Pensé que trataba de decirme algo, aunque no sabía qué. No tenía hila más remota idea del tipo de problemas que habían impelido a los dos amigos a salir de aquella lápida sepulcral que me había señalado. Seguí callado.
– Eramos amigos de toda la vida. Demonios, acabó casándose con mi primera novia, Edna. Después, en el Departamento, tras unos años en homicidios aprendiendo de los detectives expertos, pedimos que nos pusieran a patrullar juntos. Y lo conseguimos, maldita sea. El Sun-Times publicó una vez nuestra historia. Nos pusieron en el
Área Tres porque incluía este lugar. Se figuraron que formaba parte de nuestra experiencia. De hecho, muchos de nuestros casos salieron de aquí. Al menos, uno de cada dos. Bueno, pues nosotros éramos los únicos disponibles el día que apareció aquel chico con los dedos cortados. Mierda, la llamada fue justo a las ocho. Diez minutos antes y les habría tocado a los del turno de noche.
Se quedó un instante en silencio, probablemente pensando en lo distinto que habría sido todo si la llamada la hubiera cogido algún otro.
– A veces, por la noche, cuando estábamos trabajando en un caso, o de guardia o algo así, John y yo veníamos en coche hasta aquí después del relevo, aparcábamos justo donde estamos ahora y nos limitábamos a contemplar el lugar.
Entonces se me ocurrió cuál debía de ser el mensaje. Larry el Piernas sabía que John el Lanzado no había dirigido el arma contra sí mismo porque conocía al dedillo los problemas que Brooks había tenido que superar para salir de un lugar como aquél. Brooks había logrado salir del infierno y no era cosa de volver a él por propia voluntad.
Ése era el mensaje.
– Así que nunca creíste que se suicidara, ¿no? Washington me miró desde su asiento y asintió.
– Simplemente, era una de esas cosas que sabes, en fin… que él no lo hizo. Lo dije en la sección, pero allí sólo querían quitarse el caso de encima.
– De modo que todo lo que tenías era tu instinto. ¿No hubo ninguna otra cosa anormal?
– Había algo más, pero no les pareció suficiente. Quiero decir que como tenían aquella nota y su historia con el psiquiatra, no necesitaban nada más. Les parecía que encajaba. Ya era un suicidio antes de que cerrasen la bolsa y se lo llevasen. Así de claro.
– ¿Qué era?
– Los dos tiros.
– ¿Qué quieres decir?
– Vamonos de aquí. Vamos a comer algo.
Arrancó el coche, dio una vuelta completa en el aparcamiento y salió a la calle. Nos dirigimos hacia el norte por calles por las que yo nunca había pasado. Sin embargo, tenía una ligera idea de adonde íbamos. Al cabo de cinco minutos me había cansado de esperar la segunda parte de la historia.
– ¿Qué pasa con los dos tiros?
– Disparó dos veces, ¿no?
– ¿Sí? No lo decían los periódicos.
– Nunca dan todos los detalles de nada. El caso es que yo estuve en su casa. Edna me llamó cuando lo encontró. Llegué allí antes que los de la unidad. Había un tiro en el suelo y otro en la boca. La explicación oficial fue que el primero debió de ser una comprobación o algo así, una especie de prueba. Para ver si era capaz. Y que el segundo fue cuando se decidió y lo hizo. No tenía sentido. Al menos para mí.
– ¿Por qué no? ¿Para qué crees que fueron los dos disparos?
– Yo creo que el primero fue el de la boca. El segundo fue para conseguir residuos de pólvora. El autor puso la pistola en la mano de John y disparó al suelo. Encontraron residuos de pólvora en su mano. Era un caso de suicidio. Y se acabó.
– Pero nadie estaba de acuerdo contigo.
– Hasta hoy, no. Hasta que has aparecido tú con todo eso de Edgar Alian Poe. He ido a contárselo a los jefes de la unidad. Les he recordado los problemas que presentaba lo del suicidio. Mis problemas. Volverán a abrir el caso para reconsiderarlo. Mañana por la mañana empezaremos con una reunión en el Once-Veintiuno. El jefe de la sección me va a rebajar del servicio y va a formar una patrulla.
– ¡Qué bien!
Miré por la ventana y permanecí un rato en silencio. Estaba entusiasmado. Las cosas empezaban a ponerse en su sitio. Ahora tenía dos casos reabiertos de supuestos suicidios policiales, en dos ciudades diferentes, que se iban a investigar de nuevo como posibles asesinatos y posiblemente conectados entre sí. Eso era noticia. Y buena, maldita sea. Y era algo que yo podría utilizar como cuña para llegar a los archivos de la Fundación e incluso al FBI. Es decir, si conseguía llegar el primero. Si Chicago o Denver se me adelantaban, me dejarían al margen porque ya no me necesitarían para nada.
– ¿Por qué? -dije en voz alta.
– ¿Por qué, qué?
– ¿Por qué alguien está haciendo esto? ¿Qué es exactamente lo que pretenden? Washington no contestó. Se limitó a seguir conduciendo a través de la noche helada.
Cenamos en un reservado de la parte trasera del Slammer, un bar de polis próximo al Área Tres. Los dos pedimos el plato especial: pavo asado con salsa, una buena comida para combatir el frío. Durante la comida, Washington me contó algunos detalles del plan de la sección. Me dijo que todo aquello era extraoficial y que si quería escribir algo tendría que sacárselo al teniente que iba a mandar la patrulla. Eso no me representaba ningún problema. La patrulla se iba a formar gracias a mí. El teniente tendría que hablar conmigo.
Washington comía con los codos en la mesa. Parecía que estuviera custodiando el plato. Aveces hablaba con la boca llena, pero era sólo porque estaba emocionado. Yo también lo estaba y me preocupaba proteger mi puesto en la investigación, mi papel en aquella historia.
– Empezaremos por Denver -dijo Washington-. Vamos a trabajar juntos, clarificando los objetivos, y a ver qué ocurre. Por cierto, ¿has hablado con Wexler? Está enfadado contigo, chico.
– ¿Cómo es eso?
– Tú qué crees. No le dijiste nada de Poe, ni de Brooks ni de Chicago. Creo que allí has perdido una buena fuente, Jack.
– Puede. ¿Tienen alguna novedad?
– Sí, el guarda forestal.
– ¿Qué pasa con él?
– Lo han hipnotizado. Le han hecho volver a aquel día. Ha dicho que cuando miró en el interior del coche en busca del arma, tu hermano sólo llevaba un guante. Después alguien se lo volvió a poner en la mano, con la prueba de GSR: Wexler dice que ahora no tienen ninguna duda sobre eso.
Asentí, más para mis adentros que para contestar a Washington.
– Tanto vosotros como los de Denver tendréis que acudir al FBI, ¿no? Se trata de crímenes conexos en diferentes estados.
– Ya veremos. Recuerda que a los policías locales no les entusiasma la idea de trabajar con el FBI. Vas a contárselo y te dan la patada, siempre, y en el culo. Aunque tienes razón, quizás es el único modo. Si esto es lo que yo creo, y lo que crees tú, el FBI acabará viniendo a dirigir el cotarro.
No le dije a Washington que yo pensaba acudir al FBI por mi cuenta. Sabía que tenía que llegar él primero. Aparté el plato, miré a Washington y sacudí la cabeza. La historia era increíble.
– ¿A ti qué te parece? ¿Qué crees que tenemos entre manos?
– Las posibilidades son escasas -dijo Washington-. Primera, que sea un tipo aislado, que anda matando a gente y después hace el doblete y se carga al poli que dirige el caso.
Asentí. Estaba de acuerdo.
– Segunda, que los primeros asesinatos no estén relacionados y que nuestro hombre, simplemente, llega a la ciudad, espera un caso que le guste o que haya visto en la tele, y va a por el poli que lleva la investigación.
– Sí.
– Y la tercera es que tengamos dos asesinos. En ambas ciudades, uno comete el primer asesinato y después viene el otro y comete el segundo, se carga al poli. Esta tercera no me gusta. Plantea demasiadas preguntas. ¿Se conocen? ¿Trabajan juntos? Parece muy remota.
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