Michael Connelly - La oscuridad de los sueños

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Jack McEvoy tiene los días contados como periodista de sucesos; sus momentos de gloria languidecen y su nombre se baraja en las listas de recortes previstos por Los Angeles Times. Sin embargo, guarda todavía un último cartucho: la redacción de la que pretende que sea la crónica criminal más impactante de su carrera.
Para ese propósito, elige a Alonzo Winslow, un drogadicto de dieciséis años encarcelado tras confesar la autoría del asesinato de una joven hallada estrangulada en el maletero de un coche. Jack quiere escribir acerca de la negligencia y la injusticia social que convirtieron a Winslow en un asesino. Al adentrarse en la historia, descubre que la confesión del chico es falsa y sospecha que es inocente. Tras vincular el asesinato del maletero de Los Ángeles con otro acontecido en Las Vegas, McEvoy se ve ante el reportaje más espectacular de su carrera desde que el Poeta se cruzara con él años atrás.
Una vieja amiga del pasado se une a la investigación; se trata de la agente del FBI, Rachel Walling. Juntos le pisarán los talones a un psicópata que lleva demasiado tiempo actuando a la sombra del radar del FBI y la policía.

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Llamé cuando por fin estuve preparado y de nuevo en el coche y ella respondió después de cinco tonos.

– Hola, habla la agente Walling.

– Soy yo. No digas mi nombre.

Hubo una pausa antes de que continuara.

– ¿En qué puedo ayudarle?

– ¿Estás con Carver?

– Sí.

– Bien, yo estoy en Mesa, a unos diez minutos de ahí. Necesito encontrarme contigo sin que nadie más de ahí dentro lo sepa.

– Lo siento, no creo que sea posible. ¿De qué se trata?

Por lo menos me seguía la corriente.

– No te lo puedo decir. Tengo que enseñártelo. ¿Has comido ya?

– Sí.

– Bueno, pues diles que necesitas un cortado o algo que no tengan en sus máquinas. Nos encontramos en el Hightower Grounds en diez minutos. Pregúntales si alguien más quiere un cortado, si no te queda más remedio. Arréglatelas y sal de ahí y ven a reunirte conmigo. No quiero acercarme a Western Data para nada por las cámaras que hay por todas partes.

– ¿Y no puede decirme ni aproximadamente de qué se trata?

– Es sobre Carver, así que no hagas preguntas como la que acabas de hacer. Limítate a buscar una excusa y ven a encontrarte conmigo. No le digas a nadie que estoy aquí ni qué estás haciendo.

No respondió y eso me puso nervioso.

– Rachel, ¿vienes o no?

– De acuerdo -dijo por fin-. Lo hablamos entonces.

Colgó.

Cinco minutos más tarde estaba en el Hightower Grounds. Sin duda, el lugar recibía su nombre de la vieja torre de observación del desierto que se elevaba detrás. Parecía como si estuviera en desuso en aquel momento, pero por encima la engalanaban los repetidores para móviles y las antenas.

Entré y descubrí que el local estaba casi vacío. Un par de clientes que parecían estudiantes de instituto estaban sentados a solas con portátiles abiertos frente a ellos. Fui a la barra a pedir dos tazas de café y luego puse mi ordenador sobre una mesa situada en un rincón, lejos de los otros clientes.

Después de recoger las dos tazas que había pedido, me serví generosamente leche y azúcar y volví a mi mesa. A través de la ventana controlé el aparcamiento, pero no vi rastro alguno de Rachel. Me senté, tomé un sorbo de café humeante y luego me conecté a Internet a través del Wi-Fi gratuito del establecimiento.

Pasaron cinco minutos. Comprobé los mensajes y pensé en lo que iba a decirle a Rachel si aparecía. Tenía la página de espantapájaros en la pantalla y estaba listo para arrancar. Me incliné para leer el recibo del café.

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Hice una bola con el papel y traté de encestarlo en una papelera. Fallé. Después de levantarme y meterla de rebote abrí mi móvil y estaba a punto de volver a llamar a Rachel cuando finalmente vi que se metía en el aparcamiento. Al entrar en el local, me vio y se dirigió directamente a mi mesa. Llevaba una nota en la mano con las peticiones de café de sus compañeros.

– La última vez que salí a por café era una agente novata en una negociación con rehenes en Baltimore -dijo-. No hago estas cosas, Jack, así que será mejor que valga la pena.

– No te preocupes. Merece la pena. Creo. ¿Por qué no te sientas?

Rachel se sentó y yo empujé la taza de café hasta su lado de la mesa. Ni lo probó. Llevaba gafas oscuras, pero vi la línea azulada y profunda bajo su ojo izquierdo. La magulladura de la mandíbula había desaparecido ya y la herida de la boca quedaba oculta bajo el carmín. Había que buscarla para verla. Yo había pensado en si sería indicado inclinarme sobre ella para aventurar una caricia o un beso, pero me di por aludido con su actitud profesional y me mantuve a distancia.

– Muy bien, Jack, aquí me tienes. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Creo que he encontrado la firma. Si no me equivoco, Mc Ginnis no era más que una tapadera. Una cabeza de turco. El otro asesino es el Espantapájaros. Tiene que ser Carver.

Me miró durante un momento muy largo. Sus ojos no revelaron nada a través de las gafas de sol. Finalmente habló.

– Así que te has metido en un avión, con lo a menudo que sueles volar, para venir hasta aquí y decirme que el hombre junto al que trabajo es también el asesino al que he estado persiguiendo.

– Exacto.

– Más te vale que sea bueno, Jack.

– ¿Quién se ha quedado en el búnker con Carver?

– Dos agentes del equipo RPE, Torres y Mowry. Pero no te preocupes por ellos. Dime qué pasa.

Intenté preparar el escenario para lo que quería enseñarle en el portátil.

– Antes que nada, me preocupaba una cuestión: ¿qué propósito tenía raptarte?

– Después de ver alguno de los vídeos recuperados en el búnker, prefiero no pensar en eso.

– Perdona, no he escogido bien las palabras. No me refiero a lo que iba a ocurrirte a ti. Me refiero a por qué tú. ¿Qué sentido tenía correr un riesgo tan grande? La respuesta fácil es que eso habría creado una gran distracción de la investigación central. Y es cierto, pero también lo es que la distracción habría sido como mucho temporal. Los agentes habrían empezado a aparecer a docenas por este lugar. En poco tiempo nadie podría saltarse un stop sin que los federales lo sacaran del coche. Distracción concluida. -Rachel siguió el razonamiento y asintió-. Hasta aquí, vale, pero ¿qué ocurre si pensamos que había otra razón? -pregunté-. Ahí fuera tienes a dos asesinos: un mentor y un discípulo. El discípulo intenta raptarte por su cuenta. ¿Por qué?

– Porque Mc Ginnis estaba muerto. Solamente quedaba él.

– Si eso es cierto, ¿por qué arriesgarse? ¿Por qué ir a por ti? ¿Por qué no poner tierra por medio? Ves que no encaja, ¿verdad? Al menos según nuestra manera de considerarlo. Pensamos que tu rapto era una maniobra de distracción, pero en realidad no lo era.

– ¿De qué se trataba entonces?

– ¿Y si Mc Ginnis no fuera el mentor? ¿Y si su papel fuera parecerlo, si no fuera más que una cabeza de turco, si raptarte a ti formara parte de un plan para poner a salvo al mentor real? Para salvarlo.

– ¿Y qué hay de las pruebas que recuperamos?

– ¿Te refieres a que Mc Ginnis tuviera mi libro en la estantería y las ortesis y el porno en su casa? ¿No te parece demasiado adecuado?

– No encontramos ese material así, disperso despreocupadamente por la casa. Estaba escondido y solamente lo hallamos después de horas de búsqueda. Pero es igual, sí, podrían haberlo puesto allí. En lo que pienso más bien es en el servidor de Western Data que encontramos, lleno de pruebas en vídeo.

– Primero, por lo que has dicho, no es identificable en los vídeos. ¿Y quién te dice que él y Courier eran los únicos que tenían acceso a ese servidor? ¿No podría ser que en ese caso las pruebas se colocaran, lo mismo que el material de la casa?

No respondió enseguida, y yo sentí que la estaba haciendo pensar. Quizá ya pensara desde hacía tiempo que todo colgaba con demasiada facilidad de Mc Ginnis. Pero entonces negó con la cabeza, como si el nuevo escenario tampoco la convenciera.

– ¿Dices que el mentor es Carver? Eso tampoco tiene sentido. No intentó huir. Cuando Courier intentó raptarme, Carver estaba en el búnker con Torres y…

No acabó la frase. Lo hice yo:

– Y Mowry, sí. Estaba con dos agentes del FBI.

Vi que lo comprendía de repente.

– Tendría una coartada perfecta: dos agentes que responderían por él -dijo por fin-. Yo desaparecía mientras él estaba con el equipo RPE: dispondría de una coartada y el FBI tendría la certeza de que mis raptores eran Mc Ginnis y Courier.

Asentí.

– Eso no solamente dejó a Carver fuera de toda sospecha, sino que además lo colocó justo en el centro de vuestra investigación. -Esperé un segundo a que respondiera. Como no lo hizo, insistí-. Piénsalo. ¿Cómo supo Courier en qué hotel te encontrabas? Se lo dijimos a Carver cuando nos preguntó durante la visita, ¿recuerdas? Luego se lo contó a Courier. Él envió a Courier.

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