– Mira, era una pelea a cuchillo pero yo no llevaba cuchillo. No le estaba entrevistando, lo que quería era distraerlo. Si pensaba en mis preguntas, no pensaría en rajarme el cuello. Funcionó. Cuando vi una oportunidad, la aproveché. Me impuse, tuve suerte, y por eso estoy vivo y él no.
Larry se inclinó sobre la mesa y comprobó su grabadora para asegurarse de que seguía funcionando.
– Eso ha sido una buena cita -dijo.
Había ejercido como periodista durante más de veinte años y acababa de picar en el anzuelo que mi propio amigo y compañero me había lanzado.
– Me gustaría tomarme un descanso. ¿Cuánto más necesitas?
– De hecho creo que ya tengo bastante -dijo Larry, sin rastro alguno de disculpa en el tono: trabajo y nada más que trabajo-. Tomémonos un descanso y yo le daré un repaso a las anotaciones para asegurarme. ¿Por qué no llamas a la agente Walling para saber si ha surgido algo nuevo en las últimas horas?
– Me habría llamado.
– ¿Estás seguro?
Me levanté.
– Sí, estoy seguro. Oye, deja ya de provocarme, Larry, que no nací ayer.
Levantó las manos en señal de rendición. Pero sonreía.
– Vale, vale, tómate ese descanso. De todos modos tengo que escribir un par de frases de previsión.
Abandoné la sala de reuniones y volví a mi cubículo. Levanté el auricular y escuché los mensajes. Tenía diez, la mayoría de otros medios que querían que hiciera algún comentario para sus artículos. El productor de la CNN al que había salvado de la cólera de los censores evitando la entrevista a Alonzo Winslow me había dejado un mensaje para decirme que quería que volviera a salir para informar de los últimos acontecimientos.
Ya resolvería todas esas peticiones al día siguiente, después de que la historia fuera una exclusiva del Times . Estaba siendo leal hasta el final, aunque no sabía muy bien por qué.
El último mensaje era de mi largamente desaparecido agente literario. No había tenido noticias suyas en más de un año, y solamente había sido para decirme que no había conseguido vender mi última propuesta de libro: un año en la vida de un detective de Casos Abiertos. En su mensaje me informaba de que ya estaba recibiendo ofertas para un libro sobre el caso de los cadáveres en el maletero. Preguntaba si en los medios ya se le había puesto un nombre al asesino. Decía que uno con gancho haría que el libro fuera más fácil de promocionar, distribuir y vender. Quería que yo me lo pensara, decía, y que esperara tranquilo mientras él tomaba las riendas de la negociación.
Mi agente se había quedado atrás, y todavía no sabía que había dos asesinos, no uno. Pero el mensaje hizo desaparecer cualquier frustración que sintiera por no poder escribir el artículo del día. Sentí la tentación de llamarlo, pero decidí esperar hasta recibir noticias más significativas por su parte. Urdí un plan para decirle que solamente aceptaría un acuerdo con un editor que prometiera también publicar mi primera novela. Si tanto deseaban el relato de no ficción, seguro que aceptarían el trato.
Después de colgar el teléfono, fui a mi ordenador y miré en la cesta de Local si los artículos de Larry Bernard estaban en la previsión del día. Tal como esperaba, la previsión del día estaba coronada por un pack de tres artículos sobre el caso.
ASESINO EN SERIE Un hombre sospechoso de ser un asesino en serie que había participado en las muertes de por lo menos siete mujeres, entre ellas una periodista del Times , murió el martes por la noche en Mesa, Arizona, cuando una confrontación con otro periodista de este mismo diario terminó con su caída desde el piso trece por el hueco de la escalera de un hotel. Marc Courier, de 26 años y nacido en Chicago, fue identificado como uno de los dos hombres sospechosos en una sucesión de raptos, violaciones y asesinatos de mujeres en por lo menos dos estados. El otro sospechoso fue identificado por el FBI como Declan Mc Ginnis, de 46 años y también de Mesa. Según los agentes, Mc Ginnis era el director ejecutivo de una empresa de almacenamiento de datos y las víctimas se escogían de entre los archivos guardados por bufetes de abogados. Courier trabajaba para Mc Ginnis en Western Data Consultants y tenía acceso directo a los archivos en cuestión. Aunque Courier se atribuyó ante el periodista del Times el asesinato de Mc Ginnis, el FBI desconoce el paradero de este. 1200 palabras / con retrato de ficha policial de Courier.
BERNARD
ASESINO EN SERIE. DESPIECE. En una lucha a vida o muerte, Jack Mc Evoy, periodista del Times se enfrentó con Marc Courier, quien iba armado con un cuchillo, en el piso superior del Mesa Verde Inn. El periodista logró distraerle con las armas propias de su trabajo: las palabras. Cuando el sospechoso de asesinatos en serie bajó la guardia, Mc Evoy aprovechó la ocasión y Courier murió al caer por el hueco de la escalera. Según las autoridades, el sospechoso deja tras de sí más preguntas que respuestas. 450 palabras / con foto.
BERNARD
DATOS. Los llaman búnkeres y granjas. Están situados en praderas y desiertos. Son tan anodinos como los almacenes de los polígonos industriales de todas las ciudades del país. De los centros de archivo de datos se dice que son seguros, económicos y fiables. Almacenan archivos digitales vitales que uno tiene al alcance de la yema del dedo, no importa dónde se encuentre su negocio. Sin embargo, la investigación de esta semana sobre cómo dos hombres utilizaban los archivos para escoger, acechar y atormentar a mujeres está planteando preguntas sobre una industria que ha crecido de manera espectacular en los últimos años. Según las autoridades, la clave no está en dónde ni cómo hay que guardar la información digital, la cuestión es saber quién cuida de ella. Por lo que el Times ha podido averiguar, muchas empresas de almacenamiento contratan a los mejores y más brillantes para salvaguardar sus datos. El problema es que a veces estos son antiguos delincuentes. El caso del sospechoso Marc Courier es una muestra. 650 palabras / con foto.
GOMEZ-GONZMART
Volvían a salir a lo grande. Los artículos sobre la noticia coparían la portada y el diario se convertiría en la fuente autorizada sobre el caso. Los demás medios de comunicación iban a tener que citar al Times o iban a tener que luchar para igualarlo. Iba a ser un buen día para el Times . Los redactores ya podían empezar a pensar en un Pulitzer.
Cerré la pantalla y pensé en el artículo de despiece que Larry iba a escribir. Tenía razón: había más preguntas que respuestas.
Abrí un nuevo documento y escribí lo mejor que pude el intercambio exacto de palabras que había tenido con Courier. No me llevó más de cinco minutos, pero es que realmente no había mucho que decir.
YO. ¿Dónde está Mc Ginnis? ¿Te ha enviado para que hagas el trabajo sucio? ¿Como en Nevada?
Sin respuesta.
YO. ¿Te dice lo que tienes que hacer? Es tu mentor en el asesinato y el amo no va a estar demasiado contento con el discípulo esta noche. ¡Vamos cero a dos!
ÉL. ¡Mc Ginnis está muerto, imbécil! Lo enterré en el desierto. Iba a hacer lo mismo con tu puta después de terminar con ella.
YO. ¿Por qué no te has largado? ¿Por qué arriesgarlo todo yendo a por ella?
Sin respuesta.
Cuando acabé lo leí un par de veces e hice un par de correcciones y adiciones. Larry tenía razón. Todo giraba alrededor de la última pregunta. Courier había estado a punto de responder, pero yo había aprovechado la distracción para sorprenderle con la guardia baja. No lo lamentaba. Esa distracción me había salvado la vida. Pero desde luego que me habría gustado tener una respuesta a la pregunta que había formulado.
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