Michael Connelly - El Poeta
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Gladden estaba desaliñado tras una noche sin dormir. Había permanecido en una celda individual, pero el ruido de la cárcel lo mantuvo despierto; le recordaba demasiado a Raiford. Echó un vistazo a la sala del tribunal y no vio a nadie conocido. Ni siquiera a los polis, Delpy y Sweetzer. Tampoco vio cámaras fotográficas ni de televisión. Lo interpretó como un signo de que todavía no había sido descubierta su verdadera identidad. Eso le animó. Un hombre pelirrojo y con el cabello rizado rodeó las mesas de los abogados en dirección a la cabina acristalada. Era bajito y tuvo que levantar el mentón, como si el agua le llegara más arriba del cuello, para que su boca alcanzase la ranura del vidrio.
– ¿El señor Brisbane? -preguntó mirando con expectación a los hombres que acababan de ser introducidos allí. Gladden se adelantó y miró hacia abajo a través de la ranura.
– ¿Krasner?
– Sí, ¿cómo está usted?
Levantó la mano y la introdujo por la ranura. Gladden se la estrechó de mala gana. No le gustaba que le tocase nadie, a no ser que fuera un niño. No contestó a la pregunta de Krasner. Era lo peor que se le podía preguntar a alguien que había pasado la noche en la cárcel del condado.
– ¿Ha hablado ya con el fiscal? -le preguntó en vez de eso.
– Sí, lo he hecho. Estuvimos charlando un buen rato. Lo malo es que el ayudante del fiscal del distrito al que ha asignado el caso es una mujer con la que ya he tenido tratos anteriormente. Es una tocapelotas y los agentes que le detuvieron le han informado de lo que… bueno, de la situación que vieron en el muelle.
– Así que me va a poner contra las cuerdas.
– Cierto. Sin embargo, nos ha tocado un buen juez. No hay problema por ese lado. Creo que es el único en este edificio que no ha sido fiscal antes de ser elegido para la magistratura.
– Bueno, ¡qué suerte la mía! ¿Consiguió el dinero?
– Sí, todo fue tal como usted dijo. Así que estamos en paz. Una pregunta: ¿quiere usted fijar la alegación ahora o prefiere seguir con el procedimiento?
– ¿Qué importancia tiene?
– No mucha. Al pedir la libertad bajo fianza, el juez podría inclinarse un poco a nuestro favor si de ello deduce que usted ya ha rebatido las acusaciones y está dispuesto a seguir luchando.
– Vale, no culpable. Limítese a sacarme de aquí.
Harold Nyberg, el juez municipal de Santa Mónica, cantó el nombre de Harold Brisbane y Gladden se acercó a la ranura. Krasner se levantó de la mesa y se quedó de pie junto a la cabina para poder consultar con su cliente, si fuera necesario. Krasner se presentó, así como la ayudante del fiscal del distrito, Támara Feinstock. Después de renunciar a una lectura completa de los cargos, Krasner le dijo al juez que su cliente se declaraba no culpable. El juez Nyberg dudó un instante. Al parecer, no era corriente que el acusado se declarara no culpable tan pronto.
– ¿Está usted seguro de que el señor Brisbane quiere fijar la fecha de su alegación hoy mismo?
– Sí, señoría. Desea actuar con rapidez porque está absolutamente seguro de que no es culpable de esas acusaciones.
– Ya veo… -el juez dudó mientras leía algo que tenía en su mesa. Hasta ese momento ni siquiera había mirado a Gladden-. Bien, entonces entiendo que no desea usted renunciar a sus diez días.
– Un momento, señoría -dijo Krasner, y se volvió hacia Gladden para susurrarle-: Tiene usted derecho a una vista preliminar sobre los cargos dentro de diez días laborables. Puede usted renunciar y él fijará el día de la vista. Si no renuncia, la fijará para dentro de esos diez días. Eso será otra señal de que va usted a pleitear, de que no quiere usted saber nada del fiscal del distrito. Esto puede ayudarle en cuanto a la fianza.
– No renuncio.
Krasner se volvió hacia el juez.
– Gracias, señoría. No renunciamos. Mi cliente no cree que esas acusaciones puedan superar una vista preliminar y, por consiguiente, insta al tribunal a que la fije para tan pronto como sea posible de modo que pueda poner…
– Señor Krasner, puede que la señorita Feinstock no tenga nada que objetar a sus últimos comentarios, pero yo sí. Éste es un tribunal de primera instancia. No está usted defendiendo su caso aquí.
– Sí, señoría.
El juez se volvió y se puso a estudiar un calendario colgado de la pared, encima de la mesa de uno de los escribanos. Escogió la fecha al cabo de diez días laborables y fijó la vista preliminar en la división 110. Krasner abrió una agenda y escribió en ella. Gladden observó que la fiscal hacía lo mismo. Era joven, pero poco atractiva. Hasta el momento no había dicho una palabra durante los tres minutos de la vista.
– Muy bien -dijo el juez-. ¿Algo sobre la fianza?
– Sí, señoría -dijo Feinstock, poniéndose en pie por primera vez-. El pueblo insta al tribunal a que marque una
diferencia respecto al cuadro de fianzas y la fije en una cantidad de doscientos cincuenta mil dólares.
El juez Nyberg alzó los ojos desde sus papeles hacia Feinstock y después miró a Gladden por primera vez. Era como si estuviese tratando de determinar mediante la inspección física del acusado por qué merecía afrontar una fianza tan elevada por lo que parecía una acusación tan leve.
– ¿Por qué, señorita Feinstock? -preguntó-. No tengo ante mí nada que sugiera que debo desviarme de la fianza habitual en estos casos.
– Creemos que el acusado puede darse a la fuga, señoría. Se negó a proporcionar a los agentes que le detuvieron un domicilio local o siquiera un número de matrícula de coche. Su carnet de conducir fue expedido en Alabama y no hemos comprobado su legitimidad. Así que, básicamente, ni siquiera sabemos si Harold Brisbane es su verdadero nombre. Tampoco sabemos quién es ni dónde vive, si tiene trabajo o familia, y, en tanto no hagamos estas averiguaciones, consideramos que puede darse a la fuga.
– Señoría -saltó Krasner-. La señorita Feinstock está pasando por alto los hechos. La policía conoce el nombre de mi cliente. Les proporcionó un carnet de conducir auténtico de Alabama con el cual no se ha mencionado que haya habido problemas. El señor Brisbane acaba de llegar a esta región desde Mobile en busca de trabajo y todavía no ha fijado su domicilio. Cuando lo haga, tendrá mucho gusto en informar a las autoridades. Mientras tanto, se le puede localizar, si fuera necesario, a través de mi oficina y está de acuerdo en ponerse en contacto dos veces diarias conmigo o con cualquier representante designado por su señoría. Como sabe su señoría, una desviación de la fianza habitual se ha de basar en la propensión del acusado a la fuga. El no tener un domicilio permanente, no es en modo alguno una evidencia de su propensión a la fuga. Al contrario, el señor Brisbane ha fijado su alegación y ha renunciado a cualquier aplazamiento de este caso. Está claro que desea rebatir estas acusaciones y dejar limpio su nombre tan pronto como sea posible.
– Lo de llamar a su oficina está bien, pero ¿qué hay del domicilio? -preguntó el juez-. ¿Dónde va a estar? Parece que en su disertación ha olvidado usted hacer cualquier mención del hecho de que este hombre ya había huido de la policía antes de ser detenido.
– Señoría, rechazamos esa acusación. Esos agentes iban vestidos de paisano y en ningún momento se identificaron como policías. Mi cliente llevaba consigo una cámara bastante cara (con la que, por cierto, se gana la vida) y temía ser víctima de un robo. Por eso huyó de esas personas.
– Todo eso es muy interesante -dijo el juez-. ¿Y qué hay del domicilio?
– Mi cliente tiene habitación en el Holiday Inn de Pico Boulevard. Desde allí se esfuerza por encontrar trabajo. Es fotógrafo y diseñador gráfico por cuenta propia y tiene confianza en sus perspectivas. No se va a ir a ninguna parte. Como ya he dicho antes, está dispuesto a afrontar estos…
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