Yrsa Sigurðardóttir - Ceniza

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La violenta erupción de un volcán en Islandia obliga a desalojar una pequeña isla. Las cenizas y la lava sepultan una población. Sus habitantes se ven en la necesidad de iniciar una nueva vida en duras condiciones, y muchos abandonan la isla.
Treinta años después aquel trauma parece superado, pero el proyecto Pompeya del Norte decide desenterrar algunas de las viviendas. En las excavaciones de una de las casas, junto a objetos y utensilios cotidianos, se realiza un hallazgo sorprendente: cuatro cadáveres habían quedado ocultos por las cenizas todo ese tiempo sin que nadie sospechara de su existencia. Una abogada se ve forzada a investigar qué había ocurrido realmente con aquellos cuerpos y cómo habían llegado allí. La evidencia de un antiguo crimen hará aflorar una sórdida historia de violencia que parece no haber finalizado todavía, estremeciendo la aparentemente tranquila vida de un pueblo de pescadores.

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– ¿Qué quieres saber? -preguntó Jóhanna con decisión-. Quiero ayudar todo lo que pueda.

Þóra notó que su enfado con Leifur aumentaba. Si ese hombre hubiera actuado de un modo más civilizado, Þóra habría podido prepararse mejor. Preguntó lo primero que se le ocurrió:

– He comprobado que fuiste a tierra con tu madre y tu hermana la noche de la erupción. ¿Recuerdas haber visto a Markús y Alda hablando a bordo del barco?

Los ojos de Jóhanna se abrieron desmesuradamente.

– Lo curioso es que recuerdo esa travesía como si hubiera sido ayer. Yo solo tenía siete años, pero esa noche fue una experiencia tan fuerte que no he podido olvidarla. Todo el tiempo estuve convencida de que había llegado la guerra.

– ¿Y te diste cuenta de si Markús y Alda hablaban? -preguntó Þóra esperanzada.

– Claro que me di cuenta -respondió Jóhanna-. Yo tenía a mi madre cogida con una mano y a Alda con la otra, y recuerdo que, cuando se fue, yo no quería soltarla. Estoy casi segura de que se fue con Markús. Desaparecieron los dos, pero no sé adonde fueron ni por cuánto tiempo. Solo recuerdo que estuve llorando todo el rato que estuvo lejos de nosotras, porque estaba segura de que no volvería nunca.

– ¿Estás dispuesta a confirmar ante la policía lo que acabas de decirme? -preguntó Þóra, intentando disimular su alegría. Las cosas iban bien.

– Sí, creo que sí -respondió Jóhanna-. Es posible que mi madre también se acuerde, y ella servirá de testigo mucho mejor que yo, porque era mayor cuando sucedió -Jóhanna jugueteó con la cucharilla sobre el plato-. En estos momentos es incapaz de hablar, por lo de Alda, pero esperemos que se recupere. Mi padre murió hace bastante poco tras una larga lucha contra el cáncer, de modo que en este año ha sufrido pruebas muy duras.

– Comprendo -dijo Þóra-. Me he enterado de que os fuisteis al noroeste después de la erupción. ¿Cómo estaba Alda en esa época? Comprendo que tú eras muy joven entonces, pero ¿recuerdas si cambió de alguna manera, que se comportara de un modo distinto o que se encontrara mal?

Jóhanna sacudió la cabeza.

– No, no recuerdo nada de eso. Alda se fue a un internado muy poco después de llegar allí y no la veía mucho. Naturalmente, igual que los demás miembros de la familia, había perdido violentamente sus raíces y por eso es posible que no siguiera siendo como antes. Pero eso es algo que mi madre sabrá mejor que yo.

– ¿A qué colegio fue? -preguntó Þóra. A lo mejor podía encontrar allí a alguien que se hubiera hecho amiga de Alda.

– Al instituto de bachillerato de Isafjörður, creo que no me confundo -respondió Jóhanna.

Þóra intentó no dejar traslucir nada, pero aquello sonaba un poco extraño.

– Tengo entendido, por lo que me contaron sus amigas, que estuvo en el instituto de Reikiavik. ¿No es así?

– Sí, sí -respondió Jóhanna-. Cambió de colegio en otoño. Prefería estar en Reikiavik en vez de en Isafjörður, porque todos los demás nos volvimos de allí a Heimaey.

Aquello no encajaba. ¿Cómo pudo Alda cambiar de colegio en pleno año escolar, y a un curso superior al que había estado? Markús tenía la misma edad que los compañeros de clase de Alda, y él estaba aún en la escuela secundaria cuando se produjo la erupción.

– ¿Alda era buena estudiante? -preguntó.

– Sí, muy buena -respondió Jóhanna-. Siempre fue muy aplicada y trabajadora. Además, le encantaba estudiar. Lo contrario que yo -la mujer sonrió, pero solo fue un instante-. Qué curioso -continuó, sin que su gesto dejara traslucir que estuviera pensando en algo divertido-. Le he dado muchísimas vueltas a lo que le pasó a Alda, pero jamás se me ocurrió pensar que pudiera tener relación con los cadáveres del sótano. Estaba segura de que guardaba alguna relación con su trabajo en urgencias. Que alguno de esos repugnantes violadores se coló en su casa y la mató.

– Como te he dicho, no hay nada claro aún sobre si hay relación -dijo Þóra-. A lo mejor, lo de los cadáveres no está relacionado con la defunción de Alda en absoluto.

– Pues yo estoy completamente convencida -dijo Jóhanna, y cruzó los brazos.

Þóra sabía que la gente, cuando sufre una pérdida que aún no ha superado, se agarra desesperadamente a un clavo ardiendo, a las teorías, hipótesis y explicaciones más estrambóticas de los sucesos que no pueden entender con argumentos racionales. Así tienen otra cosa en que pensar, para olvidar por un momento la constante e inevitable sensación de falta a la que aún tienen que enfrentarse.

– Sin duda, se sabrá en su momento -dijo Þóra con cautela-. Esos violadores que acabas de mencionar…, ¿Alda tenía relación con ellos? Pensaba que solo tenía relación con las víctimas, no con los verdugos -Markús le había contado que Alda trabajaba a tiempo parcial en un servicio de apoyo a víctimas de violación.

– Es una tontería mía, no hago más que pensar en toda clase de cosas -respondió Jóhanna-. Que yo sepa, ella no llegaba a verles, pero estaba fantaseando con la idea de que uno de ellos se hubiera enterado de su nombre y quisiera vengarse. Tuvo que testificar en dos casos de esos, por lo menos. En realidad ya estaba harta y había dejado ese trabajo cuando sucedió el horror. Pasó algo que no tuvo tiempo de contarme. Pensaba venir aquí el próximo fin de semana, y se pensaba quedar en mi casa. Dijo que tenía que decirme algo y que quería hacerlo cara a cara.

– ¿Que pensaba venir a Heimaey? -preguntó Þóra-. Tenía entendido, por lo que me contaron sus amigas, que desde que salió de la isla la noche de la erupción no había vuelto nunca.

– Es cierto -respondió Jóhanna-. La erupción la afectó de tal manera que no se atrevió a volver nunca. Además estaba estudiando, y trabajaba todos los veranos. No estoy segura de si fue una decisión consciente suya; sencillamente las cosas se dieron así. A lo mejor quiso cortar los lazos con las Vestmann, aunque nunca dijo nada por el estilo. Lo triste es que, después de la erupción, los niños de las islas se avergonzaban de decir de dónde eran. Nos despreciaban porque decían que éramos unos gorrones que vivíamos a costa de la nación. Los islandeses no han sido nunca muy sensibles a la miseria de los demás, sobre todo cuando se trata de compatriotas. Su compasión no llega muy lejos. A lo mejor Alda quiso poner distancia entre ella y las islas por ese motivo.

Þóra dudaba de que esa fuera la explicación. Más probablemente, el suceso que obligó a Alda a pedirle a Markús que se encargara de la cabeza la habría marcado de tal forma que no podía ni pensar en regresar a los mismos lugares.

– Eso de que quería hablar contigo…, ¿te dio alguna pista sobre de qué podía tratarse? -preguntó Þóra.

Jóhanna sacudió la cabeza.

– Se comportó de forma un tanto extraña en todo esto. Dijo que hacía tiempo que habría debido sentarse a hablar conmigo para descargar su corazón -Jóhanna calló, parecía a punto de llorar-. Por eso sé que no se mató. No lo habría hecho antes de hablar conmigo. Puso tanto énfasis en ello que es imposible que ni siquiera telefonease para decirme qué es lo que tenía en el fondo de su alma.

– ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella? -preguntó Þóra.

– El día antes de su muerte -respondió Jóhanna-. Llamó para decirme que había comprado el billete, y parecía bastante más alegre que en la anterior conversación telefónica -Jóhanna levantó la mano hasta la altura del ojo y se lo frotó-. Era como si hubiera recibido buenas noticias, o como si se hubiera quitado de encima alguna carga. Pero no sé de qué se trataba.

Þóra sospechaba que sería el estar segura de que Markús iba a sacar la cabeza del sótano. Alda tenía que haberse sentido bastante mal mientras no se sabía qué iba a suceder con la excavación. Esa podía ser la explicación de su tristeza cuando habló con su hermana. Cuando todo parecía estar ya en marcha, recuperaría la alegría, aunque le duró poco, pues todo sucedió de la peor manera de las posibles.

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