– ¿Y qué va a decir el FBI cuando descubran que lo dejaste todo y te subiste a un avión para salvarme? ¿No aprendiste nada en Dakota del Sur?
Rachel dejó de lado esa preocupación. Algo en el gesto me recordó el momento en que nos conocimos. También sucedió en una habitación de hotel; me puso boca abajo en la cama y luego me esposó y detuvo. No fue amor a primera vista.
– Hay un recluso en Ely que ha estado en mi lista de entrevistas desde hace meses -dijo-. Oficialmente, he venido a interrogarle.
– ¿Quieres decir que es un terrorista? ¿Es eso lo que hace tu unidad?
– Jack, no puedo hablar sobre esa parte de mi trabajo. Pero puedo decirte lo fácil que ha sido encontrarte y por qué sé que no he sido la única en rastrearte.
Me dejó helado con esa palabra: rastrear. Conjuraba cosas malas en mi imaginación.
– Vale -dije-. Cuéntame.
– Cuando me has llamado, me has dicho que ibas a ir a Ely, de modo que tenía que ser para entrevistar a un recluso. Cuando me he preocupado y he decidido hacer algo, he llamado a Ely y he preguntado si estabas allí. Me han dicho que acababas de irte. He hablado con el capitán Henry, quien me ha explicado que tu entrevista se había pospuesto hasta mañana por la mañana, que te recomendó ir a la ciudad y quedarte en el Nevada.
– Sí, el capitán Henry. He tratado con él.
– Bien. Le he preguntado por qué se ha pospuesto tu entrevista y me ha dicho que tu hombre, Brian Oglevy, estaba incomunicado porque había una amenaza contra él.
– ¿Qué amenaza?
– Espera, ya llego. El director de la prisión recibió un mail que decía que la Hermandad Aria estaba planeando atacar a Oglevy hoy. Así que como precaución lo incomunicaron.
– Oh, vamos, ¿y se lo tomaron en serio? ¿La Hermandad Aria? ¡Pero si amenazan a todos los que no son miembros! Además, Oglevy no es un apellido judío.
– Se lo tomaron en serio porque el mensaje llegó de la propia secretaria del alcaide. Pero ella no lo escribió, sino alguien anónimo que logró acceder a su cuenta en el sistema penitenciario del estado. Un hacker . Podía haber sido alguien desde dentro o alguien de fuera; no importaba. Lo tomaron como advertencia legítima por la forma en que se comunicó. Eso ha metido a Oglevy en el calabozo, de modo que no has podido verlo y te han mandado a pasar la noche aquí: solo y en un entorno desconocido.
– Vale, ¿qué más? Sigue siendo muy inverosímil.
Estaba empezando a convencerme, pero me hacía el escéptico para conseguir que me contase más cosas.
– Le he consultado al capitán Henry si alguien había llamado preguntando por ti. Me ha dicho que sí, que ha telefoneado el abogado para el que presuntamente estás trabajando, William Schifino, y le han contado lo mismo: que la entrevista se retrasaba y que probablemente pasarías la noche en el Nevada.
– Entendido.
– Me he puesto en contacto con William Schifino. Él no ha hecho esa llamada.
La miré un rato largo mientras sentía un largo escalofrío en la espalda.
– También le he preguntado a Schifino si alguien había llamado pidiendo por ti y me ha contestado que sí. Un tipo que decía ser tu redactor (usó el nombre Prendergast) le ha llamado, le ha dicho que estaba preocupado y que quería saber si habías ido a ver a Schifino. Este le ha confirmado que habías pasado por ahí y que estabas de camino a la prisión en Ely.
Sabía que Prendergast no podía haber hecho la llamada, porque cuando lo llamé él no había recibido mi mensaje y no tenía ni idea de que había ido a Las Vegas. Rachel tenía razón: alguien me estaba rastreando y lo estaba haciendo bien.
Mi mente destelló al pensar en el Patillas: había subido con él en el ascensor y luego me había seguido por el pasillo hasta la habitación.
Si no hubiera oído la voz de Rachel, ¿habría seguido caminando o me habría empujado al interior de la habitación?
Rachel se levantó y anduvo hasta el teléfono de la habitación. Marcó el número de recepción y preguntó por el gerente del hotel. Esperó un momento antes de que atendieran la llamada.
– Sí, soy la agente Walling. Todavía estoy en la habitación 410. He encontrado al señor Mc Evoy y está a salvo. Quería saber si podría decirme si hay algún huésped en las habitaciones siguientes del pasillo. Creo que deben de ser la 411, 412 y la 413. -Esperó, escuchó y le dio las gracias al director-. Una última pregunta: hay una puerta de salida al final del pasillo; supongo que será la de las escaleras. ¿Adónde van?
Escuchó, volvió a darle las gracias y colgó.
– No hay nadie registrado en esas habitaciones. Las escaleras van al parking.
– ¿Crees que ese tipo de patillas era él?
Se sentó.
– Posiblemente.
Pensé en las gafas envolventes, los guantes de conducir y el sombrero de vaquero. Las pobladas patillas le cubrían la mayor parte de las mejillas y apartaban la atención del resto de facciones reconocibles. Me di cuenta de que si tenía que describir al hombre que me había seguido solo podría recordar el sombrero, el pelo, los guantes, las gafas de sol y las patillas: los elementos de usar y tirar e intercambiables de un disfraz.
– ¡Dios mío! No puedo creer lo estúpido que he sido. ¿Cómo me ha descubierto y cómo ha podido encontrarme? Hace menos de veinticuatro horas de todo, ¡y estaba sentado a mi lado en las tragaperras!
– Vamos abajo, enséñame la máquina en la que estaba. Podríamos encontrar huellas.
Negué con la cabeza.
– Ni hablar: llevaba guantes de conducir. De hecho, ni siquiera las cámaras cenitales te ayudarán, iba con sombrero de vaquero y gafas de sol; todo su atuendo era un disfraz.
– Sacaremos el vídeo de todas formas. Quizás haya algo que pueda ayudarnos.
– Lo dudo. -Negué con la cabeza otra vez, más para mis adentros que para Rachel-. ¡Lo he tenido al lado!
– Ese truco con el correo electrónico de la secretaria del alcaide demuestra ciertas habilidades. Creo que sería sensato considerar en este momento que tus cuentas de correo han sido violadas.
– Pero eso no explica cómo supo de mí para empezar. Para poder entrar en mi mail, tenía que saber de mí. -Di un manotazo en la cama y asentí con la cabeza-. No sé cómo supo de mí, pero yo mandé mensajes de correo anoche a mi redactor y a mi compañera en el artículo, contándoles que todo estaba cambiando y que iba a seguir una pista a Las Vegas. He hablado con mi redactor hoy y ha dicho que no lo recibió.
Rachel asintió con complicidad.
– Destruir las comunicaciones de salida forma parte del aislamiento del objetivo. ¿Tu compañera recibió su mensaje?
– No sé si lo recibió porque no responde a su teléfono ni al correo y no…
Me detuve en seco y miré a Rachel.
– ¿Qué?
– No se ha presentado a trabajar hoy. No ha llamado y nadie ha podido localizarla. Incluso han enviado a alguien a su apartamento, pero no han obtenido respuesta.
Rachel se levantó de pronto.
– Hemos de volver a Los Ángeles, Jack. El helicóptero está esperando.
– ¿Y mi entrevista? Has dicho que ibas a pedir el vídeo del hotel.
– ¿Y tu compañera? La entrevista y el vídeo pueden esperar.
Avergonzado, asentí y me levanté de la cama. Era ya hora de irse.
N o tenía ni idea de dónde vivía Angela Cook. Le conté a Rachel lo que sabía de ella, incluida su extraña fijación con el caso del Poeta y que había oído que tenía un blog pero nunca lo había leído. Rachel transmitió toda la información a un agente en Los Ángeles antes de que subiéramos a bordo de un helicóptero militar para dirigirnos al sur hacia la base de la fuerza aérea en Nellis.
En el vuelo hacia allí llevamos cascos. Estos amortiguaban el ruido del motor, pero no permitían ninguna conversación que no fuera en lenguaje de signos. Rachel cogió mis archivos y pasó la hora con ellos. La vi haciendo comparaciones entre la escena del crimen y los informes de las autopsias de Denise Babbit y Sharon Oglevy. Trabajó con expresión de completa concentración en el rostro y tomó notas en un bloc que había sacado de su propia bolsa. Pasó mucho tiempo mirando las fotos horribles de las mujeres muertas, tomadas tanto en la escena del crimen como en la mesa de autopsias.
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