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P. Cast: Profecía De Sangre

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P. Cast Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo. Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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Elphame supo que su corazón estaba en lo cierto. Él no era culpable de la muerte de Brenna. Sólo era culpable de haberla encontrado. Tuvo ganas de echarse a reír, de gritar de alegría. La MacCallan no podía hacer eso, pero con su poder, había una cosa que sí podía hacer.

– Perdóname por dudar -le dijo a Lochlan en un susurro.

Después agachó la cabeza y se concentró en enviar calor y curación desde su propio cuerpo, a través del corazón del castillo, al cuerpo herido de su compañero.

Oyó su jadeo mientras la fuerza entraba en él, y percibió el eco de su pensamiento. «No hay nada que perdonar, corazón mío».

Una mano fuerte la tomó del hombro, y Elphame alzó la cabeza.

– Ya es suficiente, Diosa -le dijo Danann-. Tal vez pronto necesites tus fuerzas.

De mala gana, Elphame separó la palma de la mano de la piedra viviente. Tenía un zumbido en la cabeza, y le pesaban mucho los brazos.

– ¡Trae algo de vino para tu Jefa! -le ladró el centauro a Duncan-. Y trae también agua caliente y vendas para que podamos curarle las heridas a Lochlan.

Duncan salió corriendo hacia la cocina.

– Siéntate antes de que te caigas -le dijo Danann a Elphame.

Elphame obedeció y se sentó en el suelo, cerca de Lochlan. Él le sonrió débilmente y deslizó la espalda por la columna hasta que se sentó a su lado. Seguía teniendo mal aspecto, pero respiraba con más facilidad y tenía algo de color en las mejillas.

– Él no mató a Brenna -le dijo Elphame al centauro, que estaba rebuscando por la bolsa de la Sanadora.

– Claro que no -dijo Danann.

– ¿No creías que yo la había matado? -preguntó Lochlan.

Danann arqueó las cejas.

– Nuestra Elphame no es tan tonta como para casarse con un monstruo.

– Entonces, ¿por qué me dijiste que se lo consultara al espíritu de la piedra? -inquirió Elphame.

– Ya sabes la respuesta, Diosa.

Fue Lochlan quien habló antes de que lo hiciera Elphame.

– Para lo que va a venir, ella necesita tener certidumbre, en el corazón y en el alma.

– Sabes que tal vez la verdad no cambie las cosas -le dijo el viejo centauro, mirándolos a los dos significativamente.

– Sólo sé una cosa. Estoy cansado de esconderme, y creo que por fin Partholon va a saber que existimos. Lo que suceda después está en manos de Epona.

– Bien, si quieres conquistar Partholon, te sugiero que antes nos dejes limpiarte y curarte las heridas.

Duncan volvió con un odre de vino, una palangana, una jarra de agua y algunas vendas. Danann tomó la jarra y las vendas y le hizo un gesto a Duncan para que le diera el odre de vino a Elphame, antes de que el guardia volviera a su puesto, junto a la fuente.

– Bebe -le dijo Danann.

Ella obedeció con gusto. Tenía la boca increíblemente seca. Cuando terminó, le dio el odre a Lochlan.

– Bebe -repitió.

Él bebió mientras Elphame estudiaba sus heridas.

– Debemos sacarle la flecha -dijo Danann-. Seguramente deberíamos coserle la herida del hombro, pero ha pasado demasiado tiempo, y creo que el dolor que sentiría no merecería la pena a cambio del beneficio.

Elphame asintió.

– Quítale la camisa y límpialo lo mejor que puedas. Después de sacarle la flecha habrá que cauterizar el agujero. Iré a la tienda de Brenna a buscar el hierro que utilizaba ella, y después lo dejaré calentando -dijo Danann con el semblante grave, y le apretó el hombro antes de dejarlos solos.

Elphame comenzó a verter agua de la jarra en la palangana, y notó que Lochlan la estaba mirando.

– No era así como quería presentarme al clan.

– No -dijo ella suavemente, pensando en el cuerpo sin vida de Brenna. Con dedos torpes, comenzó a deshacerle las lazadas de la camisa-. Todo ha salido muy mal, Lochlan -añadió mientras deshacía nudos.

Él le tomó la mano, y ella lo miró a los ojos.

– Nuestro amor no. Nuestro amor no se ha estropeado. Recuerda que pase lo que pase, no lamento ni un solo instante de nuestro amor.

– He traído el caldo, mi señora.

Brendan los interrumpió, y Elphame miró hacia arriba y se percató de que el guardia estaba observando sus manos unidas. Lentamente, Lochlan la soltó, aunque miró a Brendan sin vacilar.

– Dame tu cuchillo -le ordenó Elphame al guardia.

Brendan obedeció y ella comenzó a cortar la camisa ensangrentada de Lochlan. Cuando terminó, le devolvió el cuchillo a Brendan y tomó la taza de caldo humeante de sus manos para entregársela a Lochlan. Él comenzó a beber para reunir fuerzas. Elphame se puso a limpiar las heridas de su compañero, aunque sabía el dolor que le estaba causando. Lochlan cerró los ojos y se apoyó en la columna. De vez en cuando se llevaba el odre a los labios con mano temblorosa.

Danann se aproximó con un par de tenazas en la mano. Las rodillas le crujieron cuando se arrodilló junto a Lochlan.

– Esto es lo que tenemos que hacer -le dijo el centauro al hombre alado-. Yo cortaré por aquí, justo debajo del timón de la flecha. Después contaré hasta tres y tiraré con fuerza. Entonces llegará la parte más incómoda -afirmó, y se volvió hacia el guardia -. Brendan, el hierro de cauterizar está en el hogar de la cocina. Cuando haya sacado la flecha, ve rápidamente por él.

– Ésa será la parte incómoda -ironizó Lochlan.

Danann sonrió.

– No la más atractiva.

Lochlan se rió suavemente, y después hizo un gesto de dolor.

– Entonces, comencemos ya, Maestro.

– Agarra el timón -le dijo Danann a Elphame.

«No pienses en que es Lochlan», se dijo ella, mientras agarraba el final de la flecha. «Piensa que es un extraño al que estás intentando ayudar».

Con un crujido, las tenazas partieron la madera de la flecha.

– Ahora, inclínate hacia delante -le dijo Danann a Lochlann.

Elphame pensó que Lochlan iba a caerse. El ala rota quedó sobre su espalda, y ella tuvo que levantarla y doblarla para exponer el extremo de la flecha que sobresalía de su hombro. Lochlan emitió un gruñido de dolor al notar que ella le tocaba el ala.

El centauro agarró la cabeza de la flecha y apoyó la otra mano, con firmeza, sobre la espalda de Lochlan.

– A la de tres -dijo-. Una, dos y ¡tres!

El Maestro de la Piedra extrajo la flecha de un solo tirón, y después apretó una venda contra el agujero para intentar detener el flujo de la sangre.

– ¡Trae el hierro, rápido! -le ordenó Elphame a Brendan, que ya estaba volviéndose hacia el Gran Salón.

Lochlan estaba inmóvil contra el suelo de mármol, con la cabeza escondida en el hueco de su brazo derecho.

Elphame le acarició el pelo, notando los temblores que sacudían su cuerpo.

– Casi ha terminado -le susurró, intentando que no se le quebrara la voz.

A los pocos segundos, Brendan volvió con el hierro al rojo vivo. El extremo redondo del instrumento brillaba con una luz roja.

Elphame apenas se dio cuenta de que varios miembros del clan habían seguido al guardia, y estaban observando la escena silenciosamente.

Danann le hizo un gesto a Brendan para que le entregara el hierro.

– Lochlan -le dijo el viejo centauro-. Debes permanecer muy quieto mientras te cauterizo la herida. ¿Necesitas que te sujeten?

Lochlan miró a Elphame.

– Su contacto será suficiente.

Entonces, le tendió la mano débilmente, y Elphame se la agarró con las suyas.

– Prepárate -le dijo Dannan, y un instante después, presionó con el hierro candente sobre la herida.

Fue Elphame quien gritó cuando Lochlan se arqueó de dolor, y el hedor de la carne quemada los envolvió. Lochlan no dejó de mirarla, y no emitió ni un solo sonido. Cuando, por fin, Dannan apartó el hierro de su carne y comenzó a aplicarle ungüento, Lochlan cerró los ojos y apoyó la cabeza en el brazo. No soltó la mano de Elphame.

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