o más tarde, aunque preferiría que fuera más tarde. Pero tendría que esperar unas horas: Hannes no llevaba el móvil en el trabajo y no se atrevía a pedir que le avisaran para luego tener que oírle quejarse de que le había importunado en mitad de una intervención.

Pero entretanto podía llamar a horas de oficina a la sexóloga a la que acudía Alda. Lo más probable era que no le contara demasiadas cosas, pero había que probar. Después de intentar en vano que la mujer le dijera algo sobre Alda, Þóra se rindió. Lo único que sacó de todos sus esfuerzos fue que la sexóloga negara que Alda fuese una obsesa sexual, como parecían dar a entender las páginas de Internet, y que añadiese que las vio por recomendación suya. No hubo forma de que aquella mujer dijese con qué fin se lo había recomendado, y así se quedó el tema.

A continuación, Þóra decidió ir a la comisaría, con la esperanza de poder echar un vistazo a las fotos que le enseñaron al muchacho de la recogida de latas, en las que señaló que era a Markús a quien había visto junto a la casa de Alda. Y ojalá la policía le entregara también la lista de llamadas telefónica de Markús y Alda la noche en la que se cometió el crimen.

– Esto es una broma -dijo Þóra, dejando las fotos. Señaló con el índice la foto que estaba encima-. Éste parece una mujer, e insisto en que otros dos andaban por los noventa y otro era un adolescente.

Stefán cogió el montón con un gesto de enfado. Las ojeó y el rubor de sus mejillas aumentó.

– Estas fotos están elegidas de forma aleatoria, exceptuando la de Markús, claro -volvió a dejar el montón de fotos-. Y esto es un hombre, no una mujer -dijo indicando la fotografía de un hombre que, en realidad, habría podido corresponder a uno u otro sexo.

– Debo solicitar que estas fotos se hagan llegar al tribunal de segunda instancia -dijo Þóra con decisión-. Esto es ridículo, y tú lo sabes perfectamente.

La reacción de Stefán dejaba a las claras que veía aquellas fotos por primera vez, y que no estaba nada satisfecho con la elección.

– Este sería un caso fácil de ganar -dijo con brusquedad-. La descripción del muchacho por sí sola es suficiente. Estas fotos son solo el punto sobre la i.

Þóra no dijo nada, pero no estaba de acuerdo. Había leído la descripción del chico, y era bastante genérica y, además, la había hecho varios días después de prestar declaración. Albergaba muy serias dudas de que fuera capaz de recordar en detalle un hombre con el que se había cruzado en la calle.

– ¿Tienes los informes de las llamadas telefónicas? -preguntó.

– En parte -dijo Stefán, pero no dio muestras de ir a buscar la lista para dársela a Þóra. Se irguió y cruzó los brazos sobre el pecho-. Markús es culpable -dijo en cuanto creyó que se había puesto ya suficientemente solemne-. Te lo puedo jurar.

Þóra le sonrió.

– No pongo en duda tu convicción -dijo Þóra-. Pero creo que es muy difícil que tengas razón -dejó desaparecer la sonrisa-. ¿Habéis averiguado la procedencia del bótox? Markús no lo llevaba, eso está claro.

Stefán dejó caer las manos.

– Estamos trabajando en ello. Pero, de acuerdo con nuestras hipótesis, el producto tenía que estar en la casa. La mujer era enfermera. De todas formas, como te digo, estamos investigando precisamente ese particular.

– Yo os habría podido informar sobre el trabajo de Alda y os habríais ahorrado así el tiempo que dedicasteis a investigar eso -dijo Þóra con ironía, y añadió-: Uno de los doctores de la clínica en la que trabajaba Alda me dijo que no habíais aparecido por allí todavía a pedirles información sobre el medicamento en cuestión. Dicen que ella no tenía acceso al bótox excepto en el interior de la clínica -chasqueó los labios-. Luego volveré a este asunto. No me parece lógico que os centréis de tal manera en un solo hombre cerrando los ojos a todas las demás posibilidades.

– No cerramos los ojos a nada ni a nadie -dijo Stefán, molesto-. Estamos escasos de personal y eso lleva su tiempo. Los dos médicos vendrán por aquí a declarar -dirigió a Þóra una sonrisa fría-. Volveremos sobre este asunto. Además de que aún no hemos conseguido encontrar una sola persona que viera a tu cliente durante las horas en que dijo que había realizado el viaje. No solo estamos buscando a alguien que pueda acusarle. Aunque yo estoy convencido de la culpabilidad de Markús, quiero asegurarme completamente. La convicción por sí sola no es suficiente y a veces puede engañar, aunque en este caso me parece que no va a suceder tal cosa.

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