– ¿Vas a llevarle leche al animalito del guerrero?
– Sí -dijo Brenna. Era consciente de que la aguda mirada de Wynne estaba clavada en ella.
– Hay queso y pan recién hecho si queréis desayunar después de estar toda la noche alimentando a la criatura.
– Gracias, lo añadiré a la bandeja -dijo Brenna rápidamente. Sólo quería salir de la cocina.
– Te ayudaré -dijo Wynne.
Con movimientos precisos llenó una cesta con una gran rebanada de pan caliente, un trozo de queso y varias lonchas de fiambre, y lo puso todo sobre la bandeja de Brenna. Después sacó un odre de vino de la despensa y lo añadió.
Brenna la miró sorprendida, y se dio cuenta de que la joven cocinera la estaba observando con sus preciosos ojos verdes.
– Te deseo alegría, Brenna. El guerrero ha elegido bien.
Brenna se ruborizó con un placer inesperado. No pudo hacer otra cosa que sonreír y susurrar:
– Gracias.
Wynne le guiñó un ojo.
– Las mujeres debemos cuidarnos las unas a las otras. La próxima vez que me ponga enferma, espero que me des una de tus horribles pociones legendarias para sanarme. Y ahora, date prisa y desayuna bien, porque, chica, seguro que vas a necesitar las fuerzas.
Brenna enrojeció de nuevo y, sonriendo, salió apresuradamente de la cocina con la bandeja, y tomó unos trapos limpios de la cesta que había junto a la puerta mientras las mujeres se reían y la animaban con comentarios subidos de tono.
Nunca en su vida lo hubiera creído posible. La aceptaban. La incluían. Y Cuchulainn la deseaba. La felicidad que se le movía en el pecho era un pájaro pequeño que empezaba a agitar las alas y a elevarse por su alma.
Cuando entró en la tienda, Cuchulainn le dedicó una sonrisa fatigada.
– Fand tiene hambre -dijo, mientras la lobezna succionaba su dedo y gruñía al no obtener nada.
– Si se siente lo suficientemente bien como para estar enfadada contigo, creo que podemos decir que va a sobrevivir.
Brenna llenó la tetilla artificial mientras Cuchulainn se las veía con la lobezna. Cuando el animal se enganchó a la tetilla de leche, Brenna deseó de repente que hubiera alguna herida que tuviera que atender, o algún brazo que colocar.
– ¿No quieres sentarte a mi lado, Brenna? -le preguntó Cuchulainn, señalándole la cama con un gesto de la cabeza.
Brenna se sentó, agarrándose las manos en el regazo para impedir que le temblaran. Durante un rato, el único sonido que hubo en la tienda fue el que producía Fand al mamar ruidosamente y gruñir. Brenna observó a la lobezna, y se dio cuenta de que Cuchulainn la sujetaba con delicadeza entre las manos. De vez en cuando la acariciaba y le murmuraba palabras suaves de ánimo.
– Sólo soy yo, ¿sabes? -le dijo Cu a Brenna, con el mismo tono suave que utilizaba para la lobezna.
– ¿Sólo tú? -repitió, sintiéndose muy tonta.
– Sí. Soy el mismo a quien diste órdenes la noche del accidente de Elphame. El mismo cuyo rostro sabes leer al instante, en cuanto ocurre algo malo en nuestro clan. El mismo con el que has trabajado codo con codo para reconstruir nuestro hogar -dijo él. Sonrió y movió el cuerpo de modo que sus hombros y sus piernas se tocaron-. Te voy a decir un secreto. Por muy tarambana que te parezca, tú, mi dulce Sanadora, me asustas tanto que me dejas sin habla.
Brenna lo miró con incredulidad.
– Eso no tiene sentido.
– Te he dicho un secreto bastante embarazoso. Ahora te toca a ti.
Ella lo miró fijamente. Su lógica le decía que se protegiera a sí misma, que no se abriera a él, que no le dijera nada. Sin embargo, él la estaba observando con expectación, con calidez, y la esperanza que se había despertado en su pecho comenzó a latir de nuevo.
– Tienes los ojos del mismo color que dos regalos que me hizo Epona hace mucho tiempo -dijo ella con timidez, aunque sostuvo la mirada de Cuchulainn y no se escondió tras el velo de su cabello.
– ¿Regalos de Epona? ¿Y qué son?
– Una piedra turquesa y la pluma de un pájaro.
Al decirlo en voz alta, le pareció algo trivial, y se ruborizó. Sin embargo, Cuchulainn no se echó a reír, ni le tomó el pelo.
– ¿Me los vas a enseñar algún día?
Brenna asintió. ¿Cómo podía sentirse tan feliz por una sola pregunta?
Finalmente, la lobezna fue aminorando el ritmo de su succión, y Cu la miró.
– Por favor, dime que puedo lavar a esta bestezuela ya.
Brenna miró a Fand . Estaba acurrucada contra Cuchulainn, con la tripa distendida y un hilillo de leche que le salía de la boca. Después miró a Cuchulainn. Tenía el pelo revuelto y cara de sueño. Llevaba una camisa de lino blanco abierta al pecho, y tenía la piel manchada de leche y de excrementos de la lobezna. También su kilt estaba manchado. Tanto guerrero como lobezna necesitaban un baño desesperadamente.
– Como tu Sanadora que soy, puedo decir que puedes bañar a Fand -declaró, arrugando la nariz hacia ambos.
Cuchulainn arqueó una ceja.
– Aunque algunas veces parezco tonto en tu presencia, me doy cuenta de que tendré muchas más posibilidades de éxito a la hora de cortejarte si no huelo a orín de lobo. ¿Estás de acuerdo?
A Brenna le dio un vuelco el estómago.
– Sí.
– ¡Bien! -dijo él, y se puso en pie tan súbitamente que Fand gruñó de nuevo. Cu tomó a la lobezna y la metió dentro de su camisa-. ¿Has traído comida? -preguntó mirando la cesta y el vino-. Excelente.
Después se dio la vuelta y rebuscó en un baúl que había a los pies de la cama, del cual sacó una camisa y un kilt limpios; agarró la cesta de comida y puso los trapos limpios sobre ella. Finalmente, le tendió la mano libre a Brenna.
– Bueno, tienes que venir con nosotros. No creo que sea suficiente que Fand y yo nos bañemos en una palangana, y es demasiado pronto para ir a despertar a Elphame. Tendrás que enseñarnos la poza donde os bañasteis Brighid, Elphame y tú.
Brenna se quedó mirándolo sin saber qué decir. Aunque tuviera fuerza, todavía sentía que el miedo luchaba contra su deseo por el guerrero.
Cuchulainn la tomó de la mano y la puso en pie.
– ¿No quieres pasar tiempo a solas conmigo, Brenna?
Brenna tragó saliva y le dijo la verdad.
– Tengo miedo.
Él la miró fijamente a los ojos.
– Y yo también, amor mío.
La sinceridad de su respuesta hizo que su decisión fuera mucho más fácil. Exhaló un suspiro y respondió:
– Entonces, superemos nuestro miedo juntos.
La poza del bosque estaba convenientemente rodeada por una espesa niebla, como si Epona le hubiera puesto un velo para protegerla de los ojos inquisitivos del mundo.
– Parece muy fría -comentó Cuchulainn.
Fand se removió hasta que sacó la cabeza por la abertura de la camisa del guerrero, y miró a su alrededor con los ojos brillantes, mientras olfateaba el aire y hacía ruiditos de cachorro.
– Recuerdo que era refrescante, sí -dijo Brenna con una sonrisa.
Algunas veces, hablaba como su hermana, pensó Cuchulainn, y refunfuñó.
Después, decididamente, dejó la cesta en una piedra cercana y se sacó a la lobezna de la camisa.
– Bueno, cuanto antes termine con esto, antes podré comer -dijo.
Le entregó a Fand a Brenna, y ella sostuvo al animal, que gruñía y se retorcía, con incertidumbre.
– Cuchulainn, creo que será mejor que la bañes tú. Está mucho más cómoda contigo.
Cu asintió mientras se desabrochaba el kilt.
– Sí, sólo sujétala un momento mientras me desnudo.
Desnudarse… La palabra resonó por la cabeza de Brenna, y sus pensamientos comenzaron a rebotar por su mente. «¿Qué pensabas, Brenna, que iba a bañarse vestido?». En realidad, ella no había pensado nada hasta aquel momento. Hasta que él se desenvolvió el kilt del cuerpo, se quitó los zapatos de cuero y…
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