Michael Connelly - La oscuridad de los sueños

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Jack McEvoy tiene los días contados como periodista de sucesos; sus momentos de gloria languidecen y su nombre se baraja en las listas de recortes previstos por Los Angeles Times. Sin embargo, guarda todavía un último cartucho: la redacción de la que pretende que sea la crónica criminal más impactante de su carrera.
Para ese propósito, elige a Alonzo Winslow, un drogadicto de dieciséis años encarcelado tras confesar la autoría del asesinato de una joven hallada estrangulada en el maletero de un coche. Jack quiere escribir acerca de la negligencia y la injusticia social que convirtieron a Winslow en un asesino. Al adentrarse en la historia, descubre que la confesión del chico es falsa y sospecha que es inocente. Tras vincular el asesinato del maletero de Los Ángeles con otro acontecido en Las Vegas, McEvoy se ve ante el reportaje más espectacular de su carrera desde que el Poeta se cruzara con él años atrás.
Una vieja amiga del pasado se une a la investigación; se trata de la agente del FBI, Rachel Walling. Juntos le pisarán los talones a un psicópata que lleva demasiado tiempo actuando a la sombra del radar del FBI y la policía.

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– ¡George! ¡Sarah! ¿Podéis oírme?

El sonido de la voz de Rachel hizo que las figuras de la pantalla se revolvieran y el hombre levantó la cabeza. Me pareció que había sangre en su camisa blanca.

– ¿Rachel? -dijo, con una voz que sonó débil a través del micrófono del techo-. Te oigo.

– ¿Dónde está? ¿Dónde está Carver, George?

– No lo sé. Hace un momento estaba aquí. Acaba de traernos.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Cuando te has ido se ha metido en su despacho. Ha estado allí un rato y en cuanto ha salido ha venido a por nosotros.

Ha cogido la pistola de mi cartera. Nos ha traído hasta aquí y nos ha obligado a tirarnos al suelo. He intentado hablar con él, pero no atendía a razones.

– Sarah, ¿dónde está tu arma?

– También la tiene él -gritó Mowry-. Lo siento, Rachel. No lo vimos venir.

– No es culpa tuya, es culpa mía. Vamos a sacaros de ahí.

Rachel soltó el micrófono y rápidamente rodeó la estación de trabajo, llevando consigo el arma. Fue hacia el lector biométrico y puso la mano en el escáner.

– Puede estar ahí dentro, esperando -la previne.

– Ya lo sé, pero ¿qué vamos a hacer? ¿Dejarlos ahí tirados?

El mecanismo completó el barrido y Rachel asió el tirador para deslizar la puerta y abrirla. Pero no se movió. El escáner de su mano había sido rechazado.

Rachel miró la máquina.

– No tiene sentido. Ayer se introdujo mi perfil.

Puso la mano en el escáner y reinició el procedimiento.

– ¿Quién lo introdujo? -pregunté.

Ella me miró y no tuve que repetir la pregunta para saber que había sido Carver.

– ¿Quién más puede abrir esta puerta? -pregunté.

– Nadie que esté a este lado. Éramos Mowry, Torres y yo.

– ¿Y el resto de los empleados?

Se apartó del escáner e intentó accionar la puerta de nuevo. No se movió.

– Arriba está el personal mínimo, pero ninguno tiene autorización para la granja. ¡Nos ha jodido! ¡No podemos…!

– ¡Rachel!

Señalé la pantalla. Carver había entrado de pronto en el encuadre de la única cámara en funcionamiento de la sala de servidores. Estaba de pie delante de los dos agentes tendidos en el suelo, con las manos en los bolsillos de su bata de laboratorio y mirando directamente a la cámara.

Rachel acudió enseguida a ver la pantalla.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó.

No tuve que responder, porque estaba claro que Carver sacaba del bolsillo un paquete de cigarrillos y un mechero. En uno de esos momentos en que la mente proporciona información inútil, pensé que probablemente se trataba de los cigarrillos que faltaban en la caja de pertenencias de Freddy Stone/ Marc Courier. Mientras lo observábamos, Carver extrajo con parsimonia un cigarrillo del paquete y se lo puso en la boca.

Rachel enseguida cogió el micrófono.

– ¿Wesley? ¿Qué ocurre?

Carver estaba levantando el encendedor hacia el extremo del cigarrillo, pero se detuvo cuando oyó la pregunta. Miró hacia la cámara.

– Se puede ahorrar las gentilezas, agente Walling. Ya hemos llegado al final.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó ella, con más energía.

– Ya sabe lo que hago -dijo Carver-. Estoy acabando con esto. Prefiero no pasar el resto de mis días perseguido como un animal y luego metido en una jaula. No quiero que se me exponga, ni que loqueros y profilers me repitan una y otra vez las mismas preguntas con la esperanza de entender los secretos más oscuros del universo. Creo que esa sería una suerte peor que la muerte, agente Walling.

Volvió a levantar el encendedor.

– ¡No, Wesley! Al menos deje que los agentes Mowry y Torres se vayan. No le han hecho ningún daño.

– No es eso. El mundo entero me ha hecho daño, Rachel, y con eso basta. Estoy seguro de que habrá estudiado antes esa psicología.

Rachel apartó la mano del botón de transmisión y rápidamente se volvió hacia mí.

– Ve al ordenador. Apaga el sistema VESDA.

– ¡No, hazlo tú! ¡No tengo ni idea de cómo…!

– ¿Está Jack ahí? -preguntó Carver.

Le hice una señal a Rachel para que intercambiáramos posiciones. Yo me puse al micrófono mientras ella se sentaba y empezaba a trabajar con el ordenador. Presioné el botón para hablar con el hombre que había matado a Angela Cook.

– Estoy aquí, Carver. Esta no es manera de acabar.

– Sí, Jack, es el único final. Ha matado a otro gigante. Es el héroe del momento.

– No, todavía no. Quiero contar su historia, Wesley. Déjeme explicársela al mundo.

En pantalla, Carver negó con la cabeza.

– Hay cosas que no pueden explicarse. Algunas historias son demasiado oscuras para ser contadas.

Accionó el encendedor y salió la llama. Empezó a encender el cigarrillo.

– ¡No, Carver! ¡Ellos son inocentes!

Carver inhaló profundamente, retuvo el humo y luego inclinó la cabeza hacia atrás y exhaló una bocanada hacia el techo. Estaba seguro de que se había situado bajo uno de los detectores de humo por infrarrojos.

– Nadie es inocente, Jack -dijo-. Debería saberlo.

Fumaba y hablaba casi con despreocupación, gesticulando con la mano que sostenía el cigarrillo y dejando en el aire una pequeña estela de humo azulado.

– Sé que la agente Walling y usted están intentando apagar el sistema, pero no podrán. Me he tomado la libertad de reinicializarlo. Ahora solamente yo tengo acceso. Y el aspirador que saca el dióxido de carbono de la habitación un minuto después de la dispersión está desconectado por mantenimiento. Quería estar seguro de que no hubiera errores. Ni supervivientes.

Carver exhaló otra bocanada de humo hacia el techo. Miré a Rachel. Sus dedos corrían por encima del teclado, pero negaba con la cabeza.

– No puedo hacerlo -dijo-. Ha cambiado todos los códigos de autorización. No puedo introducirme…

El estruendo de una bocina de alarma resonó en la sala de control. El sistema se había disparado. Una banda roja de un grosor de cinco centímetros cruzó todas las pantallas de la sala. Una voz electrónica, femenina y calmada, leía en voz alta las palabras que se deslizaban por el panel.

«Atención, el sistema VESDA de extinción de incendios se ha activado. Todo el personal tiene que salir de la sala de servidores. El sistema VESDA de extinción de incendios se pondrá en marcha dentro de un minuto.»

Rachel se pasó ambas manos por el pelo y miró con impotencia la pantalla que tenía delante. Carver lanzó otra bocanada de humo hacia el techo. Su rostro reflejaba calma y resignación.

– ¡Rachel! -gritó Mowry por detrás de él-. ¡Sácanos de aquí!

Carver miró hacia sus cautivos y negó con la cabeza.

– Se ha acabado -dijo-. Es el fin.

Justo entonces me sobresaltó el segundo estallido de la bocina de aviso.

«Atención, el sistema VESDA de extinción de incendios se ha activado. Todo el personal tiene que salir de la sala de servidores. El sistema VESDA de extinción de incendios se pondrá en marcha dentro de cuarenta y cinco segundos.»

Rachel se levantó y cogió el arma que tenía sobre la mesa.

– ¡Agáchate, Jack!

– ¡Rachel, no! ¡Es a prueba de balas!

– Eso dice él.

Apuntó agarrando el arma con las dos manos y disparó tres veces a la ventana que tenía justo delante. Las explosiones fueron ensordecedoras. Pero las balas no hicieron mella en el cristal y rebotaron por la sala.

– ¡Rachel, no!

– ¡Quédate agachado!

Volvió a disparar dos veces más a la puerta de cristal y obtuvo idéntico resultado negativo. Uno de los proyectiles rebotados impactó en una de las pantallas que tenía delante, con lo que la imagen de Carver desapareció.

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