P. Cast - Profecía De Sangre

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Elphame es mitad humana mitad centauro, hija de Etain, esposa de Epona. Es prácticamente humana pero su apariencia evidencia la rareza de su origen, sus piernas de centauro, su condición de híbrido, la separan del mundo.
Cuando emprende su viaje hacia el castillo de MacCallan lo hace dejándose llevar por una atracción que desde niña ha sentido por las leyendas del mundo antiguo. Cien años atrás, unas criaturas demoniacas y sangrientas llamadas Fomorians arrasaron aquel lugar. Una premonición de su hermano pequeño, que le acompaña en el viaje, le dice a Elphame que allí encontrará no solo su destino sino también un compañero para su vida. La profecía se cumple cuando Elphame conoce a un mitad hombre y mitad Fomorian llamado Lochlan.

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Elphame tuvo que mirarlo en aquel momento. La expresión de Lochlan estaba llena de emoción.

– Después, otra madre sobrevivió al nacimiento de su hijo mutante, y después otra, y otra…

Aquellas palabras le hicieron daño en el corazón a Elphame.

– Tú no eres un mutante.

– Soy medio humano, medio demonio. ¿Qué otra cosa puedo ser?

– Yo soy parte centauro y parte humana. ¿Me convierte eso en una mutante?

– Te convierte en un milagro.

– Exacto.

Él continuó explicándole la historia de su vida con el fantasma de una sonrisa en los labios.

– Sobrevivieron casi la mitad de las mujeres. Mi madre no tenía explicación para ello, salvo que Epona lo hizo posible -dijo él con la ceja arqueada-. Ésa era siempre la explicación de mi madre para todas las preguntas que no podía responder. Pero, fuera cual fuera el motivo, de repente había un grupo de mujeres jóvenes con bebés alados al pecho. Y querían mucho a sus hijos. Sabían que no podían volver a Partholon con sus bebés, y dejarlos no era una opción aceptable para ellas. Así pues, se dirigieron hacia las Tierras Yermas. Allí la vida fue dura, y nuestras madres suspiraban por Partholon, pero todos sobrevivimos, e incluso prosperamos. Nuestras madres nos enseñaron a ser civilizados y humanos.

– Hace más de un siglo -dijo Elphame con un suspiro. Le resultaba difícil de aceptar, aunque lo tuviera delante, con alas, vivo y coleando.

– Sé que es mucho tiempo -dijo él-. Ninguna de nuestras madres sabía mucho sobre la raza Fomorian, pero nosotros maduramos rápidamente, y nuestros cuerpos se hicieron muy resistentes. Y parece que nuestra parte oscura nos protege contra el envejecimiento.

Elphame pensó en lo que había leído en la gran biblioteca de su madre.

– Los Fomorians tenían aversión por la luz diurna, pero yo te he visto durante el día, y no parece que la luz te haga daño.

– No me hace daño, pero soy más fuerte de noche. Mi visión es mejor, mi oído y mi olfato son más certeros.

Extendió los dedos y los brazos. Elphame pensó que parecía un Chamán preparándose para invocar la magia de una diosa.

– El cielo nocturno me llama.

– ¿Puedes volar?

Él sonrió y dejó caer las manos a los lados.

– No es exactamente volar. A mí me parece que es montar el viento. Tal vez un día te lo enseñe.

Deslizarse por el aire entre sus brazos… Aquella idea le cortó la respiración.

– Esto no me parece real. Tú no me pareces real.

Lochlan se acercó a ella. Tomó un grueso mechón de su pelo y lo dejó caer, como si fuera agua, entre sus dedos.

– Una noche tuve un sueño. No lo olvidaré aunque viva durante toda la eternidad. En mis sueños presencié el nacimiento de una niña. Nació de una madre humana y de un padre centauro. Cuando el centauro la alzó en sus brazos y proclamó que era una diosa, yo supe que aquella niña maravillosa alteraría irremediablemente mi futuro. Tú siempre has sido real para mí, Elphame. Es el resto de mi vida lo que ha sido un sueño. Tú eres mi destino.

Elphame suspiró.

– No sé qué hacer con respecto a ti.

– ¿No puedes hacer lo mismo que hizo mi madre? ¿Permitirte amarme?

Todo en ella, su corazón, su alma y su sangre, gritó: «¡Sí! ¡Sí, puedo!». Sin embargo, la lógica y los años de enemistad entre ambas razas la impulsaron a ser razonable.

– No puedo. Yo sólo soy una doncella joven. Me han designado como La MacCallan. Mi gente me ha jurado lealtad. Mi primera responsabilidad es mi clan, no yo.

Lochlan sonrió con alegría.

– Pregúntame el nombre de mi madre.

– ¿Cómo se llamaba tu madre? -le preguntó ella sorprendida.

– Se llamaba Morrigan. El nombre se lo puso su padre, que la adoraba, por la legendaria Reina Fantasma. Vivía en el castillo ancestral de su clan, donde su hermano mayor era El MacCallan. Acababa de terminar su educación en el Templo de la Musa, y estaba disfrutando de unas vacaciones junto al mar mientras esperaba la fecha de su boda, una boda que nunca se celebró…

– Porque el Castillo de MacCallan fue atacado por los Fomorians, y la hicieron prisionera. Su hermano era El MacCallan -dijo Elphame, con un estremecimiento.

Lochlan se puso de rodillas ante ella y sacó su espada corta de la funda que llevaba a la cintura. Después la depositó a los pies de Elphame.

– La sangre del clan de los MacCallan corre por mis venas. Invoco el derecho de mi linaje y a partir de este momento te juro fidelidad hasta el momento de mi muerte y, si Epona lo permite, más allá.

Elphame lo miró. La luna estaba alta en el cielo, y bañaba a Lochlan en su luz pálida. Él la estaba mirando con los ojos brillantes, y ella se dio cuenta de que había aceptado su futuro.

Él le parecía su futuro. No podía explicarlo racionalmente, pero ella había cambiado desde que lo había conocido.

El viejo espíritu de El MacCallan tenía razón. Sentía paz junto a Lochlan. Elphame se bajó de la roca y se puso de rodillas, frente a él. Primero tomó la espada y se la devolvió.

– Guárdala. Puede que la necesites para defender a la Jefa del Clan.

– Entonces, ¿me aceptas?

Ella le acarició una mejilla con reverencia.

– Te acepto, Lochlan, en el clan de los MacCallan, como es tu derecho de nacimiento.

La tensión desapareció de los hombros de Lochlan, y él bajó la cabeza.

– Gracias, Epona -murmuró.

Cuando pronunció el nombre de la diosa, Elphame tuvo una visión del futuro. En una ráfaga cegadora, lo vio de rodillas, como en aquel momento, pero encadenado, cubierto de sangre… prisionero… agonizante…

Su mente gritó rechazando aquella visión. Ella no iba a permitir que lo destruyeran. La visión hizo que supiera lo que tenía que hacer, que se decidiera. Si lo aceptaba, si se permitía amarlo, alteraría su futuro, y aquella sentencia de muerte se anularía. Tal y como Morrigan había conseguido conquistar la oscuridad de la sangre de Lochlan, Elphame conseguiría vencer el odio del mundo.

– Dices que soy tu destino -le preguntó ella.

Lochlan asintió y habló con certeza.

– Te quiero, Elphame.

– Entonces, cásate conmigo.

Lochlan tomó aire bruscamente, pero aquél fue el único signo de su impresión.

– ¡Sí! -le dijo, tomándole ambas manos-. ¡Sí, me casaré contigo!

«Y que la maldita Profecía y el mundo se vayan al cuerno», pensó él con ferocidad. Antes de que ella pudiera dudarlo, Lochlan comenzó a recitar las palabras de unión que le había enseñado su madre, que a ella le había enseñado su madre, y la madre de su madre antes.

– Yo, Lochlan, hijo de Morrigan MacCallan, te tomo a ti, Elphame, hija de Etain, en matrimonio, en el día de hoy. Te protegeré del fuego si cae el sol, del agua si el mar se enfurece y de la tierra si tiembla bajo nuestros pies. Y honraré tu nombre como si fuera el mío.

– Yo, Elphame, Jefa del Clan de los MacCallan, te tomo a ti, Lochlan, en matrimonio en el día de hoy. Ni el fuego ni las llamas podrán alejarnos, ni un lago ni un mar ahogarnos, ni las montañas separarnos. Y honraré tu nombre como si fuera el mío.

– Así se ha dicho -terminó Lochlan.

– Y así se hará -dijo Elphame, y completó el ritual.

Se besaron para consumar aquellas promesas. Elphame se apoyó en Lochlan, y él la rodeó con los brazos. Tenía los labios muy suaves, y su olor la envolvió. De nuevo, Lochlan era el bosque, salvaje y masculino. Elphame lo bebió. Él era su oasis en la vida, cuando ella siempre había creído que no conocería el amor de un compañero.

Y ahora, se pertenecían el uno al otro.

El crujido de sus alas flexionándose y llenándose fue como una música para los oídos de Elphame. Se apartó de Lochlan, lo justo para poder verlas bien.

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