P. Cast - Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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– Tus alas -susurró ella- son de terciopelo. Quiero que me envuelvas en ellas y que me lleves lejos.

Alargó una mano y le acarició una de ellas. Lochlan exhaló un suspiro, se estremeció y cerró los ojos. Ella apartó la mano y le acarició la cara. Lentamente, Lochlan abrió los ojos.

– Me has visto durante toda mi vida, así que ya debes de saber lo que voy a contarte -dijo Elphame-. No tengo ninguna experiencia en el amor. Así que cuando te cierras a mí, no sé por qué lo haces. Debes decírmelo, debes guiarme. Cuando te acaricio las alas te comportas como si te hiciera daño, pero ayer me pediste que no dejara de acariciarte. No lo entiendo, pero me gustaría. Lo necesito. Ayúdame a entenderte, marido mío.

Aquella expresión de cariño hizo temblar el alma de Lochlan. Eran marido y mujer, y él sintió que se pertenecían mutuamente. Al haberla ganado, había encontrado su lugar en el mundo, y no habría fuerza capaz de separarlos.

– Mis alas son una extensión de mis deseos más profundos. Son parte de la herencia de mi padre, y llevan su sangre, así que reaccionan con una ferocidad elemental que no siempre es fácil de controlar. Cuando las acaricias, estás acariciando lo más abyecto que hay en mí.

– ¿Crees que tu deseo por mí es abyecto?

– ¡No! Por supuesto que no. Pero algunas veces, su intensidad me abruma. Cuando despiertas la necesidad que siento por ti, la lujuria oscura que late en mi sangre demoníaca también se despierta. Puede ser salvaje y peligrosa.

Elphame lo miró a los ojos, y no vio a ningún demonio allí. Sólo al hombre que había sido creado para ser su compañero toda la vida.

– Yo creo que tu amor por mí es más fuerte que tu demonio.

Lochlan llevaba una sencilla camisa de algodón, y ella lo miró fijamente mientras se la desataba y se la apartaba del pecho. A Elphame se le cortó la respiración al admirar la belleza de su cuerpo.

Ella abrió el broche que le sujetaba la tela y desenvolvió su cuerpo. Se sacó la fina camisa de lino por la cabeza. El aire nocturno de la primavera acarició su piel desnuda, y le provocó un delicioso escalofrío.

Salvo por sus alas, Lochlan permaneció inmóvil. Ella se apoyó contra el calor de su pecho, y pasó una mano por encima de su hombro para acariciarle el ala, dejando que sus dedos pasaran por aquella suavidad que le recordaba al terciopelo. Él se estremeció y la abrazó. Ella se moldeó contra su cuerpo, y aceptó su beso feroz. Lo rodeó con los brazos y halló el punto en el que sus alas se unían a su cuerpo, y jugueteó allí, acariciándolo, masajeándolo, e incluso arañándole ligeramente la espalda.

Con un movimiento repentino, Lochlan la alzó y la tendió sobre la hierba suave y el tartán de los MacCallan, y se agachó a su lado con las alas desplegadas, mientras intentaba recuperar el control de sus emociones. Ella le tendió los brazos. Deseaba sentir su cuerpo.

Él interceptó su mano con una risa suave.

– Despacio, corazón. Deja que te explore. Quiero conocer tu maravilloso cuerpo.

Ella gimió cuando él se cubrió un pecho con la palma de la mano.

– Sí… -dijo Lochlan, con la voz llena de deseo-. Eres como un canto de sirena para mí, y te seguiría aunque me guiara hacia la muerte -añadió, y pasó la mano por el corte que ella tenía en el costado-. Pero nunca permitiré que nada ni nadie te haga daño. Te protegeré con mi vida y te defenderé con la última gota de mi sangre.

«No llegará ese momento», pensó Elphame. Ambos iban a estar bien. Su clan iba a aceptarlo.

Entonces, todo pensamiento se le borró de la mente, cuando él movió la mano desde la curva de su cintura hacia el suave pelaje que le cubría la parte inferior del cuerpo.

– Tienes una suavidad indescriptible -susurró Lochlan mientras le acariciaba el muslo-, fundida con una fuerza asombrosa. Durante todos estos años me he preguntado cómo sería acariciarte, y que tú me acariciaras, pero nunca pensé que llegaría a saberlo -dijo, y pasó la mano por el interior de su muslo caoba-. Fue el motivo por el que finalmente hallé mi camino hacia ti. No podía soportar la idea de estar sin ti ni un minuto más.

Entonces, él deslizó la mano hasta que halló el calor del centro de su cuerpo. Elphame gimió y movió las caderas con inquietud. Las alas de Lochlan latieron llenas de vida y la sangre oscura de su padre comenzó a moverse rápidamente por su cuerpo. Durante un instante, él se vio tomándola con violencia, embistiéndola contra el suelo mientras se alimentaba de su cuello y ella gritaba.

«¡No!», gritó mentalmente Lochlan, rebelándose contra aquella imagen. Se apartó bruscamente de su cuerpo con la respiración jadeante y se sentó a su lado, temblando, con la cara escondida entre las manos mientras el dolor le atravesaba las sienes.

Entonces, Elphame se arrodilló a su lado y comenzó a acariciarle el pelo, murmurándole palabras de consuelo. Cuando sus alas empezaron a cerrarse, ella le apartó las manos, suavemente, de la cara.

– ¿Qué es lo que te da miedo? ¿Por qué te has alejado de mí? ¿Acaso lamentas nuestro matrimonio?

– ¡No! -exclamó él-. ¡Nunca! Eres tú la que debería arrepentirse. Soy un demonio, y casi no puedo controlar mis impulsos. No puedo hacer el amor contigo sin tener visiones de violencia y de sangre. Y eso alimenta mi lujuria, Elphame. ¿Lo entiendes? Aunque te quiero y te deseo por encima de todas las cosas, mi herencia oscura desea rasgar, saborear, violar.

– Cuando me haces el amor, ¿tienes pensamientos oscuros y violentos? -preguntó Elphame.

– Sí -respondió él con la voz quebrada-. No puedo evitarlo.

Elphame se puso en pie, y Lochlan supo, con una pena desgarradora, que ella iba a dejarlo.

– Entonces, yo te haré el amor a ti.

En vez de alejarse de él, Elphame se sentó a horcajadas sobre su regazo, con una gracia sensual. Entonces lo besó y le acarició las alas mientras volvían a latir y, al instante, se llenaban de deseo.

– Elphame, no sabes…

– Shhh -murmuró ella, y apretó un dedo contra sus labios para acallarlo, mientras le desabrochaba la cintura del pantalón y liberaba su erección.

Cuando Elphame empezó a explorar su dureza, él dejó de respirar, y cuando se elevó para situar su humedad sobre su miembro palpitante, lo único que pudo hacer Lochlan fue apoyar las manos en la hierba y luchar contra el impulso de clavarle las uñas en la cintura y atravesarla.

– Abre los ojos, marido mío. Mírame.

Él abrió los ojos y se encontró con su mirada luminosa mientras ella descendía y lo acogía en su cuerpo con lentitud.

Elphame tuvo que adaptarse a él, pero después de la impresión inicial de sentirlo en su interior, el deseo de sus sueños y fantasías estalló. Se meció contra él, notando cómo aumentaba la tensión. Cuando Lochlan empujó hacia arriba para corresponderla, ella echó hacia atrás la cabeza e incrementó el ritmo de los movimientos de su cuerpo. Las alas de Lochlan se irguieron por encima de ellos dos, ocultando el cielo y el bosque a los ojos de Elphame y encerrándolos en un mundo propio. Cuando él gimió su nombre, al liberar su simiente dentro de ella, Elphame lo abrazó mientras su propio cuerpo estallaba en espasmos de placer.

Volvieron hacia la entrada del túnel en silencio. El cielo ya estaba empezando a aclararse. Elphame casi no podía creer que hubiera transcurrido tanto tiempo. Le había parecido que sólo había pasado un breve momento en sus brazos. Ella lo tomó de la mano. Él sonrió y se la besó.

– ¿Estás segura de que no te he hecho daño? -le preguntó Lochlan de nuevo.

– Completamente segura. Y deja de preguntármelo. No soy una delicada doncella -dijo, y con un gesto irónico, añadió-: En realidad, ya no soy una doncella.

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